3. Pura e invaluable

La marea subía y bajaba, un constante movimiento entre la conciencia y la oscuridad que la mantenía fuera de sí. Pocas veces logró percibir cosas, sonidos suaves y muy lejanos a su alrededor: voces de hombres que no reconocía, palabras indescifrables, el chirrido de las llantas e incluso gritos, golpes y al parecer, algunos disparos. Sin embargo, el silencio y pesadez de su cuerpo fue aún mayor que el miedo y las ansias por despertar.

Una fuerte punzada en su cabeza logró sacarla por fin de ese letargo, abriendo poco a poco sus ojos sintiendo sus parpados y todo su cuerpo muy pesado. Con ello también despertaron las ganas incontrolables por vomitar, unas nauseas que le hicieron tambalear y caer sobre el duro suelo. ¿Dónde estaba?

La luz era opaca, un bombillo amarillo era lo único que iluminaba lo que parecía una enorme bodega sumida en las penumbras. Muchas veces titilaba, como si el flujo de electricidad fallara por milisegundos, y, aun así, logró cegarla por unos instantes antes de acostumbrarse a este. El dolor era insoportable, sentía la garganta seca, y para colmo, una fuerte ráfaga de tos le hizo retorcerse hasta casi ahogarse.

Logró calmar su respiración, el olor dentro de ese lugar era demasiado rancio y desagradable, un dulzón muy parecido al de carne podrida, mezclado con orines y heces. Sus oídos empezaron a agudizarse, escuchó entonces sollozos opacados y algunos balbuceos incoherentes.

Pudo levantarse, el solo sentarse le causó un fuerte dolor recorrer todo su cuerpo y el frío del suelo le caló hasta los huesos haciéndole castañear los dientes. Se abrazó a sí misma, miró en todas las direcciones y temió lo peor. Dentro había varias chicas, algunas aún inconscientes y otras arrinconadas abrazando sus piernas mientras lloraban.

No reconoció a ninguna, no entendía que hacía allí, lo último que recordaba era salir del estúpido restaurante y luego nada. Aunque no quiera aceptarlo, no había que ser demasiado inteligente para saber que le había ocurrido. Al igual que las demás, Karla había sido secuestrada, pero, ¿quién fue y por qué?

Intentó hablar, decir algo o preguntar si quiera donde rayos estaba, pero una vez más el ardor en su garganta desató una ráfaga aún más intensa de tos. El dolor de cabeza aumentó, convirtiéndose en fuertes punzadas como si su cerebro palpitara dentro del cráneo. No pudo emitir mayor sonido que unos suaves gruñidos de dolor, acompañados de balbuceos que ni ella entendió.

Llevó su mano hasta la nuca, donde una sensación de calidez líquida empapó sus dedos. No había humedad cerca, no donde estaba sentada ella y aun así estaba húmeda. Cuando miró con detenimiento sus dedos, el dolor cobró más sentido. Era sangre. Tenía una herida en la parte de atrás de la cabeza, abierta y aún sangrante, pero con una costra que empezaba a formarse en su piel.

Sentía la lengua dormida, le ardía también las fosas nasales y tenía varios moratones en sus brazos y piernas. Sea quien sea que le haya hecho tal cosa, no tuvo el mínimo cuidado al llevarla hasta allí. Intentó acercarse a una de las chicas, una niña que parecía tener solo unos doce años de edad, pero que al igual que las demás se veía aterrada y herida.

Sin embargo, un estruendo se escuchó desde afuera. Notó entonces que había una pequeña rendija de luz a unos metros de ella, era una puerta cerrada con seguro. El sonido de las llaves le puso en alerta, erizando todos los vellos de su cuerpo y haciendo reaccionar las pocas que estaban inconscientes. Estas se encogieron sobre sus cuerpos, alejándose aún más de la luz que se iba abriendo paso con el chirrido de la puerta al moverse.

Entraron varios tipos, tres de ellos con chicas inconscientes cargadas en sus hombros como saco de papas, como si no valieran nada. Las dejaron caer sin miramientos, dándose fuertes golpes en la cabeza y brazos. Dos de ellas no parecían ser de allí, una con rasgos asiático y delicados, tan delgada y frágil como solo ellas podían ser; y la otra, de alta estatura en comparación con la anterior, era una morena de ébano demasiado llamativa, con rizos abundantes y esponjados.

