Capítulo 28

El resto del viaje hasta Inverness transcurrió sin contratiempos. Se habían despedido de Celine y Gavin esa misma mañana, luego de que Arden se asegurara de que estarían bien, y después habían tomado el tren. En menos de tres horas habían llegado a las Tierras Altas de Escocia.

Arden tenía que admitir que las páginas de su guía turística no le hacían justicia a la maravillosa ciudad.

La estación de trenes y la estación de autobuses estaban ubicadas en el centro. Arden y Rhys enfilaron hacia la calle Academy Street, junto a la estación, que albergaba gran parte de las tiendas y restaurantes.

Arden había tomado un panfleto de la estación que daba las instrucciones básicas para moverse por la ciudad y sus atracciones. De esa forma, se desplazaron por las calles, buscando un hotel en el centro para hospedarse.

Todo el mundo parecía ir andando a todas partes, así que las calles estaban concurridas. Sin embargo, Arden no sentía la misma vibra acelerada de Londres; al contrario, el ambiente era muy tranquilo y acogedor. A Arden le parecía que incluso era más fácil respirar, como si el aire fuera más puro.

Arden dirigió una mirada hacia los alrededores, tratando de embeber hasta el último detalle.

La ciudad se hallaba en la desembocadura del Lago Ness, por lo que había puentes suspendidos que se extendían a lo largo del lago.

El centro histórico era un sitio muy pintoresco y estaba constituido por una red de calles peatonales. Muchos edificios y tiendas tenían un estilo gótico; algunos eran de piedra, y otros de madera oscura, con una arquitectura victoriana. Además, desde allí se podía ver un castillo que se alzaba sobre la ciudad, en lo alto de una colina.

No tuvieron que caminar mucho para encontrar un hotel cerca del lago.

Por un segundo, Arden se preguntó si la leyenda del monstruo del Lago Ness sería cierta. La guía mencionaba que había recorridos guiados en barco para descubrir más sobre la historia, y aunque le despertaba la curiosidad, sabía que tenían una misión y que no podían retrasarse más.

Dejaron sus bolsos en el hotel, antes de salir a buscar a la pareja fugitiva. Previo a dejar Salisbury, Rhys había consultado con Kaia acerca de los lugares donde Hope y Vance habían vivido en Inverness. La joven comentó sobre un departamento que compartían como pareja y un pequeño estudio que Vance había utilizado como taller para sus maquetas de arquitectura.

Ellos siguieron las instrucciones de Kaia hasta encontrar ambas propiedades. El departamento estaba al oeste de la ciudad, en un edificio de tres pisos. Cuando se acercaron al vestíbulo, el encargado aseguró que la última vez que había visto a la pareja había sido hacía meses. Arden agradeció su ayuda y continuaron su camino. El siguiente destino fue el taller de Vance, a un par de calles, y tampoco tuvieron suerte: apenas lo divisaron, se percataron del letrero de «Propiedad en alquiler» colgado en la fachada.

La desilusión pesó en el corazón de Arden y la ansiedad empezó a conquistar a sus otras emociones. Sabía que si no encontraban a la pareja, no podrían reparar su error. Necesitaban hablar con ellos, entender lo que había sucedido e intentar unir su hilo antes de que fuera muy tarde y Cupido descubriera ese engaño.

Arden empezó a dar vueltas, mientras intentaba pensar en una solución. Sin embargo, fue Rhys quien se adelantó.

—Las casas de sus padres —dijo—. Quizás estén allí.

Ella asintió y, con su esperanza renovada, tomó su mano para regresar al centro. Esta vez no necesitaron la ayuda de Kaia, porque la dirección de los padres de Hope estaba en su expediente de pareja; ahí había ocurrido el primer momento especial entre ellos, por eso estaba registrado.

Ambos se aventuraron a caminar por la red de peatonales, preguntando indicaciones para llegar a su destino. Se detuvieron en una calle con una hilera de casas que compartían el estilo victoriano: eran de dos pisos, y tenían techos en punta y varias ventanas en la fachada.

