Nana-juu ichi | 71
Sentimientos egoístas que pueden matar de sufrimiento.
Completamente sola por dos días, así había vivido la mujer casada en aquel departamento en el piso catorce. Lo único que pensaba era en Osamu y en dónde y cómo se encontraba. Por supuesto, le desebaba el bien desde su corazón.
—Mamá, que bueno que llamas —soltó al teléfono cuando tomó la llamada de ese inalámbrico de casa, fingiendo alegría y centradose en la mujer.
—¿Cómo estás? Ya casi pasan dos semanas de la última llamada, me estaba preguntando si ibas a llamar o tendría que hacerlo yo, y como ves, tuve que decidir. —Sonaba muy alegre de escuchar a su pequeña.
—Cómo lo siento, la semana pasada no tuve mucho tiempo libre y por la fechas terminé más cansada que nunca del trabajo —comentó diciendo la verdad, mas el límite era no hablarle sobre que ya estaba desempleada de nueva cuenta.
—Pero bueno, ¿cómo se encuentra Dazai-san? Seguro debe estar trabajando —concluyó la mayor enseguida.
Eran las tres de la tarde, como normalmente ocurría él estaría en el trabajo aún, sin embargo, cierto era que no lo estaba y Rai tampoco tenía idea de la situación.
—Uh... sí, está trabajando, pero él se encuentra muy bien —mintió, no queriendo ahondar más en el tema, de modo que cambió enseguida el tópico—. Y, ¿cómo están papá y tú?
—Renzo sigue siendo el mismo aguafiestas de la semana pasada y de siempre, ya lo conoces, y yo estoy bien, Yuji vino hace unos días a visitarme, así que estoy contenta —contó, y no necesitaba decirlo, Rai encontraba sinceridad en su voz.
Fue una conversación corta, solo para ponerse al día con las situaciones, pues tanto Rai como a su madre deseban paz en la familia, para en caso de que se presentara un inconveniente, poder solucionarlo enseguida, y a pesar de ello, la antes Fujiwara mintió.
Cuando colgó el teléfono soltó un resoplido, cansada de fingir que no pasaba nada con su estado de ánimo.
<<No debo mentirle a mamá... >>, se dijo, pensando en la primera vez que lo hizo cuando no estaba dispuesta a marcharse de Yokohama, y sin duda, no quería volver a repetir el estrés que le causó el hecho. Sin embargo, aun así no podía hablarle con la verdad, porque la mentira todavía estaba en pie y la ama de casa como toda su familia creían ciegamente en ella.
Después de la llamada no tuvo otra cosa que hacer, así que fue en dirección de la sala para ocupar asiento en el sillón para tres personas. Primero recargó la espalda en los cojines y el brazo en la esquina, y luego, inesperadamente sus codos se apoyaron en sus piernas y sus manos abiertas le cubrieron el rostro cuando se agachó parcialmente.
Había llorado, y mucho; se sentía traicionada y demás.
—Soy una tonta... —susurró contra sus manos con coraje.
Le dolía sentirse de esa manera y al mismo tiempo se sentía tan culpable de sus pensamientos. ¿Qué esperaba Rai de Osamu?, se hacía la pregunta una y otra vez, tratando de fijarse sobre suelo y no vacilar como cuando le negó el matrimonio la primera vez.
No debía actuar así, no como una mujer que hace drama por una traición, porque su trato justificaba cualquier atropello, así como lo hizo cuando ella por poco y escapa con Kosei. ¡Era la misma situación! Se regañaba como si hubiese cometido un crimen, al punto de querer chocarse contra la pared para recuperar su estabilidad, pero ello era imposible, ya que sabía el motivo por el cual se comportaba de esa manera, y no era algo tan complejo para no verlo con claridad.
El ruido de la puerta le hizo volver a la estancia, que levantó la cabeza como un resorte. Poco después, los pasos del recién llegado resonaron hasta que los escuchó detrás de ella, pues le daba la espalda y era incapaz de voltearse.
El silencio se volvió incómodo de repente, porque al parecer, nadie diría nada, no hasta que ella subió la mirada y se atrevió a cuestionarlo:
—¿Dónde estuvo estos días? —No trabó como esperaba, fue una pregunta firme, pero baja en tono y sonido.
—Con Fyódor —tardó unos segundos, pero al final contestó igual que ella, con el tono y sonido por los suelos.
Estaba bañado, peinado, y la ropa casual que le había prestado su mejor amigo le hacían ver ligero, no obstante, no se sentía así, sino muy, pero muy pesado.
—¿Es consiente de lo que hizo?
Los dos por igual sintieron la tensión aplastarles cuando ella indagó. Después de todo, no podían evitar lo inevitable, y que mejor que hacerlo de una vez para darle su debida importancia.
—Sí —respondió asertivo, sin mover un solo músculo en su lugar.
