San-juu | 30.

Miyazaki, el guía Ferdinando y los padres de Rai.

La siguiente semana arribó a sus vidas como rayo. Las llamadas por las tardes durante seis días sirvieron, por supuesto, ahora se conocían solo un poco mediante datos importantes y otros tanto irrelevantes por si las dudas, y esa madrugada del lunes, tomaron un tren hasta Miyazaki pidiendo que todo saliera como lo habían planeado.

Si bien la familia de Rai estaba al pendiente de aquel día por la visita que su misma hija había programado con su prometido y por otro acontecimiento más importante, no tenían idea de que fueran a llegar cierta hora como los viajantes se habían dicho. Partieron a las 4 de la madrugada, por lo que ocho horas y algunos minutos de camino les dejarían en la estación cerca de la una de la tarde.

Meticulosamente planeado entonces, en el camino en su asiento para dos, Osamu se entretuvo un poco con su móvil y otro poco observando el paisaje cuando amaneció; sin embargo, de Rai no podíamos decir lo mismo, debido a que nada más el transporte tomó marcha, su cabeza cayó directamente al hombro del mayor cuando logró quedarse dormida con la facilidad que siempre tenía. Gracias a esto, el mayor también pudo pegar el ojo unas horas, creando entre los dos una tierna escena, ya que recargaron sus cabezas una a la otra para darse soporte, esto, claro, sin que la muchacha lo notara.

Para cuando llegaron a la estación dentro del parámetro establecido, Osamu despertó con cuidado a Rai y juntos bajaron con sus respectivas maletas.

—Vayamos a ver al módulo de taxis cerca... —Tomando su maleta al sacarle las rueditas, el hombre de negocios intentó ir a donde mencionaba, pero solo señaló, la joven comenzó a estirarse con pereza e interrumpió.

—No, iremos en autobús —sentenció contenta de estar en su natal cuidad.

—¿Cómo? Pero llevamos las maletas. —Hizo evidente el dato, aunque de igual manera, se abstuvo de ir al módulo.

—Conozco el camino a casa, se donde tomar el autobús, donde bajarme y por que calles andar. Las maletas no serán un estorbo —explicó un tanto orgullosa. No podía saber nada de Yokohama más que el camino de su apartamento al trabajo, del trabajo a la facultad y viceversa, pero sí de Miyazaki por mucho que en su juventud poco saliera a pasear por placer propio.

—Te dejo el trabajo entonces —aceptó después. También entendía que para Rai no sería agradable ir en taxi, suponía que quería ver todo con sus ojos y recordar algunas anécdotas de su vida allí.

Lo siguiente que hicieron fue encontrar la parada del autobús con Rai de guía, quien se veía radiante, tomándolo así veinte minutos después de esperar junto a otras personas que los observaban extrañamente. Dazai tenía la culpa, porque se veía extremadamente apuesto e inalcanzable con ese atuendo que para él era contaba como casual: pantalones blancos, camisa azul marino de botones, una gabardina gris encima y zapatos negros. Nadie allí estaba acostumbrado a toparse a alguien parecido, si no era el lugar uno caro o en los hoteles siendo estos turistas, por lo que verlo en el autobús fue sorpresivo para algunos pasajeros.

Afortunadamente, Rai no notó esto último, pues veía por el cristal las partes de la cuidad que reconocía al instante.

<<Maldita plaza... >>, fue inesperado el hecho, la joven no recordaba la ruta del autobús con precisión, por ello, cuando tuvo dicho lugar frente a sus ojos, recordó que ese fue el último lugar que visitó con su ex-novio, Kosei, un día antes de enterarse de su vil engaño.

—La última vez que visité la cuidad, no tuve tiempo para conocerla —mencionó el castaño con la vista en la misma plaza, haciéndole a ella apartar la mirada— Ahora te tengo de guía, Rai. Hay que divertirnos al menos. —Sonrió amable después.

Por lo menos Dazai no era un aguafiestas como lo era ella actualmente.

Minutos después, Rai pidió la parada al conductor y bajaron en un lugar residencial, es decir, no se veía nada turístico cerca, solo casas y todas ellas tradicionales. Así pues, la muchacha volvió a guiarle por las calles; recorrieron algunas cuadras mientras un cachorro los encontró en alguna parte del camino y comenzó a seguirlos, animal a los que Dazai les tenía cero amor, no obstante, no era grosero y simplemente le dejó seguirlos hasta arribar a una casa de cerca de madera blanca y baja, con un bonito jardín en el espacioso patio delantero.

—¡Llegamos! —celebró la menor volviendo a estirarse antes de abrir la puerta de la verja y pasar con el mayor siguiéndole.

