10. En la boca del lobo
NARRADOR
A horas de haber partido el barco navega por el Océano Kaleb rumbo a su destino mientras aguas tranquilas golpean su estructura con pasividad. Entre barrotes una silueta se sitúa sobre la lisa madera, el frescor del aire golpea su rostro y remueve su larga cabellera oscura, su rostro sereno admira el mover de las aguas, escucha el sonido de sus agitaciones y aspira su característico aroma. El cielo por su parte se refleja en el océano, su azul claro se muestra majestuoso e imponente decorado por el blanco de las nubes. La brisa acaricia la piel de la pelinegra, misma que con el tiempo ha ido retomando su color; no obstante, sus ojeras y dolor prevalecen y persisten cuando la luz solar se desvanece presentándose su interior oscuro como el cielo que entonces decora.
Entre barrotes, con el rostro apoyado en uno de ellos admira el paisaje a la par que su mente divaga entre recuerdos de lo que deja atrás, más que nada de esos momentos que mantuvo con la señora Celicia en el interior de la habitación, escuchaba sus lecturas, la veía bordar, todo con el fin de despejar su trastornada mente.
★★★
—¡Kyle!
Exclama una voz masculina con extrañeza, un dolor agudo se presenta en la parte inferior de la clavícula provocando gemidos de dolor en la pelinegra, y una fémina lloriquea e insta a que dejen a su hija.
—Déjala, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte.
El dolor bajo las clavículas se intensifica momentáneamente a la par que algo se desgarra.
—¿Qué haces?
Se escucha la misma voz, desconcertado como si el aire le faltara. Por su parte aquella de ojos rojos se remueve agitada, su respiración se acelera, pero permanece en la inconsciencia en lo que imágenes se producen en su cabeza.
—¡Kyle!
El grito del hombre resuena incrementado por dos más en el entorno, los ojos de Akemi se liberan viendo lo que la rodea en lo que intenta normalizar su respiración. Con la mano desprende lágrimas que se han filtrado, voltea a su izquierda, en la cama de al lado descansa el ojiazul con el niño a su costado.
Con la pesadilla latente opta por salir del camarote andando en silencio por el pasillo hasta que se abre una puerta a centímetros de su rostro deteniéndola abruptamente, un joven del Clan Ica traspasa el umbral produciendo a su corazón acelerarse ante su cercanía, sus manos tiemblan ligeramente. Tras reconocerla el joven intenta disculparse, pero una compañera lo insta a retirarse al percatarse de que hiperventila a causa del chico. La muchacha le habla para calmarla sin recibir respuesta alguna; aun así, la acompaña por todo el pasillo hasta la salida donde la observa dirigirse hasta la orilla cerca de los barrotes que impiden una caída hacia el océano.
Akemi apoya ambas manos en el soporte con la vista en el agua, en aquella materia liquida ahora oscura producto de la noche, aquello que posee una gran profundidad y le deja como recuerdo una caída suave y húmeda, otro intento fallido a su inexistencia. Con las manos sobre el metal moviéndolas alrededor de aquella circunferencia por su mente pasa la idea de verse nuevamente en aquella situación, si cayera, si se dejara caer... Pero aquello no terminaría con su vida, para ello alguien debe hacerlo, alguien debe desprender la vida de su cuerpo para finalmente ser abrazada por la muerte.
Una lágrima se desliza por su mejilla antes de levantar la mirada, queda impactada ante la belleza que el cielo produce en ese instante, al igual que el océano se observa profundo, pero de una manera diferente. Aquella imagen crea un degradado de azul hasta oscurecerse al negro manteniendo matices en gris producto de las nubes, desconcertada no despega la mirada de aquel imperturbable escenario sonriendo por primera vez después de tantos años, una cálida, leve y sincera sonrisa.
Cuando la luz solar anuncia un nuevo día la pelinegra se muestra ansiosa, dubitativa y sin intenciones de ser percibida mira a cada tanto al joven capaz de proyectarle seguridad con su simple presencia. Avergonzada brinca en su sitio ante una voz femenina seguida de una leve y agradable risa, al distinguirla es como tener a un segundo sol a su lado, su rubia cabellera, su piel blanca y su cálida esencia, su presencia le recuerda a la señora quien de manera diferente le proyectaba seguridad y gracia pese a su aspecto marchitado. Por un instante se forma un nudo en su pecho, verlas es sin duda el oxígeno que como seres requieren no solo para respirar, sino para vivir; son un halo de luz mientras ella, agrietada y opaca no es más que una roca al lado de una esmeralda y una esfalerita, dos piedras preciosas lo son todo a comparación de un pedazo de materia que se desvanecerá como el polvo.
