Capítulo 33
Arden tuvo un mal presentimiento. Ni siquiera sintió temor cuando Cupido anunció que sabía sobre el hilo roto y la misión encubierta. Sin embargo, en ese momento, una sensación de recelo se extendió por todo su cuerpo.
Cuando Rhys se separó de ella, Arden quiso aferrarse a él. Quizás así no se sentiría tan nerviosa.
—¿A que te refieres con «nueva existencia»? —demandó Rhys.
Cupido suspiró y se levantó.
—Me pregunto si algún día esta parte dejará de ser difícil para mí —dijo para sí mismo.
Se acercó a una de las estanterías y agarró tres carpetas de una vitrina con llave. Colocó dos en el escritorio frente a ellos y les hizo una seña para que se acercaran. Rhys fue el primero en reaccionar. Ella lo imitó y leyó el código de cada expediente.
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Arden frunció el ceño, confundida. No había nada más escrito, así que no tenían otras pistas.
—¿Qué es esto? —preguntó, incluso aunque una parte de ella le decía que se callara.
—Estos expedientes son suyos.
—¿Nuestros? —preguntaron al unísono, desconcertados.
Arden negó con la cabeza, escéptica. A su lado, Rhys se agitó con inquietud.
—Eso no tiene sentido —murmuró ella.
Rhys la miró.
—Arden...
Ella frunció el ceño y no se detuvo:
—Si son nuestros, eso quiere decir que... que...
«¡Pero qué idiota!». Al reparar en su error, las palabras murieron en sus labios.
Arden miró a Cupido, intentando descifrar si era una broma, pero el semblante de Cupido era tan imperturbable que puso a sus nervios en alerta.
Sus ojos volvieron al expediente frente a ella y se estremeció. La idea de que fuera suyo, de que le perteneciera a otra vida que no recordaba, que ni siquiera estaba segura de querer, le producía mucha angustia.
Cupido dio un paso más cerca y habló:
—Sé que, en el fondo, tal vez lo sospechaban. Todos lo hacen. Es inevitable cuando se mezclan entre los humanos que no recuerden que alguna vez fueron parte de ese mundo, que también vivieron una vida.
Arden no sabía qué decir. Estaba intentando procesar todo lo que estaba sucediendo. Algunas piezas caían en su lugar: las conversaciones con Rhys, los rumores del origen de los emisarios, las desconocidas sensaciones que podía entender, sus sueños...
Pensó en la primera vez que soñó, en su pesadilla. Recordó las pinturas, las luces de las cámaras, las discusiones, la traición, el dolor. ¿Eran esos los rastros de su vida? ¿Eran los vestigios de su amor?
—Pueden leer sus expedientes —anunció el emisario mayor—. Es vuestra decisión.
Arden no se movió. No se sentía capaz de decidir, pero sí tenía preguntas:
—¿Quién fue nuestro emisario?
Sus miradas se enfrentaron y Arden contó los latidos de su corazón que sonaban en su oídos, hasta que escuchó la respuesta:
—Fui yo.
Cupido no dijo más, pero no era necesario; esas dos palabras encerraban un significado más profundo. Por la firmeza en sus ojos, Arden sabía que estaba interpretando bien su significado: eran almas gemelas.
Rhys y ella eran almas gemelas.
«Almas gemelas. Almas gemelas. Almas gemelas», Arden repitió las palabras en su mente, pero no estaba segura de cómo sentirse. En ese momento, estaba aturdida, confundida y había un dolor en su pecho que no se detenía. Era como si su corazón estuviera triste y asustado.
Miró a Rhys, buscando una guía. Él estaba muy silencioso. Su expresión era apacible, pero sus ojos no se despegaban del expediente.
¿Él quería leerlo? ¿Iba a leerlo?
Arden no podía culparlo por sentir curiosidad o por tener la necesidad de saber a quién había perdido, quién lo había amado, incluso aunque ella no formara parte de esa vida.
Al afrontar su propia decisión, Arden supo que sabía la respuesta.
A su lado, Rhys se estiró hacia su carpeta y Arden se tensó, pero, en lugar de tomar el expediente, lo rechazó.
—No necesito leerlo —su voz era estable y serena, y Arden sintió que podía respirar de nuevo.
Cupido asintió y su mirada se posó sobre ella, esperando su decisión. Arden negó, haciéndole caso a su corazón melancólico. Además, no necesitaba leerlo; todo lo importante estaba allí, en ese momento. La mujer que era ahora le gustaba.
Cupido intercambió los expedientes por otro y Arden realizó una rápida inspección de él. Había un nuevo código sobre la portada.
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—Este les pertenece a ambos, así que tienen el derecho de leerlo —explicó—. Está casi vacío, pero encontrarán un par de notas en el interior.