Rai solo quiso echarse a llorar por su respuesta, sumado a como se sentía minutos antes, no imaginó la reacción tan dramática que tendría al escucharlo aceptar sus acciones. Se llevó una mano a la boca y apretó la otra sobre la tela del sillón.
Osamu, aún de pie, escondió sus orbes al escucharle soltar un chillido lastimoso.
—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no pensó en las consecuencias? —Su voz quebrada inundó la habitación, esa misma que antes se había llenado de sus risas. En realidad, casi todo el departamento había sido testigo de lo linda que era Rai sonriendo.
—Debiste haberte ido cuando pudiste, ¿por qué me esperaste? —culpó, sí, le culpó con sus palabras de ser un hombre débil. No podía enfrentarla.
—Porque desde el inicio decidí quedarme. —No podía mentir en ese estado, así que fue sincera.
Le dolió, por supuesto, al castaño le dolió tanto que intentó huir enseguida dando la media vuelta para volver a abandonar su casa.
—No escape —Rai le pidió al escuchar el ruido de sus zapatos—. No me deje llorando y deme la cara. Afronte lo que ha causado durante este tiempo.
Su voz subió un poco de tono con la última oración, y Dazai ya al punto de soltar también las lágrimas, se armó de valor, y aún si ella seguía sentada de espaldas, él le dio la cara como estaba pidiendo, después se tomó con fuerza la camisa de vestir por la parte del estómago y se inclinó levemente al gritar:
—¡Yo no te pedí que te enamoraras de mi!
Cuando estuvo sobrio algunas horas antes, Fyódor le habló con la verdad haciéndole ver que no era el único que sentía amor en su relación, porque el podía verlo desde lejos y era notorio; "no dudes", le recomendó como su mejor amigo. Osamu estuvo muy feliz por algunos momentos, pero al recordar el conflicto maldijo cada sentimiento que compartían, porque gracias ello la necesidad de comportarse como un egoísta se hacía presente, causando con ello más daño en ella y él por igual.
La joven, quien había estado apretando los ojos, los abrió en grande al mismo tiempo en que su boca formaba un óvalo, aterrorizada de la verdad que le había mostrado solo con unas palabras.
—¡Esto no se trata de mis estúpidos sentimientos! —gritó de regreso—. ¡No sé trata del error que cometí... ! —susurró al final. Pensaban lo mismo acerca del error.
El hombre de negocios le observó entrar en crisis y se arrepintió de haber sido tan duro con sus palabras, pero ya no había nada que hacer. No podían hacer nada por salvar ese compromiso para dos, porque en primera, él castaño se encontraba perdido y no estaba en condición de actuar objetivamente, sino que tal como ella, estaba metiendo sus sentimientos a la fuerza en medio de todo ello, en especial los de culpa y asco por él mismo.
Por segunda vez, Osamu quiso marcharse para no seguir viendo más la escena de ella llorando desconsolada.
—¡Le he dicho que no trate de escapar!
Le detuvieron los nuevos gritos de la mujer, que se había levantado, dado la media vuelta para mostrarle como se sentía. Aunque ciertamente, el desastre exterior no era nada comparado con el interior.
—¿Qué sucede con Satoko? —refirió en cuanto le miró a los ojos—. Ella confiaba en usted... Confiaba en que mantendría su palabra de traerla a casa, y ahora... ¿¡Ahora quien le va a explicar que no puede ser posible!?
Paralizado por ese hecho que hasta ese momento había ignorado por voluntad, él sintió que podía morir justo ahí, que no le importaba perder la vida antes de ver a su pequeña decepcionada de lo débil que era. En muchas ocasiones Hatsuyo le había repetido que no era un hombre de fiar, y aún sabiendo el dato, se atrevió a hacer promesas vacías a las personas más importantes para él.
Ella siguió mirándole a los ojos, incapaz de retroceder como sus principios le decían.
—¡No me mires así! —pidió avergonzado de sí mismo—. No esperes una respuesta, no esperes a que haga algo bien... No esperes nada de mi, Rai. ¡Nunca debiste confiar en mí! —negó como un loco, esperando a que la muchacha se alejara por su cuenta.
Muy contrariado de lo que él deseaba, ella acortó la distancia casi empujando el sillón en su camino, y cuando lo tuvo de frente, evitó que él desviara la mirada.
—Que fácil es decirlo, así como le fue fácil pedirlo y tuve que creerlo —renegó apretando los puños a sus costados—. No es mentira si digo que pude haberme ido desde el comienzo, podría haberme resignado a volver con mi familia y justo ahora estaría en Miyazaki sin escuchar tanto ruido a cada hora del día; pude haber solucionado el problema de mis amigos si tan solo le hubiera pedido que hiciera su trabajo. Pero en vez de eso, me engañé diciendo que no podía hacerlo sola, que necesitaba ayuda, cuando en realidad quien la necesitaba era usted y yo deseaba ayudarle. Era increíble la lastima que sentía que no pude ver hacia otro lado para ignorar esa mirada triste y resignada que me mostraba cada vez que me sonreía. Pude haber cumplido mi sueño aún si avanzaba a paso de tortuga... ¡Y todo habiéndome ahorrado esto!
