Capítulo 7
Arden escuchó las palabras tranquilizadoras de Rhys, pero no hicieron nada para calmar su agitado estado de ánimo; al contrario: Arden se sentía tan ansiosa, estresada y nerviosa, que lo único que deseaba era tomarlo por los hombros y sacudirlo hasta que reaccionara. Su calma aumentaba la tensión de su cuerpo; era obvio que no creía que todo estaba bien y que mentía por ella. Sin embargo, discutir y golpearse no había resultado bien la última vez.; así que reunió sus emociones negativas, las mezcló con una gran dosis de culpa y se engulló ese trago amargo en un estómago lleno de nudos.
—Tienes razón —coincidió y recuperó la templanza en su expresión.
Ambos observaron el expediente en silencio, durante unos segundos que parecieron eternos. Luego del primer vistazo en la portada, quién sabía qué podrían encontrar en el interior.
Arden se armó de valor y abrió el expediente, esparciendo las delicadas hojas sobre la mesa. Debían tener cuidado; lo peor que podría pasarles, además de lo que había sucedido en el inesperado accidente, sería dañar un expediente. Arden estaba segura de que el mismo Cupido los buscaría incansablemente para exterminarlos por tal atrocidad.
Un expediente no era solo una carpeta con hojas repletas de información de una pareja. No, un expediente era la mismísima prueba del vínculo entre dos personas; una recopilación de sus vivencias más importantes. Y existía un expediente por cada pareja porque todas las personas tenían una historia de amor exclusiva.
Toda pareja tenía una historia reconocida por sus propios actores con un comienzo exclusivo, un argumento original y un final impredecible.
Estropear un expediente era borrar todo rastro del pasado, presente y futuro de un amor. Ningún vínculo, por bueno o malo que fuera, sin importar qué tipo de amor representara, debería ser olvidado así.
—Hope Harper y Vance Lloyd. Hacen una linda pareja —musitó Rhys, señalando una foto de la pareja.
Arden se acercó y observó la fotografía. Rhys tenía razón, hacían una linda pareja. Eso la hizo sentir más culpable.
—Amigos de la infancia. Novios desde la adolescencia. Viven juntos desde la universidad. Ella es editora de libros infantiles y él, arquitecto —continuó—. No hay registros de peleas, escándalos o traiciones. Me atrevería a decir que son una pareja perfecta.
Ella asintió, coincidiendo por segunda vez con él. Mientras tanto, sus ojos escanearon el resto de las fotografías. Tenía un mal presentimiento, y no creía que se tratara de la acumulación de emociones negativas; había algo con esa pareja perfecta que la hacía sentir intranquila, y no estaba segura de que solo fuera porque parecía ser un pareja candidata al amor de Ágape.
Sus ojos recorrieron las últimas entradas del informe y le pareció que su respiración se detenía.
—Hope y Vance hacen labor social en varias organizaciones de caridad para niños y animales. Además, llevan un año comprometidos y...
—Y están a punto de casarse —completó Arden.
Rhys se calló y sus ojos se encontraron. No se dijeron nada, pero ambos sabían lo que significaba.
Cada representación del amor tenía sus propios momentos que definían un cambio en él. Por ejemplo, en el caso del amor Eros, sin importar el género de los sujetos, la evolución incluía cinco momentos específicos: el primer encuentro, el primer beso, la primera confesión, el matrimonio y el nacimiento del primer hijo.
En el mundo actual, las relaciones y las personas se transformaron. Y, aunque no todas las parejas vivían estos momentos en sus historias de amor, Cupido las había definido como aquellos «eventos que alteraban el destino de una relación». No quería decir que una pareja no pudiera alcanzar la felicidad si no marcaban todas las casillas, simplemente Cupido era un idiota anticuado y romántico sin remedio.
El amor de Eros era más flexible con las historias de amor de una pareja. Sin embargo, el amor de Eros que se transformaba Ágape abarcaba las cinco etapas y no era flexible al respecto. El matrimonio representaba la cuarta etapa, la más memorable en una relación, y si estas «almas gemelas» se casaban con un hilo roto y sin amor, nunca serían felices.
Y entonces Cupido descubriría la verdad.
Arden tragó saliva. Sabía que no solo su sueño se veía hecho pedazos, sino también su propia existencia.
