Capítulo 2

Hogar Kannavage.

—Toma tu pastilla —dijo a su madre—. También deberías de comer un poco más.

La mujer con la respiración un tanto trabajosa sonrió a su hija mayor.

—Mamá —dijo la chica—. Ayúdame con eso por favor. No puedo llegar tarde al trabajo o ahora si van a despedirme.

—Lo sé —contestó la mujer—. Voy a terminarla solo ve por tu hermana y tráela aquí, y nosotras nos las arreglaremos. Ve al trabajo y no vuelvas tarde.

La chica asintió y fue a la habitación donde compartía espacio con su hermana.

—Creí que ya te habías ido —dijo su hermana.

—¿Cómo has sabido que soy yo? —preguntó divertida—. Siempre haces lo mismo.

—Brooke, tu olor es inconfundible —respondió con picardía—. Mamá huele a jazmín, tu tienes un olor a vainilla y papá, bueno papá ya sabemos a lo que huele constantemente.

Brooke se acercó a su hermana y se sentó a su lado para darle un beso y abrazarla.

—Vamos a juntar para tu operación —aseguró con determinación—. Un día volverás a ver Scarlett.

La joven sonrió con tristeza pero no dijo nada solo se quedó sentada como cada día desde que su vista la había abandonado.

—Ya haces demasiado por nosotras —dijo buscando la mano de su hermana—. No es justo que sigas abandonando tu vida por nosotras. Es papá quien debería protegernos, somos su familia.

—Papá no está bien —dijo con un suspiro de derrota—. Algún día vamos a poder ser la familia de antes, mientras tanto tu debes seguir siendo fuerte que pronto vas a lograr ver y todo será felicidad.

Su hermana sonrió desganada y ella supo que no le creía pero eso no significaba que ella se rindiera. Iba a lograr que su hermana viera de nuevo. Estaba segura de que iba a lograrlo.

Dejó un beso en su frente y la acompañó hacia la sala donde su madre esperaba.

La ayudó a sentarse y les pasó una pequeña bandeja con algunas cosas necesarias.

Quitó todo aquello que pudiera estorbar a su hermana y después de dejar un beso en la frente de su madre se despidió para ir hacia el trabajo.

El empleo en la floristería era mal pagado para el número de horas que trabajaba pero de momento era lo único que había conseguido y eso era mejor que nada.

Salió de casa y como cada mañana llegó en punto de las nueve a la floristería Romantic donde no solo atendía clientes buenos y otros no tantos, sino que también tocaba aguantar al rabo verde de su jefe.

Bien sabía ella que en los siete meses que llevaba trabajando en el lugar había tenido seis compañeras, casi una por mes debido al acoso del dueño.

Ella por supuesto se la pasaba evadiendo y buscando cosas que hacer para no toparse con él nunca ni ponerse en situaciones de riesgo.

No podía darse el lujo de ser despedida, en primera porque la situación económica estaba terrible y el desempleo a la orden del día y en segunda porque ni siquiera había logrado terminar el instituto y así no conseguía trabajo de nada.

Las empresas creían que el bachiller los hacía más listo y no es que fuera mentira pero al menos en ella no aplicaba. Era estudiosa, buena chica y ambiciosa, además de muy buena con las cuentas pero eso a nadie le importaba, solo exigían el certificado de culminación.

Se había visto obligada a trabajar, tras la enfermedad de su madre en diversos lugares mal pagados e hasta terminar en la floristería e incluso así le había costado mucho conseguir un empleo.

El corazón, un órgano tan vital estaba haciéndola sufrir, la diabetes y la presión arterial necesitaba dinero para ser atendidas y con su padre no podía contar.

Era bien sabido que a veces pasaban semanas antes de que llegara a casa en un estado deplorable, apestando a alcohol y sudor y por supuesto sin un solo centavo.

No solo había necesitado dinero para la comida sino que también pronto escaseó tanto que era imposible que pudiera ir a la escuela sin pasajes, no había dinero ni para eso, su madre y su hermana necesitaban medicamentos y ella era la única en condiciones de poder proveer.

Al principio se daba encontronazos con su padre que terminaban en lágrimas y arrepentimiento por parte de él, además por supuesto de la promesa de volver por el buen sendero, pero apenas unos días después la situación se repetía y con el engaño vino la desconfianza, el escepticismo y finalmente la resignación.