Su mente divaga, disfruta de la compañía olvidándose del joven hasta llegada la noche, momento en que lo encuentra sobre el piso centrado en el block que lo acompaña. Permanece quieta con los ojos en el joven por un momento, tan solo apreciando su atención en lo que hace, en los movimientos de su brazo, aquel que permaneció estático por días y ahora parece como si nada, entrecerrando los ojos a su vez al verlo alternar el lápiz de una mano a la otra. Sigilosa llega hasta él, toma asiento a su lado sin perturbarlo desconcertándose al ver lo que plasma sobre el papel, ahí a grafito se muestra ella durante la tarde. Curiosa dirige la vista a su rostro, pasando todo a segundo plano cuando se pierde en sus ojos.
Él por su parte habiendo estado centrado en lo que hace se inmoviliza al percatarse de ser observado, el silencio y su aroma le indican la identidad de quien lo hace, la vergüenza se apodera de su cuerpo incapaz de devolverle la mirada, una sensación extraña se instala en su pecho, una mezcla entre emoción, vergüenza y miedo. La incomodidad surge cuando nada ocurre percibiendo su rojiza mirada sobre su anatomía, tomando valor levanta la vista girando para verla, pasmado ante su cercanía.
Tras tener al par de ojos en todo su esplendor la mano comienza a picarle, una extraña sensación la lleva a mover el brazo indecisa hasta su rostro. Ambos incomodos tan solo se sostienen la mirada hasta que los dedos de ella apenas rozan la piel de él, su dedo gordo se desliza con suavidad por el parpado inferior dejando así al pelinegro sin la capacidad de respirar. Contornea su ojo con admiración lejos de ser capaz de percibir el efecto que causa en él. Al menos, hasta que sus labios pronuncian con delicadeza aquellas palabras.
—Tienes el cielo en los ojos.
Cierto enrojecimiento en el pelinegro la llevan a evitar su mirada lo que sin duda el príncipe agradece, ambos incomodos guardan silencio.
—Zia -se escucha su nombre alargado por una voz cansina.
Drake soñoliento y restregando uno de sus ojos se muestra agotado apoyado contra la pared para sostenerse. Es suficiente para hacer reaccionar a Zia quien utiliza el descanso para romper el incomodo momento; no obstante, esa noche el joven príncipe no logra conciliar el sueño, menos tras una agónica noche producto de pesadillas de parte del infante quien entre sueños menciona a su madre, acto que intriga cada vez más al pelinegro.
ZIA
Día 22
Valsemia es una ciudad extensa y la única regida por humanos, se conoce principalmente por la armonía que irradia ya que no suelen llevarse a cabo disputas entre seres, siendo eso mismo lo que la ha mantenido al margen. Aun así, humanos patrullan sus alrededores armados.
Tras despedirnos de la tripulación de Diero nos encaminamos rumbo al centro de la ciudad no sin antes tener que atravesar una sección concurrida, Drake sujeta mi mano derecha con firmeza, su pequeño cuerpo pegado al mío mientras curioso observa su entorno. Akemi por su parte se sujeta de mi brazo izquierdo, de vez en cuando aprieta mi mano entre la suya viendo temerosa a cada persona que se cruza, especialmente a los varones, pero entre su agitada respiración, el exceso bombeo de su corazón y sus constantes movimientos por impedir cualquier tipo de contacto, roces de su cuerpo me provocan cierta inquietud y nerviosismo al grado de retener el aliento.
Cuando su contacto se dispersa me permito respirar avergonzado y confuso por lo que acaba de ocurrir. Visualizo a la pelinegra denotando un ligero temblor de cuerpo, sus manos se cierran en puño momentáneamente y antes de darme cuenta se encuentra contra el piso vomitando sangre. Su cuerpo se agita como el zumbido de una abeja contorsionándose producto de más arcadas en lo que su pecho violento sube y baja. Lágrimas se deslizan por sus mejillas en lo que corro su cabello a un lado, acaricio su espalda en un intento de calmarla viéndola vomitar nuevamente.
