Capítulo 22
Un día para la boda
Arden se despertó con la luz del sol, que le golpeaba el rostro. Se quejó con un débil gruñido y levantó una mano para cubrirse los ojos, pero no fue suficiente. Arden acomodó su cuerpo contra el de Rhys y escondió su rostro en el espacio entre su cuello y su hombro.
Él apenas se inmutó.
Su pecho subía y bajaba despacio mientras dormía plácidamente. Arden se relajó, pero no pudo volver a dormir; al contrario, identificó sutiles detalles como la suavidad y aroma de su cabello, la tibieza de su piel y la firmeza de su cuerpo. A través del material de su camiseta, Arden podía sentir su calor y la forma en que sus cuerpos encajaban. Ella estaba recostada sobre su costado y una de sus manos descansaba muy cerca de su corazón.
Arden pensó en la noche anterior y sus mejillas se sonrojaron sin remedio, pero intentó ordenar sus pensamientos.
Su plan no había salido como había planeado.
Al dejar el bar, Arden había ideado un plan de tres simples pasos: volver a la cabaña, disculparse con él por ser tan densa, no responder su pregunta y decirle que no le molestaría que —quizás— volviera a besarla.
Sin embargo, todo había salido mal. Él había desbaratado su plan al aparecer con su atractivo rostro soñoliento y su cabello despeinado como si hubiera estado dormido. El beso había sido un impulso de último momento, que continuó con otro y otro, hasta que Arden creyó que nada sería suficiente para calmar la necesidad de su cuerpo.
Quizás no debían haberlo hecho. Tal vez estaba prohibido. Pero no se arrepentía, y no quería pensar demasiado en lo que sucedía o sucedería, solo disfrutar de lo que sentía, descubrir nuevas emociones y vivir un momento mágico a la vez. Tal como Hope le había dicho, tal como había sido la noche anterior.
Arden apretó el rostro contra su hombro y observó su perfil. Con un dedo, trazó la línea de su mandíbula lisa, descendió por su cuello y delineó la forma de sus abdominales. ¡Era injusto que él se viera tan bien! Estaba segura de que no se había ejercitado nunca, pero su cuerpo era atlético, con hombros anchos y contextura delgada.
Sí, era injusto. Y quizás por eso, en lugar de acariciarlo, empezó a picar su abdomen con su dedo, una y otra vez, hasta que Rhys se despertó. Él se quejó, todavía adormilado, y sostuvo su mano. Arden se rio y usó su mano libre para continuar su ataque. Forcejearon por un rato, hasta que ella se rindió y dejó que la abrazara contra su pecho.
—Eres como esos gatos que tiran cosas sobre sus dueños para llamar su atención —murmuró él contra la piel de su oreja.
Arden se estremeció, no solo por el contacto, sino por su voz. Por las mañanas, era más grave y profunda, muy sexy.
Rhys siguió murmurando palabras mientras descendía en un sendero de besos por su cuello. Su corazón latió desbocado y una corriente de electricidad recorrió su cuerpo. El calor que experimentaba se intensificó cuando sus dedos se escabulleron bajo su camiseta y ascendieron por su espalda. Ella se estremeció. De alguna manera, su forma de tocarla era diferente, más íntima y seductora, como si entendiera que ahora tenía privilegios.
Él trazó su mejilla con sus labios hacia abajo y atrapó su labio inferior entre sus dientes. Arden se quejó con un sonido suave contra su boca y enterró sus uñas en su espalda, urgiéndolo a continuar. Rhys sonrió y cambió de posición, dejándola sobre su espalda.
Arden envolvió las piernas alrededor de sus caderas y disfrutó de la sensación de sus cuerpos rozándose. Ella era suave y sensible en las zonas correctas, mientras que Rhys era firmeza y calor. Sus cuerpos encajaban a la perfección y sus labios se movían al unísono, viviendo ese momento en un ritmo lento y sensual.
Si alguien le hubiera dicho, dos semanas atrás, que estaría enredada con Rhys, besándose y acariciándose en una cama, Arden se habría reído. Sin embargo, ahí estaba, anhelando todas las emociones que él había despertado en ella hacía unas horas.
El golpe en la puerta fue inesperado y se coló en la neblina de pensamientos desbaratados y respiraciones agitadas. Arden apartó el rostro y miró hacia la entrada. Dos golpes secos siguieron al primero.
—Hay alguien en la puerta.
Rhys apenas se inmutó, parecía más interesado en acariciar sus muslos y en descubrir lo que había bajo su camiseta.
—Puede ser algo importante —insistió Arden, intentando no reírse.
Rhys gruñó y rodó su cuerpo hacia un lado. Arden se levantó y se enfundó un pantalón mientras esbozaba una ligera sonrisa. A pesar de la interrupción, se sentía de buen humor, muy... relajada. Quizás todos tenían razón y solo tenía que relajarse un poco.
Cuando abrió la puerta, encontró a Kaia del otro lado. La chica aún vestía el uniforme de animadora y tenía un aspecto desaliñado, como si hubiera dormido mal o estuviera con reseca. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el nerviosismo en su rostro y cómo se mordía los labios.
—Arden, lamento molestarte tan temprano —empezó—, ¿pero has visto a Hope?