—Se acabó. Deberíamos solicitar una audiencia con Cupido y decirle lo que ocurrió —sentenció Arden, mientras paseaba de un lado a otro para calmar sus nervios—. No hay forma de arreglar esto nosotros mismos y....
—Pero sí hay una forma.
Arden se detuvo y levantó el rostro. Le apareció una expresión casi calculadora en el rostro y sus ojos brillaron de esa forma que siempre crispaba los nervios de Rhys. A veces, su entusiasmo le provocaba mucha aprehensión.
—¿Hay una forma? —se atrevió a preguntar, aunque odió su curiosidad y escepticismo.
—Podemos ir e intentar atar el hilo de nuevo por nuestra cuenta —señaló Rhys.
Y ahí estaba la razón que justificaba su miedo.
Arden giró el cuerpo hacia él y cruzó los brazos.
—Dime que no estás insinuando hacer una misión encubierta y mezclarnos con los humanos...
—Pues sí, es exactamente lo que estoy diciendo. Creí que esa era la estrategia que pensabas cuando dijiste que querías revisar el expediente.
—¡Claro que no! —se quejó Arden y se puso a recoger las hojas—. Quería revisar el expediente para saber si había una razón válida para cortar su hilo. Entonces podría funcionar como una justificación de lo que sucedió cuando habláramos con Cupido.
—Pero ya ves que no —insistió Rhys—. No sabemos qué consecuencias provocará haber roto su hilo. No sabemos si seguirán amándose o dejarán de hacerlo con el tiempo. Pero sí sabemos que se aman, que están destinados a alcanzar el amor verdadero y que se van a casar en dos semanas. Por eso debemos restaurar el hilo entre ellos, para que puedan ser felices por el resto de sus vidas. Es simple: tomamos una misión encubierta, nos acercamos a ellos e intentamos convencerlos de que se aman hasta que su hilo se una de nuevo. ¿Qué dices?
Arden pestañeó, entre confundida y atónita.
—¿Qué digo? —soltó—. ¡Que has enloquecido! No tenemos permiso para ir en una misión encubierta. No hemos tenido un entrenamiento para vivir en el mundo real. Y Cupido nunca accederá.
—Si es que se entera.
Arden se quedó sin palabras. Estaba perdida. Ese no era el mismo hombre que había sido su compañero desde siempre.
—¿Quién eres y qué has hecho con el Rhys amable y simpático, el perfecto caballero inglés, que nunca rompería una regla? —dijo, espantada.
Él resopló y Arden detectó en su rostro la misma frustración que había contemplado durante su discusión en el hospital. Intentó intuir otras emociones en su cara, pero él no ocultaba nada, ni siquiera el enojo. Arden no entendía cómo no estaba molesto.
—Tú no eres así. ¿Por qué estás actuando de forma impulsiva?
—Porque es lo correcto —sentenció y acortó la distancia entre ellos—. Alguien debe hacer algo por esas personas, y debemos ser nosotros. Debo ser yo. Me siento tan culpable por lo que sucedió que no podré descansar jamás en paz. Llámame loco, si quieres, pero esta es mi solución. ¿Tú tienes otra? ¿La brillante y perfecta Arden tiene algún otro plan que no le parezca idiota? ¡Vamos, compártelo conmigo! ¡Dime qué quieres, qué vas a hacer!
—¡No lo sé! —gritó exasperada.
¡Maldición! Era muy fácil perder la paciencia con él cuando la acorralaba de esa forma y, lo que era peor, con la verdad.
Arden se apartó y reanudó su caminar ansioso.
En medio del silencio, los únicos sonidos que se escuchaban eran sus pisadas y el golpeteo de la lluvia contra los cristales de la ventana.
Arden intentó respirar con calma y analizar sus opciones. Aunque no engañaba a nadie: no tenía un plan menos descabellado que el de Rhys.
Su récord de misiones era perfecto porque nunca se había equivocado y, por ende, nunca había estado en una situación tan desesperada. Ahora no sabía cómo arreglar ese desastre. De lo único que estaba segura era de que sus existencias estaban en riesgo.