Miró entonces a su alrededor, todas y cada una de las chicas allí encerradas tenían algo en común, eran hermosas y jóvenes, unas menores que otras, pero encajaban en el prototipo ideal. Eso solo le asustó más, encogiéndose al igual que las demás buscando pegarse a la pared si eso le ayudaba a ser invisible ante ellos.

Van siete, son muy pocas para este año, ¿cómo va el Topo con su tarea? —expresó uno de los tipos en un idiota extraño, moviendo con el pie a una de las chicas inconscientes—. ¡Mierda, creo que esta se murió!

¿Quién crees que las ha traído? Los demás son los que están demorados —se burló el otro estirándose con pereza—. ¿Cuántas deben ser? A ver si me gano un dinerito extra, bien fácil que debe ser esto.

No logró entender que habían dicho, aquel idioma no era ni de cerca algo que conociese. ¿De dónde habían salido aquellos tipos? Sus mismas apariencias hablaban por ellos, tan altos que casi llegaban a los dos metros, llenos de tatuajes y cicatrices que solo auguraban cosas malas, fornidos y demasiado intimidantes, sin contar sus voces graves y casi guturales, más la ferocidad de sus miradas.

Eran, en pocas palabras, personas de alto peligro a las cuales no quería acercarse ni por accidente. Se pasearon por el lugar, observando a las chicas inconscientes y comentando entre ellos. Uno de ellos la vio, se sonrió con una extraña satisfacción y en solo dos pasos llegó hasta su ubicación. Por reflejo se alejó de este, quien se carcajeó con deleite ante su reacción.

Se agachó en cuclillas, le miró con interés por unos segundos recorriéndola con esa misma mirada lasciva que tanto odiaba, solo que la de ese sujeto gritaba peligro en todos los sentidos, uno más real y palpable.

Esta ya despertó, todo un angelito delicioso, ¿eh? —dijo, pero ella seguía sin entender—. ¿Cómo te llamas? ¿Recuerdas qué pasó, de dónde vienes?

Trató de acercar su mano a ella, acariciando con ásperos nudillos su mejilla mientras observaba sus facciones. Se mantuvo callada, pero el sujeto esperaba una respuesta.

No quieres cooperar, ¿eh? —murmuró y acto seguido, una fuerte bofetada se la tumbó de nuevo al suelo.

El golpe fue tan duro que el dolor se agudizo, su oído empezó a zumbar y poco le faltó para volver a perder la consciencia. Un jalón en su brazo descargó una fuerte corriente de dolor por todo su cuerpo, la volvió a sentar pegando su rostro furibundo cada vez más al de ella.

¡Contesta, pedazo de mierda! ¿Te quieres morir como las demás perras que no obedecen? —gritó rojo de ira, desprendiendo en su aliento un fuerte y desagradable olor a tabaco.

No hubo respuesta, no sabía que decir ni que responder, no entendía lo que le preguntaban mucho menos lo que estaba sucediendo. Y una vez más, el tipo levantó la mano para aventarle un golpe. Sin embargo, otro de los tantos que había entrado lo detuvo. Este era diferente a los demás, menos corpulento y más delgado, con facciones menos toscas y una expresión más cálida.

Pero por más que se viera menos peligroso, seguía estando allí en ese lugar con ellos y eso no le daba buena espina, ni habiéndole salvado de ese golpe podría confiar en nadie allí.

Espera, imbécil, ¿quieres matarla acaso? —Parecía que le regañaba—. Hay pocas y varias ya murieron, no hagas que nos quedemos sin mercancía.

Si esta perra contestara todo sería más fácil —bufó.

Lo apartó de un empujón, se agachó en cuclillas frente a ella tal cual había estado él. Analizó el golpe, un moratón empezaba a salir en su pómulo y este solo chasqueó la lengua con enfado.

—¿Hablas español? —indagó esta vez entendiéndole, pero solo asintió y este se dirigió a ellos con indignación en su mismo idiota—. Serán idiotas, no les está entendiendo y aun así golpean a la pobre chica.

—Fuck you —replicó.

—Ok, hagamos esto más fácil —suspiró, centrándose una vez más en ella—, yo te haré varias preguntas y contestarás, se una buena chica y colabora, ¿sí?

—¿Quiénes son y dónde estoy? —preguntó entre temblores—. ¿Por qué hacen...?

