10. Uniformada y obediente
Corría de forma desesperada por los pasillos de la enorme mansión, la noche se había cernido sobre el lugar oscureciendo casi todo a su paso, solo las tenues luces de las bombillas iluminaban su camino. Le daban un aspecto aún más lúgubre, tenebroso y peligroso a todo el recinto.
Los pulmones empezaron a arderle, estaba cansada de correr y no sabía cuánto tiempo llevaba en esas. El cuerpo le pesaba, cada vez se hacía más lenta su travesía y eso le asustaba, acelerando a niveles exorbitantes el palpitar de su corazón. No entendía que estaba pasando, solo sentía la necesidad agobiante de seguir huyendo y encontrar una salida o un lugar seguro.
No encontraba su habitación, recorría uno a uno los pasillos en busca de esa puerta que le salvaría; sin embargo, esta no aparecía y su futuro se hacía incierto. De pronto, en la oscuridad brillaron dos esferas azules.
—¡No, por favor! —susurró aterrada.
El frío que derramaban era tal que, por más calor que sintiese su cuerpo en ese momento, se vio congelada ante la profunda y perversa belleza de esos orbes. Un azul celeste que demostraba que las apariencias, por más atrayente que fuese, resultaba aún más peligrosos que cualquier trampa.
—No puedes evitarme —murmuró, saliendo de las sombras.
Era él, su fría mirada estaba clavada en ella mientras caminaba en su dirección. Su semblante era aún más terrorífico, las cicatrices en su piel brillaban dándole un aura tan nefasta como lo era toda su existencia. El Topo iba a por ella.
—Aléjate de mí —suplicó, estaba aterrada y acorralada.
—Vas a ser mía —expresó y corrió hacia ella.
Al verse acorralada, solo cerró los ojos y se cubrió el rostro con los brazos esperando protegerse. Se rindió ante su suerte, escuchando sus tétricas risas y esperando recibir algún golpe en su cuerpo. Sin embargo, el sonido cesó y en su lugar recibió suaves caricias en sus mejillas.
Se vio envuelta en fuertes brazos, un fuerte pecho sostenía su rostro y el aroma masculino inundó sus fosas nasales. Temerosa y con el corazón al borde del colapso, levantó la mirada cruzándose con unos ojos oscuros, pero que trasmitían una calidez acogedora. Su sonrisa le tranquilizó, por primera vez desde que su pesadilla empezó se sintió reconfortada y segura. Entre sus brazos creía estar a salvo.
—Nadie te hará daño mientras estés conmigo —susurró tan cerca de su rostro que sintió su cálido aliento—, voy a protegerte con mi vida.
—¿Henry? —murmuró confundida.
Fue acercándose cada vez más, sus labios ansiaban sentir esa suavidad una vez más, pero a su alrededor sonidos y murmullos empezaron a invadirla. Poco a poco fueron aumentando de volumen, alejándola de aquellas sensaciones hasta despertarla por completo.
No había estado corriendo, no se encontraba en los fuertes brazos de Henry ni a punto de ser besada de nuevo por este, seguía en su habitación donde había quedado profundamente dormida. Se percató que, muy a su pesar o para fortuna, no estaba segura, se trató solo un sueño, uno muy extraño y realista. Su corazón seguía latiendo con desenfreno y sudaba frío.
—¡Buenos días, Karlita! —le saludó Jude con una amplia sonrisa—. ¿Dormiste bien?
Allí estaba ella, sonriente y radiante como si fuese un excelente día que disfrutar. Y con ella el contraste, la amargura hecha mujer pelirroja, Raquel. Esta le miraba por el rabillo del ojo mientras acomodaba una serie de cosas en su mesita de noche al lado de su cama, pero se veía con cierto fastidio en su expresión.
—Raquel... —añadió Jude con cierto tono de reproche.
—Buenos días... Karla —bufó Raquel, pronunciando aquello con mucho fastidio y fingiendo una amplia sonrisa.
—Sí, buenos días —contestó Karla en el mismo tono
—Hay que mejorar eso —les riñó a ambas, centrando su atención una vez más en Karla—. Hoy empieza tu instrucción, te vamos enseñando lo que tienes que hacer y cómo nos dividimos las tareas, ¿vale?
—Ok —contestó pensativa.