Antes solía salir a buscarlo por las noches preocupada de que le hubiera sucedido algo, arriesgándose a que algún infeliz le hiciera daño, pero lo hacía porque su cabeza no podía dejar de pensar en que algo podría andar mal; sin embargo, con el tiempo comprendió que nada era como parecía y que su padre no iba a componer el camino jamás.

Nunca tenía dinero y las deudas se fueron acumulando, entre ellas el gas, la luz y el agua, pero afortunadamente había llegado a un acuerdo con las instituciones para ir pagando a plazos y finalmente Brooke logró ponerse al corriente.

De su sueldo no podía usar nada para sí misma debido a que los gastos de la casa y medicamentos de su madre lo absorbían por completo.

Sin embargo, ella era feliz porque tenía una familia y un hogar.

—Deja de perder el tiempo suspirando por cualquier mocoso y ponte a trabajar —dijo la voz de su jefe—. Que costumbre tan horrible tienen las mujeres de andar por la vida creyendo cuentos de hadas.

Brooke lo observó, estaba de mal humor pero al menos no estaba de encimoso y eso se debía mas que nada a que su esposa estaba en el negocio. Eso siempre lograba enojarlo. Detestaba ver a su esposa en el lugar, sobre todo porque la señora contabilizaba cada moneda de la tienda y para más inri le boicoteaba sus intentos de coqueteo con alguna otra.

Sonrió al imaginarlo más tarde justificando todo lo que hacía falta y diciéndole a su esposa que seguramente nosotras robábamos.

Lo cierto es que su esposa bien conocía a su marido por lo que nada más le daba por su lado pero estaba segura de que en realidad sabía que él era quien malgastaba el dinero.

Brooke no respondió y se puso a rociar las flores con el atomizador lleno de agua.

En un principio le gustaba el olor a flores pero al final de su turno terminaba con dolor de cabeza. Poco a poco se fue acostumbrando y ahora ya ni siquiera sentía los olores.

Escuchó la campanilla del mostrador y salió de su escondite para atender.

El hombre frente a ella la miró con detenimiento antes de hablar.

Tenía una mirada tan pesada que la hizo ponerse nerviosa y además, le causo un poco de miedo.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —preguntó pero el hombre siguió sin hablar solo la observaba de arriba a abajo.

Finalmente, logró que dejara de verla y hablara.

—¿Cómo te llamas? —preguntó y ella se removió incómoda.

—No creo que eso sea relevante —respondió con todo el aplomo que pudo reunir—. Necesita algo en lo que lo pueda ayudar.

El hombre sonrió y señaló el lugar como si fuera obvio.

Ella comenzó a caminar por el lugar.

Pasó al lado de él para comenzar a mostrar el tipo de arreglos que manejaban.

—Necesito algo en específico —dijo el hombre acercándose a su oído—. Tu número por ejemplo.

Brooke se alejó de inmediato del hombre, no solo porque no tenía permitido confraternizar sino también porque el sujeto inspiraba un poco de miedo. Tenía una sonrisa cínica y una manera de mirarla que no le gustaba y que la ponía nerviosa.

No era un hombre guapo, pero sí algo mayor para ella, tal vez de unos treinta y ocho años, pero no era eso lo que la inquietaba, sino la manera morbosa en que la veía.

—Será mejor que llame al dueño para que lo atienda personalmente —dijo alejándose y buscando salidas.

El hombre comenzó a reír con fuerza antes de levantar las manos en son de paz.

—No veremos tal vez antes de lo que imaginas —dijo inquietándola aún más—. Lo mejor de todo es que no vas a poder negarte a nada. No hay escapatoria, siempre reclamo lo que es mío.

Ella no era una mujer temerosa, pero ese hombre sin duda la alarmaba. Había algo en él que no le gustaba, no solo era su aspecto de tipo malo, sino también la seguridad con la que hablaba, como si se burlara de ella.

Lo vio irse entre risas y burlas con una andar seguro y malévolo que le dio escalofríos pero sabía que no podía hacer nada.

Guardó la calma y continuó el resto de su jornada con normalidad aun cuando dentro de su pecho sentía un inquietud imposible de aplacar.

Miraba el reloj constantemente para poder irse y estar en la seguridad de su hogar, con su familia.

Los minutos pasaban lentos y cuando finalmente el reloj tocó las ocho no esperó más y solo avisó a su jefe a gritos que era hora de irse.

