Capítulo 25
Arden tuvo una noche acompañada de pesadillas y se despertó con un amanecer solitario. Ni siquiera se molestó en salir de la cama. La habitación estaba fría; la cama, también, pero al menos era cómoda. Convirtió su cuerpo en un ovillo bajo las sábanas y contempló el cielo a través de la ventana; de cualquier forma, no tenía nada mejor que hacer. Además de autocompadecerse, por supuesto.
Su crisis existencial había comenzado apenas había abierto los ojos. Se había puesto a enumerar todo lo que estaba mal. Primero, no iría a ningún lado hasta el lunes. Segundo, si lograba salir de ese pueblo, tampoco tenía un gran plan aparte de llegar a Inverness. Tercero, ya no tenía opciones; o, mejor dicho, no quería pensar en nuevas opciones. Y cuarto, ya no tenía un compañero.
Arden llegó a la conclusión de que ya ni siquiera debía ser una emisaria de Cupido. Su secreto más profundo quizás se había hecho realidad y ya no estaba atada al amor de Eros, así que todo lo demás ya no importaba. Sin una misión, sin un plan ni un compañero, ya no era nada. Por eso, a raíz de los nuevos hechos inesperados, aceptó que solo tenía dos posibilidades a su alcance: empezar una nueva vida secreta o regresar con Sophie a Londres. Sin embargo, Sophie era su mediadora, a la que le había mentido para su beneficio y quien no merecía que ella trajera más desgracia a su puerta. Luego consideró empezar una nueva vida, pero recordó que no tenía papeles, ni siquiera era una persona normal, común y legal, y no sabía hacer ningún oficio real.
Al final de su ronda de pensamientos obsesivos, Arden decidió permanecer en esa habitación, en esa cama, hasta que muriera de hambre o Cupido viniera a buscarla para castigarla por sus errores. No era el final que deseaba, pero era mejor hacer las paces con la realidad de que nada había resultado como ella había planeado.
Sus ojos dejaron de ver la ventana y se posaron sobre sus manos unidas. En su mano izquierda, resplandecía el anillo de la misión; en su muñeca derecha, la pulsera roja que representaba al hilo rojo de Eros. No podía quitarse ninguno. Ya lo había intentado, pero había sido inútil; ambos accesorios seguían allí, torturándola.
¿Rhys habría podido quitárselos? ¿Habría conseguido librarse de ella? La idea llenó a Arden de una sensación fría que se extendió desde su pecho hasta el resto de su cuerpo; dolía y escocía, cortaba su respiración y ralentizaba sus latidos.
Arden sabía lo que sucedía, aunque no quería decirlo en voz alta: estaba triste y... extrañaba a Rhys.
Después del enojo, se había sentido vacía e incompleta. Y nunca se había sentido así. Nunca había extrañado a su compañero. Y quizá era porque no podía recordar ni una sola vez donde Rhys no hubiera estado a su lado; incluso cuando no lo veía, ella sabía que estaba ahí.
Pero ahora esa certeza se había desvanecido, y eso también le provocaba ansiedad, temor y más pensamientos obsesivos.
Tal vez Rhys tenía razón y ella era demasiado egoísta como para no darse cuenta de su presencia. A lo mejor nunca lo había aceptado y había estado celosa de él. Quizás siempre había dado por hecho que él estaría con ella. Quizás ella siempre había sido el problema, y se había encerrado tan profundo en sí misma que había arruinado su propia existencia hasta terminar sola y perdida en esa habitación fría.
Tal vez...
El golpe en la puerta sobresaltó a su corazón.
Arden se escondió bajo el edredón. No sabía quién era, así que no pensaba abrir. Así iniciaban los crímenes. Sin embargo, los golpes eran suaves, no bruscos o violentos; eso le provocó curiosidad.
Se levantó y caminó con pasos trémulos hasta la puerta. Había una pequeña mirilla en la madera, a través de la cual Arden vio a una mujer bajita con cabello negro y rostro pálido.
Era Celine, de nuevo, apareciendo frente a ella por arte de magia, como Arden lo había hecho durante su misión.
¿Esto de verdad estaba ocurriendo?
