Capítulo 30
Arden caminó y caminó por la playa sin un rumbo fijo. El cielo estaba oscureciendo y el viento se volvía cada vez más frío. Sus largos mechones de cabello azotaron sus mejillas y se abrazó a sí misma para protegerse de la corriente. Ni siquiera su abrigo podía evitar que sus huesos se congelaran.
La playa estaba casi desierta. Arden solo se había topado con un par de turistas en su andar molesto. Era un lugar tan tranquilo y silencioso que casi podía escuchar el caos de sus pensamientos.
Por supuesto que le importaban Hope y Vance y quería que fueran felices. Y por supuesto que se sentía mala y egoísta por querer decirle la verdad a Cupido.
Arden pateó, frustrada, una roca sobre la arena, pero continuó andando.
Se sentía enojada porque Rhys se había puesto en su contra y, al mismo tiempo, se sentía aliviada de que lo hubiera hecho. Era obvio que él estaba siendo razonable y realista, mientras que ella permitía que su bienestar se impusiera al de otros.
Eso no estaba bien. Esa no era ella. No era así como Arden, la emisaria, pensaba. Y no le gustaba, pero tampoco podía pretender que no le rompía el corazón saber que ellos estarían en peligro.
¡Estúpido Rhys! No se daba cuenta de que tarde o temprano debían regresar ante Cupido y entonces, todo habría terminado y...
«No podremos seguir juntos».
Sus pasos se frenaron de a poco y se quedó mirando cómo las olas quebraban cerca de sus pies.
Arden casi podía ver la encrucijada en la que se encontraba: Arden la emisaria, y Arden la mujer por primera vez no querían lo mismo. Por primera vez, sus propias emociones importaban, y ella quería ser egoísta.
Quería a Rhys.
Si pudiera, regresaría el tiempo y volvería a aquel tiempo donde eran simples compañeros y pasaban las tardes conversando en Biscuiteers; él siempre encantador y ella siempre amargada. Quería volver a ese tiempo donde no sabía que tenía todo y era feliz. Ojalá no se hubiera equivocado.
—Te congelarás si te quedas aquí afuera.
Ella reconocía esa voz. Arden giró el rostro y encontró a Vance. Él vestía ropa deportiva, como si hubiera estado trotando por la playa, y había una sonrisa ligera en sus labios.
—¡Vance! —Arden no supo qué más decir.
Era lógico que si Hope y Jude estaban allí, Vance también lo estuviera. Después de todo, se habían fugado.
—No sé cómo puedes estar aquí —dijo él, sorprendido—, pero ¿te gustaría venir conmigo? Me estoy hospedando cerca.
Arden no tenía más opciones, así que aceptó.
Caminaron en silencio, hasta que se alejaron de la playa por un sendero estrecho que llevaba a una red de casas pequeñas. La mayoría de las propiedades de la zona eran similares: tenían uno o dos pisos y una fachada sencilla de estilo rústico.
Vance se detuvo frente a una casa de dos pisos con una puerta amarilla.
—Es muy difícil encontrar alojamiento en esta zona —comentó Vance y la invitó a entrar—. Tuvimos suerte.
El interior tenía la calefacción encendida, así que Arden se desprendió de su abrigo. Un segundo después, Idris apareció en la entrada y una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro.
—¿Arden?
El joven estaba aún más radiante que de costumbre. Tenía puesta una pijama, pero eso no le restaba encanto a su rostro. Cuando se percató de que era ella, sonrió y le dio un abrazo.
—¡Qué bueno verte! ¿Rhys está aquí contigo?
Arden titubeó.
—Está... con Hope. —O al menos eso creía.
—¡Genial! —exclamó Idris, contento—. Iré a saludarlo.
La distancia hasta la casa de Hope no debía ser larga, porque Idris se marchó sin más, luego de que Vance insistiera en que utilizara un abrigo. También compartieron un breve beso antes de separarse y Arden desvió el rostro. No era que tuviera algo contra ellos como pareja —para ella, el amor era amor, sin importar las etiquetas, el género o las normas sociales—, simplemente no quería ser una intrusa.
Vance ingresó en la cocina y le hizo una señal a Arden para que se acercara. Ella obedeció y se sentó junto al mesón frente a él. Ninguno habló mientras Vance le servía una taza de té caliente. Esta vez, Arden bebió y el dulzor de los frutos secos se pegó a su lengua y se sintió menos fría por dentro.
—¿Qué piensas sobre todo esto? —preguntó Vance, sentándose junto a ella.
Arden bebió unos sorbitos de té, antes de responder con sinceridad:
—Es un poco inesperado. Y extraño.
Él sonrió y recogió la melena de su cabello en un moño desordenado.
—Está bien. Es lo que nuestros padres dijeron.
Por un segundo, pensó en el momento cuando habían recibido las llamadas de Hope y Vance y admitieron su fuga. Parecían muy sorprendidos, aunque habían manejado bien la situación, con discreción.
—¿No saben que están aquí? —inquirió Arden.