—Ni siquiera tenemos la certeza de que podemos reparar el hilo —dijo con cautela—. Yo corto hilos, tú los proteges. ¿Pero unir un hilo roto? Nunca hemos escuchado de un caso como este. Hasta donde sabemos, los hilos solo se unen y se rompen una vez.
—Pero podemos intentarlo. —Él se detuvo frente a ella y Arden se percató de que el rostro de Rhys había vuelto a ser un libro abierto—. Prefiero romper todas las reglas y decir que lo intenté, a fingir que nunca pasó para escapar de un castigo.
Arden meditó sus palabras. Además, aunque Rhys no lo había dicho, tarde o temprano alguien descubriría la verdad y enfrentarían decisiones que no podrían cambiar.
Ella suspiró.
—Nadie debe saberlo. —Sus ojos se encontraron—. Partiremos ahora mismo y nos llevaremos el expediente. Luego, buscaremos a la pareja, restauraremos el hilo antes de la boda y seguiremos con nuestras existencias como si nada hubiera ocurrido.
Rhys esbozó una ligera sonrisa.
—Se oye como un plan.
Sí, uno desquiciado. Y cuando todo eso hubiera terminado, Cupido enmarcaría sus fotos para ilustrar a los primeros emisarios idiotas que se habían atrevido a romper las reglas.
—¿Quieres el honor de asaltar la oficina del encargado, o lo hago yo?
—Yo me encargo —respondió Rhys y abandonó el cuarto de archivos.
Mientras tanto, Arden se apresuró a recopilar el expediente y encontró un maletín pequeño para proteger la carpeta de la lluvia. Dio un breve vistazo a su alrededor para garantizar que todo estuviera igual que en su llegada y se marchó, siguiendo los pasos de su compañero.
Arden se impresionó al descubrir que Rhys no solo había conseguido su objetivo, sino que también había abierto el cofre de las insignias. Se acercó y contempló el interior: estaba repleto de objetos pequeños que tenían grabada la insignia de Cupido, un corazón.
Aunque no todos los emisarios participaron alguna vez en una misión encubierta, era de conocimiento general que para ser parte de este tipo de misión se debía poseer un objeto con la insignia de Cupido. Arden no conocía la mecánica de los objetos con insignia, tampoco estaba segura de que otro emisario además del mismo Cupido lo supiera, pero ya fuera que las insignias usaran un hechizo o polvo de estrellas, lo importante era que hacían que ellos se volvieran visibles y tangibles, y así podían mezclarse entre los humanos.
Además, cualquier emisario que viera la insignia en cualquier momento o lugar sabría la verdadera naturaleza de quien la tuviera y que había sido honrado con el permiso del gran jefe del amor.
Sin embargo, ya que Arden y Rhys habían decidido saltarse el entrenamiento para el mundo real y el permiso con Cupido, eso los conducía a obtener las insignias.
—¿Qué te parecen estos anillos? —preguntó Rhys, levantando dos anillos de plata, finos y muy simples, que tenían un corazón grabado en relieve.
Arden asintió y tomó uno, casi con reverencia. Aun si estaban rompiendo las reglas, harían las cosas como debían ser.
—¿Recuerdas el juramento?
Rhys asintió.
Se colocaron frente a frente y se sostuvieron la mirada mientras levantaban las manos, luego deslizaron los anillos en sus dedos angulares.
—Mi compromiso es entregarlo todo, hasta mi propio corazón, hasta cumplir la misión que se me encomendó —murmuraron al unísono.
—El amor prevalecerá —agregó Rhys.
—El amor prevalecerá —repitió Arden.
Nada sucedió en ese segundo de silencio: nadie entró en la oficina exigiendo una explicación de sus presencias, ni Cupido apareció en el aire y los condenó por su error; tampoco hubo chispas o algo cambió en su apariencia a causa del anillo. Todo se mantuvo igual, en calma.
—¿Cómo sabremos que funcionó? —preguntó, insegura.
De pronto, los ojos de Rhys se posaron en la ventana, salpicada de gotas. Arden siguió su mirada y se quedó pasmada cuando él salió corriendo. Cerró el cofre de insignias, mientras maldecía, y volvió a colocarlo en su lugar. Después, recorrió el pequeño maletín y puso el cerrojo de la puerta antes de perseguir a su compañero.
