37. Emociones

NARRADOR

Resuena la música incluso en los probadores donde una sonrisa se visualiza en su reflejo antes de cerrar los ojos moviéndose su cuerpo a la par del sonido mientras nuevas telas se deslizan por su silueta, suspira disfrutando de la tranquilidad que emana del exterior, así como de la seducción del baile que se instala en su sistema producto de las cuerdas de un violín. Una vez fuera del probador ve al castaño remover prendas mientras las observa, cuando el par de ojos azul oscuro se posan en ella sonríe al detectar su mirada recorrerla de pies a cabeza y con la melodía de fondo, seductora se acerca viéndolo tensarse ante su cercanía, disfrutando de su reacción hasta que una risa resuena seguido de una exclamación. Encantada le sonríe a su pequeño volviendo al probador con su chico aún atónito producto de su atrevimiento.


Sus mejillas sonrojadas desvían de vez en cuando su mirada, avergonzado, pero feliz ante la alegría de la pelinegra mientras ella baila cada que sale con un nuevo atuendo causando de igual manera alegría en el castaño. Observa al par rebuscar entre prendas infantiles percibiendo miradas de vez en cuando en su persona, así como también sonrisas en dirección al par que lo acompañan. Dicha acción y la familiaridad con la que se desenvuelven con aquellos a quienes ama es una de las tantas razones por las cuales los humanos le agradan sintiéndose incluso más cómodo en su presencia que con aquellos de su misma especie.


La sorpresa y la vergüenza incrementa cuando el castaño sigue el juego de su madre mostrando poses, gestos y movimientos que los presentes alientan incomodándole la excesiva atención, pero sumamente contento al distinguir las risueñas sonrisas en el rostro de ambos. No obstante, empeora una vez forma parte del espectáculo entrecerrando uno de los ojos a la par que evita sus miradas mientras su pecho se agita de alegría y nerviosismo, a la vez que agradece estar rodeado únicamente de humanos o habría sido sumamente embarazoso, no por ellos, sino por el comportamiento abochornado que el par suelen producirle, algo que no solía ocurrirle.


Nervioso ríe antes de apretar los labios para desviar la mirada de la incitadora chica frente suyo, de su provocativa mirada y la seducción en sus movimientos. En otra situación, solos, probablemente disfrutaría de su atrevimiento, pero frente al público a su alrededor la vergüenza lo consume. Ríe una vez más cuando ella tira de su playera encontrándose con sus ojos, ese par que encaja perfectamente con sus rosados y carnosos labios, apetecibles una vez desvía la vista a ellos. Cuando vuelve a encontrarse con su mirada Akemi sonríe y olvidándose repentinamente de la gente a su alrededor degusta sus labios por un instante, apresando el inferior antes de permitirle alejarse, volviendo a la realidad cuando risas se escuchan, anclándose estático en su sitio y rojo como los ojos que se marchan.


Percibiendo aún los remolinos en el interior de su pecho mira de soslayo a la dueña del cantico que se escucha y responsable de su actitud vergonzosa, cuando salen del establecimiento centra su atención en el castaño, sonriendo producto de su excesiva alegría. Es un hecho que posee rasgos físicos idénticos a su padre, pero las cualidades que posee con respecto a su madre y otros aspectos propios de él son los que se encargan de difuminar dichos rasgos, resaltando aquellos por los cuales se ha enamorado de él.



Drake corre a la sala dejando la carga para posteriormente encaminarse a la biblioteca donde el olfato le indica se encuentra la abuela.

-¡Los cache! -Señala tras encontrarlos besándose. -¡Igualitos! -exclama haciendo referencia a sus padres.

Las mejillas de Susumu se tornan rosadas en lo que Artem ríe, Drake inclina la cabeza antes de ser tomado en brazos por el abuelo.

-La abuela se sonroja igual que papá.

Las cejas del mayor se elevan al escucharlo.

-¿Igual?

-¡Hoy se puso rojo, rojo!

Una sonrisa ladeada cruza por el rostro del hombre, misma que se desvanece casi al instante.


Entre palabras y sonrisas transcurre el día, Zia se encamina a su habitación con suma tranquilidad con la imagen de su padre conviviendo con Drake, algo no muy usual o al menos no con él, posiblemente producto del carácter reservado que posee desde niño; no obstante, aquello no lo aflige consciente de la extraña relación con su padre que no evita el saber mutuo del amor padre e hijo.


Su cuerpo se apoya en el marco de la puerta tras abrirla, recorriendo el cuerpo de su chica con una sonrisa. Sus descalzos pies agitarse de arriba abajo, su mirada recorre sus desnudas piernas hasta donde la tela del vestido que aun lleva le permite, mismo que se ciñe a su silueta otorgando en ella un aspecto dulce. Sus manos por otro lado juegan con uno de los dos peluches que ahora suelen decorar la cama una vez hecha.


