32. Renacer
NARRADOR
Internados en el bosque una niña recolecta flores de diversos colores, su expresión es seria al recolectarlas, minuciosa elije solo las mejores. Con un gran ramo en su diminuta mano, con la otra sonriente sujeta a su hermano lista para encaminarse rumbo al Clan de la Penumbra. Esa es la primera vez internándose en propiedad canina, pero no la primera vez que ve a miembros del mismo, es habitual encontrarlos por el reino especialmente a quienes suelen acompañar a su padre.
Al ingresar, sorprendida recorre el lugar con la mirada, la tez de hombres y mujeres es más oscura. Sus pasos se detienen a la par que Adel quien pregunta por la estadía del alfa a un par de hombres, mientras ella en la lejanía distingue un rostro conocido. Llama su atención una vez lo escucha agradecer señalando en dirección de un grupo de jóvenes. Una vez se detienen se apega a la pierna de su hermano escuchándolo saludar, preguntando una vez más por el alfa aun sabiendo ya las indicaciones para llegar a él, haciéndolo únicamente para darle tiempo a ella quien tímida mira los ojos del joven que los acompañaba ese día.
Ojos verdes grisáceo, la pequeña muerde su labio llamando nuevamente la atención de su hermano.
—No hay verde -susurra.
—Una amarilla y una azul -le dice.
Asiente con la cabeza seleccionando las flores de dicho color, acto seguido alza la vista sonrojándose al detectar varios pares de ojos en su dirección. Alentada por su hermano se acerca al joven extendiéndole las flores seleccionadas.
—Por papá.
El joven sonríe apreciando la ternura de la pequeña que hace tan solo unos días los espanto.
—Son lindas, gracias.
Se despiden repitiendo una vez más la acción al encontrar en el camino a otro que ese día los acompaño. Adel visualiza al alfa en compañía de hombres, viendo a la pequeña a su lado se acerca a interrumpirlos saludando cordial a la par que se disculpa explicando el motivo de dicha intromisión. Akemi por su parte se muestra cohibida ante varios ojos puestos en ella hasta que el alfa, se coloca frente a ella de rodillas.
—Princesa Akemi -El hombre le sonríe acostumbrado ya al tímido comportamiento de la menor. —No es necesario agradecer, es un placer cuidar de ambos y me alegro de que tu padre se encuentre mejor.
Los ojos rojos de la pequeña no se despegan de los del hombre alucinada con el brillo que el color dorado en ellos posee. Al descender la vista a sus flores selecciona las que cree adecuadas entregándoselas a él.
★★★
De vuelta en su hogar se muestra más relajada manteniendo aún flores en su mano. Contenta corre hasta la sala sin detenerse subiendo con sigilo al mueble para lanzarse a su padre a quien abraza fuertemente. Deposita un beso en la mejilla de su padre antes de acomodarse sobre sus piernas estirando el brazo con las flores en dirección a su madre. Cuando su mirada recae enfrente avergonzada su espalda se pega al cuerpo de su padre, frente a ellos un hombre de mirada penetrante e intimidante.
—Akemi, Adel, él es Artem un amigo y Rey de Luna Gris.
El joven saluda con respeto al hombre y una trémula voz se escucha de la menor cuando su padre le pide saludar. Cohibida juega con sus manos mirando de soslayo de vez en cuando al invitado mientras los adultos conversan. En el momento en que es capaz de ver más allá de lo penetrante que es su mirada queda embelesada, curiosa desciende de las piernas de su padre, cautelosa se acerca subiendo al sillón de enfrente para acercarse al hombre, ya a su lado le es imposible no acariciarle el parpado.
—Mamá, son casi transparentes -inocente pronuncia la pequeña. —Hola -saluda Akemi avergonzada.
Luna Gris
A kilómetros de su destino en la superficie del agua se distingue una silueta de ojos cerrados bajo el nublado día, cansada del viaje de cinco días y noches seguidas, a su lado el crío yace dormido en brazos del pelinegro. Cuando restriega sus ojos, soñoliento mira a su madre, Zia llama la atención de la pelinegra acariciando su mejilla, viéndola abrir sus orbes con lentitud. El menor en brazos de su padre se estira para ver a su alrededor, no muy lejos grandes tierras se alzan llamando su atención.
—¿Ya llegamos?
Su voz mezcla curiosidad y una pizca de emoción por al fin conocer el lugar donde su padre creció, aunque desde ahí únicamente se aprecian árboles que se alzan majestuosos con el verde que los envuelve.
—Ya casi.
Su emoción por llegar contagia a ambos jóvenes viéndolo nadar rumbo al continente. Akemi se sumerge bajo el agua apreciando peces que rodean su cuerpo, sonríe ante la belleza recordando un suceso días atrás, aquel viaje, aunque exhaustivo lo han disfrutado a plenitud, más aún ante la presencia de diversos seres marinos que hasta entonces tan solo habían conocido por medio del papel. Ver sus colores, tamaños, formas y comportamiento es lo que los ha incitado a alentar su paso incrementando su emoción cuando aquellos seres se muestran igual de curiosos, especialmente un grupo de delfines que lograron acariciar.
