Hachi | 8.

El canino de papel, un tierno gesto y la llamada de una madre.

Era increíble como Ritsuko había tenido razón acerca del aspecto sobre que Dazai Osamu volvería al local, y aunque para molestarle, la mayor misma se había encargado de pedirle a Akutagawa que cada que se presentara enviara a Rai a atenderle, no quitaba el hecho de que él volvió a repetir lo buena persona que era la universitaria. Por supuesto que tuvieron algunos problemas al principio, pues el mayor quiso nuevamente recompensar a la mesera de la manera más normal que podía, es decir, con propina, sin embargo, al dejarle un poco más de lo habitual ella se molestó mucho, por lo que miércoles y jueves se abstuvo de darle un mal rato dejando solo lo normal. 

Entonces, estuvo visitando el lugar todos esos días de la semana, quedándose al menos una hora y aquel viernes no era una excepción. Rai le había atendido y Dazai trabajaba en silencio olvidándose de su postre por algunos momentos, muy a pesar de que el local estaba ajetreado por dicho día.

—Mesa diez... Mesa dos... Mesa seis... Mesa ocho. —Era lo único que había soltado Akutagawa detrás de la barra cuando los meseros se acercaban. Si bien estaban acostumbrados al trabajo duro, no quería decir que no fuera cansado, en especial para Rai, que iba a y venía entre las mesas deseando un buen momento.

—Deberías tomar un descanso, si se lo pides a Akutagawa-senpai te lo dará. —Fue lo que Atsushi le aconsejó cuando le encontró tomando agua en una esquina.

—No puedo, la mesa dos y siete aún no se desocupan y más clientes quieren entrar —negó mientras decía, luego se encaminó a tirar la botella de agua vacía en un bote.

Rai estaba al tanto de que el Nakajima le recomendaba aquello debido a que no llevaba una buena cara ese día. Entre los exámenes de mil reactivos, el estudio para ellos mismos después de trabajar y Dazai Osamu, le consumieron la energía.
Por una parte, había tenido la última prueba ese viernes por la mañana y no volvería a pisar la escuela hasta la ceremonia de graduación en la misma facultad, librándose así de su faceta de estudiante, aunque por otro lado, de lo que no se podía safar era del mayor presente en el momento. Era lo mismo desde que apareció, salvo que la diferencia causada por observarle toda la semana en el mismo lugar, cambiaron sus pensamientos; ahora la idea de su amable personalidad era casi nula, mientras que la del cortejo estaba más viva que nunca. En otras palabras, por culpa de Ritsuko, generó expectativas acerca de los dos juntos sin desearlo del todo.

—Consideralo, yo puedo ayudarte con los clientes mientras tanto —se ofreció preocupado.

—Gracias, Atsushi-kun, cuando todo esté un poco más calmado, pediré el permiso —mintió, no lo haría, pero no quería preocupar más al joven.

Justo en ese momento, el grito de una niña resonó por todo el lugar y los llantos no se hicieron esperar. Al parecer, alguien estaba haciendo berrinche, y cuando encontraron a la criatura, se dieron cuenta que venía de una de las mesas de sillones pegados en medio de lugar.

—Te necesitan por allá —Atsushi mencionó con nervios por el momento incómodo que le estaba haciendo pasar a los demás clientes.

Las palabras del joven albino tenían una razón que pronto se puso en marcha, metiendo las manos en su mandil para obtener entre ellas una pequeña hoja cuadrada de papel rosa.

—Por favor, cariño, deja de llorar —pidió la madre avergonzada, era la única persona que acompañaba a la menor y no sabía cómo tranquilizarla.

Segundos después, para la sopresa de los que estaban pendientes, la mesera apareció frente a la mesa con una sonrisa y llamó a la niña.

—Hola, pequeña. ¿Hay algo malo con tú postre? —cuestionó amable.

La niña negó y se tranquilizó un poco al notarla pensando que iban a regañarle. Por su lado, la madre puso atención a lo que llevaba entre las manos.

—Oh, entonces debes estar triste o molesta —advinó haciéndola asentir—. Soy Rai, ¿cuál es tú nombre?

