San-juu hachi | 38.
Un trato indirecto, inseguridad y la mudanza improvisada.
El auto se detuvo frente a una casa muy linda en aquel vecindario privado, y casi al instante, Osamu dejó caer la cabeza sobre el volante quedando sin fuerzas para enfrentar a su propia hija.
—Ven conmigo —pidió a su acompañante, quien negó enseguida recargando la cabeza sobre la ventana del copiloto.
—Lo esperaré aquí como habíamos quedado. No es necesario que entre a esa casa —sentenció.
Por la mañana, aunque al castaño aún le dolía la cabeza por todo el alcohol que tomó la noche anterior, se arregló y pidió el auto a su padre para ir en busca de su hija con el objetivo de pedirle disculpas por haberla asustado. Rai no figuraba nada ahí, pero se negó a quedarse en casa de los Tsushima expuesta a una nueva conversación acerca de cancelar su matrimonio.
Así que allí estaban, frente a la casa en la que él vivió unos años, cuando todavía eran una familia pequeña, pero a fin de cuentas, completa. Nada más ver la fachada, le traía recuerdos.
—Volveré en algunos minutos. —Se decidió, quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta para bajar.
A diferencia de la casa de sus padres, la vivienda no tenía más que unas verjas para delimitar el territorio. A simple vista podían verse dos autos en la pavimentada y había muchas flores por todo el jardín. Osamu avanzó entre medio de estos adornos hasta llegar a la puerta, que tocó con vacilación y cuidado, como si deseara que nadie saliera. De hecho, ignoró el timbre.
Infotunadamente, luego se escucharon unos pasos acercarse. Hatsuyo abrió la puerta sin cuidado y miró a su ex-marido con desdén notorio.
—Dejame hablar con mi hija —pidió enseguida.
Rogaba porque no le cerrara la puerta en la cara como todas aquellas veces en que intentó hacer lo mismo, solo que a diferencia de aquel tiempo, Satoko ya era consciente, con más edad, y no tardó en arribar a la puerta nada más escuchó que había visita.
—Papá —le llamó sorprendida antes de que la madre negara—. ¿Ya no estás enojado? —inquirió tímida después, poniendo los brazos detrás de su espalda y bajando la mirada hasta el suelo.
Shūji escuchó su propio corazón romperse.
—No, mi amor. Yo solo... —Guardó silencio, no sabía que excusa poner a aquella escena—. Siento mucho haberte asustado, vine a discúlparme por ello —confesó.
Satoko levantó la mirada, que estaba aún tímida, sin embargo, luego sonrió y le tomó de la mano.
—Ya lo hiciste, pero no te vayas todavía —dijo jalando de su brazo para meterlo a la casa—. Vamos a mi habitación, te mostraré todos mis juguetes. No debo perder está oportunidad.
A la mujer que todavía estaba presente, no le quedó más que hacerse aún lado y ver como Osamu era arrastrado, después dió la mirada hacia el auto y encontró otra pendiente de la situación dentro de él, pero sin más, cerró lentamente la puerta.
La pequeña le dió un recorrido por la casa de una planta hasta que llegaron a la habitación, y una vez ahí, lo sentó en su camita de princesa y le trajo todo lo que podía mostrarle. Mientras, Dazai pensaba en lo bonita que era la casa, muy diferente a cuando él vivía allí, ahora todo estaba llenó de lujos, que sí bien no lo pensaba de esa manera, cada artículo tenía su nombre, pues era de su dinero de donde salian todas esas cosas caras por la manutención que daba cada cierto tiempo. Por lo menos Satoko vivía cómoda, pensaba nada más.
—¿Rai no vino contigo? —se atrevió a preguntar la menor después, pero el otro negó mintiendo.
—Satoko, antes de traer a tu padre hasta aquí debiste invitarle algo de tomar. Se educada y ve —mandó la mujer desde la puerta. No le agradaba nada que su hija preguntara por la ex-mesera.
—Estoy bien, no es necesario... —interrumpió el mayor para detener a la nena.
—Por favor, Shūji, respeta la educación que le estoy dando —recriminó con cierta pesadez en la voz.
—Iré, que prefieres, ¿agua o té? —Sonrió la pequeña, pero se le notaba nerviosa.
—Agua está bien, cariño. Ve con cuidado. —Le dejó ir.
