Nana-juu roku | 76

Infelicidad, resignación y ceguera mutua.

La casa era grande, muy espaciosa solo para dos personas. Se veía desde afuera, pues la fachada era impresionante aunque solo fuese de un piso y el portón eléctrico tuviese la misión de esconder el patio delantero. El techado por las tardes dejaba ensombrecido el césped y por las noches lo iluminaba, al igual que dentro de la cochera donde el auto del dueño descansaba. Dentro, el recibidor era un poco más grande que el del apartamento y la sala se mostraba tal como si una enorme familia viviese en conjunto; la cocina y el comedor seguían estando relativos, pero en esta ocasión una muro los separaba y la mesa para seis era tranquila y elegante. En cuanto a las habitaciones, las cuatro puertas de ellas se extendían por el largo pasillo al final de la casa y una era más grande que las otras tres al ser la principal. Realmente no había mucho diferencia en cuanto a decorado, el gris y blanco se extendían haciendo la personalización escasa.

Tsushima Rai se pasaba los días viendo el reloj de la sala esperando a que los días terminaran, y cuando le visitaban tal como el hombre de negocios había pedido de favor, se mostraba agradecida y muy contenta, en especial cuando Ritsuko se presentaba para contarle las buenas nuevas, entre ellas, el sobre anaranjado que Kosei le había dado para ella, mismo que no deseó revisar y enseguida entregó al castaño para que se hiciese cargo.

Tanto Chuuya, como Fyódor, Ryōnosuke, Atsushi y rara vez Kyouka, le ayudaban a entretenerse, no importaba cómo; a base de pláticas, durante comidas y bebidas en el kiosco del patio trasero, a base de los videojuegos que siempre Osamu llevaría hacia todos lugares... sin embargo, lo curioso era que Rai no volvió a salir de casa y ello era preocupante para todos sus allegados.

Estoy bien... —respondía a cada pregunta, y más que tranquilizar al dueño, solo lo inquietaba más.

Mentía, por supuesto, y no comprendía la gravedad de sus acciones al creer que estaba actuando bien por mantener a raya sus deseos de amar y cuidar al hombre que también se encontraba perdido dentro de la misma casa.

Tanto ella como él, lucían como cascarones vacíos.

Dazai cumplió con su palabra, manteniéndose lejos de la joven y tratando de pasar el mayor tiempo posible fuera de su alcance, aunque él lo pensaba al revés. En realidad su persona debía tener fuera de alcance a su esposa para no dañarla más. También se pasaba los días pensando, tratando de generar argumentos que le dieran de nuevo la seguridad de ganar el caso de su preciada hija; así, no tenía mucho tiempo para preocuparse por su seguridad y el extravío de pertenencias se hizo más constante.

Todo reducido a trabajo, ignorancia y mentiras, de esa manera fue como llegó el día antes del juicio.

Por casualidad de aquel jueves, Ritsuko llegó a la casa de los Tushima cuando Chuuya y Fyódor abrían la puerta de la reja negra, e incapaz de volver por su camino ya que era uno largo y sobre todo deseaba ver a su mejor amiga en su único día de descanso por la semana, se acercó y entró junto con ellos al patio de la propiedad.

—Hola, un gusto verlos —saludó nerviosa a su gerente y al hombre pálido, los dos en ropas casuales.

—Buenas tardes, Ishinomori-san —devolvió el saludo el pelirrojo mientras cerraba la puerta.

—Hola, un gusto, eres la novia de Nikolai, ¿cierto? —amable, afirmó el ruso haciendo a la mujer enrojecerse de vergüenza, pero negó enseguida.

—N-no, no lo soy, solo somos amigos —contestó con la verdad, después de todo, su relación era complicada por las circunstancias en que los dos vivían.

—Ah, es terrible —se quejó el filólogo—. Nikolai solo habla de ti durante el trabajo, así que yo pensé... —se interrumpió y negó.

—Está bien, él está muy ocupado y debe hacerse responsable. —Bajó los hombros junto con la mirada.