Salió a prisa tomando una de las tijeras de usaba para cortar pequeños desperfectos y caminó las seis calles arriba para abordar el autobús.

En la terminal, no dejaba de ver a todos lados a pesar de estar rodeada de gente y con la casi seguridad de que no le harían daño en medio de tantas personas.

Abordó el transporte y aun así, estando dentro se sintió insegura, como si la vigilaran.

El corazón le latía a prisa y cada vez sintió el recorrido interminable.

Miraba el reloj viendo la hora una y otra vez en la que ella pensaba que había pasado una eternidad cuando solo había pasado un minuto.

Cuando finalmente bajó suspiró y empuñó fuerte la tijera.

Quedaban cuatro calles solitarias que caminar y por alguna razón se sentía inquieta, como si algo malo fuera a pasar.

Cuando pudo visualizar la puerta de su casa suspiró contenta y se apresuró para abrir la puerta.

Apenas entró cerró la puerta con fuerza y se recargó sobre ella respirando fuerte.

El miedo lo seguía sintiendo pero no sabía el porqué. Trató de relajarse y caminó hacia la cocina donde su madre estaba haciendo la cena.

—Ya he llegado —dijo dejando su bolso sobre la mesa—. Ahora mismo te ayudo —aseguró mirando a su madre.

Se apresuró a lavar las manos y comenzó a ver en qué podía ayudar.

Su hermana solo permanecía sentada esperando como cada noche, dado que no veía no podía ayudar mucho; sin embargo, ya conocía la cocina bien y se encargaba de poner la mesa.

Brooke comenzó a realizar una ensalada simple y a terminar de hacer lo que les faltaba.

Miró el reloj y se dio cuenta de que eran las de las nueve por lo que apenas terminó la cena comenzó a servir y envió a su madre a sentarse antes de hacerlo ella misma y comenzar a cenar.

—Tal vez deba buscar un trabajo —dijo su madre—. Te vas demasiado temprano y vienes tardísimo.

—No es nada, el señor Pratt dijo que podrá subirme el sueldo —mintió—. No hay necesidad de que trabajes cuando voy a empezar a ganar mejor.

Su madre un tanto consternada de ver a su hija acabar su vida en ellas solo asintió y le dio una sonrisa de agradecimiento.

Cenaron en silencio, solo roto algunas veces por conversaciones triviales y un poco de humor.

Ninguna de las tres esperaba al único hombre de la casa, ya sabían que solo era un relleno y que no aportaba nada, que tampoco llegaba a casa diario y que cuando lo hacía solo discutía y exigía cuando no daba un solo centavo.

Las tres mujeres conversaron sobre alguna tontería. Hablaban sobre el cumpleaños de Brooke que en otros años había sido celebrado de forma sencilla pero bonita, aunque seguramente este año no tendría ni siquiera un pastel y no es que le importara pero su madre se sentiría inútil de no poder darle nada y su hermana triste por la situación en la que estaban desde que su padre había comenzado a beber.

Las tres recogieron los platos y entre las dos mujeres más jóvenes lavaron todo dejando la cocina impecable.

Se fueron hacia la sala para mirar algo juntas y seguir compartiendo el poco tiempo que tenían.

El sonido insistente de la puerta las hizo sobresaltarse pero fue Brooke quien se puso de pie.

—Debe ser papá —dijo Scarlett desde su lugar—. Seguro volvió a perder las llaves.

La madre pensó lo mismo pero Brooke miró el reloj, eran apenas las diez con treinta. Bien sabía que su padre no llegaba a esa hora, para él la noche era joven a las diez.

Se acercó a la puerta y preguntó quién estaba detrás pero no hubo respuesta.

Finalmente entreabrió la puerta para dar un sobresalto al ver al tipo de la floristería.

—Buenas noches preciosa —dijo empujando la puerta y metiéndose—.  Me alegra que nos volvamos a ver.

—¿Quién es usted? —inquirió la madre poniéndose de pie y alertando a su otra hija.

—¡Fuera de mi casa ahora mismo! —gritó Brooke—. Fuera los dos.

Ambos hombres se miraron entre sí y rieron.

—Ya casi nos vamos preciosa —respondió—. Señora Kannavage, como bien sabrá su esposo es un bueno para nada que disfruta del juego, pues vengo a comunicarle que apostó, perdió y vengo por el pago...

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