Esta vez, Rhys reaccionó de inmediato. Sostuvo el expediente y aferró su mano para acercarla. Ella se apoyó contra su costado, con el corazón en la garganta. Sus ojos escanearon la primera página, captando los fragmentos más importantes.
(...) Se miraron por primera vez, pero se reconocieron, incluso sin decir ni una sola palabra.
Entonces, vi sus rostros y supe que había valido la pena romper las reglas, aunque todavía no fuera su momento.
En esa esquina de Portobello Road, yo intenté cambiar el destino.
Rhys pasó a la siguiente nota.
(...) Eso siempre me pareció injusto.
Y aunque mi plan había resultado, tuve que retroceder una vez más ante el destino.
La vida continuó luego de ese encuentro no planificado.
Yo seguí sus pasos y esperé.
Un nuevo encuentro ocurrió.
Nada tenía sentido para Arden.
(...) Y en el momento más inoportuno de sus vidas, ambos se enamoraron. Su encuentro fue una sorpresa y un salvavidas.
Solo yo sabía cuán equivocados estaban.
Al leer la última nota, el mal presentimiento de su piel se intensificó.
(...) Uno junto al otro, esperando que el semáforo cambiara.
Ellos no se miraron, pero verlos tan cerca llenó mi corazón de esperanza.
El momento había llegado: corregiría mi error. Me disculparía con ambos.
Me acerqué, con la intención de darles el impulso que necesitaban. Entonces, todo ocurrió en un pestañeo.
Arden se mantuvo en silencio, meditando el contenido de las notas. Su mente intentaba unir los cabos sueltos y encontrar una explicación lógica.
—No lo entiendo —dijo Rhys, devolviendo el expediente—. Si éramos almas gemelas...
—Son almas gemelas —corrigió Cupido—. Nunca han dejado de serlo.
Arden se estremeció.
—Pero nunca pudimos estar juntos —fue su única conclusión—. Nos conocimos, pero jamás pudimos estar juntos. Por eso hubo otras personas en nuestras vidas.
Rhys acarició su mano. Sus ojos parecían decir algo, pero su corazón no podía entenderlo.
Frente a ellos, Cupido suspiró y apoyó el cuerpo contra el escritorio.
—Me equivoqué al intervenir con el destino y desafiar mi propia regla —admitió—. Tal vez no lo sepan, pero el hilo que une a dos almas gemelas tiene un peso distinto, posee un brillo especial. Cuando ustedes llegaron a mí, lo supe de inmediato: el hilo entre ustedes era especial. No era un vínculo que tenía potencial, ya era un vínculo de amor incondicional. Y me dolía pensar que tendría que enredarse, estirarse, desgastarse, envolverse con el de otras personas antes de que pudieran estar juntos; por eso intenté ahorrarles tiempo y forcé su primer encuentro.
Arden se quedó sin palabras. También había una expresión perpleja en el rostro de Rhys, y ella entendía la razón: un emisario del amor no podía forzar un encuentro entre dos personas. Cuando era el momento adecuado, sus caminos se entrelazaban de forma natural. Por ejemplo, una pareja que empezaba a trabajar en la misma empresa o que conocían amigos en común, o que frecuentaban los mismos lugares. Cuando se creaba un patrón destinado, los emisarios del amor solo daban el último empujón.
Lo que Cupido había hecho con ellos era reprochable.
Rhys parecía tan descompuesto por la declaración que Arden sintió que su sangre se calentaba.
—¡No tenías derecho a intervenir! —exclamó, plantándose frente a Cupido—. ¡Expones tus reglas y los obligas a todos a seguirlas, pero tú no puedes respetarlas! ¡Eso es hipocresía! ¿Crees que por qué eres el Dios del amor tienes el derecho de utilizarnos, de jugar con nosotros? ¿Acaso es divertido? ¿Te parece justo?
—Arden... —Rhys sostuvo su cintura y la hizo retroceder.
Ella se quejó. Su rostro estaba caliente, su respiración agitada y sus manos temblaban. Estaba furiosa, pero se sostuvo de Rhys para recuperar la compostura.
—Lo siento.
La disculpa de Cupido los paralizó a ambos.
—No es un juego para mí. Solo quería ayudarlos, pero cometí un error —dijo con sinceridad y los observó—. Lo siento mucho.
Rhys y ella intercambiaron una mirada. Ante la honestidad de su voz, Arden se calmó. Si bien todavía sus sentimientos eran contradictorios acerca de Cupido, necesitaba escuchar el resto de su historia.
—Puedes continuar.
Cupido asintió.
