Capítulo 32

Cuando se detuvieron frente a las Oficinas de Registros del Amor, Rhys recordó aquella noche donde todo había comenzado. Parecía que hubiera pasado mucho tiempo, pero en realidad solo habían sido tres semanas. Sin embargo, él sentía que muchas cosas habían cambiado.

Arden había cambiado.

Ya no era indiferente a él. Ahora era realmente su compañera, su amiga, su amante. Ahora expresaba sus emociones, entendía sus sentimientos. Ahora aceptaba quién era y, al hacerlo, aceptó a Rhys como parte de su vida.

El miedo a perderla deambulaba por su cabeza cada día, a cada hora, y también en ese momento.

Arden estaba de pie junto a él, sosteniendo su mano. Su rostro estaba calmado, pero su postura era algo tensa. Rhys apretó sus dedos. Cuando ella hizo un amago de entrar, él no se movió.

—Recuerda —empezó, aferrando sus hombros—: sin importar qué suceda, siempre nos tendremos el uno al otro. Siempre serás mi compañera.

Rhys quería decirle tantas cosas y expresar su corazón, tomar su mano y huir muy lejos, pero ninguna opción parecía justa en ese momento.

—Lo sé —respondió Arden con una sonrisa pequeña.

Dentro de las Oficinas de los Registros del Amor, el ambiente era ajetreado: emisarios vestidos de negro iban de aquí para allá, cargando expedientes y delegando funciones. Eso solo podía significar una cosa: Cupido estaba en su oficina.

—Creo que es nuestro día de suerte —murmuró Rhys.

En ese edificio, la oficina de Cupido estaba en el último piso, al final del pasillo. No había una recepcionista que anunciara sus presencias, pero no era necesario. Cuando el emisario mayor se hallaba en alguna de las oficinas, cualquier emisario podía acercarse a su puerta y tener una reunión privada. Si Cupido no estaba disponible o no visitaba una oficina con regularidad, los emisarios podían convocar una cita con él para los días siguientes; si bien era cierto que su agenda era apretada y a veces podía desaparecer por varias semanas, Cupido nunca rechazaba a nadie.

Arden dio unos golpecitos en la puerta y esperaron. Segundos después, la puerta se abrió. Rhys y Arden intercambiaron una última mirada antes de entrar. Cupido se hallaba de pie junto a una estantería, con un expediente abierto entre las manos. Cuando levantó el rostro, Rhys estudió otra de sus caras. Cupido tenía muchas: podía ser un niño, una anciana, un adolescente, una mujer adulta. No importaba el género, la etnia o los rasgos generales, Cupido podía ser lo que quisiera.

Nadie conocía su verdadero rostro. En ese momento, su aspecto era el de una mujer adulta con un estilo dulce y sofisticado: era baja y delgada, tenía la piel clara, el cabello largo y castaño, ojos verdes, y el rostro en forma de corazón con facciones agradables.

—¡Oh, pero si es una de mis parejas estrellas! —exclamó, cerrando la carpeta.

El sonido de sus tacones resonó sobre el piso de madera hasta que se sentó detrás de su escritorio. Luego inspeccionó sus figuras, considerándolos en silencio.

—Arden, mi silenciosa emisaria del desamor, y Rhys, mi encantador emisario del amor.

Rhys tragó saliva.

Su voz era serena y cortés, pero había un rastro de firmeza en su tono. Ante su bienvenida, ni Arden ni él replicaron. Rhys estaba seguro de que aquella conversación trivial no duraría mucho. Cupido siempre se había caracterizado por ser directo y honesto y prefería que sus emisarios fueran así con él, así que tenían dos caminos: o exponían su error de frente o Cupido...

—¿Es una visita por la nostalgia, o por fin vienen a regresar mis anillos?

O Cupido los confrontaba.

Sus palabras se asentaron en su mente y ambos se sorprendieron. Sin embargo, Arden reaccionó primero.

