Nana-juu san | 73
Un regalo de navidad, una petición por amor y desconocidos en aprietos.
La víspera adornó el centro de Miyazaki por el que Rai y Yashiro caminaban realizando las últimas compras de emergencia. Al final faltó el regalo para la abuela y los ingredientes para la cena estaban incompletos por haberlos utilizados entre semana.
—¿Debería comprarle otro regalo a Yuji? —indagó la madre cuando se situaron frente a la puerta de cristal de una jugueteria.
La joven subió la mirada hasta el letrero lleno de colores y sonrió de lado. Ella ya le había comprado su regalo a Yuji, pero estar frente a la tienda le hizo acordarse de Satoko y de todas aquellas veces en que entró en una estancia similar en su compañía.
—Creo que entre más regalos, es mejor —apoyó la idea, pensando en lo emocionada que estaría su sobrina con tanta caja adornada bajo el árbol festivo.
Entraron a la tienda y se pasearon algunos minutos, luego encontraron el regalo de Yuji, después de todo, el que deseaba esa noche y estaba en su carta para Santa ya se encontraba en casa y no les fue difícil elegir entre toda esa gente que de igual manera hacía compras a última hora.
—Esto le gustaría mucho a Satoko —soltó inconsciente frente a una caja de juego interactivo, una donde les daba la facilidad a los niños de crear sus propios dulces de caramelo.
—Compralo para ella —fácil, respondió la madre revisando otras cajas similares, que cuando la muchacha le miró intentando decir algo, no pudo porque se alejó en el pasillo.
Rai sonrió de lado, miró hacia otra parte, y como si fuese una complicada desición, tomó el cartón entre sus manos para avanzar hasta la mujer que seguía su camino hacia la caja de pago.
<<No puedo entregárselo... >>, pensó deprimida, aunque ciertamente llevar el regalo con esa intención le hacía feliz, porque de solo pensar en su reacción... Ella deseaba verle sonreír, a esas alturas no importaba cómo, si era con su madre o con su padre.
Mas tarde, en casa, a pesar del clima helado Rai se sentó sobre la madera del pasillo cerca de la puerta que daba al patio trasero; la bufanda le cubría la boca, el suéter sus manos, y dentro la familia ya estaba reunida en esa noche buena. La luz de adentro le iluminaba la espalda mientras de poco a poco el cielo se oscurecia.
—Rai —llamó su madre desde el umbral. Llevaba en la mano un papel y su rostro mostraba cierta amabilidad—. Llegó una carta para ti. Es del abogado de Dazai-san.
La muchacha vista desde atrás no pareció tener reacción alguna por la noticia, sin embargo, su mirada se perdió en el patio reflejando miedo.
—Siento no habértelo dicho —susurró. Aun si los días habían corrido y el hombre de negocios fue el que hizo a la mujer consciente del problema, Rai no tuvo el valor para hablarlo.
—Está bien, no me siento mal porque no me hablaste con la verdad, lo importante es que viniste a casa en busca de ayuda indirecta y siempre estaré para ti —apoyó enseguida acercándose. Se sentó junto a ella y luego extendió la carta blanca.
Rai la tomó con las manos temblorosas, la mantuvo un momento, y después se hizo a tarea de abrirla rompiendo el sobre por un lado. Obtuvo el documento y se lo llevó cerca del rostro por la falta del luz.
Petición de divorcio. Decía con claridad la notificación.
Cuando terminó de leerlo, bajó las manos, aflojó el agarre y el papel cayó con lentitud fuera de su rango. Luego se talló los ojos con molestia con una mano y la otra apretó su suéter.
Yashiro se mantuvo en silencio y mirando hacia el frente, a pesar de que la escuchó sollozar. La mujer siempre fue así, y ello le hacía bien a la hija porque no le gustaba sentirse presionada.
—Iré —dijo con claridad—. Dazai-san está aquí y quiere que vaya a firmar el divorcio. Solo... iré —decidió.
Estaba sufriendo, no cabía duda, pero ello no le imposibilitaba tomar la decisión que tarde o temprano tendría que elegir. Para acabar con todo eso que nunca debió comenzar, iría a plantarle cara al hombre, mostrándole que debía irse por el bien de los dos.
—La primera vez que los ví juntos, Rai, supe que no estaban enamorados, que en realidad Satoko-chan los estaba uniendo. Te conozco como la palma de mi mano, no puedes engañar a una madre como yo —se halagó a sí misma algo que la joven ya comprendía—. Pero, después, en la boda y en su hogar, fue distinto.