—Te dejamos el uniforme, ya sabes, por ahora es necesario usarlo y tal, supongo que Henry ya te lo dijo —continuó explicando—. Dúchate y baja para desayunar, después de eso empezamos el recorrido.
La sonrisa y emoción de Jude era desconcertante, incluso la misma Raquel a su lado la miraba a veces con extrañeza. Al parecer ella, que llevaba quien sabe cuento tiempo compartiendo con ella, no terminaba de entender su alta energía y emoción.
—No tardes, después se enfría —añadió—. ¡Te esperamos!
—Claro que no, tengo hambre —se quejó Raquel, dándole una última mirada de desprecio antes de salir de la habitación como alma que lleva el diablo.
—Ya se le pasará —la excusó y salió tras ella.
—¡Están locas! —exclamó para sí misma.
Se desperezó estirando su cuerpo, seguían doliendo sus músculos y la cabeza, pero ya era un tenue recuerdo de una pesadilla pasada. El martirio actual era diferente, pero aún más confuso y desconcertante, tanto como el sueño que había tenido, ¿qué significaba todo eso? Solo un beso y ya estaba en las nubes soñando con sentirlo de nuevo, ¿acaso tenía sentido?
No debía darle importancia, debía enfocarse en lo importante, aparentar.
Suspiró con frustración, se duchó y vistió con calma. El uniforme era de su talla exacta, ni tan largo, pero tampoco tan corto; el típico uniforme de mucama de casa de ricachones y presumidos que, sin importar con quienes trabajen, se creen los dueños del mundo.
Salió de la habitación, el apetito empezaba a despertar y reactivar la normalidad de las funciones de su cuerpo. El dormir y comer se había convertido en un suplicio desde que fue capturada, pero empezaba a tomar confianza bajo ese techo. Claro está, si no contaba con la presencia del Topo en los alrededores.
—Buenos días, preciosa. —Había aparecido de la nada, sorprendiéndola sobremanera—. Ese uniforme te queda tan... delicioso.
Sonrió de manera tan perturbadora, que el miedo volvió a internarse en su cuerpo paralizándola por completo, sus piernas no le respondían por más que deseara marcharse de allí. Se había dicho que debía ser fuerte, pero ese sujeto tenía algo que le doblegaba la razón y la llenaba de pánico.
—Se una buena niña y tráeme un café, ¿quieres? —añadió, dándole un beso al aire.
No dejaba de mirarla de pies a cabeza, relamiéndose los labios con lentitud y hambre. Se sintió tan incomoda y asqueada con su sola presencia que, con afán de salir de su radar, se obligó a sí misma a reaccionar casi corriendo escaleras abajo.
—¡Dios, que susto! —expresó Raquel, casi chocando con ella—. Casi me tiras de nuevo, babosa, fíjate por donde... ¿Por qué tienes esa cara?
—No... no es nada —balbuceó, respiraba agitada—. Lo siento, no era mi intensión correr así... yo, no quería...
—¿Era él? —indagó, mirando detrás de ella con cierto temor.
Karla solo asintió, sintiendo por primera vez que llegaba a conectar con Raquel más de dos segundos y con expresiones diferentes al fastidio. Ambas tenían un miedo en común, el Topo. En pocas palabras, ese sujeto era el problema principal en esa casa.
—A la cocina, no debemos estar solas mientras ese tipo esté cerca —le dijo, tomándola de la mano y llevándola consigo.
Respiró con tranquilidad al cruzar el umbral de la cocina, allí se encontraban todas las chicas desayunando y conversando entre risas. Se sintió aliviada, ya no estaba sola ni expuesta a las asquerosas miradas de ese sujeto. Sin embargo, la actitud de Raquel volvió a ser la misma, soltándola con solo asomarse por la puerta.
Poco le importó, lo único que estaba en su mente en ese momento era no estar relacionada con él, con ellas estaba casi obligada, pero no era importante tampoco. Su enfoque era salir de allí, por las buenas o por las malas, la opinión de Henry poco importaba. Si él no la liberaba, ella misma encontraría la forma de regresar con su madre y hermano. No la iba a retener por nada, no mientras pudiese hacer algo al respecto y todo su dinero no lo iba a impedir.
—¿Cómo te sientes, Pame? —indagó Raquel con una sonrisa dulce.
—Mucho mejor, el señor Henry no es tan malo como parece, ya no me da tanto miedo —contestó la niña con cierto entusiasmo.