—Aunque conseguí que se vieran en ese primer encuentro, aquel momento se diluyó. Eran desconocidos, sin nada en común, así que cada uno continuó su camino. Después de eso, sé que ambos se buscaban de forma inconsciente en otras personas. Quise volver a reunirlos, realmente lo intenté, pero el destino corrigió su curso y puso a otras personas en sus vidas como siempre estuvo escrito.
—Por eso los otros dos expedientes... —murmuró Rhys.
—Por eso entre las notas de nuestro expediente hay un salto de tiempo —teorizó Arden.
Cupido asintió. De pronto, su espíritu parecía afligido e inseguro.
—Yo estuve junto a ustedes todo el tiempo —continuó—. Arden, tú conociste a tu esposo. Se amaban y se casaron, pero su fama fue un obstáculo en su relación. Las cosas no terminaron bien entre ustedes y perdiste un bebé. Lo lamento.
Arden ya lo sabía. En el fondo de su corazón adolorido, desde que se había identificado con el dolor de Celine debido a su aborto, ella lo sospechaba. Incluso aunque no pudiera recordar su vida anterior, el escozor de esa herida era real.
—Rhys, tú siempre has sido encantador y cariñoso. Te enamoraste de una chica simpática y sencilla, y la amaste hasta el último día que estuvo a tu lado —reveló Cupido.
Ella miró a Rhys. Contempló su expresión solemne y tranquila. Arden se preguntó si él recordaría o si estaría pensando en aquella mujer.
«Quizás amé mucho a alguien o quería amar a alguien», Rhys había dicho eso en la posada en Stonehaven cuando hablaron sobre la razón de ser emisarios de amor y el desamor. De forma inconsciente, él había tenido razón.
Había amado a alguien y la había perdido. Tal vez, aunque no pudiera recordarlo, aún la amaba.
Arden desvió el rostro, sin querer mostrar cuánto la afectaban sus pensamientos.
—Aunque no lo supieran, sus vidas tenían matices muy similares —siguió diciendo Cupido—. Rhys, eras actor, igual que el esposo de Arden. Ambos vivían en el mismo barrio, en Notting Hill. Frecuentaban los mismos lugares, mantenían ciertos hábitos en común, pero nunca volvieron a encontrarse. Tiempo después, cuando ambos habían superado sus pérdidas y llegó el momento indicado de unirlos, tuvieron un accidente. Arriesgaron sus vidas para salvar a una niña y ese acto de amor desinteresado les confirió una segunda oportunidad.
—¿Ser emisarios? —preguntó Rhys, receloso.
Cupido negó con la cabeza.
—Renacer —aclaró.
El corazón de Arden latió con fuerza. La presión en su pecho aumentó.
—Al ser almas gemelas, tenían la oportunidad de renacer como tal. Sin embargo, cuando vinieron a mí y cuestioné sus almas, uno de ustedes se negó.
Arden cerró los ojos y se maldijo. Se maldijo una y mil veces.
—No es extraño que esto suceda. Los humanos tienen una naturaleza insegura, incluso en su muerte —explicó Cupido—. Muchas veces no saben si seguir adelante o quedarse, así que esos fragmentos de alma son los que me acompañan. Ser emisarios es la oportunidad que les ofrezco para volver a ver el mundo desde otra perspectiva, dejando que cada uno decida qué lado quiere tomar. Las pruebas encubiertas son siempre el paso previo a la decisión. Cuando siento que es el momento, les doy la oportunidad de continuar; por ese motivo, esos emisarios no regresan.
»Sin embargo, ustedes fueron el primer caso de almas gemelas que no quisieron renacer para estar juntas. Al estar destinados, ni siquiera debí cuestionarlos. Debí dejarlos renacer de forma automática, pero me sentía culpable por lo que había sucedido en sus vidas, así que los convertí en emisarios. Cuando empezaron sus misiones, los observé de cerca, y por mucho tiempo creí que nunca se aceptarían... Hasta la noche en que rompieron el hilo entre Hope y Vance. Esa es la verdadera razón por la que no detuve su misión, a pesar de que estaban rompiendo muchas reglas. Tenía el presentimiento de que, si los dejaba ser libres y probar su humanidad, se aceptarían al fin. Y confío en que hice lo correcto.
Arden escuchó su corazón palpitando con fuerza, mientras asimilaba toda la información. Su cabeza dolía y era difícil respirar. A su lado, Rhys tenía un semblante indescifrable, aunque sus labios estaban juntos en una fina línea tensa. Por otro lado, Cupido parecía aliviado de expresar todo lo que guardaba en su interior.