Le señaló con el afán de culpa, incapaz de detener su rabieta y siguió mostrándole como le dolía la decisión que había tomado al recibirlo en su vida.
—¡Quise ayudarle y usted me corrompió! Me condicionó y me hizo una mujer intranquila... Un individuo infeliz que vacila y ya no sabe que está buscando con tanto esmero. A pesar de ello, no se cómo sucedió... En algún momento dejé de sentir lastima y me enamoré de usted esperando que sintiera lo mismo por mi —confesó con sus propias palabras por fin, agachando la cabeza y aceptando con ello el dolor que le causaban esos sentimientos.
Osamu se despeinó el cabello, desesperado por decirle que él también sentía lo mismo y que detestaba como estaba sufriendo frente a sus ojos. Quería hacer algo...
—No debiste hacerlo. No fue eso lo que te pedí —repitió resignado—. Eras la más interesada en mantenerte lejos de mis sentimientos anteponiendo el compromiso que hicimos, y por ello te pido que recuperes tu postura y no digas que me amas nunca más, porque yo... todavía estoy enamorado de Hatsuyo y tú jamás podrás ocupar su lugar —sentenció, mintiendo, por supuesto.
Sabía perfectamente que su actuación terminaría de romper a Rai. Él deseaba que ella se deshiciera de su afección y se concentrara en el compromiso para dos, en ese trato les unió en falsedad.
—No, no puedo ocupar su lugar, ¿qué me hizo creer que podía mirarme como la mira a ella, a pesar de que lo abandonó como si fuese un desconocido? —Dejó de llorar, levantó la mirada, y así, hecha pedazos, volvió a enfrentarse a él—. Usted no es diferente a Kosei, no es diferente a la escoria de la que el mundo no se salva. Tuvo una familia y lo único que pudo hacer, fue que se marchara, porque es ese tipo de hombre ciego que cree en sus ideales y deja de lado los de las otras personas que le rodean. Es egoísta, mucho lo es con usted, pero nosotros tampoco podemos salvarnos. Ahora entiendo el porqué Hatsuyo le abandonó y se llevó a Satoko, ¿y sabe qué? Hizo bien en alejarse de un hombre que no puede valorar lo que tiene delante, que espera el perdón aún antes de cometer el pecado y luego no da la cara, sino que se hace pasar por víctima cuando está en sus últimos respiros.
Sonrió con cinismo sin apartarle la mirada. Se rio en su rostro como una mujer en busca de venganza, y la consiguió a costa de hacerle ver que no decía más que la verdad.
—¡No merece nada! ¡Ni siquiera que Satoko le llame padre y siempre será abandonado!...
Justo al terminar, un sonido seco sumió la estancia en silencio. La mano de Osamu estaba levantada mientras temblaba al igual que su ceño hacía abajo, y Rai mantenía la suya en su mejilla mientras su gesto era pura sorpresa, y cuando cayó sentada sobre su trasero sin comprender con exactitud que había sucedido en solo segundos, las lágrimas volvieron a mojar con rapidez sus mejillas al mismo tiempo en que observababa al mayor con terror.
—¿Qué-qué s-se supone que ac-acaba de hacer? —preguntó atarantada. Su piel no dolía, en vez de ello, quemaba con intensidad.
El hombre, aún sin poder bajar su mano, le veía con hostilidad, los labios le temblaban al igual que todo el cuerpo muy irritado por sus palabras; las esperaba, las merecía, pero dolieron más de lo que quiso y le orillaron a actuar sin consciencia.
Arremetió contra ella, golpeando su mejilla con su mano abierta.
Por consecuente, él también cayó sobre el suelo segundos después, se llevó las manos al rostro y negó con miedo.
—¿Qué... fue lo que hice? —se cuestionó con un enorme pesar en un murmullo.
Rai también perdió el control, mucho más que antes, eso simplemente no podía quedar así, no cuando era una de las situaciones por las que evitaba necesitar depender del amor en su vida.
Se arrastró en el suelo, y cuando estuvo suficientemente cerca se le lanzó encima empujándolo con fuerza, tanta, que la espalda del mayor tronó al recibir el golpe en la loseta. Luego levantó la mano como había hecho el otro antes, lista para devolverle la ofensa, sin embargo, encima de él pudo verlo perfectamente, y ese semblante aterrorizado, mucho más que el de su persona, ocasionaron que llorara a mares sin tener la oportunidad de huir, dejándole a Dazai la oportunidad de verla totalmente expuesta en su situación tan débil. En consecuencia retrocedió, y en lugar de abofetearlo tomó la mano con la que le había tocado, se la llevó hasta los labios y besó el dorso con delicadeza.
Para acabar, una última mirada llena de sufrimiento bastó para que se levantara y corriera hasta la habitación a esconderse.
Drama, drama y más drama, me declaro culpable.
¡Muchas gracias por leer!
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