—Oh, no, amigo, tú no puedes pasar —advirtió Osamu al perro cuando estuvo a punto de volver a cerrar, pero el canino solo le vió con la lengua de fuera y moviendo la cola rápidamente.

—¡Rai, cariño! —alguien más llamó totalmente emocionada, y cuando menos lo espero la hija, ya estaba en brazos de su madre siendo asfixiada por tal abrazo fuerte—. No me dijiste a que hora llegarían, si lo hubieras hecho habríamos ido a recogerlos a la estación.

—Esta bien, mamá, quería sorprenderlos —confesó apenada. Por lo menos había funcionado.

—Me alegra tanto que estés de visita, las llamadas no son suficientes. —Casi se pone a llorar viendo que su pequeña había crecido tanto, es decir, solo unos centímetros de altura no eran suficiente, pero para una madre era un paso gigante, además, pronto vió al hombre detrás de ella—. ¡Ah, usted! Que gusto conocerlo en persona.

—El gusto es mío... —respondió el castaño y por inercia levantó la mano, sin embargo, Yashiro le atrapó en un abrazo maternal. Le sorprendió de primeras, pero luego con ganas también se lo devolvió al ver que era bastante cariñosa y energética, algo muy diferente a su hija.

La mujer tenía los cabellos platinados, pero no por su edad, sino por el tinte que su hija mayor le había puesto. Era casi de la misma estatura que Rai y se parecía mucho a ella.

—Tu padre llega más tarde del trabajo, me hubiera gustado que estuviera aquí en este momento, aunque ya tendrán tiempo de hablar —se dirigió a Rai y está asintió—. Pero pasen, adelante, debió ser un viaje cansado.

Con la invitación, Rai tomó de nuevo su maleta y avanzó por el caminó de piedritas decorativas; estaba acostumbrada al jardín, pues su madre siempre había visto porque este fuera bonito, salvo que para Dazai, era extraño estar entre tantas flores, incluso había un pequeño camino de agua que venía del patio trasero.

—Gracias... —Shūji también intentó avanzar, salvo que de pronto el perro de antes soltó un ladrido, cosa que le puso de los nervios, que estuvo a punto de correrlo por las malas de la entrada.

—¿Dónde habías estado, Ferdinando? Si desapareces, Yuji se pondrá triste —la mujer habló con el animal y le dejó pasar.

—¿Ferdinando? Debió ser cosa de Yuji. —Rió la tía de la menor y después llamó al canino para acariciarlo.

Dazai en cambio, levantó las cejas pensando en la coincidencia que acababa de suceder. Ferdinando, nombre que sonaba bastante raro en la lengua japonesa, los había seguido sin ellos saber que pertencia a la casa de Rai; fue como si el perro lo hubiera sabido y en vez de seguirlos, tal vez los estuvo guiando hasta allí.

—Adelante, estás en tu casa. —Le sacó de pensamientos la madre y él volvió a la tierra. No lo había notado, pero miraba con atención a Rai ahora que jugaba con el canino de colores pintos.

Volvió a repetir un "gracias", y los tres entraron a la casa, que también sorprendió bastante al mayor.

Si bien su madre, Tane, era tradicional en cuanto a ideología, la madre de Rai a diferencia lo era en cuanto a vida cotidiana.

La casa era grande, de madera oscura y los tatamis se extendían dentro de ella; las puertas corredizas y los muebles bajos como mesas, le hicieron pensar que estaba en una casa que solo en su niñez y adolescencia había visto, pues aún en Yokohama, le era difícil encontrar una vivienda parecida. ¡Incluso había un kotatsu!

Antes de llegar a la sala, Rai pidió su maleta a Osamu para llevarla a su antigua habitación que todavía no era desocupada de sus pertenencias. Está se encontraba derecho por el gran pasillo, y dentro de ella estaba todo bien recogido, que le dió un poco de nostalgia al entrar, salvo que decidió que no era el momento, y volvió a la sala, en donde Dazai ya estaba sentado sobre un cojín y escuchaba a su madre.

—Llamare a Yoshiko, dijo que le avisara cuando estuvieran aquí para traer a Yuji. Con su permiso. —Tomó el teléfono inalámbrico y salió de la habitación marcando un número.

—Y bien, ¿qué le parece? —preguntó la joven por la impresión de la casa. Muy en el fondo pensaba que no le agradaría al mayor por su ya conocido apartamento moderno.

—Me encanta, todo está llenó de paz —confesó rápidamente.

