Capítulo 12
Rhys entró en el bar donde iba a tener el encuentro con Vance. Era la primera vez que visitaba un lugar así y había imaginado que sería rústico e informal; que las mesas estarían llenas de hombres bebiendo cerveza, charlando en voz alta, y mirando algún deporte en la televisión. Sin embargo, The Metropolitan estaba en el corazón de Notting Hill y tenía un estilo más refinado y una atmósfera más pacífica.
El bar estaba casi vacío. Había un par de mesas ocupadas aquí y allá; la mayoría de los consumidores eran grupos de compañeros de trabajo que seguramente buscaban relajarse después de una jornada en la oficina. También unas cuantas parejas ocupaban las butacas en las zonas más privadas.
La suave melodía de la música se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y el sonido apagado de una televisión encendida.
Rhys miró alrededor y no encontró a Vance, así que se despojó del abrigo y se acomodó en uno de los asientos altos. Casi de inmediato, un hombre joven se acercó y le preguntó qué le gustaría beber. Rhys ordenó una cerveza; cualquiera, daba igual. Nunca había probado la cerveza y solo había dicho lo primero que había cruzado por su mente.
Durante sus misiones, habían observado que tanto hombres y mujeres bebían cerveza y parecían disfrutarla, así que ¿por qué no probarla?
El hombre regresó y dejó frente a Rhys un gran vaso transparente casi rebosante de un líquido entre un amarillo claro y oscuro; también tenía espuma en el borde. La curiosidad le ganó: sostuvo el vaso y bebió un sorbo del líquido helado. El sabor lo golpeó; era amargo. Su primer instinto fue dejar de beber, pero al segundo y tercer trago, pareció acostumbrarse al sabor. Definitivamente, no era su bebida favorita, pero tampoco lo mataría.
Suspiró y dio por terminado su experimento con la cerveza. Entonces, observó el reloj en una de las paredes: Vance estaba retrasado. Aunque no había nada que pudiera hacer; Rhys no tenía un celular para llamarlo y, aunque lo tuviera, no tenía su número; así que no le quedaba más opción que esperar.
Sus dedos jugaron con el fino hilo rojo en su muñeca y luego rozaron el anillo en su dedo. Pensó en Arden: ¿le estaría yendo bien? ¿Habría podido hablar con Hope, o se sentiría incómoda?
Él comprendía lo difícil que era para ella mezclarse con otros emisarios y ahora, saber que tenía que relacionarse con personas le provocaba más nervios. No era que no confiara en que Arden pudiera hacer un buen trabajo —sabía que se esforzaría y daría lo mejor, porque así era ella—, solo no quería que se obligara a hacerlo o que se sintiera mal o se recriminara a sí misma si algo salía mal.
Él la entendía. Conocía su carácter; había lidiado con sus momentos buenos y malos. Era comprensivo ante sus silencios melancólicos; amable ante su inocencia y vulnerabilidad. Sabía cuándo estar presente y cuándo retirarse. Era su compañero, por supuesto que sabía esas cosas. Pero las otras personas no, y no quería que tuviera que enfrentar un mal rato por actuar como ella misma.
Así que estaba preocupado por ella, aunque alguien como Arden no necesitara su preocupación o un príncipe que la rescatara.
—¡Rhys! —reconoció la voz de Vance llamándolo.
Giró en el asiento y vio que se acercaba con una sonrisa.
—Disculpa por llegar tarde —dijo Vance, dándole un apretón de manos rápido—. Pasé a revisar una construcción muy cerca, pero me tomó más tiempo del que esperaba. ¿Llevas esperando mucho?
—No, no te preocupes. Gracias por venir.
Vance también se desprendió de su abrigo y se sentó a su lado. Luego, ordenó una cerveza y le explicó a Rhys un poco de su ajetreado día. Él escuchó con atención y condujo la conversación de forma casual.
—Madame Taylor me contó que eres arquitecto —mencionó Rhys.
—Sí, la compañía es de mi tío. He trabajado con él desde la escuela. Ahora somos socios.
—¿Y tus padres que hacían?
—Solo somos papá y yo. —Vance bebió un trago de su cerveza—. Mi mamá nunca estuvo presente, así que solo éramos dos hombres intentando sobrevivir en una casa. Mi padre es músico. Bueno, era músico; ahora se dedica a componer.
Rhys asintió, para animarlo a continuar.
—Por muchos años, me intentó influenciar para que eligiera la música, pero nunca fue lo mío. Creo que aprender a hacer las labores básicas de la casa, sobre todo las de carpintería, me llevó a descubrir mi vocación.
—Me alegro de que sientas pasión por lo que haces —musitó Rhys, percibiendo el rastro de felicidad en la voz de Vance.
—¿Tú no?
Rhys esbozó una sonrisa.