—Claro que sí. Desde el inicio —confesó Vance.
—Pero...
—No dijeron nada. Lo sé. —Vance también bebió un sorbo de té, antes de proseguir—: A pesar de lo peculiares que son las circunstancias, ellos confían en nosotros y respetan nuestras decisiones.
Era cierto. Arden había visto sus hilos de Storge y sabía que ambos tenían vínculos firmes con sus familias; podía entender la confianza y el apoyo que recibían.
Se quedaron en silencio, bebiendo té a tragos cortos y envueltos en sus pensamientos. El ambiente no era desagradable; al contrario, era apacible, y ninguno sentía la necesidad de llenarlo con palabras. Ella no había tenido una gran comunicación con Vance más allá de los encuentros que habían compartido entre todos; sin embargo, se entendían.
—Asumo que Hope les contó todo lo ocurrido —dijo, estudiando la porcelana de su taza.
—Sí.
—Se sentía muy mal con Madame Taylor y con ustedes por la ayuda que nos ofrecieron.
—Lo sé —Arden fue sincera. Creía en la disculpa de Hope, tal vez por eso no pudo evitar el rastro de melancolía en sus palabras—. Intentamos hacer lo mejor y prepararlos para su boda, pero, en lugar de unirlos, arruinamos su relación.
A lo mejor esa misión había estado destinada a fallar desde el inicio, quizás porque habían roto las reglas o el destino estaba conspirando contra ellos por su equivocación.
En medio del silencio, Vance rio. Fue un sonido fuerte y auténtico que sorprendió a Arden.
—Ustedes no arruinaron nuestra relación, nosotros lo hicimos —dijo cuando se calmó—. Nos engañamos para no lastimarnos y transformamos nuestros amor en algo tan perfecto que ya no era real.
Vance estiró la mano y tomó la de Arden en un gesto dulce y confortante.
—Tu y Rhys nos ayudaron. Aparecieron en nuestras vidas para evitar que cometiéramos un error que seguramente sí habría destruido nuestra amistad. Ustedes hicieron más de lo que debían —aseguró Vance—. Nos hicieron recordar buenos recuerdos y reír durante estos momentos difíciles. Nos ofrecieron una nueva perspectiva de nuestra relación, para que nos diéramos cuenta de que ya no nos sentíamos igual y que el amor que nos unía no era el mismo. ¿Entiendes lo que digo?
Arden tragó saliva, digiriendo cada palabra y nueva emoción que la embargaba.
—Se aman, pero es un amor fraternal —entendió.
—Sí. Creo que tardamos mucho tiempo en darnos cuenta porque siempre nos había bastado con la compañía del otro. Incluso sé que, si me hubiera casado con Hope, habríamos sido felices. Pero también sé que no habría sido para siempre.
Era lo que Rhys había sugerido: que, tarde o temprano, su vínculo se habría desgastado y que su error solo había adelantado el momento amargo.
—Hope merecía a alguien que la amara con locura, con pasión, y ese no era yo —admitió Vance—. Sí, la amé de esa forma y fui feliz a su lado, y siempre será mi primer amor. Por lo tanto, tomar esta decisión requirió mucha madurez y valentía de nuestra parte. Pero no me arrepiento. Sé que Jude hará feliz a Hope, porque siempre la ha amado.
Arden meditó sus palabras y pensó en su conversación con Hope. Ambos habían revelado la verdad más profunda de su corazón. Ni Hope ni él tenían dudas ni arrepentimientos. No se recriminaban sus sentimientos, ni culpaban al otro.
—¿Tú amas a Idris? —Arden no pudo evitar preguntar. Necesitaba escucharlo de sus labios.
Las líneas en el rostro de Vance se relajaron y su boca se aflojó en una ligera sonrisa.
—Sí.
Arden jamás había escuchado un «sí» tan seguro.
—No estoy seguro de cuándo mis sentimientos hacia Idris cambiaron. Tal vez fue cuando sufrió su lesión. Era mi amigo y tenía miedo de que su pasión se perdiera y su vida se sumiera en la oscuridad, por eso me aferré a él en ese momento tan difícil. Me mantuve a su lado y lo apoyé, pero creo que nunca lo dejé ir, que seguí aferrándome a él cuando nos separamos.
»¿Sabes, Arden? Cuando mis sentimientos hacia Hope cambiaron, fue como quedarme dormido; cuando me enamoré de Idris, sentí que despertaba de un sueño. Ambas cosas sucedieron sin que me diera cuenta. A veces creo que el amor es una fuerza tan compleja que no hay necesidad de entender cómo nos sentimos, sino de aceptar a quién debemos amar.
«Así como debo aceptar que esto no es un error», pensó Arden.
No había nada tan hermoso como el amor que sentía, pero la felicidad que disfrutaban podía ser un error.
Arden suspiró.
—Me alegro por ustedes —no mintió, aunque le costó un poco decir esas palabras—. Era nuestra misión ayudarlos, y creo que ahora serán muy felices.
Vance sonrió y Arden le correspondió la sonrisa.
