Go-juu kyū | 59

"No voy a firmar" y "estoy molesto con todos".

Habiendo nulas dudas de lo que habría de hacer, buscó con la mirada una pluma en la mesita que más tarde encontró. Si eso alegraba un poco a Osamu cuando despertara, era lo menos que podía hacer por él, por lo que se puso manos a la obra. Recargó los papeles en su extremidad, dispuso de la pluma y comenzó. Uno, dos, y al tercero, por poco se le va la mano al estar mal apoyada. Eso era demasiado peligroso siendo aquellos papales tan importantes, así que observando hacia atrás el lugar que dejaba el cuerpo de Dazai, ocupó asiento diciéndose que no se tardaría nada.

Volvió entonces a lo suyo, demorando algunos minutos y volviendo a ignorar pocos documentos por decisión personal.

Shūji despertó poco después, percibiendo el sonido de la pluma tocar el papel. Abrió un poco los ojos y enseguida encontró a Rai muy cerca suyo, pero no dijo nada al verle tan concentrada, y con la mirada buscó la fotografía con la que se había quedado dormido en medio del llanto. Fue hasta que entró en razón y descubrió lo que su esposa hacía justo ahí.

Firmaba sus preciados documentos.

Rai supuso bien en decir que la acción le haría feliz, porque el castaño enseguida sonrió como niño, no obstante, el alcohol en su organismo que veinte minutos de siesta no arreglaban, le hicieron sentirse más ligero en cuanto a su presencia y más valiente con lo que deseaba hacer. De un momento a otro, la joven fue sorprendida por las manos y piernas del hombre, que temerario se había sentado sobre el sofá sin decir nada, pero de una forma bastante peculiar debido a la manera en que ella estaba acomodada casi en la orilla; su espalda le tocó el pecho, las manos le rodearon por el estómago y las piernas le mantuvieron cautiva entre ellas, al mismo tiempo en que colocaba el mentón sobre su hombro.

—Estas firmando, que alegría —fue lo primero que dijo Osamu, apretándola junto a su cuerpo y escondiendo la mirada en su cuello.

—Creí que debía hacerlo —respondió nerviosa, sin saber exactamente como debería haberlo hecho.

Casi soltando la pluma por el imprevisto, Rai se mantuvo quieta ante tal comprometedora cercanía. Sabía que estaba tomado, por ello se mantuvo alerta.

—No te preocupes por mi, sigue —susurró con gracia directo en su oído, causando que a ella se le enchinara la piel de cada parte del cuerpo.

Nerviosa hasta la coronilla, tragó saliva con pesar, antes bien, como le había dicho siguió firmando los papeles, ya quedaban pocos y nada más los terminara, iba a levantarse del lugar, se dijo. Solo que lo peor vino después, cuando se le dificultó el alcance. Tuvo que inclinarse, haciendo que Shūji le soltara, pero al mismo tiempo le regaló una bonita vista de su espalda y parte de las caderas. Cualquier mujer provocativa hubiera sabido de antemano que hacía, pero Rai no lo era, por lo que no lo notó, así como tampoco la extraña manera en que el mayor le observaba al mover la pluma una vez continuó.

—¿Ah? ¿Dazai-san? —Fue tarde cuando notó sus intenciones.

Dazai inclinó también su cuerpo sentado como el de ella acompañado por sus manos que le recorrieron las piernas casi de inmediato, y que cuando terminaron su recorrido volvieron a sus muslos para tomarlos y levantarla, causando que ella quedará esta vez sentada encima de sus piernas, pero con las suyas abiertas. La falda se estiró y en esta ocasión sí soltó la pluma queriendo incorporarse para escapar, aunque ello fue una mala idea, ya que el mayor no se movió y ella al hacerlo volvió a pegar sus cuerpos.

—Deberás perdonarme, fue algo inevitable —se burló, soltando una risilla después, causando en ella un escalofrío.

La muchacha no encontró que responder a eso. A leguas se notaba que no estaba actuando como siempre y por ello debía detener ese intento, mas, al dirigir su mirada hacia abajo, se encontró a ella misma con las piernas abiertas y las manos de él reteniéndolas para que no las cerrara.

—Debe ir a descansar, mañana tiene que trabajar temprano —justificó con la voz temblorosa, cuando el otro ni quisiera había hecho nada más allá.

—Descansaré cuando termines de firmar —condicionó cínico.

—Pero ya lo hice... —intentó interrumpir el momento, pero fue a ella a quien dejó sin palabras.

Una de sus grandes manos tomó uno de sus pechos, la otra se metió debajo de su falda y las dos avanzaron sin sutileza alguna.