—Por supuesto. Mi trabajo es unir parejas —respondió con la verdad.
Si a Vance le pareció una profesión extraña, no hizo ningún comentario. Al contrario, parecía interesado.
—¿Y te gusta? —inquirió.
—Es gratificante.
—Entonces nos entendemos —soltó Vance y acercó sus vasos como en un brindis.
Bebieron con calma, disfrutando de la atmósfera calmada y la suave música. Rhys esperó unos segundos antes de indagar en aquello que lo había llevado hasta allí:
—¿Cómo conociste a Hope?
Vance terminó su cerveza y le mostró una amplia sonrisa. Rhys mantuvo una expresión relajada.
—Ese es un buen recuerdo. Hope y yo tenemos familia escocesa: mi padre es escocés y su madre también. Y durante nuestra infancia y adolescencia vivimos en Inverness, éramos vecinos; Hope vivía dos casas a la derecha de la mía. A veces solía verla por el barrio o en la escuela, pero ella era menor, así que no teníamos clases juntos.
»Un día, llegué a casa y mi padre me dio su invitación de cumpleaños. Aún pienso que su madre nos invitó por pena, es una mujer con un gran corazón. Hope es muy parecida a ella, creo que por eso no me botó de su fiesta, a pesar de que no le llevé un regalo. Quería comprarle algo, en serio, pero mi papá y yo no teníamos la habilidad suficiente para elegir el regalo para una niña, así que a él se le ocurrió que interpretara algo para ella. Cuando era joven, me enseñó a tocar varios instrumentos. No era el mejor, pero me defendía, sobre todo con el violín. Recuerdo que toqué Stand By Me. ¡Mi padre adoraba esa canción! Decía que era «un himno de amor y esperanza».
—¿Recuerdas cómo interpretarla? —preguntó Rhys—. Porque creo que podrías hacerlo de nuevo en su fiesta de cumpleaños.
—¿Tú crees? —consideró—. Esta vez sí le compré un regalo.
Ambos rieron.
—Creo que sería maravilloso —opinó Rhys—. Es una forma de rememorar aquel momento del pasado.
Vance se acarició la barba corta de forma distraída, mientras meditaba la idea. Rhys se impacientó un poco. Era necesario que Vance interpretara esa canción; caso contrario, el momento no sería igual y se perdería la magia.
Estaba a punto de agregar algo más convincente, pero Vance se adelantó:
—No he tocado el violín en mucho tiempo. Estoy un poco oxidado —fue sincero—, pero creo que podría hacerlo. Debo tener el violín de papá en algún lado del departamento.
Rhys sonrió.
—Entonces está decidido.
Vance ordenó una nueva ronda de cervezas. Brindaron y charlaron de otros temas: sobre el fútbol, la arquitectura, el negocio de las construcciones, la música de su padre.
Vance Lloyd era un libro abierto. Era fácil hablar con él: tenía una personalidad sincera y pacífica, sin ningún aire de pretensión, y también era muy inteligente y perspicaz. Era claro que provenía de un estatus privilegiado, pero, aun así, no tenía la necesidad de sobresalir o de actuar con superioridad. Era un buen hombre. Y aunque apenas se conocían, trataba a Rhys como si lo conociera hacía años, no días.
Se hallaban comentando el juego de rugby en la televisión cuando Rhys notó que Vance miraba de forma disimulada hacía atrás de él.
—¿Qué sucede? —preguntó y Vance apuntó con la cabeza.
Rhys siguió su señal y se topó con los ojos de una mujer pelirroja que llevaba un vestido verde esmeralda; estaba sentada al otro lado de la barra con dos mujeres. Cuando sus miradas se entrelazaron, una sonrisa estiró sus labios rojos.
Rhys giró el rostro.
—Creo que le gustas —dijo Vance.
—No lo creo —respondió, sintiéndose extraño.
—No te ha quitado la mirada desde que llegó —garantizó Vance, y se encogió de hombros—. Si fueras soltero, podrías acercarte e invitarle un trago.
—Pero no lo soy —la voz de Rhys sonó un poco más dura de lo que pretendía, pero Vance no reaccionó mal, al contrario: sonrió.
—Y por eso eres de los míos. —Se levantó de la silla y se puso su abrigo—. Ahora, si no te molesta, me retiraré. Me espera una mañana muy ajetreada en la construcción.
Rhys abrió la boca para decir algo más, pero Vance se adelantó y se despidió con una palmada sonora en su hombro.
—Me quedó muy claro tu plan: cumpleaños de Hope, violín, Stand By Me, recuerdo maravilloso... Creo que estamos en la misma página. —Le guiñó un ojo y se despidió.
Rhys terminó de beber su cerveza y pidió la cuenta.