Casi sentía que era algún tipo de broma del destino, donde no podía parar de recordar el fracaso que era y los errores que había cometido.
Arden abrió la puerta, solo un poco, y miró hacia afuera.
Celine aproximó su rostro hacia el pequeño espacio. Tenía una expresión algo insegura y preocupada.
—Disculpa por molestarte tan temprano, pero quería preguntarte algo —empezó con torpeza—. Y sé que esto sonará un poco extraño, pero... ¿De casualidad conoces a un hombre alto, con cabello castaño, piel clara y ojos cafés?
Arden frunció el ceño, confundida.
Sabía que debía haber cortado su hilo de Eros. Ese vínculo estaba alterando su mente.
—No quiero ser entrometida, pero pensé que quizá podrían tener relación. Acabo de verlo y me pareció que decía un nombre muy parecido al que usaste en tu registro. ¿No te suena su descripción? —insistió—. Es un hombre inglés, bastante atractivo y... ¡Oh! Tiene una pulsera similar a la tuya.
Arden abrió la puerta y sintió que su corazón se aceleraba.
—¿Dónde está?
—¿Entonces sí lo conoces? —preguntó Celine y esbozó una leve sonrisa—. Está en la habitación al final del pasillo, pero...
Arden caminó a su lado y enfiló hacia el pasillo con pasos determinados. De pronto, se sentía enojada y aliviada, pero más enojada.
¿Había pasado una mala noche y Rhys había estado a solo un par de metros?
«¡Estúpido, Rhys!».
Si él estaba jugando con ella, Arden iba...
La puerta se abrió sola y su cuerpo chocó con el de un hombre, pero no era Rhys. El extraño puso una mano bajo su brazo para equilibrar su cuerpo. Arden lo miró y reconoció su cara: era Gavin, el esposo de Celine.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
Arden iba a retroceder, pero miró hacia el interior de la habitación y encontró a Rhys. Su corazón latió desbocado, pero esta vez con temor; él no lucía bien.
Se abrió paso entre el hombre y la puerta para ingresar en el cuarto. Rhys estaba acostado en la cama y un suero salía de su brazo. Arden recordaba haber visto que los pacientes en los hospitales siempre tenían uno, pero no entendía por qué a Rhys se lo habían puesto. O por qué su rostro estaba pálido. O por qué no estaba despierto.
—¿Qué le sucede? ¿Por qué está inconsciente? —inquirió Arden con la voz temblorosa.
Celine se adentró en la habitación y levantó una mano, en señal de calma, mientras con la otra sostenía un recipiente de plástico.
—Tranquila, solo está enfermo.
A Arden le costó respirar.
—¿Cómo enfermo? —Tragó con dificultad—. ¿Se va a morir?
Tanto Celine como su esposo negaron tan rápido que Arden no supo si sentirse aliviada o no.
—Él está bien. Es solo una gastroenteritis. Hace un par de horas llamó a la recepción y dijo que no se sentía bien.
Pero Rhys estaba bien cuando se separaron, así que Arden no entendía qué sucedía. No sabía qué hacer.
—No entiendo. ¿Qué es «gastroenteritis»?
—Es gripe estomacal —agregó la mujer, pero debió percatarse de que Arden seguía sin comprender nada, porque pensó sus siguientes palabras—. ¡Ya sé! Dolor de barriga.
Arden inclinó la cabeza, confundida. Su temor menguó un poco, pero seguía preocupada.
—¿Por qué? —quiso saber.
Gavin y Celine se miraron. Él no parecía tener las palabras exactas, por eso Celine explicó con calma:
—Bueno, a veces nos duele la barriga o tenemos una infección cuando comemos algo en mal estado o por un virus. Generalmente, la infección puede provocar vómitos, fiebre y dolor abdominal. Es muy común, sobre todo en niños, porque están expuestos a bacterias en el suelo.
A Arden no le parecía común. Los emisarios no se enfermaban, así que no podía entender lo que se sentía. No estaba acostumbrada a lidiar con situaciones similares.
Sin embargo, eso no era importante ahora.
—¿Se va a recuperar?
No pudo ocultar la incertidumbre en su voz, quizás por ello la mirada de los esposos se suavizó.