—Te faltaron dos —aseguró con desvergüenza.

El silencio de la chica dio a conocer que tenía razón. Faltaban dos firmas aún. Y como si ello le diera la libertad, comenzó a tocarla con descaro; pronto sus labios se posaron sobre su cuello, y tanto estimulo provocó que Rai se cegara por un momento apretando los labios para no soltar los sonidos vergonzosos que surgieron en consecuencia, que más que nada, eran quejas.

—Tan linda, tan receptiva... Ni siquiera he comenzado, caramelo —volvió a burlarse.

Para hacerle saber que iba enserio, desabotonó su camisa en azul bajito comenzando por los últimos bontones, recorriendo así su estómago y abdomen cuando tuvo la oportunidad, mientras, su otra mano intentaba meterse dentro de su short de licra y ropa interior.

Fue imposible que no entrara en pánico, que quiso de inmediato levantarse, sin embargo, al mismo tiempo, el otro logró sus dos cometidos por el momento. Su pecho estuvo al descubierto y de alguna manera se hizo de un truco para que las prendas debajo de la falda pronto estuvieran resbalandose al nivel de sus rodillas.

El único problemas para Rai allí, era que el hombre estaba, posiblemente, muy borracho, de otra forma, negarle lo que deseaba era imposible; justo comprendió que no había nadie que pudiera detenerlo, y por desgracia, fuerzas no tenía para deshacerse de todo lo que estaba provocando con tan solo jugar un poco.

—Da-Dazai... —se quejó al instante en que un de los largos dedos se coló dentro de su cuerpo.

—Firmalos —ordenó enseguida el hombre.

A pesar de esa voz seductora directa en su oído, la fémina negó con la cabeza todavía en tierra.

—Sabía que no podrías hacerlo. Tus principios no te lo permiten —habló alzando el tono, y de una buena vez, comenzó a atacarle con los dos dedos de su mando escondida debajo de la tela de su falda.

—No debería hacer e-esto estando bajo los efectos del alcohol —regañó con esperanza de que se tranquilizara como la última vez. Aunque así, dándole la espalda, poco podía hacer.

Recibió una carcajada nada más dijo, por lo que ella se vio sorprendida.

—Apenas me tomé dos copas, Rai. No estoy haciendo nada que no desee —confesó, aumentado la insistencia de sus dos manos.

Rai gimió bastante alto y echó la cabeza hacia atrás. En esa posición, pudo ver una parte del rostro del hombre. Tenía un semblante de autosuficiencia y comprobó que decía la verdad. Osamu no estaba tan perdido como para hacer una locura sin su propio consentimiento, solo, estaba molesto y estresado, y de alguna manera supo que debía deshacerse de esas cargas en sus hombros. Era la ocasión perfecta.

—Que divertido.

Molesto con Hatsuyo por haberle quitado tantos años de su niña. Con su madre por haberle tratado como a un tonto. Con Kosei por haber interferido dentro de su falsa relación con Rai. Medianamente mal con Chuuya por haberse llevado a su esposa. Con Fyódor por haberle mostrado indirecto el placer junto a la joven. Y por último, pero no menos importante, molesto con Rai, por darle esperanza y a ratos quitársela como en un juego.

En algún momento debía explotar, ¿no? No existe nadie perfecto en el mundo y parecerlo involuntariamente es cansado. Hacer como si nada sucediera, pasar las cosas en alto y pretender no recordar sus mismos errores y los de los demás.

Había sido suficiente para Osamu.

Le empujó hacia el frente cuando sus cejas se unieron en un semblante irritado y sus orbes castaños se oscurecieron, mas no le soltó y tampoco fue tan brusco para que no se golpeara, de igual forma, las extremidades de la muchacha lograron amortiguar la caída. El resultado de ello, fueron sus rodillas contra el suelo, sus pechos contra la mesita de noche y su rostro frente a los documentos. Mientras, Dazai seguía empujando con sus dedos y la mano que antes tocaba su cuerpo, está vez tomó su mano derecha y le obligó a tomar la pluma entre sus dedos.

—Solo firmalos, Rai. Por una vez en tu vida, solo ve hacia otro lado —ordenó sacado de su sitio. Era necesario.

—No lo haré, n-no quiero —volvió a negarse soltando la pluma.

Aún en su estado, no sé atrevía a lastimarla, así que Rai no corría ningún peligro entre sus brazos, sin embargo, debía convencerla a como diera lugar.

Los largos dedos dejaron en paz a la antes mesera, para dar paso a un sonido que bien conocía. Osamu se desabrochó el botón del pantalón y bajó sin esperar el cierre, luego de bajar sus bóxers, tomó con una mano su longitud para estimurarla un poco más de lo que ya estaba.