—Mitsuba y-y... —respondió al instante, iba a continuar, antes bien, tuvo que tallarse los ojos para quitarse las lagrimas—. ¡Qui-Quiero un perrito, pero mi mamá es mala y dijo que no! —confesó alarmada y comenzó a llorar nuevamente.

La madre estuvo a punto de gritarle, no obstante, eso no sería bueno para los demás clientes, y Rai... Rai era el "Acontentador 3000" según sus compañeros, así que se puso manos a la obra.

—Puedo hacer uno para ti ahora, aunque será de papel rosa, ¿lo quieres? —Mostró el papel llamando la completa atención de la infante. Nadie lo entendía, pero por alguna razón los niños siempre se tranquilizában cuando utilizaba el método del origami, aunque suponía, era nada más que curiosidad lo que ellos sentían.

Cuando la niña asintió y puso atención, la universitaria comenzó a doblar el papel entre sus manos, lo gracioso era que mientras lo hacía, explicaba de formas curiosas el proceso. Gracias a esto, el armonioso ambiente del lugar volvió e igualmente la niña comenzó a sonreír y a reir.

—¡Está listo! —exclamó como un presentador mostrando la figurita muy parecida a la de un canino, recibiendo al instante aplausos tranquilos de la menor, su madre y los meseros a lo lejos—. ¿Te gusta? Puedes ponerle el nombre que quieras.

—Si, es muy bonito. —Encantada, recibió la figurilla en las manos—. Gracias. —Sonrió después.

—No hay de que, pero ya no llores, tu madre no es mala, debe tener sus razones... así que puedes disculparte con ella mientras le presentas a tu nuevo amigo —susurró cómplice al final y esta asintió con ganas.

—¡Si, lo haré! —Mitsuba terminó muy feliz de conocer a Rai.

—Muchas gracias por esto. —La madre también agradeció y la mesera negó haciéndole saber que estaba bien.

Quedando entonces en buenos términos, Rai se dispuso a seguir trabajando. Dió la media vuelta en el pasillo y comenzó a patinar nuevamente, sin embargo, una mesa más adelante, encontró una imagen que le hizo detenerse. Dazai había puesto atención en cada detalle del momento anterior, y ahora, con su cabeza recargada sobre su mano y la laptop cerrada, sonreía mirándole con algún tipo de ternura.

<<¡Que vergüenza! >>, gritó la voz en su cabeza de manera instantánea, solo que no le pudo quitar la mirada de encima al gesto adorable que hacía. Dazai era muy lindo, claro que se había dado cuenta de ello y no era que quisiera negarlo, pero eso no le parecía muy importante... o no antes.

—¿Te gustan los niños? —cuestionó cuando Rai se acercó hasta la mesa para ver si necesitaba algo, además, no podía ignorarlo y correr.

—No mucho —contestó apenada.

—Lo hiciste muy bien con la niña y al parecer tienes algo que a ellos les llama la atención. —Rió sereno. No se refería al papel de colores.

—Es que tengo una sobrina y cuidé algún tiempo de ella cuando era muy pequeña. Creo que aprendí a tratarlos, es todo —contó.

No pudo evitar recordar a Yuji, pues ya hacían cuatro años que no la veía y ahora tenía doce, los había cumplido hace poco. Le extrañaba mucho, no creía que las llamadas fueran suficientes, ni para la menor ni para el resto de su familia.

—Es bueno, serás una buena madre con tus hijos, no me queda duda —comentó. Por sus palabras, Rai hizo una mala cara de manera involuntaría y él lo notó enseguida—. ¿No quieres tener hijos? —Entonces cuestionó poniéndola en una encrucijada.

Solo el llamado de Akutagawa podía sacarle de eso, pero cuando más lo necesitó, este desapareció.

—Para serle sincera, no está en mis planes ni a corto ni a mediano plazo... —mintió, dejando al aire el "largo plazo", pues no quería negarlo y que por ende vinieran más cuestiones incómodas. ¡Rai pensaba a futuro!

—Entiendo —simple dijo.

Su explicación había funcionado.