Sobre la arena el vientre del castaño sube y baja con premura, una sonrisa decora su rostro. Un beso es depositado en su mejilla mientras una mano femenina se adentra bajo su húmeda playera palpando su cuerpo tibio y la velocidad de su respiración, Akemi sonríe al percibir el frenético bombeo de su corazón.
Bebe de ambos padres y gira sobre su cuerpo para ponerse de pie asombrándose al ver de cercas la magnitud en la naturaleza, pinos cubren aquellas tierras, sumamente altos deseosos de alcanzar el cielo.
—Son enormes -exclama alucinado.
Akemi acompaña su emoción.
Sin importar estar empapados y cubiertos de arena se adentran al bosque mirando hacia arriba, apreciando la altura y las hojas de quienes se muestran imponentes a su alrededor. La corteza es fuerte y grata al contacto, la arena bajo sus pies se impregna a su calzado y una leve brisa acaricia sus pies.
Drake viaja de un lado a otro entre risas hasta detenerse, al mirar abajo sus pies se han cubierto de lodo visualizando frente a él tierra húmeda olfateando el aire, disfrutando el aroma. Los tres se internan en el bosque sin importar ensuciar sus zapatos hasta que la ciudad se presenta frente a sus ojos. Limpian su calzado y siguen avanzando recibiendo miradas curiosas por su estado mojado, otros alegres saludan al reconocer al príncipe Zia llamando la atención de quienes curiosos miran.
Frente a un puesto Zia solicita carne para el pequeño, el hombre contento por el regreso del príncipe le da la bienvenida elogiando a su vez al par que lo acompañan, avergonzando a la pelinegra y plasmando una sonrisa en el rostro del menor.
—Me alegro mucho de que los tenga a ambos -habla cocinando, —aquí entre nos, por décadas nos preguntábamos cuando el joven príncipe encontraría a la chica de sus sueños.
El par sonríe mientras el ojiazul desvía la vista.
—Siempre de un lado a otro, solo o en compañía de sus hermanos, pero ni una sola vez con una jovencita, bueno, tan solo su hermana. Según mis antepasados suele evitarlas antes de cruzar palabra, muy escurridizo cuando de mujeres se trata -señala al susodicho con el artefacto en mano. —Claro, también sabemos que hay una en su corazón, sencillamente no hay nadie como su señora madre, claro que no.
Una vez listo el platillo lo coloca frente al castaño quien se prepara para degustarlo.
—Me parece que salir de aquí era necesario, ¿no lo cree señorita? De no ser así, no la habría encontrado.
Nerviosa Akemi ríe mirando a Zia de soslayo quien sigue viendo para otro lado.
Al marcharse las preguntas no tardan por parte del castaño sirviendo de distracción para evitar el nerviosismo que pudiera presentarse una vez ingresan al reino, donde las miradas son más duraderas incomodando a la pelinegra, pero la mayoría recae en el menor cuando se percatan de su esencia. Solo un hombre junto a otros dos se detiene frente a ellos.
—Príncipe Zia -saluda mostrando una sonrisa, —es bueno tenerlo de vuelta. Si busca a sus padres ambos se encuentran en el salón de entrenamiento.
El pelinegro agradece alejándose sin más pese a los ojos curiosos en los hombres, quienes se quedan con la duda en la punta de la lengua de saber acerca de aquellos que lo acompañan, no tomándoles por sorpresa su evasiva, frunciendo sus ceños ante el comportamiento despectivo del joven, mostrándose ofendidos. Por su parte el par curiosos fijan la vista a su alrededor, el reino a simple vista parece una fortaleza, hombres y mujeres de cuerpo tonificado, altos por naturaleza. Al ingresar al salón colores opacos decoran, jóvenes entrenando y armas resuenan. Con lentos pasos se internan distinguiendo Akemi una conocida figura.
Se detiene reconociendo al hombre de espaldas, por un instante Zia la mira y aprieta su mano reconfortándola, detallando su expresión abrumada, un beso es depositado en su cien antes de alejarse. Ella suspira sintiendo el tamborileo de su corazón en el interior de su pecho, para tomando valor encaminarse al cuerpo de estatura similar al de Zia, nerviosa más que nada al encontrarlo acompañado por otros dos en lo que los tres hombres observan a un par de jóvenes entrenar. Trémulos son sus primeros pasos, los nervios se presentan comenzando a jugar con sus manos, pero sus pies en ningún instante se detienen. Cuando su mano toma la del hombre, este por inercia gira pronunciando su nombre llamando la atención de los otros dos a su lado.
Una sonrisa se forma en los labios de la pelinegra cuando una mano acuna su rostro, humedeciéndose sus ojos de alegría. La dicha también se presenta en los ojos claros frente a ella.
—Estas mojada -exclama Artem cuando corresponde su abrazo escuchándola reír causándole a él sonreír.