Rai suspiró agradecida por el hecho y tomó asiento sobre otro cojín muy cerca. Si era que no querían ser descubiertos... ¡Había llegado la hora de comenzar con la actuación!

—Nos conocemos hace un año, nos comprometimos porque nos amamos y tienes mala memoria para recordar pequeños detalles —recordó al castaño en un discurso casi audible y este asintió convencido de ello.

Cuando su madre volvió, lo hizo con las manos en la espalda y una sonrisa cómplice, Rai lo notó, pero Osamu no, y cuando se acercó hasta estar frente a ella, mostró una cajita larga envuelta en un bonito adorno de papel color azul turquesa, entonces dijo:

—¡Feliz cumpleaños, cariño!

Sorprendido, era decir poco. Shūji observó el regalo con los ojos bien abiertos, y luego la manera en como Rai lo recibía con felicidad al levantarse para darle un gran abrazo a su madre.

—¿¡Es tu cumpleaños!? —exclamó sin pensar un poco.

A continuación, la cumpleañera volteó a verlo con una sonrisa macabra mientras marcaba el movimiento. Fue como una película de terror.

—Si, ya lo sabías, querido. —Eso sonó tan falso, pero no podían culparla, eso fue algo imprevisto.

—¡Ah! ¡Sí, sí! Que des-despistado soy, por el viaje lo-lo olvidé —justificó riendo nervioso.

No lo sabía, pero por supuesto que Rai se lo había mencionado en las llamadas, pero justo en ese momento, alguien tocó su puerta y lo escuchó en segundo plano. No pudieron evitar la mirada extraña que les dió Yashiro.

—Está bien, Dazai-san, Rai me dijo que eres un poco distraído, pero fue eso lo que les llevó a conocerse —aportó la madre volviendo a sonreír como antes.

—Sí, yo perdí mi tarjeta de crédito.

Después de lo que dijo Osamu, los tres rieron como si fuera un gran chiste, pero a diferencia de Yashiro, ellos reían falsos y nerviosos.

—Bueno, iba a darte el regalo cuando tu hermana llegara, pero dijo que no podría hacerlo hasta entrada la noche. ¿Te parece si celebramos a esa hora? —preguntó.

—Claro, por mi no hay problema, esperemos por ellos entonces —respondió emocionada y volvió a sentarse en el cojín.

Yashiro tomó asiento después casi frente a ellos, y por consecuente, se vino la ola de preguntas acerca de su relación y repentino compromiso.
Osamu y Rai estuvieron contestando lo más coherente posible, sin embargo, era muy diferente a lo que habían pensando que sucedería. Las cuestiones de la madre eran difíciles y un tanto entrometidas, por lo que se vieron extremadamente nerviosos y muchas veces no sabían que responder o quién debía responder. Aún con un milagro cuando la mujer recordó que no les había ofrecido nada para tomar por la emoción de su llegada, no pudieron mejorar su situación.

—Si, creo que ya lo había mencionado por teléfono, queremos casarnos porque creemos que es un buen momento para comenzar a... —estaba diciendo la joven, en realidad no sabía a qué quería llegar, y por fortuna, fue interrumpida.

—¡Estoy en casa! —avisó el padre cuando arribó.

—Estamos aquí —Yashiro se levantó para recibirlo, al mismo tiempo en que Rai y Osamu también lo hacían.

La llegada del mayor puso nervioso demás al castaño, antes bien, les había librado del interrogatorio con la madre y le agradecía mucho por ello.

—Mi pequeña, estás en casa por fin. —De está manera recibió a Rai, no le costó nada acercarse para abrazarla con cariño y suavidad a diferencia de su esposa.

Era un hombre mayor con algunas canas en su negra cabellera y llevaba el informe de una empresa. Era alto y por lo que notó Dazai, cuando joven seguro fue muy apuesto. Él no compartía mucho de su aspecto con su prometida a diferencia de la progenitora.

—Buenas tardes, señor —saludó Osamu cuando el padre de familia le miró fijamente y receloso.

—Así que tú eres el prometido de mi linda, pequeña y adorada hija. —Celosas, no había otra definición para las palabras que había soltado.

—U-un gusto... —tartamudeó. El hombre era intimidante.

Luego de ello se dieron la mano, agarre que el padre apretó un poco demás, y a su lado, Rai se avergonzó conociendo de antemano su comportamiento...

¡Ahhh! Que buena onda resultaron ser los padres de Rai. ¿Qué creen que sucederá después? ¿Les gustó la interacción con ellos?

PD: no he contestado sus comentarios del capítulo a anterior, cuando tenga tiempo voy a enfadarlos con mis respuestas jsjsjs.

¡gracias por leer!

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