Limpio su rostro antes de tomarla en brazos con el fin de alejarla de la sangre coagulada que ha expulsado su organismo, me muevo evitando el menor contacto en un intento de evitar su malestar, el castaño me ayuda para buscar un lugar para descansar encontrando no muy lejos un extenso parque. Para cuando tomamos asiento bajo la sombra de un árbol Akemi parece estar más tranquila y por consiguiente ambos, tanto Drake como yo nos relajamos.
—Mamá parece dormida.
AKEMI
Duele, el pecho duele, molesta la intensa luz, las voces son altos murmullos inentendibles y el pecho duele cada vez más. Duele cuando presionan, intentar moverme incrementa la molestia y se instala incluso en mis piernas, el aroma de mi propia sangre inunda mis fosas nasales mezclado con alcohol y medicamentos, el dolor, los sonidos, mi visión borrosa y como todo se desvanece...
Respiro agitada con el dolor palpable en las ahora cicatrices, bajo mi tacto un colchón, el techo de color crema; la molestia desiste, dudosa miro mi entorno tomando asiento al no reconocer nada buscándolo con la mirada.
—Volverá, dijo que debía salir -escucho al crío sin intenciones de voltear a verlo trayéndome recuerdos.
Siempre evite verlo, al menos es lo que recuerdo, su presencia no me es grata, pero su estadía en la habitación impedía que él se acercara, lo notaba en su mirada, sabía que cuando se marchara actuaría y así ocurría; no obstante, su presencia me desagrada, no me es posible explicar el por qué con exactitud.
El tiempo transcurre con suma lentitud, el silencio se vuelve abrumador, el miedo comienza a apoderarse de mí mientras mi mente juega mezclando recuerdos con realidad. Un sobresalto me provoca el repentino sonido de la puerta al abrirse, abrumada levanto la mirada suspirando en cuanto veo al dueño del par de ojos azul oscuro.
—Debemos irnos, aquí no esta lo que buscamos. Por la mañana vamos por un trozo de carne y nos marchamos.
Llegada la noche lo veo acomodar al crío en la cama siguiendo sus pasos con la mirada perdiéndolo cuando ingresa al baño, cuando sale su cabello húmedo se distingue más oscuro, sus ojos por el contrario parecen brillar en la oscuridad. La noche transcurre mientras mi vista no se retira de su apacible rostro, su tez blanca en contraste con la ropa oscura que utiliza. Me pierdo admirándolo, denotando como con lentitud la habitación se va iluminando y sus ojos se abren ante el nuevo día.
★★★
Busco el cielo descubriendo tan solo fragmentos de luz que logran pasar entre ramas y hojas de los voluminosos árboles, el paisaje es hermoso, el verde en la superficie, el verde suave que acaricia cada paso que damos, el brillo que evoca la luz solar y la oscuridad en aquellos sectores donde la luz no logra llegar. La leve brisa del aire que agita hojas creando sonidos como silbidos que se entremezclan con los cantares de aves. La emoción embriaga mi cuerpo a cada paso que doy, se elevan las comisuras de mis labios y mi cabello se agita.
Permanezco de pie aun en la pausa incapaz de resistirme a merodear por el bosque, veo a Zia quien igual voltea para verme en lo que el crío se alimenta de las bolsas, al desviar la mirada para ver mi entorno opto por seguir, acariciando la naturaleza que me rodea, disfrutando de lo que ahora sí parece libertad. Cuando un dulce aroma se presenta la curiosidad me pica, volteo hacia atrás, aun logro distinguirlos entre la maleza, por lo que prosigo, sonriendo cuando un árbol distinto se presenta. Su tronco es más delgado, suave, blanquecino, sus hojas pequeñas de un verde claro y adornando su majestuosidad el origen de aquel dulzón, flores blancas lo cubren.
Tras avanzar, más árboles de aquellos decoran el lugar perfumando a cada paso, en la lejanía una silueta se presenta. Nada en aquella persona se distingue, su ropa, su rostro, tan solo penumbra, misma que se acerca con velocidad. Doy lentos pasos hacia atrás, un fragmento de luz irradia sobre su castaño cabello provocándome caer de bruces al suelo cuando su rostro finalmente se ilumina y terror invade mi cuerpo.