Arden se adelantó a Rhys para buscar la numeración correcta. Aunque el ánimo de Arden no duró mucho: la propiedad tenía las luces apagadas y las cortinas cerradas. Parecía vacía.

Llamaron a la puerta, pero nadie respondió.

Rhys se desplazó tres casas hacia arriba, donde debía estar la casa del padre de Vance. Se arriesgaron a tocar, pero tampoco hubo respuesta.

—No hay nadie —dijo una voz detrás de ellos.

Una anciana los miraba desde la acera, acompañada de su perro.

—El señor se marchó hace unos días para la boda de su hijo. Ambas familias lo hicieron —agregó—. Aún no han regresado, pero quizás lo hagan pronto.

Rhys agradeció su ayuda y la anciana siguió su camino. Arden se acercó y compartieron una mirada incierta; sin embargo, él mantenía un semblante tranquilo. Ella intentó asemejarse a Rhys y mantener sus emociones en control.

Cuando no supieron a dónde más ir, caminaron por el centro y se detuvieron en una cafetería. Era un local pequeño y acogedor con un delicioso aroma a café y chocolate en el aire. Los dulces se veían deliciosos y Arden sintió que se le hacía agua la boca, y recordó que ni siquiera habían almorzado.

—¿Que se supone que hagamos ahora? —soltó con el ceño fruncido, y se dejó caer en un sillón acolchonado—. ¿Tocar cada puerta en la ciudad hasta encontrarlos?

Rhys no respondió, pero sus labios se convirtieron en aquella sonrisa cálida y paciente que hacía que su corazón se acelerara. En silencio, colocó una enorme taza de chocolate caliente frente a ella y la animó a beber. Arden obedeció y una sensación de confort se extendió por su pecho. De pronto, se sintió un poco menos ansiosa y pudo respirar; no sabía si había sido la bebida deliciosa o la sonrisa de Rhys.

—Realmente creí que estarían aquí —susurró. Arden no pudo ocultar la derrota en su voz.

Rhys cambió de lugar y se sentó a su lado para abrazarla.

—Nada nos aseguraba que estarían aquí.

—Lo sé, pero pensé que era importante para ellos —murmuró ella.

Arden recostó la cabeza contra su hombro y cerró los ojos, dejando que su calidez y su aroma familiar mantuvieran sus emociones y pensamientos en calma.

—Tal vez no somos tan buenos en esto como creíamos.

—Claro que sí. Somos unos de los mejores emisarios de Eros —dijo Rhys con orgullo.

—En misiones individuales.

Él rio y apretó su cintura con más fuerza.

—Sí, creo que podría haber salido mejor, pero no me arrepiento de nada y no me rendiré —sostuvo.

Esta vez fue el turno de Arden de sonreír. Permaneció con los ojos cerrados y buscó refugio en sus brazos por unos minutos más. Era curioso, pero a Arden le pareció que, al estar así, su energía se recargaba y renovaba la fuerza para seguir adelante.

De repente, Rhys emitió un sonido de sorpresa y su corazón se aceleró.

—¡Arden, mira!

Ella giró el rostro y siguió su mirada. Entonces, sus ojos se ampliaron.

Un hilo dorado. Ágape.

Se restregó los ojos, pero el hilo no desapareció ni cambió de color. Estaba perpleja. Era la primera vez que veía un hilo dorado. Incluso había pensado que en realidad no existían, pero ¡quién diría que se encontraría con uno en el momento y lugar más inesperados!

—¿Son... almas gemelas? —murmuró, sin poder apartar los ojos de ellos.

—Sí.

Arden se estremeció, sintiendo una emoción inesperada.

—Y no son ancianos —observó.

Rhys una vez le había contado que él había visto un hilo dorado que unía a una pareja de ancianos. A Arden le había parecido un poco lógico, porque para alcanzar el amor incondicional una pareja debía pasar por los cinco momentos especiales y su amor de Eros debía ser lo suficientemente fuerte para transformarse en amor de Ágape. El amor era la mayor fuerza del mundo y solo su poder podía cambiar el color de un hilo de rojo a dorado.