¿Cuándo fue que Fujiwara Rai se enamoró de Dazai Osamu? La respuesta no era evidente, bien se podría decir que se enamoró al inicio, a la mitad, e incluso en el aparente final de su relación. En cuanto a Shūji era una situación similar, él sabía que la amaba y no se atrevía a decirlo por miedo al rechazo, como en aquella vez dentro de la noria; las palabras siempre se quedaban atoradas en su garganta.
Te amo. Era tan fácil y a la vez tan complicado solo expresarlo.
—No voy a ser la primera ni la última persona en morir por amor —Rai aceptó acomodándose la bufanda.
—Me hace tan feliz que te expreses de esa manera, aunque no debería —sonrió la mujer, tal como en la llamada donde le hizo saber que iba a casarse, aun si eso fue una mentira.
—También... siento no haberte dicho que me estaba casado por interés. Debí decirte que no deseaba volver a casa —se disculpó con vergüenza.
Debió decírselo, pensaban las dos estando de acuerdo, no obstante, el dato no dañó a la madre como la hija estaba esperando, en cambio, sonrió con cariño para después envolverla entre sus brazos en un apretón lleno de amor incondicional.
—Debo disculparme también. No noté la presión que ejercía en ti en cada llamaba y no pude percatarme de tu deseo. Decir que debiste habermelo dicho en reprimenda no me queda, porque a fin de cuentas fue tu desición y yo no puedo oponerme a ellas. —Le acarició el cabello con delicadeza—. Ahora, Rai, no pienses en lo que puedo decir o no, tampoco alguien más en familia que se sienta con el derecho; has estado sobreviviendo por ti misma y toca seguir por el mismo camino. Lo que tú decidas es algo que aceptaré y apoyaré, porque eres mi hija y no importa si caes, te levantaré las veces que sea necesario.
Le daba fuerzas con su maternal discurso; le daba la seguridad que necesitaba para seguir avanzando y no iba a desperdiciar tal motivación. No era la primera vez que actuaba por su cuenta en pos de su mismo bien, Fujiwara Rai podía volver a levantarse, tal como dijo su madre, las veces que fueran necesarias para mostrarle al mundo que nada podía detenerle.
No importaba la fecha, ese veinticinco de diciembre Rai se presentó puntual en la extensión de oficinas que tenía Fukuzawa Yukichi en esa misma cuidad. La secretaria le invitó a pasar para que ocupara lugar en los asientos de la sala de espera, ya que al parecer todavía no estaba listo el papeleo de emergencia por el poco tiempo que les habían dejado para elaborarlos; prácticamente fue de un día para otro, pero ello no le impidió al abogado realizar su trabajo.
Entonces, acabando de negarse con gentileza al café que le ofreció la secretaria amable, alguien más entró en la estancia de losetas azulinas y paredes cian.
—Buenos días.
Se acercó nervioso el hombre hasta la recepción, sin notar como Rai desviaba la mirada enseguida con incomodidad, de igual forma, a pesar de que ella estaba presente no muy lejos esperando, este no la notó por lo distraído que se encontraba.
—Buen día, usted debe ser Tsushima Shūji, ¿me equivoco? —se dirigió a él como antes lo había hecho con la mucha y al otro no le quedó más que asentir—. El abogado dijo que lo lamenta mucho, sus documentos todavía no están listos, si pudiesen esperar algunos minutos más...
La de uniforme de falda beige siguió hablando, pero Osamu se quedó en el "si pudiesen", pues le hizo pasear la mirada enseguida, encontrando a Rai esperando con el celular en la mano. Su frente sudó, la garganta se le resecó y todo lo que pudo hacer fue volver a mirar a la señorita detrás del mostrador.
—... Le avisaré cuando puedan pasar a la oficina para comenzar con el trámite —terminó sonriendo y señaló la sala de espera, algo que este no escuchó, pero comprendió, y para no quedar más como un estúpido solo caminó a donde le indicaba.
Los pasos fueron pesados, el cuerpo en traje caro le pasó por enfrente, y aun así la joven casada no le miró. Después, él se sentó a tres lugares de distancia y miró hacia el frente, cómo si fuesen unos desconocidos. Cómo si nunca antes hubiesen compartido más que miradas.
Algunos segundos transcurrieron, en donde incluso la secretaria pudo sentir el ambiente tenso que se generó con los dos sin decirse una sola palabra.