—¿Lo sabías? —inquirió, sosteniéndole la mirada—. ¿Desde cuándo?

—Desde siempre.

«¡Desde siempre!».

Seguramente sabía lo que sucedía desde la noche en la que Rhys y Arden se habían puesto los anillos.

—Debimos imaginarlo —murmuró Rhys, reemplazando su sorpresa con resignación.

Cupido esbozó una ligera sonrisa.

—Aunque no esté siempre con ustedes, una parte de mí siempre acompaña sus pasos —dijo y contempló las pulseras rojas alrededor de sus muñecas—. De esa forma, puedo sentirlos y ver a cada uno de ustedes cuando quiero.

Rhys envolvió los dedos alrededor de su pulsera.

—Eso no está incluido en el entrenamiento —soltó Arden.

Sus palabras no eran una acusación, solo la constatación de un hecho. En ese momento, nadie tenía derecho a acusar o señalar a alguien.

—Debo guardar algunos secretos, ¿no? —Los ojos de Cupido brillaron—. Caso contrario, no sería una presencia misteriosa.

Arden y Rhys consideraron prudente guardar silencio, al menos hasta que supieran hacia dónde quería ir Cupido.

—Además, a diferencia de otros emisarios, yo sí puedo sentir cuando alguien rompe un hilo que estuvo a mi cargo —mencionó.

Rhys frunció el ceño y su cuerpo se tensó.

—¿Entonces sabes todo?

—Sé suficiente.

La respuesta de Cupido fue corta, pero generó un silencio inquieto entre ellos. ¿Qué debían decir ahora? ¿Aceptar su error? ¿Pedir disculpas? ¿Afrontar su castigo? ¿Era ese el momento donde todo terminaba?

Cupido tenía una postura relajada. Apartó la mirada de ellos y organizó unos papeles sobre el escritorio, mientras tarareaba una canción.

—Si sabías nuestro plan desde el principio —dijo Arden—, ¿por qué no nos detuviste?

Hubo una breve pausa, en la que sus corazones latieron con más fuerza.

—Porque, si lo hubiera hecho, quizá las cosas no habrían salido así de bien —respondió Cupido.

«¿Así de bien?», repitieron Arden y Rhys en sus cabezas, estupefactos, y se miraron. Podían leer en sus ojos sus mismas interrogantes. ¿Habían escuchado bien, o acaso estaban soñando? ¿Cupido sería capaz de jugar con ellos como parte de su castigo?

—¿Así de bien? —inquirieron.

Cupido asintió, sin despegar los ojos de los papeles en el escritorio.

—Pero... ¡cortamos un hilo! —titubeó Arden, intentando comprender si hablaban del mismo contexto—. ¡Un hilo entre almas gemelas, una de tus parejas! ¡Y luego fallamos al tratar de unirlo!

Cupido se detuvo. Dejó sus papeles y observó a Arden y Rhys.

—Sí, eran una de mis parejas, pero Hope y Vance no eran almas gemelas, no de la forma que todos creen.

Su declaración fue inesperada, pero no fue un misterio. Después de todo, Hope y Vance habían encontrado nuevos amores de forma casi instantánea.

—Es cierto, tengo una predilección por acercar a las parejas que sé que son almas gemelas o que tienen el potencial de alcanzar el amor de Ágape. Hope y Vance tenían ese potencial, aún lo tienen, pero no era su amor de Eros el que ascendería...

—Sino su amor fraternal —completó Rhys.

Cupido asintió.

—Ambos están conectados de una forma muy especial. Sus almas son muy parecidas. Experimentar el amor romántico hizo que se descubrieran y se entendieran a un nivel más profundo. Pero su amor fraternal, su vínculo de Storge, fue mucho más poderoso que un amor romántico —sostuvo.