Cerrando la puerta se encamina a ella gateando sobre la cama y por sobre su cuerpo divisando en la pelinegra una sonrisa cuando roza sus labios contra la mejilla de la fémina, una mano sujeta la de ella rozando en el camino la tela del vestido de manga larga que posee, hasta alejarla del peluche de dragón para entrelazar sus dedos.

-Mañana iremos de paseo.

Sus ojos conectan con los suyos colocándose boca arriba para acto seguido recibir al castaño tras abrirse abruptamente la puerta.


-No lo creo, mañana eres mío -expresa entre risa depositando un beso en la cálida mejilla de su hijo quien, aunque alegre lo mira curioso recibiendo en respuesta lo mismo que Zia ha pronunciado a la pelinegra a lo que el menor acota.

-Entonces dormiré con los abuelos.

De esa manera no tardan en quedar solos tras la despedida del menor, el ojiazul voltea para ver a Akemi quien permanece con una sonrisa en su rostro.



-Zia...

Se levanta de su sitio para acercarse a ella tras verla recorrer su cabello a un lado, desciende la cremallera del vestido y con las miradas conectadas la ayuda a despojarse de ella acariciando su piel de paso. Una vez en ropa interior su vista desciende acariciando con la yema de sus dedos la nueva cicatriz bajo las clavículas, tersa con tan solo leves relieves decorando su piel. Al volver la vista a su rostro la admira, su mano asciende para acariciarle la mejilla, posteriormente se acercan el uno al otro cual campo magnético hasta fusionarse sus labios en un beso que se vuelve apasionado; las manos de Akemi a cada costado percibiendo la dureza en el cuerpo de su chico a la par que disfruta del contacto entre lenguas apretando deseosa su cuerpo contra el suyo.


En el momento en que una de sus manos viaja por otro rumbo un gemido sumado al nombre de ella emiten los labios del pelinegro a la par que descienden provocándole a la fémina un cosquilleo el aliento contra su piel. Lejos de amedrentarla el acto, la suavidad y sus palabras incrementan su apetito, así como un gemido opacado tras morder su labio para acatar su petición.

-Te quiero boca abajo como en un inicio.


Su cuerpo se estremece ante el tacto delicado a su costado que asciende, ocultando una sonrisa al percibir sus labios en el omoplato izquierdo donde un solitario lunar decora su espalda. Besos y caricias llenan su espalda estremeciéndose cuando leves mordiscos se presentan, y aunque sutiles caricias pasan por sus glúteos no desciende más allá, sumiendo el estómago cuando una mano masculina va en descenso provocando incluso que arque su cuerpo elevando la cadera en el momento en que se interna bajo la tela dándose paso de su monte a su intimidad.


Gemidos y el pronunciamiento de su nombre llenan la estancia intensificando las sensaciones cuando los dientes del ojiazul se incrustan en la piel rosácea cercano a sus costillas. Las sensaciones y los gemidos se intensifican pronunciando reiteradas veces el nombre de su chico, extasiada. La lengua masculina recorre el sitio donde la ha mordido antes de detener sus movimientos causando en ella desconcierto, gesto que pronto es remplazado por sus ojos cerrados y suspiros cuando sin previo aviso la gira enterrando el rostro entre las piernas de ella.


Akemi ríe aún desacostumbrada a ese nuevo placer, pero encantada con su exquisitez, con una sonrisa en su rostro se apoya sobre sus codos, admirándolo, recibiendo sus arrasadores labios causándole nuevamente acostarse, deslizando una de sus piernas para acariciarlo en lo que sus manos se internan bajo la playera hasta desprenderla. Una vez sus manos juegan con el borde del pantalón, desliza parte de este. Sus labios se separan y una mano acaricia el bulto sobre la prenda que aún cubre esa parte de su cuerpo apreciando los ojos aun ocultos tras los parpados del pelinegro, escuchándolo emitir gemidos ante su contacto.


En el momento en que el rostro de Zia desciende a su cuello la inunda el arome que de él desprende haciéndole agua la boca, instándola a llevar una mano al cuello de este, viéndose interrumpida cuando el ojiazul alza el rostro encontrándose con sus rojos ojos, sonriéndole altivo. En un rápido movimiento ambos se encuentran desnudos, los labios de pelinegro apenas rozan los de ella antes de ofrecerle su cuello, a la par que lo muerde saboreando el néctar de su sangre, sus cuerpos se fusionan en un exquisito vaivén que incrementa ante las caricias de la fémina.

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