Sin embargo, aquel hilo dorado unía a una pareja adulta —quizás eran menores a los treinta y cinco años— que destacaba entre el resto de las personas.

El hombre resaltaba con su altura imponente, sus hombros anchos y su rostro atractivo. La mujer a su lado era delgada y baja, y tenía ondulado cabello castaño y ojos brillantes; también era muy guapa, pero lo que más destacaba en su rostro era su sonrisa: era radiante, muy cálida y amable.

Cada uno llevaba un niño en sus brazos. El hombre cargaba a una niña dormida contra su hombro, mientras que la mujer sostenía un pequeño sobre su cadera. Al observar sus pequeños rostros, Arden se percató de que eran muy parecidos, seguramente eran mellizos.

La mujer se sentó en la mesa junto a ellos y acomodó al niño en su regazo.

—Jodie —preguntó el hombre a la distancia—, ¿quieres menta en tu té?

Ella asintió.

Arden aprovechó su distracción para observar el vínculo más de cerca. El hilo dorado flotaba a su alrededor, saliendo de su corazón, enredándose alrededor de su dedo y partiendo hacia su esposo.

Él vínculo era tan resplandeciente y firme que ella deseaba poder sentir sus emociones, aunque era imposible; seguro serían intensas, puras y reconfortantes, por lo que Rhys había dicho que se sentía un vínculo de Ágape.

Arden esbozó una sonrisa.

—Y pensar que todo empieza por nosotros —dijo Rhys.

Los labios de Arden titubearon un poco.

—Comienza con ustedes —corrigió—, los emisarios del amor.

Rhys negó.

—También comienza con ustedes —contradijo—, contigo y con las segundas oportunidades que dan, ya sea para el mismo amor o uno nuevo.

Sus ojos eran sinceros, al igual que su voz, y Arden creyó en sus palabras.

Desde su misión con Celine y su inesperado encuentro, había analizado su posición como emisaria del desamor y comprendido mejor el valor de las segundas oportunidades. Había aceptado que intentarlo otra vez requería la misma fuerza y voluntad que empezar de nuevo.

También pensó en lo que le había dicho a Rhys cuando estaba enfermo: todo ese tiempo debió haberse aceptado a sí misma, en lugar de sentirse desdichada; de cualquier forma, siempre había tenido la oportunidad de ayudar a las personas. Si lograba salir de ese enredo, valoraría quién era, sería justa con sus misiones y les daría la oportunidad de transformar su amor.

—Gracias —dijo con una pequeña sonrisa—. Hacemos lo mejor cuando es necesario.

Arden regresó sus ojos al hilo. Sin embargo, esta vez se preguntó cómo se sentiría tener un vínculo así: cómo sería saber, que a pesar de las adversidades, siempre habría alguien a tu lado.

Cuando abandonaron la cafetería rumbo al hotel, decidieron pasar por el mercado victoriano, ya que en la guía turística se lo consideraba «un lugar histórico de Escocia». Era como un centro comercial con diversas tiendas, como floristerías, peluquerías, pescaderías, puestos de frutas, tiendas de regalos, relojerías y restaurantes. Su arquitectura combinaba un estilo de la época antigua con la modernidad actual. Tenía una galería diseñada con arcos rojos de metal, un reloj mecánico que daba la hora y un pequeño tren que se proyectaba entre distintas pantallas y atravesaba el techo de la galería como espectáculo visual.

Hicieron algunas paradas. Rhys compró un ramo de margaritas cuando Arden se quedó mirando el escaparate, y luego un manojo de algodón de azúcar. Mientras esperaba, Arden apretó las flores contra su pecho y se mezcló entre los compradores.

Estaba estudiando el escaparate de una tienda cuando alguien tropezó con ella. El hombre se disculpó y siguió su camino. Arden miró al frente y las margaritas cayeron de sus manos.

Entre la multitud, Arden reconoció a Hope, pero no fue aquello lo que heló su sangre. El hilo de Hope ya no estaba roto: se había restablecido, pero ya no estaba unido a Vance.

«¡Oh, no!»

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