Capítulo 2

No había nada más sublime que contemplar el momento exacto en el que un corazón se rompía.

Arden observó con serenidad al hombre que se movía de un lado a otro dentro de la cocina. De vez en cuando tarareaba una canción, o hacía algún paso de baile mientras picaba las verduras o cocinaba el asado. Él estaba feliz, Arden podía percibir sus emociones; sabía que no estaba fingiendo.

Las últimas semanas habían sido complicadas para su corazón, pero esa noche estaba intentándolo una vez más. De verdad estaba tratando de olvidar lo que había ocurrido y concentrarse en aquella oportunidad especial. Quizá por eso había puesto más empeño en su imagen: en lugar de sus camisetas desgastadas habituales, tenía un elegante suéter oscuro que le quedaba un poco apretado; su cabello estaba estirado meticulosamente, no desaliñado como siempre. La expresión en su rostro era afable, pero lucía diferente sin sus lentes; su visión debía ser un desastre, dado que se había estado chocando contra las cosas de vez en cuando.

El sonido de un celular sacó a Arden de sus pensamientos. El hombre maldijo e intentó lidiar con la hornilla y el horno, mientras buscaba su teléfono.

—¿Otra vez tarde? —dijo—. Creí que habíamos dicho que... —Lo interrumpieron desde el otro lado de la línea—. Sí, lo sé, pero creí... —Otra interrupción—. —No, no, yo esperaré. Lo entiendo, Scott, es importante. —El hombre se pasó una mano por el rostro en un gesto agotado—. Sí, lo sé, pero es nuestro aniversario y... Te esperaré —prometió antes de cortar la llamada.

El hombre dejó el celular en la encimera y se apoyó contra el mesón. De pronto, parecía agotado. Su postura encorvada, su expresión con líneas tensas, el torbellino de emociones en su interior; Arden podía sentir su conflicto y contradicciones. Aun así, él se irguió y siguió cocinando.

Arden quería acercarse y decirle que se detuviera; que no necesitaba hacer todo eso, ni cambiar quien era, o pretender que todo estaba bien. Que no necesitaba esa oportunidad para ser feliz. Deseaba acercarse y aliviar las emociones oscuras que estaban empañando su corazón: la angustia, el temor, la tristeza y la resignación. Quería decirle que el dolor no desaparecería de un día a otro, sino que se convertiría en un nuevo comienzo.

Sin embargo, Arden no dijo nada, tampoco se movió; solo lo miró con tranquilidad y esperó.

Esa era su misión.


Expediente de parejas

Código: eros-45XXXX81.

Nombre de los sujetos: Oliver Curtis & Scott Warren.

Emisario: Arden (E-1155)

Estado de la relación: segunda etapa/ convivencia.


Arden había recibido el expediente hacía un mes, pero había leído las notas del histórico. Oliver y Scott se habían conocido en el colegio, donde habían mantenido un noviazgo secreto hasta que decidieron aceptar que eran pareja cuando estaban en la universidad.

Llevaban juntos quince años, en los cuales habían superado varios altibajos, como el diagnóstico de cáncer de Scott. Oliver había dejado su empleo para poder estar a su lado y ayudarlo. Al final, Scott se recuperó; habían pasado cuatro años desde eso.

Todos creían que eran la pareja perfecta. Oliver era profesor y Scott, fiscal. Ambos provenían de familias adineradas y habían tenido una educación envidiable. Tenían un hermoso y pintoresco apartamento en Notting Hill y estaban pensando en casarse y adoptar.

Todo era perfecto, hasta que no lo fue más.

Su relación se había desgastado y, un mes atrás, Oliver había descubierto que Scott había tenido una aventura. Luego de eso, las cosas no habían hecho más que empeorar, y parecía que no le afectaba a Scott. Oliver, en cambio, seguía atrapado en esa ilusión de quince años, con el corazón aferrado a una persona que no lo amaba y que no podía dejar ir.

Sin embargo, Arden tenía el presentimiento de que algo cambiaría esa noche, así que permanecería a su lado, como todos los días, y cuando él aceptara que no había nada más que pudiera hacer, ella lo ayudaría a escapar de esa pesadilla para que pudiera descubrir al hombre fuerte y maravilloso que era.

Veinte minutos después, Oliver se sirvió un vaso de vino y salió de la cocina. Encendió el reproductor de música, puso una lista de reproducción de jazz y se sentó en su sillón favorito. Sus ojos se deslizaron por la instancia, como si estuviera recreando memorias, buscando respuestas o una solución. Después, fijó su mirada en el amplio ventanal frente a él y bebió en silencio.

Arden se acercó y se sentó a su lado. Y entonces ambos esperaron, en medio de un silencio colmado de recuerdos felices, heridas abiertas y finales felices imaginarios.

Esa noche, cuando Scott regresó a casa, le dijo que todo había terminado. Que no quería gastar su vida con un hombre viejo con sobrepeso; que ya no era divertido ni interesante; que ya no cuidaba de sí mismo y que no era lo que quería después de haber sobrevivido.

Ese fue el momento en que la vida de Oliver cambió.

Arden sabía que el comentario de la edad no fue lo que más había afectado a Oliver; después de todo, los dos tenían la misma edad. Su problema era la forma en que Oliver estaba viviendo su vida: ya no salía a los clubs, no se levantaba cada mañana a correr al parque, ni escalaba los fines de semana. Y sí, Oliver aceptaba que los últimos años se había dedicado a llevar una vida más serena y casual, así que ignoró el comentario de la edad porque le gustaba vivir su vida así. Sin embargo, el comentario sobre su peso fue un golpe bajo.

Oliver no dijo nada, quizás por temor a que cualquier cosa que dijera hiciera que Scott lo odiara más. No le reclamó por la traición, ni por haberse quedado a su lado en su momento de enfermedad. No se quejó de ninguna de sus fallas. Se quedó viendo, en shock, cómo Scott empacaba sus cosas y dejaba sus llaves en la cocina junto a los platos que Oliver había preparado. Solo después de contemplar el departamento vacío, la realidad lo golpeó.

Scott estaba dejándolo para siempre.

Arden lo observó beberse dos botellas de vino en el piso de la sala casi vacía, antes de caminar hacia su dormitorio. Ebrio y con una rueda rusa de sentimientos, se sacó el suéter para ducharse. Entonces, se vio en el espejo, y por primera vez pareció verse a sí mismo. Eso terminó de romperle el corazón.

Se dejó caer en el suelo del baño y rompió en llanto. Su dolor era tan intenso que Arden se sintió perdida y agonizante en medio de ese mar de emociones. Esa siempre era la parte más difícil. No importaba cuantas veces hubiera estado en esa posición, siempre se sentía perdida, dolida, impotente.

Arden se agachó a su lado y estiró su mano hacia él, pero en lugar de sostener su mano, aferró un hilo fino entre sus dedos; apenas brillaba y estaba tan desgastado que Arden temió que ni siquiera pudiera soportar la presión de su tacto. Ella cerró los ojos y saboreó por última vez las emociones dañinas que evocaba aquel vínculo.

Ahora Oliver sufría y no había nada sublime en el sufrimiento de alguien. Sin embargo, lo que vendría después llenaba a Arden de esperanza. Eso sí era sublime. La promesa de un futuro de posibilidades infinitas. La ilusión de un nuevo Oliver que podría transformar su vida y recuperar la felicidad comenzaba ahí, en el punto más bajo y penoso de su vida.

Arden sostuvo el hilo con fuerza y tiró de él.

—Él no es tu corazón —susurró, sin dejar de mirar su figura sollozante—. Libera.

Y el hilo se rompió. 

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