—Claro que sí. Por suerte, uno de los huéspedes es médico y lo revisó. Según mencionó, los síntomas fueron más severos porque su sistema inmunitario puede estar débil. Al parecer, estuvo vomitando durante la noche y eso causó que se deshidratara. El doctor le puso un suero para restituir el líquido que perdió y una inyección para el dolor abdominal.
Arden se quedó callada y miró a Rhys. Su rostro estaba pálido, aunque su expresión era pacífica. Su pecho subía y bajaba con calma.
Celine se aproximó a su lado.
—Aún su fiebre es un poco alta, pero el doctor dijo que es normal. La fiebre en sí misma es inofensiva y no necesita tratamiento, así que conseguí una esponja y agua templada para intentar bajar su temperatura. Solo hay que mojar su cuerpo con la esponja húmeda y... —Debió percibir algo en el rostro de Arden, porque se detuvo y preguntó—: ¿Quieres encargarte?
—¡Sí! —contestó y le arrebató el recipiente de las manos.
La mujer asintió e intentó esconder una sonrisa. Arden desvió el rostro, sintiendo las mejillas calientes, pero no se arrepintió por su prisa. Ella era la compañera de Rhys, incluso aunque él ya no la quisiera, y eso le daba ciertos privilegios, como tocarlo; Celine era una desconocida.
—Bien, lo mejor es dejarlo descansar por ahora. Debe haber tenido una noche sin descanso.
Celine sostuvo el brazo de su esposo y caminó hacia la entrada.
—Hay botellas de agua en la mini nevera, por si se levanta y tiene sed. Si necesitas algo, puedes buscarme en el bar.
Se fueron y Arden se quedó inmóvil en medio de la alcoba. Su mirada regresó a Rhys, y cuando se aseguró de que seguía dormido, se acercó y se sentó a su lado.
Rhys no se movió. Arden midió su temperatura con el dorso de su mano. Él siguió sin moverse. Ella suspiró. Su piel estaba caliente y sudorosa.
Dejó el recipiente en la mesita junto a la cama, exprimió la esponja y la deslizó con cuidado sobre su frente, luego por su cuello y, por último, por su pecho; Rhys no llevaba una camisa, pero una sábana cubría su cuerpo. Era mejor así; si estuviera más abrigado, su temperatura aumentaría.
Ella continuó con su tarea, hasta que su piel refrescó un poco. Luego rozó su mejilla con la punta de los dedos y apartó un par de mechones húmedos de su frente. Rhys estaba muy tranquilo, así que Arden esperaba que ya no sintiera dolor. Debió haber sido una noche terrible, y más aún después de su discusión.
Arden se quedó velando su sueño y por un momento intentó no pensar en lo que ocurriría cuando él despertara. Pero fue en vano; terminó preguntándose si a Rhys le molestaría que estuviera allí.
Ella agitó la cabeza y alejó los pensamientos obsesivos.
Pasado el mediodía, llamaron a la puerta. Arden abrió y se topó con una joven que sostenía la bandeja de comida que Celine había enviado. Arden le agradeció y se sentó a comer. No sabía que estaba tan hambrienta hasta que probó el primer bocado y no pudo detenerse; la comida estaba deliciosa.
Cuando terminó, Arden salió de la habitación con la bandeja en las manos. El pub restaurante tenía un par de mesas ocupadas, pero el ambiente era tranquilo. Encontró a Celine detrás de la barra, sirviendo una cerveza. Cuando la mujer la vio, agitó su mano a modo de saludo.
—Hola.
—¡Hola! —respondió Celine—. ¿Quieres una cerveza?
Arden asintió y se aproximó al bar para sentarse junto a la barra.
—¿Cómo sigue...? —empezó Celine y Arden reaccionó.
—Rhys —completó ella.
Celine asintió y dejó un vaso de cerveza frente a ella.
—Está bien. Su fiebre bajó y está durmiendo —contestó Arden—. Gracias por ayudarlo.
Arden sabía que necesitaba decirlo porque, si bien era huésped, Rhys era un desconocido para ellos y, aun así, los esposos habían acudido a ayudarlo.