En ese momento, el celular de Rai comenzó a vibrar entre sus manos, como una señal divina que le permitía escapar del martirio.
—Con permiso, volveré pronto —avisó a la de beige señalando su móvil con torpeza, y después de que ella asintiera y señalara restándole importancia, salió de las oficinas por la puerta de vidrio.
El clima estaba helado, mucho más que de madrugada cuando despertó para arreglarse, de modo que se acomodó el suéter y la bufanda antes de revisar la pantalla, en donde un número desconocido se plasmaba. No quiso atender al inicio, pero cuando colgaron y volvieron a insistir, presionó el botón verde y se llevó la bocina a su oído.
—¿Rai? —le nombraron nada más contestó.
El aire escapó de sus pulmones al reconocer la adorable voz del otro lado, pero nada de la característica tenía por ese momento, que enseguida preocupó a la mayor.
—Satoko, ¿estás bien? —Quisó saber, intentado resolver el misterio de su voz tan floja.
—No —respondió con sinceridad la chiquilla, dejándole sin palabras cuando la escuchó sollozar—. ¿Por qué papá no contesta el teléfono?
Que oportuno, justo cuando estaba por divorciarse de su padre, la princesa le llamaba siendo una completa casualidad, pues tenía sus razones, y por el momento iba a ignorar que la nena deseaba comunicarse con el mayor, ya que no lo veía bueno para la situación en que estaban atascados; aunque, por supuesto, la exmesera también estaba preocupada por su bienestar.
—¿Qué sucede? Puedes contarme, yo te escucharé, ¿bien? —Trató de escucharse comprensiva, pero los nervios le ganaban deseando saber el problema.
—Intenté esperar, p-pero ya no puedo... ni quiero... —comenzó, tratando de estar tranquila a pesar de su llanto, y ello era muy sorpresivo de su parte, alguien quien buscaba la menor oportunidad para hacer berrinche—. Ya no quiero estar con m-mamá... ¿No es navidad hoy?... Me compró muchos jueguetes y estaba feliz, pero cuando le pregunté si podía hablar con papá y Rai los rompió todos en sus cajas y los tiró a la basura...
Su vocecita se quebraba a cada palabra, y parecía no tener lógica ni sentido de sus oraciones, antes bien, Rai entendió perfectamente el mensaje.
—Es mala, t-todo este tiempo solo dijo cosas feas de Rai que no quería escuchar, y también sobre papá. Cuando le digo que no quiero escucharla, me lastima y castiga en el armario pequeño y oscuro...
Le contó y siguió haciéndolo, cada fechoría que la mujer le había hecho durante ese tiempo; Satoko no se guardó nada y tuvo el valor de expresarlo con claridad. Algo que sin duda hizo enrojecer del coraje a quien le escuchaba, apretando el aparato con fuerza de la impotencia que sentía a cada palabra.
—¿Cuánto más t-tengo que esperar? Quiero estar con ustedes, ya no me importa si no podemos estar juntos todos los días... S-solo quiero verlos...
A Rai se le llenaron las cuencas de lágrimas, apretó los labios para no sollozar y no respondió, porque no sabía que decirle. Estaba a un paso de olvidar a los Tsushima, de romper para siempre con ese compromiso, sin embargo la situación de la pequeña le dolía en el corazón.
Mientras Dazai y ella vivieron en paz, a la niña le tocó la peor parte siendo totalmente inocente. Ser consciente le mató la valentía de abandonarla.
—Un poco más. Solo espera un poco más, yo sé que eres fuerte... —comenzó a decirle, pero repentinamente la llamada se corto y le dejó únicamente acompañada del pitido en la línea.
Quiso gritar y lanzarse al suelo de ese estacionamiento para golpearlo, porque el coraje que le invadió fue sobre humano. No pudo soportarlo, porque no podía creer la maldad que albergaba Hatsuyo como para atormentar a su propia hija. ¡A su misma sangre!
Con todo ello, cuando estuvo más tranquila, volvió dentro de las oficinas.
—Tsushima-san, ya puede pasar, le están esperando —avisó la secretaria cuando la miró entrar.
—G-gracias —habló nerviosa al darse cuenta que Dazai ya no estaba más ahí.
Se adentró entonces en el lugar con las indicaciones de la señorita, y cuando tuvo de frente la puerta con una placa con el nombre del abogado, tardó un poco, no obstante, al final terminó por abrirla.
¡últimos capítulos!
¡Muchas gracias por leer!
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