Una nueva bofetada le interrumpió, aquel hombre de facciones cálidas le había golpeado abriendo una herida en su labio.

—No te he dicho que hables todavía, pedazo de mierda —vociferó—, yo soy el de las preguntas, contesta y se te tratará mejor, ¿vale? Debes tener sed, ¿quieres agua?

De su mochila sacó una botella llena de agua, fresca y limpia, tentándola a hacer lo que le exigía. Y ella lo quería de forma desesperada, moría de sed y sentía cada vez más seca su garganta.

—Sera tuya, pero habla primero, ¿quieres? —exigió—. ¿Cómo te llamas?

—¡Puedes pudrirte! —murmuró Karla.

—Quieres jugar, ¿eh? Lástima, eres una dulzura —dijo entre risas, haciéndole una seña al tipo enorme de atrás.

Este, sin dudarlo siquiera, se acercó con rapidez hasta ella viendo con terror como pretendía embestirla. Cerró sus ojos con fuerza cuando entendió sus movimientos, doblando su pierna preparándose para lanzar una patada como si jugara futbol.

Poco podía hacer si un tipo de dos metros con musculatura de toro le daba un golpe de esos, pero por reflejo no hizo más que proteger su rostro con sus brazos. Un fuerte sonido ensordeció su oído, a su lado una nube de polvo fue levantada y con ello, el terror puro cubrió su rostro. Un enorme hoyo fue abierto en la pared, gruesa y sólida, pero abierta con solo una patada.

—Lo que hace una punta de hierro y fuerza casi sobrehumana, ¿no? —se burló con cinismo—. Ahora sí, linda, contesta o la siguiente no será la pared, sino tú.

—No... recuerdo mucho —sollozó llena de miedo e impotencia.

—Se específica, necesito detalles —volvió a exigir, esta vez con más calma—, y rápido que no tengo todo el día.

El tipo fortachón sonreía tan amplio que le causó terror; estaba a punto de entrar en una crisis de pánico, pero el solo tenerlos ahí en frente con toda su atención centrada en ella, le hizo reconsiderar las cosas. Sin forma posible de escapar, no tenía de otra más que colaborar con ellos y contestar, pero debía ser cuidadosa con lo que decía. Cualquier cosa, estaba asegura que podía costarle la vida.

—Mi nombre es Karla —titubeó entre sollozos.

—Sin llorar que me hartas y mi paciencia es poca en estos momentos —replicó el sujeto—. ¿Sabes quién te trajo? ¿Recuerdas qué pasó, de dónde vienes?

Calmó sus sollozos y respiró profundo, pensó por un par de segundos y habló.

—No recuerdo mucho, solo que salía de mi trabajo y un golpe en la cabeza —contestó, llevando por reflejo su mano a la herida sangrante—, no alcancé a ver quién fue y tampoco recuerdo más hasta ahora que desperté.

—¿De dónde vienes? Un espécimen tan perfecto como tú no puede ser el único —se burló, acercando su mano a su rostro tomando uno de sus mechones—. Perfecta y dulce como un ángel, ¿o no, muchachos?

Definitivamente, lástima que no podamos jugar con ella —se quejó el mastodonte tras él.

—Solo por ahora y hasta después de la revisión —expresó él con una sonrisa de lujuria—. Mientras, una pregunta más y te daré el agua, pero contesta la verdad. ¿Eres virgen?

Se extrañó por el reciente interés de los demás, no estaba segura si entendían el idioma, pero al parecer sabían lo que significaba esta última pregunta. De vida o muerte, se recordó, así que no tuvo más que seguir diciendo la verdad.

—Sí —susurró y asintió con temor.

¡Vaya mierda! —se quejó el mastodonte indignado con su marcado acento.

—Lástima —se quejó con fingida tristeza—, igual eso lo averiguaremos.

Se levantó dejándola tirada en el suelo, lanzando en su regazo aquella botella de agua que le había prometido. Se fueron llevándose consigo a una de las chicas, de cabello castaño y piel pálida, la única que por más que movieron o zarandearon no respondió de ninguna forma. Pasaron muy cerca de ella llevándola consigo a rastras, y pudo verla más detallada. En su frente brillaba una gran línea sanguinolenta y su cabello en esa zona estaba empapada, sus ojos verdes estaban abiertos de par en par ya opacos, sin vida.