—Es un buen tipo, ya verás que te cae bien —le sonrió, desviando su mirada ceñuda a Karla—, no como otras que van haciendo desastre solo llegando.
—¡Raquel! —dijo Jude con tono amenazante.
—No hay problema —contestó Karla con una sonrisa fruncida—, no todos son capaces de comprender al prójimo.
—No creo que haya algo que comprender, aún me duele el brazo, ¿sabes? —se quejó indignada.
—Pues lo siento, de verdad disculpa si te lastimé, lo único que tenía en la mente en ese momento era salir de aquí —expresó Karla aún más molesta—. No sé ustedes, pero pasar por las manos de ese tipo no es agradable.
—¿El Topo fue quién...? —empezó a indagar Helen.
—El desayuno se enfría, por favor, no toquemos esos temas cuando estamos comiendo —les riñó Jude—. A veces me desesperan ustedes, en serio.
El pesado y tenso silencio cayó en la sala, todas comiendo sin mirarse las caras, con las miradas fijas en sus platos. Un suspiro lastimero resonó, Jude las miraba a ambas con cierto reproche, en especial a Raquel. Decidieron dejar tema ahí, retomar su tranquilidad y cumplir con lo único que tenían que hacer.
Al terminar, Jude repartió las tareas entre todas las chicas; en el aseo, ordenar y cocinar se iba mucho tiempo. La casa era demasiado grande, muchas personas viviendo en ella y otras tantas solo colaborando en algunos trabajos. Agrupadas de a dos, cada quien se retiró para iniciar con sus labores, siendo la misma Jude quien se quedará con la pequeña Pamela.
—Helen y Selena, ustedes tendrán toda la primera planta —anunció Jude—, Lorena y Rachel, la segunda planta; la pequeña Pame se queda conmigo aquí en la cocina, y por último...
Jude hizo una pausa, colocando sus manos en jarra y mirándolas a ambas con el ceño fruncido mientras las demás huían de escuchar más regaños. Entendieron ellas dos, después de varios segundos de intensa observación, lo que vendría después.
—Ustedes dos irán a la tercera planta, toda todita para ustedes solitas —se burló—, necesito que empiecen a llevarse bien, porque esto se está haciendo fastidioso. ¿Entendido?
—Sí —contestaron las dos con desgana.
—Den un buen ejemplo, están más vieja que Pame y se comporta mejor que ambas —les reprendió una vez más, sonriéndole a esta última—. ¡Vamos, nena, no te juntes con esta chusma!
Ambas se fueron entre suaves risas burlonas, dejando atrás a dos molestas muchachas inconformes e indignadas. Estas se limitaron a mirarse de reojo, torcer los ojos y bufar con fastidio.
—Este será un largo día —murmuró Raquel, alejándose rumbo a la tercera planta.
Karla se limitó a seguirla, pasando por la gran sala hasta llegar al inicio de las escaleras. Por un momento vio la luz al final del túnel, la puerta principal al final de un amplio rellano abierta de par en par. El cielo era tan azul que parecía llamarle a tomar el sol, era la oportunidad que tanto había esperado, saber dónde estaba la salida y poder escapar. Sin embargo, ya tenía un plan fichado y en proceso, un intento tan imprudente de escape estando tan vigilada y con obstáculos presentes, sería solo un bache en su plan. Apariencias, eso era lo que debía lograr esos días.
Desistió, suspirando con pesar y resignación, subiendo las escaleras hasta cruzarse una vez más con Raquel. Esta la estaba esperando, mirándola con ojos entornados tratando de acusarla de algo que pensó, pero no hizo.
—Si sabes lo que está en juego, ¿no? —le dijo con reproche—. Por lo menos trata de disimular un poco, lo haces tan evidente que no lograrás ni tres pasos fuera de esa puerta.
Chasqueó la lengua y le dio la espalda, continuando con su andar por el pasillo a un costado de este. Allí, abrió una puerta a una especie de armario donde, entre olores a desinfectante, sacó escobas, limpiones y recogedores de basura.
—Tú limpia y yo ordeno —demandó Raquel, dándole escoba y recogedor de basura—, cuidado con lo que tocas, todo debe quedar en el mismo orden.
—Sí, patrona —contestó Karla burlona.
—No me busques —le advirtió con fastidio.
—No empieces —respondió ella igual de amenazante.
