Dolor silencioso #NoviembreDinámico

Tus ojos admiran la oscuridad en la que te encuentras. No sabes si estás dormido o despierto, puesto que tus músculos no reaccionan ante estímulos. Tu respiración va compasada a las punzadas de dolor que tu cabeza te causa.

Eres capaz de razonar, sí, pero tu cuerpo no te responde, como si no te perteneciera. En lo primero que piensas es la parálisis del sueño; pero lo descartas casi al instante. Porque notas los huesos entumecidos y los músculos dolidos, como si llevaran días sin moverse.

Te agitas un poco en tu desesperación. Gritas enmudecido y consigues golpear algo que se encuentra por encima de ti, que identificas como madera. Madera... tu mente divaga por los días anteriores a la amnesia, a las horas antes al dolor. Una idea emerge de entre las demás y las ideas empiezan a fluir entre tu mente. La cena y el intenso dolor de cabeza junto con el de barriga fueron lo último que sentiste, junto a las carcajadas de tu pareja. Ahora todo parece más claro; ¿o no?

¿Realmente sería capaz de hacer algo tan despiadado, tan cruel, como para inducirte al coma por medio de alguna droga? Quieres pensar que no, y te aferras a esa idea con toda tu alma. Pero no hay otra explicación. Sus carcajadas resuenan con la fuerza de una bocina mientras tú te revolvías en el suelo, presa del pánico y del dolor. Por si fuera poco, dudas de tu situación. Sobre tu cabeza descansa un buen tablón de madera, y el suelo parece ser lo mismo. Cuándo palpes las paredes tendrás un veredicto.

El pánico empieza a tragarse tu lógica cuán claustrofóbico. Gritas enmudecido, haciendo gestos desgarradores pese a saber que nadie lo sabrá. Notas que te empieza a faltar el aire, y al mismo tiempo, tus dedos empiezan a notarse. Raspas lo que tienes más cerca, la pared. Madera, también. Tus peores temores se confirman, tus pesadillas se vuelven reales. Estás en un nicho. Dentro de un ataúd. Drogado, con la movilidad reducida y el oxígeno faltante. Tú hora se aproxima.

Has encajado las últimas piezas del rompecabezas. La exagerada discusión con tu pareja, llena de insultos y amenazas, su gran interés por preparar la cena con la excusa de que quería reconciliarse, el dolor que te advertía que algo no estaba bien y esa risa brotando de sus labios. Todo encajaba y su plan había funcionado. Cuál ratón atraído por un queso sobre una trampa, habías caído. Todos sus golpes, sus amenazas y sus gritos no eran palabras vacías. Ella sabía, desde el primer momento, lo que estaba haciendo. No sería imputada por ningún cargo. Y la mayor fortuna de Inglaterra pasaría a ser suya.

Tu respiración se agitó un poco más intentando capturar el poco oxígeno que queda. Pero no eres capaz de respirar, ya no. El último soplido de oxígeno se había agotado y ya no eres capaz de controlarte. Cierras los ojos, consciente de que no los volverás a abrir.

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