Los ojos de la pelinegra se cierran disfrutando del contacto que los brazos le proporcionan envolviéndola a su vez la característica seguridad que alguien que conoce le puede evocar.
Cuando sus ojos conectan el mayor limpia una lágrima bajo los orbes de ella, contento la admira distinguiendo su semblante saludable a comparación de la última vez.
Mientras tanto, por otro lado, los varones se encaminan donde una mujer sentada en el piso observa a quienes entrenan, en lo que se acercan el castaño admira su rojiza cabellera, largo y lacio levemente ondulado cual fuego cubriendo toda su espalda. A su lado en silencio producto del sonido de la batalla se colocan de rodillas, Zia posa su mano sobre la de ella provocando que la mujer gire la cabeza, al distinguirlo la emoción y sorpresa la hacen gritar su nombre, así como abalanzarse a sus brazos, gesto que con una sonrisa él corresponde, desprendiéndose lágrimas de felicidad de los ojos de ella. Drake curioso no les quita la mirada de encima viendo como la mujer toma el rostro de su padre entre sus manos con una sonrisa.
—Te cortaste el cabello -exclama la mujer acariciando a su hijo en lo que él limpia la humedad bajo sus ojos.
Cuando Zia desciende la mirada ella lo hace sonriéndole al pequeño que con ojos curiosos la observa.
—Él es Drake, Drake, mi madre.
—O la abuela -corrige ella causando una sonrisa en el menor, alegrándole el hecho de poder decirle de aquella manera.
Susumu acaricia la mejilla del menor sintiendo su calidez, apreciando el peculiar par de iris blanco que posee.
—Se pusieron de acuerdo -Se refiere al corte de cabello.
—Los tres -exclama el menor.
—¿Akemi?
El pelinegro sonríe colocándose de pie ofreciéndole la mano a su madre para encaminarse donde su padre.
—Akemi -llama Zia. —Padre -saluda cuando el hombre voltea en su dirección. —Mi madre, Susumu.
Similar al castaño queda alucinada con su pelirrojo cabello y el par de jades que la reciben con calidez, Susumu, tan solo unos centímetros más alta acaricia la mejilla de la pelinegra.
—Eres idéntica a tu padre.
Akemi sonríe.
—Mamá decía lo mismo.
—Y Drake -se dirige Zia a su padre.
El aludido mira al mayor, enorme, poderoso como el día en que conoció a su ahora padre. Artem por su parte recuerda al pequeño.
—Mamá dijo que al principio asusta -profiere con una expresión de sorpresa en la mirada, los mayores ríen.
—Recuerdo su expresión -responde Artem.
—¿Ya te había visto? -pregunta el castaño ladeando la cabeza.
—El día que Zia los siguió.
Más tranquilos por la amena presentación el mayor de ojos azul claro les presenta al par que lo acompañan.
—Akemi, Drake, estos son Raven y Atticus, tíos de Zia, e igualmente conocieron a tus padres -se refiere a la pelinegra.
—Es un gusto conocerlos finalmente -afirma Atticus.
—Es bueno tenerlos de vuelta -dice Raven.
—¡Maldición!
Se escuchan quejidos a la par que risas femeninas mientras el causante lleva una sonrisa en el rostro. Un joven de cabellera negra y ojos verdes posa un brazo sobre los hombros de Zia quien limpia su mejilla mientras hace gestos de repulsión tras el beso depositado por quien sonríe para acto seguido agitar su cuerpo.
—¡Llegaste! -exclama sonriente recibiendo la mirada fulminante de a quien sostiene. —Tío Jalil -se presenta colocándose de cuclillas y extendiendo su brazo hacia el menor.
Con lentitud Drake toma la mano del joven frente a él, cuando lo suelta este desaparece de su vista encontrándose ahora frente a Akemi.
—Hermano mayor de Zia -extiende su brazo hacia la pelinegra.
Cuando toma su mano sus mejillas se tornan rosadas al recibir los labios de Jalil en su dorso.
—¡Tenías que decirlo! -se queja otro joven alzando la voz, —no podías simplemente decir hermano de Zia, Tenías que especificar que eres mayor, específicamente mayor -recalca sus últimas palabras.
La sonrisa en Jalil es de diversión, mientras el par quedan desconcertados ante la similitud física que aquel que se queja posee con Jalil, Zia sonríe conociendo el origen de su fastidio.
—Hay mi hermanito, ignórenlo, veintidós siglos y aún no lo supera.
—No empieces.
—¿Yo?
El menor de los dos, rueda los ojos.
—No le hagan caso, soy Walid y si, somos idénticos. Ven a ese feo de ahí -señala a Raven, —así es, es nuestro padre.
El hombre se cruza de brazos.
—Walid, Jalil; Walid, Jalil -repite el menor señalándose a sí mismo y a su hermano.
—¿Verdad que soy más apuesto? -pregunta Jalil colocando su brazo sobre los hombros de Akemi, ella simplemente sonríe.
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