La noche de aquel viernes, tirada en el futón de su pequeño apartamento, Rai hablaba con su madre por teléfono minutos antes de irse a dormir.

—El viernes de la semana que viene es la ceremonia y por la noche la cena-baile. ¿Vendrán? —preguntó emocionada.

Como sus padres siempre le prometieron que estarían allí cuando recibiera su título, simplemente no podía dejar de pensarlo, sobre todo, la idea de que llevarán a Yuji con ellos le hacía más feliz, no obstante, cuando la línea se quedó en silencio del otro lado, esperó malas noticias.

Lo siento, cariño. Queríamos ir, pero tú padre está teniendo problemas con el pago y por el momento Yoshiko y su marido nos están ayudando como pueden. Perdón por no decírtelo antes, pensé que todo se arreglaría para estas fechas. —Su madre sonó muy triste.

—Pero hace nada me enviaron dinero. ¿No me digas que...? —se interrumpió a ella misma cuando se sentó de manera dramática sobre la superficie.

Fue Yoshiko, por eso era poco —explicó avergonzada.

—Esta bien, mamá, no te preocupes, fue suficiente. A partir de hoy no me envíen y usenlo para ustedes, ahora que ya no estoy yendo a la escuela puedo cambiar mi horario en el restaurante a tiempo completo. —Planeaba hacerlo desde antes, pero una vez estuviera totalmente libre. Ahora tendría que hacerlo desde esa misma semana.

Eso es lo que no deseaba, Rai. Has estado cuatro años matándote con la escuela y el trabajo...

—Lo sabía desde que tomé la desición de venir a Yokohama. Sin esfuerzo no podía haber conseguido nada —le interrumpió antes de que se preocupará más—. De ahora en adelante, me irá bien.

Estoy orgullosa de tí, mi amor. —Comenzó a llorar por la bocina y Rai apretó los labios al escucharlo—. Podrás volver a Miyazaki y todo lo que has batallado se te recompensará.

Después de ello, siguieron hablando un poco más. Rai le pidió que le hablara de Yuji y descubrió que la menor se había peleado en la escuela con un niño, por ello, se lamentó haber sido ella quien le dió el consejo para que no le molestaran. También preguntó un poco más acerca de la situación con su padre y la mujer tuvo que decirle la verdad, pues Rai ya no era una niña. Resultó que la compañía en que trabajaba había quebrado un mes antes, pero creyendo que podrían estabilizarse no hizo recorte de personal ni dió avisos, así que una vez se quedaron sin justificaciones, ya era muy tarde.
Al final, se despidieron sin muchas ganas de cortar el teléfono y la mesera al instante se dejó caer sobre el futón nuevamente.

—¿Qué voy a hacer ahora? —se lamentó colocándose boca abajo—. No tengo dinero.

En efecto, Rai estaba corta de dinero, pero decírselo a su madre solo le traería preocupaciones y bastante tenían con la situación de casa.

Era simple. Apenas la semana pasada había pagado el alquiler del pequeño lugar con el dinero que le habían enviado, teniendo que sumarle de su paga y propinas, por lo que no le había quedado más que para comida suficiente. Su día de pago eran los sábados, o sea, al día siguiente, pero ese dinero ya estaba comprometido para pagar los papeles de su certificado de estudios y más cómida para su hogar. El problema ahora era la recepción de la cena-baile y su vestimenta, pues aunque tomara el horario de tiempo completo esa misma semana, le seguían pagando los sábados y el evento era el viernes por la noche. Y no era que estuviera tan apegada a sus compañeros, sin embargo, le hacía ilusión ir para tener la experiencia, aunque lo que más le dolía, era tener que decirle a Ritsuko que no podrían ir, pues si, le había prometido llevarla, ya que el cupo a diferencia de la ceremonia era de cinco por persona.

¡Qué emoción! Nunca pude ir a un evento de la escuela, así que gracias por querer llevarme, solo espero no avergonzarte frente a tus compañeros. —Recordaba con exactitud sus palabras y no podía no sentir dolor en el pecho.

—Perdon, Ritsuko, ni siquiera yo iré. —se lamentó antes de dormir.

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