Se quedó sentado sobre la cama sintiéndose observado, pues Hatsuyo seguía ahí de pie junto a la puerta y sin decir nada. No quiso conectar miradas por lo incómodo que era nada más sentirla cerca, a ella... a la mujer que todavía amaba con su lindo corazón.
—Estuviste tomando ayer, ¿no? —Mas que preguntar, confirmó—. Ese mal hábito que tienes nunca se irá; solo espero que hayas dejado de fumar.
—Solo lo hago cuando estoy muy estresado —respondió bajito, sintiéndose intimidado de que ella le conociera tan bien.
—Bueno, a mi que me importa tu vida, de todas formas nunca cambiarás, así que en realidad no sé que buscas al intentar casarte de nuevo. Esa pobre muchacha no merece tener un marido que siempre ponga el trabajo por encima de su relación —mintió acerca de tenerle lastima a Rai, ella solo quería burlarse—. Y antes de que te vayas, te advierto sobre darle malos ejemplos a Satoko, que bastante tiene con lo que vio ayer. ¿Qué estabas pensando? Incluso lastimaste el brazo de la muchacha.
Dazai no era consciente de ello hasta que se lo dijo. Por su mente pasó entonces la escena y la manera en que él le había arrastrado cuando ella no tenía la culpa de su molestía.
—No fue intencionado, no me atrevería a lastimarla... Jamás te lastime a ti —aseguró con miedo, tocando el codo de su brazo izquierdo con la mano del derecho.
—¿De verdad crees que no lo harás? Sabes que eres una pesadilla cuando estás enfurecido. Estoy segura de que Rai no lo sabe —cínica se burló.
Si buscaba llenarlo de inseguridad, lo consiguió.
Una de las razones por las que Osamu nunca parecía molesto, era por esa misma razón. Si lo estaba, no lo hacía notar, sin embargo era diferente cuando no podía esconder el rostro más tiempo. Él simplemente explotaba y pobre del que estuviera cerca.
—Recapacita, Shūji...
Cuando escuchó eso muy cerca, no tuvo tiempo para sorprenderse. Hatsuyo de pronto estaba frente a su rostro y con una mano en su mentón le levantaba la mirada.
—No hagas enojar a tu madre, ustedes son más parecidos de lo que crees. Hazla feliz y vuelve a Tokio, ellos, Satoko y yo, todos te estamos esperando con los brazos abiertos —propuso indirecta, sonriendo con malicia cuando le vió apartar la mirada.
Sin saber que hacer, se levantó de un tirón de la cama deshaciéndose del toque, y como era mucho más alto, ella tuvo que mirar hacia arriba cuando quedaron muy cerca.
—¡El agua llegó! —Satoko entró a la habitación con un vaso de cristal en sus manos.
—Tardaste mucho, ¿tuviste algún problema? —inquirió el padre hacía su hija, yendo hasta ella para tomar el agua. Dió la espalda a la mujer y puso toda su atención a la menor.
Algunos minutos después, luego de despedirse, abandonó la casa y fue hasta el auto. Cuando entró en él, lo primero que notó fue que Rai estaba dormida sobre el asiento del copiloto, así que con cuidado suspiró llevándose las manos hasta el rostro. Su visita no había salido como esperaba, y pronto recordó las palabras de su ex-esposa que le hicieron tomar el brazo de su prometida con delicadeza y levantar la manga del suéter.
—Oh, dios... —murmuró verdaderamente asustado al comprobar que era cierto. Debajo de la muñeca, había una marca morada.
Viéndose desesperado, besó esa parte con delicadeza cuando se llevó el brazo hasta su boca, sin saber que por una de las ventanas de la casa, Hatsuyo le veía en ese estado.
Regresaron a Yokohama con más preocupaciones de las que se llevaron consigo.
Rai mintió a su adorada familia y recordaba en cámara lenta esos besos apasionados entre los dos cuando él no, teniéndole que esconder el recuerdo que dejó en su linda piel; mientras que Osamu fue puesto en un hilo de inseguridad y obligado a recordar sus imperfecciones que todavía le acompañaban, y seguro lo harían hasta el día de su muerte.
¡Grandes resultados conllevan grandes responsabilidades!