Era cierto, su hilo de Storge siempre había sido más sólido y brillante que su hilo de Eros. Además, luego de haber escuchado hablar a Hope sobre Vance, al verlos juntos como amigos, al presenciar sus nuevos sentimientos, Rhys sabía que compartían el amor que necesitaban y merecían.

A su lado, Arden se removió en su sitio y agachó la cabeza.

—Creí que al romper su hilo habíamos arruinado su relación —admitió con la voz rota—. Odiaba la idea de que mi error pudiera causarles daño.

Al escucharla, de inmediato Rhys quiso consolarla; sostener su mano o envolverla en su abrazo. Pero antes de que pudiera hacerlo, Cupido abandonó su escritorio y se acercó a su compañera.

—Arden, cariño, te diré un secreto.

Sus miradas se conectaron. El silencio se alargó.

—No se puede cortar un hilo que no quiere romperse —agregó Cupido.

—No entiendo —soltó Arden. Su rostro estaba transformándose con diferentes emociones.

—Quiero decir que si uno de los sujetos de una pareja no quiere dejar ir ese amor, no se puede cortar ese hilo —aclaró Cupido.

Rhys enmudeció. Si lo que Cupido estaba diciendo era cierto, aquello contradecía la creencia que un emisario de desamor tenía al realizar su trabajo.

Arden negó con la cabeza y su frente se arrugó.

—Pero nosotros cortamos los hilos en el momento que creemos conveniente —mencionó, confundida—. Cuando el hilo se ha debilitado, podemos cortarlo. Siempre ha sido así. Es nuestra decisión.

—De cierta forma, lo es. Así funciona el sistema, pero existe un detalle adicional: el libre albedrío del hombre. Por ejemplo, en tu récord de misiones nunca te has topado con una pareja que no estuviera lista para dejar ir ese amor, al menos no hasta Celine. Eso quiere decir que, si hubieras intentado cortar su hilo de Eros esa noche, no habrías podido, pues ni ella ni su esposo estaban listos para dejar ir su amor —le explicó Cupido.

Rhys entendió que si él hubiera dejado que Arden rompiera el hilo entre Celine y Gavin esa noche, nada habría sucedido. Si hubiera conocido antes ese detalle, no habrían tenido que pelear, no habrían cometido aquel error y nada de eso habría ocurrido. Incluso habrían sabido que, en realidad, Hope y Vance estaban dejando ir un amor que inconscientemente ya no sentían.

Rhys miró a Arden y se preguntó qué estaría pasando por su mente. Si sus pensamientos eran un caos inesperado, ella debía estar sintiéndose engañada. Arden había creído que tenía el poder de decidir por una pareja y, al mismo tiempo, había cargado con la presión de que debía tomar la decisión correcta, y ahora estaba enterándose de que nunca había sido realmente su decisión. «¡Es injusto!», pensó.

El instinto protector de Rhys se activó y aferró la cintura de Arden para atraerla más cerca de él y abrazarla. Las líneas de su rostro se endurecieron y miró a Cupido con acusación. Si el emisario mayor se sorprendió por su gesto o su enojo, no lo demostró. Mantuvo la mirada sobre el rostro de Arden, que todavía lucía perdido y afligido.

—¿Por qué no nos dicen esto en el entrenamiento? —cuestionó Arden.

—Porque sesgaríamos vuestro criterio.

—¡Pero no es justo y no fuiste sincero! —acusó Arden—. ¡En cada misión, me atormenté a mí misma hasta el cansancio para saber que estaba tomando la decisión correcta! ¿Vale de algo lo que hacemos, todo lo que sacrificamos?

Cupido suspiró.

—Claro que sí. No guardo el secreto para restar importancia al trabajo que hacen, sino porque, en el fondo, los emisarios del desamor también tienen un corazón que puede abatirse y eso puede causar que se precipiten por el deseo de ayudar y proteger.