—No hay problema. Soy maestra de preescolar y los niños siempre se enferman, estoy acostumbrada. Además, es difícil ignorar a una persona enferma y no querer ayudarla.
Arden estudió los movimientos y el rostro de Celine, con disimulo. La noche anterior no había podido hacerlo; prácticamente había huido de ella, como si de alguna forma pudiera reconocerla de sus momentos más oscuros.
Ahora, a plena luz del día y con el ánimo menos apaleado, Arden veía notó que Celine se veía diferente a la mujer que había visto aquella noche antes de que todo cambiara. Lucía serena, alegre, y había un brillo a su alrededor. Pero lo que más sorprendía a Arden era su hilo de Eros: estaba intacto y resplandecía, no como esa noche.
—Tuvieron una discusión difícil, ¿no?
La pregunta tomó a Arden por sorpresa. Sin embargo, con una mirada, entendió a qué se refería. Tal vez, ser maestra hacía a la mujer una persona muy intuitiva.
—¿Cómo lo sabes?
—Deduzco que son esposos porque sus alianzas son iguales y utilizan algún tipo de pulsera de pareja. Sin embargo, se hospedan en habitaciones diferentes. Llegaron separados, empapados, y con rostros tristes y sombríos.
Arden bajó la mirada y contempló la espuma de su cerveza, sin decir nada. Celine no la presionó para que hablara, pero ella sabía que estaba dispuesta a escucharla. Aunque no debía, podía sentir que le importaba.
—Creo que es el fin de nuestra relación —murmuró Arden.
Como emisaria, ella había presenciado varias discusiones y el final de múltiples relaciones, y entendía que no siempre existía una forma de reparar algo que se había roto.
—¿Sabes? Muchas parejas a lo largo de su relación tienen discusiones tan feas que creen que es el final, pero no siempre lo es —expresó Celine.
—¿Cómo puedes estar segura? —murmuró Arden.
Celine esbozó una sonrisa amable.
—Porque he estado ahí y ahora estoy aquí.
Arden no dijo nada, pero conocía la historia de Celine y Gavin. Sabía que no mentía, porque había estado ahí cuando Celine había pensado que era el final y, a pesar de todo, ahí estaban, juntos.
—El viaje no ha sido fácil. He tropezado y caído. He perdido la esperanza y me he rendido. Pero como todo en la vida, me levanté y seguí avanzado —dijo Celine—. Las relaciones no son fáciles. Ya sea que vivas un matrimonio o un noviazgo, el amor es un camino con obstáculos: unos son fáciles de saltar y, en otros, no tienes más opción que caer. A veces se necesitan dos personas para salir de un agujero.
—¿Y si la persona a tu lado no te ayuda? —preguntó Arden con un hilo de voz—. ¿Si no le importas?
—Si la persona a tu lado no le importa, entonces no estás en un camino con obstáculos, sino en un campo minado que tarde o temprano explotará a tus pies.
Celine se acercó y se reclinó contra la barra, y miró a Arden a los ojos.
—Las relaciones, al igual que las personas, también se transforman. Siempre he creído que puedes ir por un camino con obstáculos o un campo minado y viceversa. Lo importante es aceptar dónde estás parada.
»Si es un camino con obstáculos, entonces buscas una solución, te apoyas en tu compañero y siguen adelante. Por el contrario, si abres los ojos y solo puedes ver un campo minado, entonces renuncias y tomas otro camino. De cualquier forma, en el campo minado no hay nadie para ti; por más que intentes avanzar, solo encontrarás explosiones que te lastimaran.
Hubo una breve pausa en la que ambas se estudiaron con atención.
—Ahora dime, Arden, ¿qué es lo que hay bajo tus pies: un campo minado o un camino con obstáculos?
Arden meditó su respuesta, pero la verdad que no fue difícil encontrar una respuesta.
—Un camino con obstáculos —susurró.
Y estaba segura. Sí, Rhys y ella no se encontraban en el mejor momento, pero luego de romper el hilo entre Vance y Hope no se habían separado; se habían mantenido juntos e intentado repararlo. Y esa mañana, cuando Arden vio a Rhys enfermo, no dudó en ayudarlo. Algo muy dentro de ella le decía que él hubiera hecho lo mismo.