Arden corrió hacia la entrada principal y encontró a Rhys afuera, en medio del jardín delantero, con los brazos extendidos bajo la tormenta.
—¡Rhys! —gritó desde el pórtico, pero él no pareció escucharla.
Arden maldijo otra vez y dejó el maletín con cuidado en el suelo, antes de ir hacia él. La lluvia se coló por su ropa, su cabello y su rostro; se le dificultó ver con las gotas de agua golpeándole la cara, pero lo alcanzó.
—¿¡Qué estás haciendo!? —chilló.
Él giró y la miró. En su rostro, descubrió una expresión que Arden no había visto antes.
—¡La lluvia! —exclamó entre el sonido de los truenos—. ¿¡Puedes sentirla!?
Por supuesto que podía. Estaba empapándolos a ambos. Parecía que el cielo se estaba cayendo.
Arden estaba a punto de quejarse cuando Rhys buscó su mano y le hizo dar una vuelta. Estupefacta, se percató de que estaban bailando y que él sonreía. No, se estaba riendo.
—¡La lluvia no nos traspasa! —exclamó, acunando las mejillas de Arden con las manos—. ¡Puedo sentirte! ¡Te veo! ¡Estamos vivos!
Ella no podía entender todo lo que le decía. Estaba aterrada, apenas podía visualizar su rostro con claridad. Sin saber que decir, se soltó de su agarre y tomó su brazo, tirando de él hacia el pórtico, para refugiarse de la tormenta.
Rhys se pasó una mano por el rostro y se echó el cabello hacia atrás mientras contemplaba la lluvia, casi embelesado; la sonrisa permanecía en sus labios. Arden se estremeció, aunque no estaba segura de que fuera por el frío.
—Rhys, ¿qué vamos a hacer? —Se abrazó a sí misma para tratar de calentarse. Por primera vez, sentía frío hasta en los huesos—. No tenemos dinero. No conocemos a nadie aquí. Ni siquiera sabemos cómo movernos fuera de Notting Hill. ¿A dónde iríamos? ¿Quién va a ayudarnos?
Él la vio, suspicaz, y Arden desconfió.
—¿Por qué me miras así?
—Tengo una idea, pero no va a gustarte —respondió.
—¡Ay, no! ¡No de nuevo! —se lamentó en un susurro, mientras sus dientes castañeaban.
—Es sobre alguien que podría ayudarnos.
—¿Quién? —preguntó, recelosa.
—La mediadora.
Por un momento, creyó que sus oídos se habían congelado y que había escuchado mal, pero había certeza en los ojos de su compañero.
—¿La mediadora? —repitió, sorprendida—. ¿Ahora sí enloqueciste? ¿El agua de lluvia te afectó?
—Pero...
—¡Si vamos con ella, nos delatará!
—Solo nos delatará si nos descubre.
—¿Y porque crees que no nos descubriría? —replicó Arden, y tuvo otro estremecimiento—. ¡Estamos rompiendo las reglas y no tenemos permiso de Cupido para llevar a cabo esta misión!
—Sí, pero tú lo has dicho: estamos rompiendo las reglas, y los emisarios jamás lo hacen —razonó él—. Así que ella no tendría razón para sospechar de nosotros mientras seamos convincentes.
Abrió la boca, pasmada.
—Ahora sí estoy preocupada. ¿La lluvia siempre es así de peligrosa para los humanos?
Rhys puso los ojos en blanco, pero sus labios volvieron a estirarse.
—Piénsalo, Arden: los mediadores son humanos y siempre se encargan de ayudar a los emisarios con las misiones. Solo son eso, mediadores. No saben nuestros secretos, no conocen la misión; solo saben lo que cada emisario necesita o quiere compartir. Es gente de apoyo, y confían en nosotros. En la zona hay una mediadora, estoy seguro de que nos ayudará.
Arden no se apresuró a responder. Maldijo mentalmente que el frío provocara que sus pensamientos fueran cada vez más lentos y cansados. Incluso ella se sentía cada vez más lenta y cansada; solo quería que esa noche se acabara.
—Es arriesgado.
—Sí, pero es nuestra única oportunidad —insistió Rhys—. A menos que tengas alguna otra idea.
«¡Maldición!»
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