16. Emociones

AKEMI

Día 42

Admiro el tumulto de arena que se arremolina frente a nosotros, brisas levantan granos a nuestro paso creando un entretenido escenario, el suelo terso y claro se muestra tentativamente apetecible al contacto, un paisaje que si bien no es diverso posee una belleza incomparable. Observo cada paso dado, mis pies incrustarse en la arena, ser cubiertos por ella para luego verla caer en un ligero movimiento en cascadas desiguales. El aroma es fresco, el sol sobre nuestras cabezas toca todo a su paso, las sombras son inexistentes en el nuevo terreno de tercio pelo.

Sopla una leve brisa, mis ojos captan minúsculos granos de arena que se elevan, se deslizan con tanta calma descendiendo pasivos hasta un nuevo sitio. Así, diversas danzas se crean, el viento sopla atrayendo nuevos grupos que muestran su coreografía, cada una con estilo. Sonrío encantada.

Cuando el ambiente se vuelve opaco levanto la mirada, mientras el material bajo mis pies descansa un gran lienzo se muestra sobre nuestras cabezas, bellos colores brillan como si velas decoraran, velas con fuego intenso capaz de propagarse cual virus. Mi cuerpo se detiene al lado del pelinegro a quien sin dudar tomo de la mano. Aquellas luces con lentitud se difuminan hasta extinguirse dando paso a pequeños puntos esparcidos por el oscuro cielo. Dicha imagen me hace mirar sus ojos, imaginarlos con aquel brillo no solo es irreal, sino que son perfectos tal cual son.

—Fue hermoso -se escucha emoción en el infante.

La caminata prosigue al amanecer donde tras kilómetros de caminata se escucha agua correr en la lejanía, en poco un inmenso río se muestra, rocas lo decoran y su correr es brusco más el sonido que evoca es agradable, a mi izquierda a unos metros al crío igualmente le emociona.

—Hay que cruzar -escucho al ojiazul a mi lado.

Al mirar más allá, más arena cubre el piso. Con el niño sobre sus hombros sujeta mi mano y nos internamos en el río, el agua es fresca, muy agresiva, golpea con fuerza con intenciones de hacernos caer, junto a las rocas que se ocultan en un intento de desestabilizarnos. Él se muestra seguro, el pequeño corazón sobre él por otra parte bombea con frenesí. Con miedo me sujeto firme, en mi mente pasa una imagen de mi siendo arrastrada a no sé dónde. A Zia no parece afectarle.

Respiro aliviada cuando llegamos al otro lado, agradezco la arena bajo mis pies y no aquel terreno rocoso que acabamos de atravesar. La expresión del niño es de terror, ya no mira al rio con emoción. Curiosa veo aquello que hemos cruzado, es hermoso, su canto es encantador, pero cruzarlo es abrumador.

La ropa pesa a cada paso que damos, extrañezas pasan a nuestro lado, verdes, de figuras desiguales y con punta, curiosa miro una de cercas, no me agradan. Me alejo cuando una está por presentarse sobresaltándome tras un sonido, al voltear a mi izquierda el niño se soba el brazo con dolor reflejado en el rostro. Una vez más siento alivio cuando aquellas plantas ya no se presentan, en cambio el piso se cubre de piedra labrada, construcciones se abren paso y el nerviosismo se presenta cuando el gentío se muestra.



Ya relajada y duchada me concentro en colorear las páginas de un libro mientras frente a mí el niño hojea, desviando mi mirada para verlo de vez en cuando, sus ojos me tienen alucinada y durante este tiempo he visto más de él. Lo he visto sonreír, suele estar muy animado lo que antes no hacía, lo que me recuerda que prácticamente ha vivido encerrado tal como yo ya que solía verlo durante días, permanecía en la habitación usualmente en el sillón pues pese a evitarlo era consciente de su presencia.

Desde ese día en que mire sus ojos me es inevitable no sentir curiosidad por él; sin embargo, no por ello me siento lista para tener un mayor contacto.

En cuanto a Zia, días antes de marcharnos lo vimos luchar con gente del reino, la reina lo llamo entrenamiento, pero la expresión del ojiazul era la misma a cuando lucho aquella vez con los lobos. El sonido de las espadas resonaba en la estancia, la velocidad de sus movimientos era tal que me causaba perderlos de vista de vez en cuando, a diferencia de otros no cambio su expresión, no hubo sonrisa, burla o molestia. Erea parecía satisfecha, como si no esperara menos en lo que mi cuerpo reaccionaba con sobresaltos.