Los separaba el trabajo, sus vidas personales, y más importante, los separaba la distancia al estar el ruso en su querido país, muy a diferencia del Dostoyevsky que no había vuelto a pisar su hogar desde tiempo atras.

Cuando estaban a punto de decir algo más, el sonido de la puerta de la casa siendo abierta llamó la atención de cada uno, y cuando vieron hacia el umbral, Rai se encontraba de pie lista para recibirlos.

—Vinieron juntos ahora, que sorpresa —se dirigió a los tres con una pequeña sonrisa y después los invitó a pasar.

El tono de su voz era amable y muy tranquilo, incluso, toda ella parecía relajada, aun así, los recién llegados sonrieron a medias y un poco nerviosos al saber que como siempre, estaba fingiendo alegría, y como al siguiente día era el juicio, era evidente que todos ahí estaban inquietos y más ella que estaba de primera mano involucrada.

Terminaron entrando a la casa y luego saliendo por la parte trasera al patio con dirección al kiosko que casi siempre utilizaban, ahí, los cuatro se sentaron frente a la mesita de vidrio.

—Traeré algo de beber —recordó enseguida la menor y se levantó no mucho después.

—Te ayudaré —Chuuya se apuntó levantándose también enseguida.

Sabiendo que aunque le dijera que estaba bien, el otro se negaría, dejó que le acompañara de nuevo dentro de la casa y avanzaron hasta la cocina entre comentarios cotidianos. Una vez entraron, ella corrió hasta el refrigerador para obtener de él una jarra de agua dulce, mientras el muchacho sacaba los vasos de los cajones.

—Rai, ¿estás bien? —inquirió el secretario cuando se quedaron en silencio.

La muchacha primero colocó la jarra sobre la barra justo en medio y respondió enseguida:

—Estoy bien.

Lo menos que deseaba el pelirrojo era incomodarla, pero de verdad deseaba que ella fuese sincera, porque si no lo era, no había manera de ayudarle. Rai no se abría con nadie, ni con Ritsuko y las llamadas con su madre dejaron de ser frecuentes. De un momento a otro se encontró sola, aunque no lo estaba.

—No te ves bien —murmuró sin permiso en contestación. No quiso decirlo, antes bien, ese fue su límite.

Chuuya no quería verla más en ese estado tan deprimente. Recordaba con facilidad la primera vez que Dazai le habló de ella diciendo que había aceptado cuidar a su hija, y luego de un momento a otro estaban comprometidos por interés. A él le pareció entonces una falsa mujer, a pesar de haberla tratado levemente al principio y pensado en el momento que era buena; luego le conoció mejor y el pensamiento de que la señorita Fujiwara era interesada desapareció en un instante, porque supo enseguida que lo último que quería era casarse con su jefe. Y era tan raro para su persona, porque luego encontró en el desastre que los dos estaban enamorados.

El Nakahara que estuvo viéndolos de cerca, era el más confundido de los espectadores.

—Lamento mucho preocuparlos, haciendo que vengan a verme cuando tienen cosas más importantes que hacer, pero de verdad estoy tratando de hacer lo mejor que puedo —aceptó la mujer en su mismo lugar dándole la espalda.

A eso se refería el muchacho, pues su voz paso de ser amable a parecer resignada.

—Venir a verte es importante para nosotros, creeme, ninguno está aquí a la fuerza. Solo queremos que estés bien... —habló enseguida para deshacer el malentendido—. Queremos que seas la Rai de antes —le dijo, de nuevo en un susurro, porque no quería decirlo en voz alta y con ello presionarla, sin embargo, esas palabras eran lo que cada visitante había querido decirle en su turno y ninguno tuvo el valor.

Rai enseguida pensó que eso era imposible, que mientras ese compromiso no terminara ella no volvería a ser como antes, y que lo más probable era que su escencia natural ya estuviese perdida. Con todo ello, aceptaba sentirse deprimida, pero no mentía al decir que estaba haciendo todo lo que estaba en sus manos para que todo saliera bien. Era evidente que la situación no le parecía pan comido y que algunos aspectos de ella no podía controlarlos como hubiera querido, porque su debilidad era más fuerte que su buena voluntad.