Todavía podía sentir la mirada de la mujer sobre él, pero apenas se inmutó. No era que no se sintiera halagado y hasta intimidado —después de todo, era la primera vez que alguien se fijaba en él, que lo veía realmente—, pero una de las múltiples reglas de una misión encubierta era no involucrarse de más con las personas. Era injusto, porque no podrían quedarse. Y más allá de eso, no estaba interesado.
Ordenó un trago para ella como disculpa. Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, él levantó la mano y señaló su anillo. Ella hizo un pequeño mohín con sus labios, pero cedió y apartó el rostro. Rhys se enfundó su abrigo y se marchó.
Era una noche fría en Londres. A pesar de eso, la calle Portobello seguía rebosante de vida: los restaurantes, los bares y las tiendas vintage, que aún estaban abiertas; las personas caminaban mientras charlaban y reían en grupos...
Rhys tomó el camino que ya conocía hacia la casa de Sophie, pero se detuvo antes de llegar a la intersección de Portobello Road con Elgin Cres. Distinguió a Arden de pie en la esquina y sus labios se elevaron en una sonrisa que fue menguando al percatarse de que no se movía. El semáforo había cambiado varias veces, las personas avanzaban, pero su compañera seguía inmóvil.
Él estudió su figura por varios minutos. Cuando comprendió que ella no iba a moverse, Rhys se acercó despacio y envolvió su mano en la suya.
—¿Ahora tienes miedo de cruzar la calle? —bromeó.
Ante su inesperada aparición, Arden no lo rechazó. Al contrario, su mirada pareció aferrarse a él. Sus ojos eran honestos, su rostro no ocultaba nada.
—¿Sucede algo malo? —preguntó, serio, al detectar ansiedad en su expresión.
—No lo sé —respondió, regresando la mirada a la calle—. Tuve un presentimiento. ¿No puedes sentirlo?
—¿Algo malo?
Ella asintió.
Rhys inspeccionó a su alrededor, pero no detectó ninguna señal de peligro: la calle no era muy ancha, los autos respetaban las señales, y los accidentes eran escasos en esa zona. Se preguntó si alguien había estado siguiéndola, pero él había estado todo ese tiempo detrás de ella y no había identificado a alguien con intenciones dañinas.
—No —dijo con calma—. Todo parece tranquilo.
El pulso de Arden seguía acelerado, Rhys podía sentirlo donde su pulgar rozaba su piel.
—No importa —murmuró ella—. Solo fue un presentimiento. Vamos a casa.
Rhys no soltó su mano en ningún momento mientras caminaban entre las personas; estaba fría. Él la apretó y acomodó ambas en el bolsillo de su abrigo. Arden ni se inmutó; continuaba inmersa en sus pensamientos.
—¿Cómo te fue con Vance? —le preguntó, al cabo de un rato.
—Bien. Es un tipo muy agradable. ¿Y Hope?
—El encuentro salió mejor de lo que esperaba.
—Son buenas personas —expresó él, recordando la familiaridad de su encuentro.
—Sí.
—Creo que todo saldrá como lo planeamos —pronosticó Rhys.
Arden asintió.
Llegaron a casa en silencio. Sophie estaba viendo las noticias en la sala y el Sr. Darcy salió a recibirlos. Ambos la saludaron y Rhys se inclinó para acariciar las orejas del perro; era muy amigable y gracioso, aunque también muy consentido, se creía el rey de la casa. En cuanto a Miss Bennet, todavía no habían tenido el placer de conocerla; o era una mascota fugitiva, o era un fantasma.
Rhys siguió a Arden a la habitación que compartían. Ella se sentó en su cama y miró hacia las puertas del balcón que estaban abiertas; a través de la cortina descorrida, se podía observar la luna. Arden hacia lo mismo cada noche; quizás encontraba paz en esos momentos. Y él respetaba eso, dándole privacidad.
—¿Has escuchado Stand By Me? —preguntó ella, antes de que tuviera oportunidad de salir.
—¿La canción del cumpleaños de Hope? —contestó él, con curiosidad.
Arden no respondió por un largo rato y Rhys pensó que había imaginado su pregunta.
—Creo que deberíamos escucharla —sugirió al fin.
Rhys estaba confundido por su interés repentino, pero obedeció. Encontró la tablet que Sophie les había prestado y buscó la canción. Cuando los primeros acordes sonaron, Rhys colocó el dispositivo cerca de ella, sobre la cama, y se alejó. Estaba en la puerta cuando su suave voz lo alcanzó:
—Ven, siéntate a mi lado.
Rhys volvió a obedecer, sin hacer preguntas. Dirigió una breve mirada a su rostro bañado por la luz de la luna. Arden no lo miró, pero no hizo falta.
Con la melodía de fondo, completaron la noche estrellada, sintiéndose tan vulnerables y frágiles como humanos, pero seguros al estar juntos.
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