»El amor es muy importante, Arden —continuó—. Sin importar qué tipo de amor sea, decidir si amar o no es una decisión muy personal, cuya respuesta solo se encuentra en el corazón y en el alma de cada persona. La decisión de ellos es tan importante como la vuestra. Pero si no fuera así, sé que cometer un error y liberar a una persona de un amor que aún quería o anhelaba salvar lastimaría vuestros corazones.

Rhys no estaba de acuerdo con omitir esta verdad de los emisarios del desamor, pero coincidía con sus últimas palabras. Romper el hilo equivocado había afectado a Arden más de lo que ella había querido aceptar. Si él no hubiera estado a su lado, quién sabe lo que habría sucedido con ella.

Cupido continuó:

—Así como los emisarios del amor pueden acercar a una pareja, pero no forzar el amor, ustedes son el apoyo de una pareja en crisis, ya sea que les otorguen una segunda oportunidad o los ayuden a romper algo que ellos mismos no pueden aceptar que se desgastó o que les hace daño. ¿Lo entiendes, Arden?

Arden se relajó entre los brazos de Rhys y poco a poco su semblante perdió el enfado. Al final, ella asintió. Y las emociones de Rhys también cedieron, sabiendo que ella estaba bien.

—Ustedes son una de mis mejores parejas —aseguró Cupido—. No crean que no valoro el trabajo que han hecho por mi y por esas parejas. Y ambos tienen el mismo peso, porque aunque el amor y el desamor no se parezcan, muchas veces necesitan del otro para existir.

Arden y Rhys se miraron y él apretó los brazos alrededor de su cintura. Arden acarició su mano.

—¿Entonces... no vas a castigarnos? —ella se aventuró a preguntar.

—¿Por qué lo haría? —dijo Cupido, volviendo detrás de su escritorio—. Al romper el hilo de Eros entre Hope y Vance, salvaron su vínculo de Storge, que posiblemente se habría desgastado por su forzado amor romántico. A través de sus momentos especiales, les recordaron cuánto se querían y les dieron una oportunidad de convertir su amor fraternal en un amor incondicional, algún día.

Rhys sonrió y los ojos de Arden se iluminaron. Sin darse cuenta, habían desencadenado algo maravilloso. Y ciertamente Hope y Vance lo merecían.

Cupido continuó:

—Luego está el hecho de que desafiaron al destino. Me opongo a la idea de que intervinieran. Todo es impredecible con el destino, y el amor no tiene más opción que adaptarse a sus vueltas, pero acepto su victoria. Su inesperada intervención provocó que Hope y Vance se unieran con las personas correctas, ahorrándoles tiempo. Además, sus hilos de Eros son fuertes y tienen potencial para transformar su vínculo en un amor incondicional.

—Serán felices —susurró Rhys en el oído de Arden.

Ella asintió y su sonrisa fue radiante. «Todo está bien. Me quedaré a tu lado», pensó.

Él también sintió una calidez en su pecho y sus labios se estiraron.

—¿Qué sucederá ahora? ¿Podemos irnos y seguir con nuestras existencias? —preguntó Rhys.

De pronto, el rostro de Cupido se tornó serio y nostálgico. Las emociones se contradecían y provocaron inquietud en Rhys.

—Hay algo muy importante que debo hablar con ustedes.

—Pero... dijiste que no nos castigarías —murmuró Arden, tensa.

—Lo sé. Este asunto no tiene que ver con Vance y Hope, sino con ustedes —respondió Cupido.

Arden y Rhys guardaron silencio.

—Ya no queda nada para ustedes allá afuera. Al igual que todas las parejas que van a una misión encubierta, este es el final de sus existencias —reveló Cupido.

Sus corazones latieron con fuerza.

—¿No podremos volver a ser emisarios? —cuestionó Arden. Su voz no ocultaba el rastro de nerviosismo y temor.

Cupido negó. Rhys sintió que le costaba respirar.

—Su trabajo como emisarios terminó. No tengo más tiempo extra para darles, así que su nueva existencia comienza aquí y ahora —sentenció Cupido.

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