[❤] Capítulo 8

¿Protegida?

Podía ver su rostro bañado en pequeñas pecas, él quería besarla, y ella complació su petición acercándose más, uniendo sus labios.

Para él sus labios tenían un sabor simplemente exquisito, una contradicción que lo hacía desear mucho más de ella. Él descaradamente se acercó más a ella.

Ella pudo sentir el bulto entre sus muslos moverse, él lo había hecho a propósito con la intención de incitarla, mostrarle como lo provocaba de una manera indescriptible. Ella soltaba pequeños gemidos ahogados entre besos, pronto los dos se quedaron sin aire y se separaron para controlar su respiración, ella miró debajo donde se encontraba el gran bulto en sus pantalones, que ahora estaba en su intimidad, lo cual provocó un gemido que lo excitó aún más, esa sensación de sentirlo era simplemente extraordinaria.

Él la levantó del suelo, ella inmediatamente rodeó sus piernas al rededor de su delgada cintura, y sus brazos en su cuello, ella lo besó de nuevo, él le correspondió llevándola a la habitación, a pesar de que le costó un poco abrir la manilla de la puerta a lo que ella rió contra sus labios, al fin pudo.

La acostó suavemente en la cama, él encima de ella centrando su peso en sus codos y rodillas, los besos no paraban, eran besos llenos de pasión, de deseo mutuo entre ellos. Él mordió su labio inferior a lo cual ella abrió más su boca, dándole permiso a que su lengua la invadiera, era una lucha interna tratar de pararse ahí mismo, pero lo comprendieron, ya era tarde, no se detendrían ninguno de los dos.

Edgar se separó un momento para deshacerse de su camisa, a su parecer dándole una vista maravillosa, le encantaba esa piel pálida, fría al tacto, hombros anchos y músculosos, abdomen bien formado, cintura delgada, y unos oblicuos que formaban esa maravillosa V que incitaba a ver más abajo. Ella estaba embelesada y él se sentía glorioso al ver su reacción, bajó de nuevo depositando un pequeño beso en sus labios, para luego trazar un camino imaginario de besos por su mandíbula, cuello y clavícula, se detuvo, tomó el dobladillo de su camisa de lana, subiendo cada vez más hasta quitarséla por completo.

Luego bajo sus pantalones de tiro alto, ella sólo quedó en ropa interior, la cuál era una fina lencería de encaje blanco, él la miraba con mucha atención recorriéndola, guardando cada pequeño detalle, cada facción.

Sus largas piernas, sus glúteos: grades y redondos, su cintura bien marcada y delgada, su abdomen plano, y esos pechos que resaltaban, bien dotados. Su rostro estaba levemente sonrojado y sus labios hinchados, ella era simplemente hermosa.

—Sabor latino —respondió ella.

—Ya quiero probarlo —dijo con deseo.

Pasión, era lo que ella veía en los ojos de Edgar cada vez que la miraba, se sentía complacida, él la comía con la mirada, y su ego crecía y se sentía imponente. Él dejaba besos por sus piernas, subiendo, por sus muslos, y en su intimidad lo que provocó que se estremeciera y en él una sonrisa, siguió por su abdomen y ombligo, por sus costillas y se detuvo en sus pecho, los acarició por sobre la tela masajeandolos, provocando un gemido de placer de parte de ella.

Subió hasta encontrarse con sus labios y susurrarle al oído.

—Te deseo tanto y no sabes cuanto, pero si quieres que me detenga, lo haré en este preciso instante —dijo con voz aterciopelada.

—No lo hagas, no te detengas —pidió ella.

—Si continuo, no podré contenerme, no me detendré —advirtió.

—Te deseo —respondió, eso fue lo que lo hizo seguir sin medida.

Él pasó sus manos hacia su delgada espalda, donde intentó inútilmente soltar ese sujetador molesto, pero no lo logró, ella rió ante su torpesa, se apoyo en sus codos y lo quitó finalmente, lanzandolo a alguna parte de la habitación, por fin podía ver esos valles, apreciarlos sin ninguna barrera, y mejor aún, tocarlos. Y lo hizo, tomó uno y lo masajeó con su mano, y metió otro en su boca, succionando y mordisqueando suavemente, ella arqueó su espalda queriendo más de su tacto, más de esa sensación que la volvía loca.

Se alejó brevemente mirando sus pezones, hinchados, erizados, redondos y bien proporcionados, era una maravilla. Ella se sentía en el paraíso, un mar infinito de sensaciones interminables.

Bajó con delicadeza la pequeña braga de encaje blanco, dejándola totalmente expuesta, ella se removió incómoda cerrando sus piernas, las luces estaban apagadas pero la luz de la luna se filtraba por la puerta del balcón, brindando claridad suficiente a la habitación, la suficiente como para verse el uno al otro.

Él posó su mano en su femineidad, lo que causó que ella cerrara los ojos y gimiera. Él movia su mano de arriba abajo en movimientos suaves y lentos, placenteros para ella, quien jadeaba. Estaba húmeda, eso lo complació, estaba mojada por él, eso le causó una gran satisfacción.

Un gemidos fuerte inundó completamente la habitación, él introdujo dos dedos en ella, sus piernas temblaban, echó su cabeza hacía atrás, tenía empuñanda las sabanas. Él introducía y sacaba sus dedos; ver su cara, escuchar sus gemidos era simplemente maravilloso, lo hacía ponerse más duro.

—Edgar... —pronunciaba entre gemidos.

¡Oh!, su nombre, era melodía para sus oídos escuchar pronunciar entre gemidos su nombre, lo hacía más placentero. Mientras sus dedos exploraban su interior, su pulgar sobaba suavemente su clítoris en círculos.