Recorrieron una a una las habitaciones de esa planta, limpiando un poco de polvo y barriendo hojas que de vez en cuando la brisa dejaba entrar por las ventanas abiertas. Todas eran similares, con camas sencillas, sabanas de seda, mesitas de noche, grandes closets y tocadores adornando la estancia. En algunos había cuadros y otros solo tenían floreros, al parecer cada dueño le daba su toque personal al ambiente.
Sin embargo, la última habitación al fondo de esta era totalmente diferente. Tan grande como tres de las anteriores juntas, con paredes lisas de color crema; cuadros de paisajes amplios y cálidos, una enorme cama matrimonial con sábanas de dosel; todo tan elegante y fino, tan pulcro y perfectamente ordenado que no le costó adivinar de quien era.
—Especial cuidado con esta, ni deberías entrar aquí, pero tampoco lo haré sola —le advirtió.
—Supongo que es la habitación de Henry —adivinó.
—Señor Henry, para ti —replicó con fastidio—, y sí, sabionda, es su cuarto.
Ignoró su tono y continuó con lo suyo, no había mucho que hacer salvo tender la cama y ordenar algunas cosas fuera de su lugar. Ella se encargaba de esto último, pasando un limpión limpio y seco sobre las superficies. Años siendo ama de casa no se olvidan de la noche a la mañana, acostumbrada siempre al aseo y al orden.
Raquel, por su parte, en vez de arreglar y acomodar la cama como se supone debería hacer, se lanzó entre chillidos de emoción sobre esta. Era tan cómoda y acolchonada, que rebotó con suavidad.
—Esta cama es una delicia —expresó con deleite, estirándose en toda su longitud—, tan cómoda y silenciosa, más que perfecta.
—Deberías tenderla, no desarmarla —recalcó Karla con obviedad.
—Sí, sí, como sea, tú sigue ahí —se burló, soltando un suspiro de satisfacción—. Tantas veces que la he usado, no creo que una más sin él sea problema.
Aquel comentario le sacó de sus casillas, no entendía el afán de esa chica por hacerle creer tales cosas. No le interesaba en absoluto, pero tampoco era muy coherente con todo lo que le habían dicho. Podía creer que sus palabras eran falsas, pero, ¿para qué inventarse eso?
—¿No se supone que Henry jamás las ha tocado de ninguna forma posible? —indagó Karla con curiosidad.
—¡Ay niña! —exclamó Raquel entre risas—. No lo haría en contra de nuestra voluntad, pero tampoco hay mucho que negarse cuando es voluntario. ¿No crees? Con lo bueno que está, es casi imposible resistirse.
Sus palabras solo le daban repelús, como si hacer tal cosa con alguien como Henry O'Donell fuese un premio o el equivalente a ganarse la lotería. Les había comprado, pero eso no significaba que podían retribuirle eso con su propio cuerpo. ¡Jamás!
Trató de pensar en algo para desviar el tema, no quería seguir tocando ese ni imaginarse cosas estando aún en su habitación.
—¿Hace cuanto estás aquí? —preguntó con naturalidad.
—Casi dos años, de las primeras en llegar antes que Helen y Lorena —contestó, bajando de la cama y levantando frazadas—. ¿Por qué el interés repentino?
—Esto de seguir discutiendo me aburrió —aceptó, encogiéndose de hombros—. De verdad lo siento, estaba muy alterada y asustada con todo esto. Despertar después de que te drogaran, golpearan y metieran a una caja de muñecas es horrible, deberías entenderme.
Un suspiro por parte de Raquel le dio la razón, por desgracia todas tenían ese pasado en común, por lo que deberían saber y entender lo que se siente estar recién llegado a un lugar desconocido después de vivir aquellas barbaridades.
—Lo sé, solo que a veces suelo ser un poco rencorosa —contestó después de un largo silencio—, pero bueno.
—¿Crees que regreses a tu casa algún día? —se atrevió a preguntar.
—Espero que no, la verdad —aseguró.
Karla ya había terminado con lo suyo, recogiendo sus implementos y casi dejando caer todo al escuchar su respuesta. Era insólito, ¿querer seguir encerrada allí por puro gusto?
—¿Por qué? —indagó Karla casi preocupada por ella—. Tu familia debe estar preocupada por ti, ¿no los extrañas siquiera?