—¿Hope? —Arden negó—. Estuvo conversando conmigo en el bar, luego me fui y ella regresó al bar.
Kaia asintió, como si corroborara su versión, pero no se marchó. Arden se tensó.
—¿Qué sucede? —inquirió.
Ambas se miraron.
—No podemos encontrar a Hope —reveló Kaia.
—¿Qué? —soltó Arden, perpleja—. ¡Pero se quedó con ustedes!
—Sí, lo sé. Volvimos en grupo porque nos pasamos un poco de tragos. Luego nos dormimos, pero ahora nadie sabe dónde está. Solo desapareció.
—¡No puede solo haber desaparecido! —replicó, mordiéndose los labios para controlar la sensación de nerviosismo que se encendió en su vientre—. ¿Le preguntaste a Vance?
Kaia acortó la distancia entre sus rostros.
—Tampoco podemos encontrar a Vance —respondió en un susurro.
Arden frunció el ceño.
—Esto debe ser una broma. ¡Van a casarse mañana!
—Por eso estamos buscándolos. No contestan sus teléfonos. No les avisaron a sus padres, ni siquiera dejaron una nota. Solo no están. Y mis padres, los suyos y todos los que sabemos estamos enloqueciendo.
Arden sintió que se mareaba. Todo parecía dar vueltas en cámara lenta mientras asimilaba la realidad. Se sostuvo del marco de la puerta y sus ojos se perdieron en la cabaña de enfrente.
«Jude».
Él debía saber dónde estaban sus mejores amigos y ella iba a asegurarse de que se lo dijera.
Arden corrió hacia la cabaña y tocó la puerta con golpes insistentes. Cuando nadie respondió, se dio cuenta de que la puerta estaba abierta. Sin dudarlo, entró para encontrarse con...
Nadie.
No había nadie. La sala y la cocina estaban vacías. Las camas estaban hechas y su equipaje seguía allí.
—Iba a decírtelo —escuchó a Kaia detrás de ella—. Jude e Idris tampoco están —sonaba desesperada, pero hablaba en voz baja, como si intentara mantener en secreto lo que estaba sucediendo. Claro que era innecesario, porque no había nadie cerca.
Arden la miró y le dio la impresión de que Kaia estaba a punto de entrar en histeria.
—Creo... —empezó—. Creo... que ellos se fug...
—No lo digas —la cortó Arden, resistiéndose a la idea de considerar aquel disparate—. Regresa con el resto de las damas y traten de mantener la calma. Estoy segura de que ambos aparecerán. Quizás solo necesitaban un momento a solas.
Kaia abrió la boca para decir algo más, pero Arden negó y pasó a su lado con rapidez para regresar a su cabaña.
Rhys estaba en la cocina preparando café y sonrió al verla, pero sus labios se aflojaron al percibir la expresión de su rostro.
—¿Qué sucede? —se aventuró a preguntar.
Arden le contó la conversación que ella y Kaia habían tenido. Rhys no dijo nada hasta que ella terminó:
—¿Entonces...? —Se cruzó de brazos—. ¿Crees que los cuatro se fug... ?
—¡No lo digas!
Arden empezó a pasearse por toda la habitación mientras repasaba en su cabeza lo que había sucedido en los últimos días.
Habían recreado los momentos especiales de su relación. Todo había salido bien. Vance y Hope habían estado felices y agradecidos y se amaban. ¿Qué había salido mal? ¿Qué era lo que ella no había visto? ¿Por qué estaba ocurriendo esto? ¿Por qué a ellos, cuando estaban tan cerca de cumplir la misión y reparar su error?
Arden no entendía nada.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Rhys, luego de un rato.
Ambos se miraron en medio de un silencio angustioso.
—Esperar —murmuró Arden y respiró profundo, tomando el control de sus emociones y relajando su cuerpo—. Estoy segura de que aparecerán pronto. Esto es solo un malentendido del que nos reiremos después. Sabemos que se aman, así que mañana se casaran, su hilo se unirá y todo regresará a la normalidad.
Rhys no dijo nada y Arden dudó.
Por primera vez deseó que intentara tranquilizarla con alguna razón absurda, como siempre.
Como Arden dijo, no tuvieron más opción que esperar. Por la tarde, Madame Taylor reunió en el salón principal a todos los que sabían qué estaba sucediendo. Rhys y Arden se quedaron al margen, mientras los demás discutían entre ellos diversas teorías sobre los novios desaparecidos.
Arden hizo oídos sordos y siguió esperando. Sin embargo, las horas transcurrieron y no hubo noticias de la pareja y los amigos. El padre de Hope estaba considerando la idea de llamar a los hospitales y luego a la policía, pero su esposa insistió para que esperaran.
Cerca del anochecer, a escasas horas de la boda, dos celulares sonaron en medio del silencio y alarmaron a todos.
—¡Es Hope! —exclamó la madre de la novia.
—¡Es Vance! —soltó el padre del novio.
Arden sintió que su corazón brincaba en su pecho.
Todo el mundo guardó silencio. Los padres no dijeron nada durante la llamada y tenían expresiones herméticas. Cuando colgaron, intercambiaron una mirada.
—No van a volver —anunció ella.
—Se fugaron —concluyó él.
Esta vez, Arden no pudo ocultar la realidad.
«¡Oh, oh!»
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