—Dejaste de moverte, ¿acaso estás esperando? —pronunció entre algunos suspiros pesados.

Pobre Rai, sin poder objetar sus palabras, ya que en efecto, le estaba esperando. No quería poner su nombre sobre los papeles, antes bien, sí deseaba tener sexo con Shūji.

Segundos después, se acomodó detrás de sus piernas, le subió la falda, y antes de poder pensar, empujó dentro de ella más fuerte y rápido de lo pudo resistir. Las manos de la mujer se hicieron puños sobre la mesa, su frente pegó en los documentos y algunas lágrimas se asomaron.

El hombre de negocios comenzó a moverse con fiereza, muy diferente a su primera noche juntos. Estaba siendo duro, constante y rápido, y por ello Rai no pudo quedarse en silencio ni bien comenzó a embestir.

El placer era palbable en ambos cuerpos agitados y ruidosos, pero no por eso, ella se dejó disuadir.

No firmaría los documentos ni encerrada en su propia burbuja, porque no estaba dispuesta a aceptar los términos en ellos. Una casa valorada, no en yenes, sino en malditos dólares de los que ni siquiera sabía el equivalente por ser tantos, esto, además con un acuerdo sobre el patrimonio; en otras palabras, si firmaba, Dazai le estaría prácticamente regalando una propiedad para que el juzgado tuviera evidencia de que su hija estaría en buenas manos con su madrastra en caso de cualquier inconveniente, es decir, que tuvieran en donde quedarse si era que de nueva cuenta Osamu volvía a divorciarse.

—Está bien, podemos hacer un trato —cedió por fin el hombre entre jadeos.

Rai solo siguió con su frente pegada los papeles. Las lágrimas se le habían acumulado y todo su cuerpo temblaba, pero pudo escucharle.

—No firmes, y a cambio, dame más momentos como este —ofreció—. Cada que lo desees Rai, y cada que yo lo haga, tengamos sexo sin sentir culpa por este matrimonio falso. Solo tú y yo y el lugar que sea, la maldita hora que sea... Estoy seguro de que podemos acercarnos de esta manera; ya confías en mís palabras, ahora quiero que me confíes tu cuerpo.

El hombre pensó que ni con ello Rai daría su brazo a torcer, no obstante, quedó sorprendido cuando solo al terminar de ofrecerle, esta asintió con desenfreno, todo por no aceptar la propiedad que ya había adquirido para ella.

Sexo era sexo, pero justo encontraron la manera de acercarse y entenderse.

Osamu se inclinó sobre su espalda, metió una de sus manos entre su pecho y cuello, avanzando así a cerrar la carpeta, dejando atrás las formalidades. Acababan de hacer otro trato y ese no necesitaba firma.

Tras algunos minutos enteros en la misma batalla, Rai no pudo soportar tanto, su cuerpo a merced del mayor y en esa posición decían más que mil palabras, aunque luego, al recordar un asunto importante levantó la cabeza de manera desperada.

—¡Espere, detengase! —pidió en alto.

—Lo sé, caramelo, no tengo puesto un preservativo, pero ya es demasiado tarde —confesó, tranquilo a pesar de sus movimientos frenéticos que en un segundo llevaron a la locura a la mujer.

La antes señorita Fujiwara perdió el equilibrio y él tuvo que sostenerla de la cintura. Su cabeza y manos quedaron tendidos sobre la madera y después del sonoro gritó que dio al aire, no pudo seguir pensando con claridad; él siguió empujando un par de veces más hasta que le fue suficiente y terminó por derramarse dentro de ella haciéndole removerse inquieta.

Nadie dijo nada sobre el accidente que acababa de suceder, pues no todo estaba perdido, para su fortuna existían los anticonceptivos de emergencia, que para Rai tomarlos sería la primera vez.

Osamu se sentó en el suelo atrayendo consigo a la joven agotada y le abrazó muy fuerte. Sin duda, hasta ese día para los dos habían sido el mejor encuentro de sus vidas y no había como negarlo, sin embargo, no tenían idea de cómo eso ayudaría o mataría en consecuencia su relación.

Distraído no notó cuando Rai cayó dormida algunos minutos después, aunque la verdad, estaba fingiendo. De esta manera, también cansado, la llevó hasta la habitación y acomodó entre las mantas cuando le cambió la ropa por una pijama.

Habían ocurrido suficientes cosas en un solo día. Era hora de descansar.

Bueno, me voy por allá para que no me vean 😋

Muchas gracias por leer!

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