Celine sonrió.
—Entonces ya tienes tu respuesta: no es el fin de tu relación —sentenció—. Solo han caído en un obstáculo. Los momentos difíciles también son importantes en una relación, Arden. Quizás todo se vea mal. Puede ser triste, incómodo y tal vez duela estar allí, sin saber qué hacer o decir. Otras veces lloras, te enojas, te cuestionas a ti misma, te culpas o te preguntas cómo retroceder el tiempo. Pero tarde o temprano uno de los dos encontrará la solución y todo mejorará.
Hasta ese momento, Arden no se había dado cuenta de cuánto había necesitado escuchar eso. Tampoco había imaginado que estaría en una situación así con Celine. De repente, los roles habían cambiado: Celine había sido su misión, su tarea había sido reconfortarla, pero era la otra mujer quien estaba dándole esperanza y se estaba mostrando vulnerable solo para reconfortarla.
—¿Tu has estado en un campo minado? ¿Has querido renunciar?
Arden ya sabía la respuesta, pero quería descifrar qué había ocurrido con Celine y su esposo luego de esa noche en el hospital.
—Sí —respondió la mujer—, claro que me he sentido sola, frustrada, enojada y abandonada y he estado a punto de reiniciar, pero cada vez que pienso en hacerlo mi esposo me detiene. A veces no se percata de que hemos caído en un obstáculo, y cuando se da cuenta, siente temor porque no sabe cómo solucionarlo. Aunque, al final, siempre me trae de vuelta del campo minado.
Celine exhaló y soltó una risita.
—Y ahora estamos aquí, dándole una nueva oportunidad al camino de obstáculos e intentando no caer de nuevo —comentó.
—¿Y eres feliz? —preguntó Arden, necesitando oír su respuesta—. ¿No hubiera sido más fácil renunciar y dejar ir?
—Quizá hubiera sido más fácil y mi vida sería otra, pero no puedo asegurar que habría sido más feliz que estar intentándolo una vez más juntos.
—¿Cómo lo hacen? ¿Cómo lo intentan de nuevo? —cuestionó Arden.
—A veces lo mejor es hacer borrón y cuenta nueva. Nosotros escogimos ese camino. Mi esposo y yo somos muy diferentes, pertenecemos a clases sociales diferentes y eso nos trajo muchos problemas. Además, a él le gustaba trabajar mucho y yo era muy dócil. Nuestra relación iba muy mal, pero decidimos dejar ir el pasado y centrarnos en el futuro.
»Yo estoy recuperándome de una perdida muy dolorosa, y mi esposo decidió tomarse un año sabático. Escapar de nuestras vidas y administrar esta posada no está tan mal. Ambos hemos aprendido de nuestros errores, y estar aquí nos ha hecho darnos cuenta de los detalles más simples de la vida. También hemos aprendido que no siempre se trata de amar bien o mal, sino de amar, cometiendo la menor cantidad de errores.
«La menor cantidad de errores», repitió Arden mentalmente.
—¿Y cómo sabes que luego del año las cosas seguirán bien? —indagó.
—No lo sé, pero si desde ahora pienso que nada cambiará y todo saldrá mal, entonces ni siquiera debí intentarlo —respondió Celine.
No se arrepentía. Realmente estaba feliz. Y al darse cuenta, Arden tuvo que aceptarlo: habría cometido un error si hubiera cortado el hilo de Eros entre ellos. Rhys había tenido razón. Y más que eso, peleó con ella esa noche para evitarlo y hacer ese momento realidad.
—Gracias —dijo Arden y deseó que esa sola palabra pudiera reflejar el alivio que sentía de que fuera feliz.
Celine sonrió y Arden contempló su expresión genuina.
La mujer frente a ella ya no era débil. Ya no era su misión. Ahora era una mujer fuerte, que se había salvado a sí misma, había conservado su amor y tenía un futuro esperanzador. Era una persona real, y Arden nunca se había sentido tan conectada con ella como en ese momento.
Nunca se había sentido tan feliz de ser una emisaria del desamor y de haber fallado.
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