Lágrimas descienden por mis mejillas, mis manos tiemblan, mi cuerpo se inmoviliza, todo en mi sistema grita, huir es lo que más deseo, pero parezco petrificada en lo que él se acerca.
—Muerto, está muerto, está muerto -repito una y otra vez en un intento de convencerme de ello mientras su rostro desvanece cada vez más centímetros entre nosotros.
Doy un respingo soltando un grito antes de sollozar, al abrir los ojos el par de ojos azul oscuro se encuentra frente a mí.
Prosigo aún algo agobiada por lo ocurrido, mi mano sostiene la suya incapaz de seguir nuevamente sola, incapaz de soltarme de la seguridad que me evoca hasta que un leve apretón me alerta. Levanto la mirada, pero él mira más allá a mi izquierda, con cautela y su penetrante mirada me coloca a su derecha, confusa intento visualizar lo que observa en lo que el niño olfatea.
—Drake sube al árbol.
Su voz se muestra exigente, sus ojos parecen oscurecerse casi perdiéndose con el negro de su pupila.
—Por ningún motivo bajes de ahí.
Confusa y asustada lo miro, mi corazón palpita con frenesí ante su repentino cambio, mi mano se libera de su suave contacto viéndolo desenvainar para acto seguido perderse ante la velocidad ejercida.
El miedo sucumbe una vez más mi cuerpo al distinguirlo luchar contra un grupo de canes de pelaje oscuro, mientras su cuerpo se mueve con destreza y el mío da algunos pasos hacia atrás con temor. Mi visión se torna borrosa, aun así, logro escuchar y ver más allá como otros se acercan, mi cuerpo vibra estática en mi sitio incapaz de despegar mi vista de aquellos que andan en nuestra dirección. Mi miedo a aquellos seres es latente reflejado en una lágrima que se desliza por mi mejilla, así como en mis manos temblorosas, al igual que el deseo que no se desvanece. Miro a aquellos que a cada segundo acortan la distancia y como si mi cuerpo tuviera vida propia comienza a andar, pasos cortos, pero seguros.
Cierto éxtasis me abruma, cuando todo parece como debe, cuando furiosos y dispuestos se acercan a mi anatomía, mi cuerpo cae, todo parece transcurrir lentamente, por milisegundos el cielo azul se posa sobre mí, al otro se encuentra sobre mí. Confusa miro su silueta para luego enfocarme en su rostro, su neutra expresión, su mirada denota determinación, soy consciente de lo que ocurre cuando percibo su cuerpo bajar levemente para posteriormente verlo tensarse impidiéndose a sí mismo caer. Lágrimas se acumulan en mis ojos ante el sonido desgarrador y una imagen se sobreexpone a la suya.
NARRADOR
En el bosque Mahan, frondoso como ninguno una pequeña de lacia cabellera brinca con la mirada en la tierra, sus labios pequeños, pero carnosos se fruncen en un puchero, aburrida. Al levantar la mirada su padre charla con el alfa, a su alrededor jóvenes los acompañan, pero ninguno parece tener intenciones de jugar con ella. Otro puchero decora su rostro seguido de una sonrisa dirigida al joven que ha volteado a verla, cuando la desvía suspira. La imagen del campo invade su mente, recorre con la mirada a cada uno de los presentes y aprovecha su distracción para desviarse del camino.
En el momento en que otro joven voltea para visualizarla su repentina ausencia lo perturba. Observa su entorno en busca de ella quizás entre los árboles, al no encontrar pista alguna llama la atención de uno de sus compañeros hasta que entre todos con cautela de no llamar la atención de sus superiores buscan entre los alrededores con la mirada, solo entonces todos se alarman mencionando ahora si su ausencia.
Mientras tanto, entre brincos y sonrisas la niña se acerca al campo de flores canturreando. Selecciona flores creando un ramo que llevar a casa deteniéndose tras escuchar un crujido. Curiosa mira en dirección al sonido donde grandes dientes se dejan ver, temerosa, pero dudosa da unos pasos hacia atrás dando un respingo cuando furioso el lobo se lanza a correr en su dirección. El ramo cae de sus diminutas manos, en llanto corre lo más que sus piernas y esencia le permiten gritando por su padre.