Idris regresó, al cabo de un rato, acompañado de Rhys. Arden y Vance todavía estaban sentados en la cocina, charlando sobre la ciudad y comiendo pastel de limón.
Al ver a su compañero, Arden sintió una inexplicable calidez y nostalgia en el pecho. Eran sentimientos contradictorios. Estaba feliz de que estuviera ahí, de que hubiera ido por ella, pero, al mismo tiempo, ver a Rhys la hacía sentir afligida.
Arden se distrajo con su pastel de limón y dirigió miradas disimuladas hacia la otra pareja. Ellos lucían bien juntos. Estaban enamorados y su amor no era forzado o incómodo; al contrario, había algo casi cautivador en la forma en que se hablaban y se miraban. Una chispa secreta iluminaba sus miradas cuando se tocaban o reían. Su hilo de Eros era centelleante, al igual que el que unía a Hope y Jude.
Era un vínculo mágico y especial, uno que no debía ser roto.
Así que Arden no tenía un lugar allí, Idris y Vance no necesitaban un emisario del desamor en sus vidas. Era tiempo de que Arden dejara de ser egoísta y diera un paso atrás. Desde allí, ellos podrían podrán seguir solos; sus vidas y sus corazones no les pertenecían nada más que a ellos.
La misión había terminado.
El hilo roto entre Vance y Hope se había convertido en dos hilos perfectamente unidos; había dado vida a dos amores con la capacidad de transformarse en amores incondicionales, si tenían la oportunidad.
«Si tuvieran oportunidad...»
De pronto, Arden recordó la noche en que ella y Rhys se habían infiltrado en la Oficina de Registros del Amor, la noche en que había iniciado esa misión, y pensó en el juramento que habían hecho: «Mi compromiso es entregarlo todo, hasta mi propio corazón, hasta cumplir la misión que se me encomendó. El amor prevalecerá».
—El amor prevalecerá —susurró para sí misma.
Arden se levantó y caminó hacia Rhys. Él se sorprendió cuando ella tomó su mano, pero la siguió sin mediar palabras. Caminaron por la orilla de la playa en medio del suave sonido de las olas, con el cielo oscuro y salpicado de estrellas sobre sus cabezas.
—Tienes razón —dijo con una inesperada calma que quizás debía atribuir a su pena—: no podemos romper sus hilos. Pero aunque nuestra misión terminó, aún creo que les debemos algo.
Ella se agachó para recoger una caracola y la limpió con los dedos, trazando su forma irregular; estaba hueca, era pequeña y de colores corales. Arden se levantó y sus miradas se encontraron. Rhys observó su expresión con solemnidad.
—¿Qué quieres hacer?
—Tenemos que hablar con Cupido.
—Arden... —Él negó con la cabeza.
—Debemos asegurarnos de que tendrán una oportunidad, de que estarán a salvo.
Rhys enmudeció, debido a la sorpresa; no había esperado escuchar eso. Ante su silencio, Arden contempló el mar.
—Aunque tengas razón y su hilo se desgastaría con el tiempo, no podemos estar seguros de que Cupido no querrá regresar las cosas a la normalidad. No contaba con nosotros para romper ese hilo y desafiar al destino. Es otra de las reglas, Rhys: no intervenir en el destino.
—¿Y qué quieres hacer? —él repitió su pregunta, pero esta vez ella detectó un rastro de incertidumbre en su voz.
Arden escuchó los latidos furiosos de su corazón en sus oídos, pero hizo caso omiso de la canción desesperada que entonaba y actuó como quien era: una emisaria de Cupido, una emisaria del desamor.
—Creo que debemos volver a casa, ya es hora. Confío en que si aceptamos nuestro error y recibimos nuestro castigo, sea el que sea, ellos estarán bien.
Rhys podría haber dicho muchas cosas, incluso podría haber sonreído de forma encantadora y bromeado como siempre; cualquiera de esas cosas habría hecho que Arden se sintiera mejor, pero él no hizo nada de eso.
Acunó su rostro entre sus manos y la abrazó. Nada pudo haber sido más efectivo que ese abrazo; ni siquiera cuando unían sus pulseras para buscar equilibrio Arden se había sentido tan en paz como en ese momento. Podía ser por la forma en que la sostenía con mucha fuerza y, al mismo tiempo, con sumo cuidado. O la firmeza de su cuerpo. O su aroma característico, que tenía el poder de calmar y alterar sus sentidos. O podía ser sólo él, porque era su compañero, su amigo y el hombre que tenía su corazón.
Sin importar la razón, Arden se aferró a Rhys con la misma fuerza.
—Gracias —susurró él en su oído.
Ella se estremeció y escondió el rostro en su cuello.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por decir «nuestro» y no dejarme atrás. Por no decir algo estúpido como que solo era tu error.
Arden no pudo evitar reír, incluso aunque era un momento emotivo. Rhys también rio. Y permanecieron unidos en los brazos del otro, mientras el mar cantaba una delicada y misteriosa canción con sus olas.
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