—No por nada los llaman guerreros.

Fueron sus palabras, con sus brazos cruzados y su mirada fija en el enfrentamiento.

Keila, la chica del primer día igualmente se enfrentó a él, por su encanto creí que no lo soportaría, en cambio desde que iniciaron todo se volvió salvaje, sus movimientos agiles y veloces, su sonrisa ya no era amigable, temí por Zia más que nada cuando percibí su sangre. Los temblores en mi cuerpo comenzaron a ser palpables, pero ni siquiera los brazos de la reina lograron calmarme y el llanto quiso presentarse. Zia en cambio..., él no se inmuto, en cambio acepto enfrentarse a la princesa Mayida una vez venció a Keila.

★★★

Cita, dijo que el miércoles es la cita, me había hablado de esto con anterioridad, pero ahora camino al lugar el estómago se me revuelve viendo el andar de todos a mi alrededor, escuchar sus voces, sus risas, sus vidas... Nerviosa aprieto la mano entre la mía, muerdo mi labio percibiendo su mirada azulada sobre mí, no poseo la fuerza para mirarlo, en cambio el infante a nuestro lado se muestra animado.

Una vez más aprieto su mano al detenernos frente a un edificio de diseño geométrico y puerta de cristal, niego cuando pregunta si estoy lista, mi nombre en sus labios me insta mirarlo.

—Está bien.

Su serenidad y la caricia en el dorso de mi mano terminan por calmarme, al ingresar sillas individuales decoran el lugar junto a un par de sillones, mesitas y demás artículos. El pelinegro habla con una mujer, lo veo asentir y esperamos en uno de los sillones.

Observo al castaño hojear una revista sobresaltando cuando una puerta se abre, palpitando frenético mi corazón, mi rechazo a la idea incrementa cuando el pelinegro ya de pie parece tensarse y su voz me alerta.

—¿Tú eres la psicóloga?

La dureza en su voz produce un ligero tembló en mí siendo únicamente capaz de ver al castaño frente a mí y su distinguida curiosidad.

—Príncipe Zia.

El pronunciamiento nuevamente de esa palabra ya muy concurrida me da la suficiente curiosidad para voltear a ver a la dueña de dicho saludo encontrando a una hermosa chica alta de negra cabellera y bellos ojos ocre.

—Ya no resido en el reino, hace siglos que deje ese lugar. Ahora me dedico a ayudar a quienes lo necesitan y aquellas que desean algo mejor de lo que reciben en el interior del reino. ¿Ella es Akemi?

Mi cuerpo vibra cuando sus ojos se posan en mí. Aprieto su mano negando cuando el par de ojos azul oscuro se posan en mí, parece haberse serenado, pero no deseo ir.

—¿Podría hablar con usted antes?

El miedo se apodera de mí tras verlo asentir apretando una vez más su mano en un intento de impedir su retirada, sus excéntricos ojos me miran percibiendo caricias de sus dedos.



En el interior de una extraña habitación lo observo todo a mi alrededor, sus blancas paredes con figuras en color gris, sus muebles de madera y el par de sillones añadiendo aquel en el que me encuentro.

—Me presento, soy Andrómeda, voy a ser tu psicóloga, todo lo que digas en el interior de esta habitación se queda aquí. ¿Está bien Akemi?

—¿Estas bien?

Asiento con la cabeza sin dejar de ver sus ojos, las pesadillas no dejan de repetirse, he vuelto a ver al hombre que al igual que Zia me cubrió con su cuerpo interponiéndose mientras recibía el ataque de los lobos consumiéndome la culpa, aunque aquel joven de ojos violeta, la reina y Zia insistan en que no es así.

—Sirina me recomendó que buscáramos a una persona, podría ayudarte.

Niego, no deseo más extraños.

—Será como con Sirina y Uma, curaron tus heridas, ya no duelen, ¿no es así?

Niego, asintiendo a lo que dice, ya no duele, tampoco hay marcas, tan solo esas que no se van.

—Será parecido, solo que la persona que buscamos trata otro tipo de heridas.

No comprendo.

—Sirina dice que debes confiar en ella, como en la reina, como con la señora Celicia. Sería una persona a la que le puedas contar todo lo que desees, quizás parezca complicado, pero, aun así, lograste confiar en ellas ¿no es así?

Desvío la mirada, lo que dice no me agrada, aun así, sus próximas palabras me hace mirarlo sintiéndome en calma.

—¿Confías en mí?

Confió en él.

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