Con la visión borrosa por el llanto tropieza, gira visualizando a los tres canes que iban tras ella acercándose con suma velocidad dejándola sin escapatoria, cuando están a nada de su diminuto cuerpo el sol sencillamente se apaga.
Abre los ojos encontrando a su padre como escudo sobre ella siendo el foco de los ataques, soportando hasta que los miembros del Clan de la Penumbra le quitan de encima a los intrusos. Para entonces, afectado por el ataque el alfa debe sostener al hombre impidiendo que inconsciente se derrumbe sobre la pequeña.
★★★
—Drake sube al árbol -ordena, atrayendo a la pelinegra hacía su derecha por detrás de él. —Por ningún motivo bajes de ahí -exclama imponente soltando la mano de la chica, su vista fija en los canes que fúricos corren en su dirección con gruñidos y ojos que se desvían de tanto en tanto hacía el menor. Desenvaina a pasos seguros precipitándose al ataque con el único fin de protegerlos, pues los canes tras percibir la esencia híbrida del menor se mostraron inconformes con su naturaleza, atacando con el propósito de ejecutarlo.
Centrado en la batalla otorga el tiempo suficiente para que el castaño se resguarde a la altura de los árboles mientras la fémina con mirada perdida mira más allá donde más lobos andan hacía ellos. Con ojos curiosos y asustados el par de iris blanco observan el enfrentamiento con ambas manos apoyadas contra el tronco que lo resguarda, el miedo a flor de piel viendo de primera mano un duelo a muerte, la agresión de los de su especie, la destreza en el príncipe, sobresaltos ante el temor de perderlo.
Pisadas más a su derecha llaman su atención, su madre avanza a pasos seguros, con temblores atacando su cuerpo, pero firmes después de todo, con extrañeza la observa, sujetándose fuertemente cuando sonidos producen sobresaltos en su pequeño cuerpo, cuando escucha algo más allá desvía su mirada, su expresión es de total terror tras apreciar otro grupo correr a gran velocidad en su dirección. Sus labios se despejan agitándose su respiración, sus manos nerviosas se mueven, desea bajar, desea llorar, el miedo se apodera de él hasta que finalmente sale su voz.
—¡Mamá!
El agónico grito del menor capta la atención del ojiazul, quien, pese a batallar con los canes observa lo que acontece a metros de él, como el cuerpo de la pelinegra avanza sin preámbulo distinguiendo más allá lo que se avecina. Entre la espada y la pared gruñe ante la situación, abrumado, impotente. Con destreza evita a quienes enfrentaba desplazándose con velocidad, un simple movimiento causa a la chica caer, una mano evita un golpe en su cabeza, así como su cuerpo se interpone sobre ella.
Por un breve lapso de segundos sus ojos conectan, el silencio los envuelve mientras realmente la tierra bajo ellos tiembla, sacudidas se generan, y la incomprensión se refleja en el par de orbes rojos que lo miran. Tras esos breves segundos todo se intensifica, Zia hace uso de toda su fuerza por sostenerse, por retener su cuerpo en su sitio impidiendo que descienda, cuando sin contemplación alguna su cuerpo es atacado con ferocidad por canes de aproximadamente dos metros de altura. Mantiene su expresión neutra, se traga el dolor que lo abrasa ante cada ataque a su persona, se mantiene firme, fuerte pese a la debilidad que lo va consumiendo. Mientras tanto bajo suyo, los orbes rojos se humedecen en un leve, pero agitado movimiento, en lo que sus fosas nasales se impregnan con la fragancia que proviene de la sangre del joven.
Por otro lado, en lo alto de un árbol un diminuto cuerpo lucha contra sus espasmos, débil lucha por sostenerse, sus manos deslizándose de vez en cuando incapaz de permanecer fuertes, su cuerpo descendiendo sobre la gran rama en la que se encuentra mientras sus ojos se humedecen empapando su rostro a su paso, sus labios no emiten palabra, temblorosos, temerosos como si su voz hubiese sido apagada. El dolor en su pecho es inmenso, desgarrador lo que sus extravagantes ojos contemplan desde su posición, cuando su llanto es capaz de generar sonido grita angustiado, grita mientras todo él se agita nublándosele la vista, grita lo que al parecer nadie escucha.
—¡Papá!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top