La niña había fallecido, no supo su nombre ni de donde la trajeron, pero pudo intuir solo eso, era una niña de no más de dieciséis años.

Usó un poco para limpiar su rostro y la herida en su labio, luego bebió el agua sorbo tras sorbo, las ansias por aquel líquido habían sido más de las que había creído. Media botella desapareció en un instante, dejando de beber solo para poder tomar una bocanada de aire. Un quejido le sobresaltó, una de las chicas a su lado, a unos cuantos metros de ella estaba despertando.

Se acercó con cautela, esperando que terminara de despertar por sus propios medios y se ubicara, o por lo menos fuese consciente de donde estaba. La chica miró en todas direcciones asustada, tanteando el suelo y la pared a su alrededor, pegándose cada vez más buscando un soporte. Respiraba agitada, estaba entrando en pánico y parecía querer gritar. No podía dejarlo pasar.

—Hola, por favor no grites, tranquila, no estás sola aquí —susurró llegando a su lado—. Hola, soy Karla. ¿Cómo te llamas?

—¿Dónde estamos? —preguntó entre temblores.

—No lo sé, ojalá supiera, pero estoy igual que tú. —La vio llorar con más fuerza, haciendo más ruido del debido—. No hagas mucho ruido, por favor, ellos pueden venir.

—¿Quiénes?

—Los que nos dejaron aquí encerradas —contestó con un susurro apagado—. ¿Quieres agua?

Le obsequió el resto de su botella, al igual que ella misma debía tener la garganta reseca y demasiada sed. Esperó a que se calmara un poco, acostumbrara sus ojos a la escasa luz que había allí y terminara por aceptar su realidad. No iban a salir de ahí de momento.

—Soy Cristina —dijo ya calmada.

—Así se llama mi mamá también —susurró y se permitió sonreír—. Es un gusto, Cris...

Un estruendo las asustó, provocando una ola de quejidos de terror por parte de las demás chicas. La puerta fue abierta de una sola patada, tras la luz entrante se pudo ver la silueta de un hombre delgado.

—Tenemos a alguien más despierta, que maravilla —festejó, era el mismo sujeto de antes—. Ya saben qué hacer, llévenlas esta vez con cuidado, maldición, un rasguño más y AltiMort los mandara a ejecutar.

Tras este había varios sujetos, dos de los mismos mastodontes y otros cuatro más. Cada uno tomó a dos chicas, una inconsciente y otra despierta, llevándolas a la fuerza fuera de la habitación. Varias trataron de impedirlo, forcejeando y llorando para librarse de ellos. Sin embargo, fueron golpeadas con fuerza hasta debilitarlas y hacerlas sangrar.

¡¿Qué parte de no más rasguños no entendieron?! ¡Mierda! —replicó el sujeto enfadado, sacando un arma de su cinturón y moviéndola frenéticamente mientras seguía quejándose—. No busquen lo que no se les ha perdido, solo arrástrenlas sin pegarles, ¿es tan difícil?

Hazlo tú, imbécil —contestó uno de ellos, tomando con fuerza del brazo a Cristina.

—¡No hagas nada, Cris! —le susurró Karla al ver su expresión de pánico.

—Y a ti, cosita deliciosa... —expresó aquel sujeto dirigiéndose a ella a paso lento pero seguro.

La tomó del brazo levantándola del suelo, tan brusco que un fuerte dolor se extendió en todo su cuerpo y le sacó un quejido de dolor.

—Te llevo yo mismo, así me aseguro no me hayas mentido en la cara —continuó con malicia, recorriendo su cuerpo con la mirada y un suave rose con sus dedos—. Espero no sea así, porque te aseguro que de lo contrario solo yo lo voy a disfrutar.

Todo para comértela de primero, ¿no es cierto, cerdo tramposo? —se quejó uno de sus compañeros, el mismo mastodonte que la golpeó.

Cierra el hocico, mierda —replicó, riéndose en su cara—. Agradece que la perra no nos entiende, sino estaría retorciéndose de miedo.

¡Rico!

Fue arrastrada fuera de la habitación, un enorme pasillo de paredes blancas y una fuerte luz que la cegó. Mientras más avanzaban, cuando sus ojos se acostumbraron a la nueva iluminación, vio pasar varias puertas de madera tallada con un nombre en una pequeña placa. Cada una de las chicas fue ingresada tras una puerta, Cristina por su parte fue empujada a una de las primeras puertas, llevándola a ella hasta una de las últimas al final del pasillo.