Se negaba a perder, por eso seguía insistiendo, aunque se dañara con cada paso.

—¿No lo estoy haciendo bien? —sollozó de repente, alarmando a su acompañante—. Chuuya-san, dime que lo estoy haciendo bien... Por favor...

—Por supuesto, lo estás haciendo bien, no tienes ni siquiera que preguntarlo —consoló el Nakahara, acercándose cuando ella colocó las manos abiertas sobre la barra y agachó la cabeza.

Necesitaba apoyo, y era muy egoísta decir que no le era suficiente con sus amigos. Rai necesitaba el apoyo directo de Osamu, ese mismo al que se acostumbró en los mejores momentos de su relación.

—No quiero llorar más, de verdad deseo seguir adelante, pero luego algo dentro mío me traiciona y me hace sentir como si no valiera nada —confesó, intentando no caer en lágrimas—. No quiero sentirme más así, porque en algún momento sé que no podré levantarme como antes y solo seré una carga para ustedes...

Estaba mal, Rai iba en picada, y el individuo escuchando detrás de la puerta lo sabía y lo odiaba, porque era el culpable de tenerla ahí muriendo poco a poco. La amaba con su vida, y sufría al no saber que hacer para arreglar el desorden que causó con su propuesta.

—Dazai, ¿estás escuchando a escondidas? —Lo descubrió el ruso y tuvo que alejarse de la superficie.

—Me atrapaste —soltó, tratando de hacerlo con gracia, pero sonó más amargo de lo que quiso.

—Ni siquiera has tratado de arreglar las cosas con ella, ¿me equivoco? —atacó, viéndose malhumorado por la inmadurez de su mejor amigo.

—No —respondió con la verdad, sin un apice de vergüenza.

La casa grande solo le había ayudado a esconderse mejor entre sus paredes; era su especialidad, exactamente huir de sus problemas y responsabilidades.

—Sabes mejor que yo, que en algún punto tienes que hacerte responsable de toda la carga que estás dejando caer en Rai. Mañana es el juicio, cómo piensas que ella se presentará si no le dices nada —reclamó. No era una mentira que le molestaba el actuar del menor, y que claro, estaba más interesado en el bienestar de la muchacha por el momento.

Shūji se llevó una mano hasta el bolsillo del traje, casi inconsciente de lo que buscaba, y al no encontrarlo, suspiró desviando más la mirada. Buscaba su cajetilla de cigarros.

—Hablaré con ella más tarde, lo prometo... —dijo sin salida—. Pero no sobre nuestra relación. Es mejor que ella se vaya cuando tenga la oportunidad, es lo que quiere y no soy quien para impedirlo y con ello volver a repetir los errores —advirtió, ciego y egoísta.

—Acaso, ¿no comprendes la situación?...

—Lo comprendo —interrumpió el menor de los dos. Luego le miró con cierta desesperación reflejada en su rostro—. Y no hay nada que pueda hacer, solo esperar, y quedarme aquí...

El ruso estuvo a punto de decirle que si seguía así, entonces la perdería para siempre. Entendía que no era fácil para ellos simplemente decir "te amo" y vivir felices por la eternidad, sin embargo, había todavía por hacer, no se había acabado y a él le molestaba que se rehusaran a verlo. No se lo dijo, porque además de ser ya suficiente, el pelirrojo y la muchacha salieron de la cocina con las manos ocupadas.

—Dazai... —pronunció confundido el secretario. No esperaba verlo ahí tan temprano.

—Chuuya, gracias por venir —agradeció al no saber que decirle.

Mientras, Rai miraba los vasos de vidrio en sus manos y luego la jarra en las del pelirrojo, todo con tal de no verlo a él, quien lo comprendió enseguida, se disculpó y terminó saliendo del comedor antes que ellos para esconderse en una de las habitaciones. Había llegado temprano, pero no significaba que iba a convivir con los invitados si su esposa estaba incómoda con su presencia.

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