El auto de Dazai les esperaba en el estacionamiento de la estación, y en su camino a casa estuvieron todo el rato callados. El ambiente era deprimente, así había sido desde aquella pelea en el comedor y eran incapaces de arreglar el desperfecto por cuenta propia.
—Rai —llamó él cuando estacionó en el condominio de seis apartamentos, es decir, el lugar de ella—. Cuida de tu brazo, por favor.
Ella le miró confundida, pero asintió sin más. Por supuesto que estaba al tanto de la marca por el agarre brusco.
—Tambien... creo que es momento de que comencemos a vivir juntos. Nos casaremos pronto, pero mientras mejor nos conozcamos, mejor nos irá en las entrevistas con el juzgado por la custodia de Satoko —recomendó.
Dudó si decirle, porque estaba asustado de lastimarla por segunda ocasión, eso era suficiente para hacerle dar el paso hacia atrás, no obstante, a pesar de que su hija no valía el sufrimiento de Rai, si valía el arriesgarse a perder su casi perfecto autocontrol.
—Entonces que sea de una vez —aceptó valiente, y el castaño apretó el volante que todavía no soltaba—. Si vuelvo a mi casa en este momento, será más difícil dejarla, así que creo que esto es lo mejor.
Esas dos semanas los hicieron acostumbrarse a su presencia de manera mutua, así que para Rai era un tema de vida o muerte. Si se encerraba en su pequeño lugar ahora que no tenía trabajo, salir y verle sería duro después por la complejidad del matrimonio.
—Perfecto. —A pesar de la palabra que había escogido, no sonó como sí de verdad hubiera querido, sino temeroso.
—¿Está bien, Dazai-san? —cuestionó ella descubriendo su estado.
—Estoy nervioso, hace tiempo que no comparto mi lugar con nadie, pero me agrada la idea. —Era cierto lo que decía, pero mintió, eso no era la raíz de su malestar. De hecho empeoró en ese momento, al saber que tendría que ver a Rai todos los días y no tener la certeza de controlarse ahora que estaba inseguro de sí mismo.
Pobre hombre. De ser un increíble partido para las damas, terminó implorando simpatía muy dentro de su pecho. No era nada parecido al Osamu de las semanas anteriores, ese que decía: todo saldría bien porque ellos así lo deseaban. En ese estado, no podía ayudar a Rai si volvía a entrar en crisis, que lastimosamente, había probabilidades de que lo hiciera en el futuro.
—Mañana que tengo mi último día libre, encargaré de que lleven todas tus cosas al departamento, ahora solo quiero descansar y quiero que también lo hagas. —Encendió el auto tras decir—. Fue un viaje cansado.
La muchacha sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando el auto comenzó a avanzar nuevamente.
Si bien estaba decidida a afrontar su desición, el viaje como a Shūji también le había puesto insegura. Cuando conoció al mismo en el restaurante, le pareció un hombre que generaba lastima solo con verle, sin embargo, ahora, comprometidos, comprendía que lo señaló sin antes pensar. No estaban jugando a nada, aunque tampoco era como si lo pensara de esa forma, salvo que al principio poco parecía. El nuevo concepto acerca de Dazai Osamu era serio; un hombre del que desconocía casi todo.
Al llegar al edificio, subieron en el elevador hasta el piso en que ahora vivirían juntos. El castaño llevaba las maletas y Rai tenía puestas las manos sobre su bolsa cruzada. Al llegar al apartamento, fue ella quien abrió con su ahora propia tarjeta de acceso, y aunque quiso que él pasara primero por el equipaje, este le empujó suave.
Fue que comenzó a quitarse el calzado en el recibidor, procurando no ver el final del pasillo solitario por ese momento.
Mientras Dazai, al dejar las maletas justo ahí, se quitó los zapatos con velocidad, pero no sé adentró, sino que se mantuvo de pie un paso detrás de ella, observando como le temblaban las manos. Debido a esto, quiso darle ánimos, quiso decirle que no se preocupara, sin embargo, las palabras no salieron. Por último intento, casi coloca una de sus manos sobre su cabeza en forma de caricia, pero al saber que no estaban en público eso era innecesario, por lo que solo desvió la mirada y pronunció:
—Bienvenida a casa, Rai.
Público este y al rato se lo dedico a quien le toca, luego también contesto cometarios atrasados, así que no se asusten si ven muchas notificaciones mías.
¡Gracias por leer!
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