—Doc, ¿cómo le va? —saludó todo sonrisas, empujando a Karla sobre una camilla.

—Esperando que llegaran, hay cosas por hacer, ¿saben? —se quejó, dando la vuelta en su silla giratoria.

Miró a Karla con detenimiento, su ceño se frunció demasiado y miró con enojo al sujeto frente a él.

—¿Qué mierdas entienden tus animales por «cuidado»? —vociferó el doctor, un hombre alto y joven vestido de bata blanca y camisilla azul celeste, con lentes y barba suave que le daban aires de ser una buena persona.

Pero no lo creía, no esperaba que lo fuese así como el otro sujeto. Este, por su parte, solo se encogió de hombros y desvió la mirada con pereza hacia ella. Sonrió con esa misma maldita sonrisa que le causaba asco, rabia e impotencia, pero no podía hacer nada para borrarla de su rostro por más que Karla quisiera.

—Solo son unos cuantos moratones, fue en el camino, no nos culpes por todo —se burló.

—¡Largo, déjame trabajar!

—Estaré justo afuera —dijo despidiéndose del doctor, mirándola una vez más a ella—, esperándote.

El tipo salió y el doctor de inmediato bufó, cerró la puerta con seguro y regresó a su asiento. Buscó cremas, un botiquín y una planilla sujetándola a una tablilla de madera. Acercó su silla hasta la camilla, una mesita portátil con todos los insumos limpios y desinfectados, y se sentó junto a ella mirándola con una sonrisa conciliadora.

—¿Te hicieron mucho daño? —indagó, tratando de buscar más marcas en su cuerpo.

—Tengo sangre en la cabeza —contestó Karla susurrando con desconfianza.

—¿Puedo ver? —volvió a preguntar esta vez con manos levantadas—. No te haré daño, todo lo contrario, estoy para curar cualquier cosa que te hayan hecho esos idiotas.

Ella solo se limitó a asentir y dejarlo trabajar. Sus cálidas manos empezaron a tantear con cuidado, apartando el cabello y limpiando la zona. Poco a poco fue curando sus heridas, su labio roto y aplicado crema en sus moratones. Le dio también par de pastillas, un analgésico para el dolor y otra para bajar la inflamación de los golpes. Unos pañitos húmedos y una bata, algo de privacidad en un pequeño baño para que pudiese limpiarse, su cuerpo estaba cubierto por suciedad y polvo de aquella bodega.

Se dio cuenta que era más delicado y comprensivo que los demás, la trataba mucho mejor y parecía preocuparse por ella. Quizás si pudiese hablar con él podría convencerlo, en su mente, las palabras adecuadas empezaron a formularse, y una pizca de esperanza creció en su pecho.

—Doctor, por lo que más quiera, sé que usted es diferente a todos esos tipos de afuera, por favor ayúdeme a salir de aquí —sollozó desesperada, captando en su mirada una mota de preocupación—. Soy el único sustento de mi familia, mi mamá está enferma y me está esperando, si pudiera...

—Si pudiera, esas son las palabras mágicas —le interrumpió, esta vez con una mirada desquiciada y una sonrisa torcida—. Tú, cariño, no puedes y por mi parte no quiero.

La obligó a acostarse en la camilla, amarrando sus manos al cabecero y los pies en cada esquina dejándola abierta de piernas. Se sentó frente a esta, subiendo la bata y rasgando su ropa interior, y sonrió con lascivia al ver su desnudez.

—Solo sentirás una leve molestia, como cuando te bañas o te das cariñito —se burló.

Tanteó sus partes íntimas, sintió como hurgaba en ella sin tacto ni cuidado alguno. La rugosidad del guante le raspaba, le incomodaba y causaba piquiña. Los escuchó suspirar, lo vio levantarse y mirarla con profunda decepción.

—Siéntete a salvo por ahora —se burló tomándola de la barbilla—, eres mercancía invaluable y así vales mucho más que cualquiera aquí.

Acercó su rostro al de ella, observando más de cerca sus facciones, los detalles de sus ojos, la suavidad de su piel y la textura de sus labios.

—Aunque... —susurró, apretando más su agarre—. Igual con esa carita vales oro, preciosa.

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