Para ella era un placer indescriptible, mordía su labio para evitar gemir fuerte, apretaba las sabanas, una corriente eléctrica la recorrió, acabaría en cualquier momento, de eso no había duda, el seguía arduamente en su labor, pero ahora más rápido, quería que se viniera.

Pudo sentir como sus músculos se tensaban, estaba apundo de terminar. Poco segundos después se vino llegando al orgasmo, al sacar sus dedos sintió un líquido transparente en ellos, metió sus dedos en su boca, ella estaba sorprendida y algo avergonzada.

—Mmm, sabor latino repitió sus palabras—. Delicioso.

La besó, ella notó que él aún llevaba puesto los pantalones, y le lanzó una mirada reprobatoria, él lo entendió y se quedó de rodillas en la cama dándole a entender que quería que ella lo terminara de desvestir, tal cómo lo hizo él con ella.

Ella se acercó a él, quitó su correa, desabrochó el botón del pantalón y bajó la cremallera, intentó bajar sus pantalones pero no pudo, así que él le ayudó despojándose de él. Pudo ver el bulto en sus bóxers, muy grande a su parecer, él se sentó como indio sobre la cama y ella encima de él.

Lo miró, le encantaba esos ojos azules, profundos y oscuros. Su cabello pelirrojo, asemejante a un color caoba o terracota, se acercó lentamente y lugar besó suavemente en los labios, esta vez no fué un beso salvaje y tosco.

Fue un beso tierno, tranquilo y sin ningún tapujo, lleno de paz y tranquilidad.

—Esto es una locura, tanto que parece prohibido —resitó ella más para si misma que para él.

—Lo prohibido atrae más —respondió él con cierto deje de burla.

—Tienes razón —estuvo de acuerdo.

Ella sentía como su miembro rosaba con su intimidad, él volvió a recostarla en la cama, sentirla era lo que más deseaba, la embestía aún con los bóxers puestos, ella soltaba jadeos, él de vez en cuando gruñía mientras se besaban. No lo soportó más, se separó de ella buscando su billetera que se encontraba en su pantalón, un pequeño paquete plateado, protección, ella lo miraba atentamente esperando impaciente.

Él tomó el elástico de sus bóxers bajandolo lentamente como una suave tortura para ella. Y pudo ver, su glorioso pene eréctil, grande y su glande hinchado, lentamente como si de un espectáculo de un striptease se tratara, colocó el condón en su miembro con una lentitud y sensualidad impresionantes.

Inconscientemente mordía su labio con deseo, esperando a que continuara. Se acercó, colocó sus manos en sus muslos, abriéndolos para tener mejor accesibilidad, chocaron sus labios.

Él entró lentamente en ella hasta la mitad, para luego penetrar con fuerza completamente su interior. Ella soltó un fuerte gemidos, asombrada, llena de placer, él comenzó a embestir lento pero profundo. Podía sentir un dolor placentero, lo oía jadear en su oído, embestía cada vez un poco más rápido, mientras besaba su cuello.

Ella enroscó sus piernas en su cintura, permitiéndole mayor fuerza y facilidad. Ella gemía descontroladamente, nunca lo había hecho de tal manera, se encontraba sorprendida de si misma al escucharse.

Pronto llegaría al segundo orgasmo, estaba aún sensible del anterior. Él paró repentinamente y salió de ella.

—Voltéate —ordenó jadeando.

Ella estaba asombrada y su respiración era pesada, pero de igual manera lo obedeció, volteándose. Él apretó su culo con sutileza, dándole una suave nalgada, sobó su entrada húmeda y entró de una sola estocada, la embestía con fuerza llegando lo más profundo posible, los dos sentían placer, sus cuerpos encajaban tan bien, cómo si estuvieran hechos a la misma medida.

Esta cerca podía sentirlo, él quería alargar más el orgasmo, pero era imposile, en esa posición era más predecible. Ella estaba a punto de terminar, podía sentirlo, su interior se contraía, se estrechaba al rededor de él.

Se estaba volviendo loco, ella lo estaba volviendo loco, escuchar como gritaba su nombre en súplica, era como estar en el cielo, ella arqueó su espalda, lo cual él aprovechó para apretar sus senos y decirle distintas obsenidades.

—Córrete para mí —dijo él con voz ronca.

—Edgar... —repetía ella con deleite.

Pocos segundos después ella llegó al orgasmo soltando un gemido ahogado por la almohada, él empezó a embestir más rápido, llegando minutos después hundiéndose completamente en ella, suspirando y jadeando. Ella hundió su cabeza en la almohada, cansada; él se apoyó en su espalda, repartiendo besos en ella, había sido increíble.

Es cierto que no era nueva en relaciones sexuales. Pero sin duda esa fue una de las mejores podía asegurar, sinceramente sólo se esperaba cojer y ya, pero no fué así, había emociones de por medio, no sabía con exactitud, pero las había. Y fue maravilloso.

Él se acostó a un lado, agotado al igual que ella, tratando de normalizar su respiración, ella lo miró con satisfacción. Se veía aún más guapo así, él se percató de su mirada y ladeó su rostro mirándola, le sonrió y la acercó a su pecho, abrazándola.

A ella le pareció muy cálidos sus brazos, se sentía protegida, resguardada de cualquier peligro existente, apoyó su cabeza en su pecho, sintiendo como éste se movía de arriba hacía abajo gradualmente por su respiración, y también su corazón, era relajante poder escucharlo latir, era como un alivio, no sabía porque, pero así lo sentía. Quería que latiera para siempre.

«¿Quién podría seguir siendo vegetariano si te viera desnuda?»

Abril, 7 de 2018.

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