—Ese es el punto, niña, no tengo familia. —Dejó a un lado las grandes sábanas, mirando fijamente a Karla con amargura—. Para mi fuera de estas enormes paredes, no hay nada esperándome o buscándome, más que la señora de la casa de acogida para poder reclamar el subsidio que recibía por tenerme.
—¡Ah entiendo!
—Lo dudo, ¿crees que, al estar viviendo aquí con tanta comodidad, comidas aseguradas y un pago bien gordo, voy a querer volver donde seguramente ya ni me recuerden y tampoco hagan nada por mí? —Por primera vez vio dolor reflejado en sus ojos claros, mucho dolor—. Ya no soy la niña que secuestraron, soy mayor de edad y el gobierno se desinteresa por los de mi tipo. No quiero terminar en la calle, prefiero quedarme aquí con los pocos que me han tratado como una persona, y no como la basura que creen que soy.
Se dio la vuelta continuando con su tarea, acomodando los grandes almohadones y sacudiendo las frazadas para luego colocarlas de nuevo. Todo en orden, con un estilo diferente y estético. Se notaba que estaba tensa, al parecer el recordarle todo eso le molestaba mucho. Aunque, de cierta forma Karla lo entendía. No era la única que había tenido una vida difícil, pero a diferencia de Raquel, ella sí tenía una familia que la amaba y esperaba de regreso.
—¿Henry hace parte de ese grupo? —volvió a preguntar.
—Sí, él ha demostrado ser una buena persona, no solo lo digo poque me guste, sino porque llevo mucho más tiempo que la mayoría y lo conozco —respondió, girándose hasta mirarla con vehemencia—. Esconde secretos, en especial cuando se trata de toda esa mierda de la gala y la subasta, pero ni yo quisiera saber cuáles son. Muchas veces es mejor vivir en la ignorancia.
—¿Puedes darme tu palabra de que todo lo que me dijo es cierto? —inquirió, quería sacarse esa espina del cuerpo.
—Te lo juro, yo sí metería las manos al fuego por él.
Le era un poco perturbador y desconcertante la forma en que ellas terminaban por creerle, por confiar a ciegas en la persona que gastó millones comprándolas como si fuesen muñecas de colección. Eso no era tratarla como persona, así como lo mencionó ella misma, era todo lo contrario. Y, aun así, ahí estaba sin querer salir de aquel lugar y creyendo fielmente en Henry.
—¿Segura que no es por... porque te gusta? —se atrevió a preguntar, la curiosidad picaba más que su propia prudencia—. A todas estas, ¿cómo te puede gustar?
—Cómo no hacerlo, no es solo su atractivo y su personalidad de macho alfa —expresó como si se tratara de algo demasiado obvio—. Henry me da la seguridad que siempre quise, es un buen tipo y nos conocemos muy bien, no pido más que eso, así que espero algún día dejar de ser una mucama y ser la señora de aquí.
—Creo que estás loca. —Le dio la espalda, escuchando risas sarcásticas y un bufido.
Esperó que terminara su tarea, mirando por la ventana y respirando el fresco aire del exterior. Por el momento, era lo más cercano que podría estar de hacerlo. Al terminar allí, restaba hacer lo mismo con el pasillo y regar las plantas decorativas, al parecer tener un enorme jardín en la parte delantera y rodeando los laterales no era suficiente.
Al terminar, se sintió agotada y hambrienta.
—Niñas, ya es hora de almorzar —anunció Jude desde las escaleras, observándolas con advertencias silenciosas—. ¿Cómo van por aquí, mis niñas?
—Ya nos llevamos bien, cierto Raquelenta —contestó Karla adelantándose a ella, recibiendo una mirada de fastidio de la implicada.
—Claro, nos llevamos bien, mi querida Karlangas —le devolvió el favor con una sonrisa fingida.
—Me alegro mucho, ahora bajen a comer antes que no les crea —les advirtió Jude, frunciendo el ceño.
—Sí señora —se burlaron las dos ambas.
Karla no podía negar que, de cierta manera un poco desesperante, aquella chica no le caía tan mal como parecía. Estaban locas, eso no podía negarlo de momento, pero Jude era divertida y muy extrovertida a su manera. Raquel, en cambio, lo había dicho ella misma, es muy rencorosa.
Aun así, si quería aparentar, debía aflojar un poco las riendas y solo dejar pasar el rato. De todas formas, no le hacía mal acercarse a las niñas, ¿o sí?
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