»Ahora mi tiempo se agotó, ya no tengo otro camino que ofrecer, por eso deben enfrentar una nueva decisión. Con todo lo que han visto y aprendido del amor, con todo lo que han sentido y vivido, conociendo lo bueno y malo que puede ocurrir, ¿quieren volver a renacer como almas gemelas o quieren que el destino decida quién será su nuevo amor?
Cupido se acercó a ellos y posó una de sus manos a cada lado de su mejillas. Fue una caricia gentil y amorosa, que transmitía perdón, confianza y calma.
—Sea cual sea la decisión que tomen, yo siempre estaré junto a ustedes —expresó con honestidad—. Prometo no intervenir esta vez si se trata de un nuevo amor. Pero si deciden amarse en otra vida, intentaré regresarles sus recuerdos como emisarios; es un agradecimiento por su labor y una petición egoísta para que me recuerden. Cuando hayan tomado su decisión, sus anillos los liberarán. Adiós, mis queridos emisarios.
Cupido sonrió, mostrando una expresión llena de amor, y se alejó.
—El amor prevalecerá —dijo, antes de salir de la habitación.
—El amor prevalecerá —respondieron Arden y Rhys al unísono, como parte de su juramento.
Ninguno de los dos se atrevió a hablar o a moverse. El sonido de los latidos de sus corazones marcaban cada segundo que se perdía entre ellos. Arden bajó el rostro y se mordió los labios, intentando frenar sus palabras y el dolor.
—Siempre seré yo el problema, ¿verdad? —susurró—. Sigo tomando las peores decisiones y no puedo evitar lastimarte una y otra vez.
—Arden, no —Rhys sostuvo sus hombros y se plantó frente a ella—. Escúchame bien: nada de eso importa; ni quiénes fuimos o lo que debió ser. Solo importamos nosotros, tú y yo, y este momento en el que estamos juntos.
Ella estudió su rostro, ¡era tan hermoso incluso cuando estaba marcado de preocupación! En lugar de darle paz, ella siempre estaba alterando su vida, condicionando su felicidad con sus cambios de ánimo y su indecisión.
—Quizá debería dejarte ir —susurró, pesarosa—. Siempre supe que eras demasiado bueno para alguien como yo.
Rhys negó.
—Pero no quiero a alguien más —sostuvo—. Por eso te pido que no hagas esto. Tú no sabes cómo fue enamorarme de ti, ni cómo sería perderte ahora.
Él dejó ir sus brazos y tomó su rostro. Acarició sus mejillas, sus labios y su cabello con los ojos desbordados de emociones que Arden no podía ignorar.
—Te amo, Arden. Te amo tanto que no quiero renacer si no puedo tenerte. Somos almas gemelas, nos pertenecemos. Eres mía y yo soy tuyo, y nada ni nadie podrá cambiar eso jamás.
Rhys apoyó su frente sobre la suya y envolvió su cuerpo en un cálido abrazo.
—Por favor, Arden, si te sientes como yo, aunque sea un poco, no me dejes ir —suplicó con la voz temblorosa—. Aférrate a mí. Por favor.
Arden sintió que el tiempo se detenía. Sus palabras se repitieron una y otra vez en su mente; alejaron el dolor de su pecho y abrieron la puerta de su propio corazón.
—También te amo —susurró y sus lágrimas cayeron tan libres como sus sentimientos—. Te amo desde que abrí los ojos en esta existencia y me dijiste que todo estaría bien. Cuando te sentaste a mi lado a escuchar aquella canción y tomaste mi mano porque tenía miedo de cruzar la calle. Cuando me leíste El Principito y jugamos Scrabble. Cuando discutimos en la estación de trenes y te cuidé porque enfermaste. Y cada una de las veces en que me besaste o dijiste que no había nada malo conmigo. Te amé en cada momento que estuviste conmigo, pero era egoísta e indiferente y estaba tan molesta y asustada para reconocerlo.
Rhys la besó. Sus labios dejaron caricias ardientes a través de los suyos. Primero con pasión y luego con calma, como si intentara grabar cada detalle de ella antes de dejarla ir.
Cuando se alejó, tenía una sonrisa tan radiante en el rostro que Arden se quedó sin voz.
—Te encontraré, lo prometo; así tenga que volver a vivir una y otra vez. Te recordaré y te reconoceré aunque sea en otro rostro. Aunque pasen años, aunque tenga que superar mil heridas, nunca dejaré de buscarte.
Se abrazaron y sus últimas lágrimas se secaron. Su corazón igualó sus latidos, manteniendo la calma. No tenía por qué llorar, ni debía tener miedo: Rhys estaba allí y la amaba. Y ella lo amaba más de lo que podía entender y confiaba en su promesa.
Con una sonrisa, cerró los ojos y se aferró a él hasta que sus cuerpos se disolvieron en uno y todo se volvió oscuro.
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