Capítulo 11

Once días para la boda

Arden se detuvo frente al edificio donde Hope trabajaba y contempló la fachada. Le había pedido que se encontraran allí para su «tarde de chicas». Arden no sabía si estaba más asustada por el concepto desconocido de «tarde de chicas» o tener que interactuar con otra persona que no fuera Rhys.

Él le había dicho varias veces que sonriera e intentara entablar una conversación amena con Hope. Arden había desestimado sus comentarios, afirmando que estaría bien, que sabía lo que hacía. Pero la verdad era que no tenía ni la menor idea de que lo iba a hacer.

Para Rhys era sencillo: sus habilidades comunicativas no solo eran convincentes, sino existentes. Era encantador por naturaleza y su personalidad atraía a las personas; les hacía querer hablar con él, confiar en él. Arden era todo lo opuesto a Rhys, empezando por el hecho de que él representaba al amor; ella, al desamor. Él era luz, esperanza y buenos sentimientos; ella estaba invadida por la inseguridad, el miedo, la toxicidad y el dolor de los corazones rotos.

Así que hablar y expresarse abiertamente no era lo suyo. Siempre había sido reservada, brusca, sarcástica y tenía un carácter impetuoso. Rhys estaba acostumbrado. Los escasos emisarios que habían tratado con ella alguna vez lo dejaban pasar porque sus interacciones eran escasas y no era importante. Pero su plan era importante, y Arden no quería arruinarlo. No podía arruinarlo.

Su plan se basaba en que Hope y Vance confiaran suficientemente en ellos como para dejarlos reparar su amor.

Arden soltó una lenta respiración y se animó a entrar, pero ni siquiera pudo pasar de la puerta. Literalmente. Estaba atrapada. La puerta giraba y giraba, y no la dejaba escapar. Estaba empezando a respirar con dificultad cuando alguien frenó el movimiento y ella tropezó, patinando y deslizándose por el suelo.

—¿Arden? —la voz la tomó desprevenida—. ¿Estás bien?

Desde el suelo, levantó el rostro y encontró a Hope; la miraba con la cabeza ladeada, confundida y apenada.

«Arden, especialista en habilidades comunicativas y grandes entradas.».

Ignorando a las personas que andaban a su alrededor, Arden se tragó la vergüenza y se levantó.

—Sí —respondió, evitando las miradas sobre ella—. Es solo que no estoy acostumbrada a esas cosas.

«¿A esas cosas? ¿A las puertas?», se burló de sí misma.

Deseó más que nunca ser invisible, pero nada podía cambiar el pasado.

—¡Oh, la puerta giratoria es un dolor! —comentó Hope—. Siempre tengo miedo de que uno de mis pies se quede como rehén y que la persona detrás mío crea que soy una idiota.

Hope rio. Arden se percató de que no lo hacía de su caída, sino que se reía de sí misma, como si quisiera hacerla sentir menos avergonzada. Y funcionó. Fue inusual, pero su comentario y su broma sobre sí misma hizo que Arden se sintiera menos tonta y más normal.

Hope se acercó y le acomodó los mechones rubios que se le habían despeinado por la caída. Arden se sorprendió, pero el gesto era inofensivo, así que no se apartó.

—Dame un segundo y podremos irnos. Estaba por dejar estos papeles en mi oficina —explicó Hope, señalando unas carpetas—. Puedes sentarte en la recepción.

Arden asintió y vio cómo Hope se internaba en un pasillo de ascensores. En lugar de sentarse, deambuló por la entrada e inspeccionó los cuadros que decoraban las paredes: eran ilustraciones infantiles, como las de los libros de cuentos; la mayoría tenía estilos distintos, pero todas utilizaban colores cálidos y brillantes.

Se detuvo frente a una ilustración de dos niños de pie junto a un enorme lago; sostenían un corazón entre sus manos. La niña vestía de rojo; el niño, de blanco. Arden pensó en Rhys en ella: dos polos opuestos que velaban por los corazones; compañeros en la aventura del amor.

Bajó la mirada y observó el anillo en su dedo con el corazón grabado. Otra prueba de que eran un equipo.

—¿Te gusta?

No se percató del regreso de Hope hasta que la mujer se paró a su lado.

—Es una ilustración de uno de nuestros cuentos: El camino a casa de un corazón —explicó—. Trata sobre dos niños que encuentran un corazón en el jardín que unía sus casas. Ellos creen que se le cayó a alguien y deciden embarcarse en una aventura para encontrar a su dueño.

—¿Y qué sucede al final? —preguntó con genuina curiosidad.

Hope sonrió.

—Tendrás que leer el cuento para descubrirlo.

Arden hizo una mueca, pero se animó cuando Hope le prometió regalarle una copia la próxima vez que se vieran.

Salieron juntas del edificio y, esta vez, Arden estuvo más preparada para utilizar la puerta giratoria. Hope caminó a su lado. Estaban fuera de Notting Hill, así que se entretuvo mirando a su alrededor. Según los letreros, estaban en el distrito de Covent Garden y Strand; parecía un distrito animado, muy parecido a Notting Hill: había cafés al aire libre, artistas callejeros, tiendas de lujo y mercados ambulantes. Mirara donde mirara, todo era vivo y atrayente.

Por un buen rato, ninguna dijo nada, aunque Arden se preguntó si debía llenar el silencio; no quería que Hope se sintiera incómoda, y Rhys le había pedido que fuera amigable. Podía ser amigable, o al menos intentarlo.

Analizó varias conversaciones en su mente, pero ninguna sonaba bien. Entonces, recordó las ilustraciones infantiles; ese parecía un tema seguro.

—¿En qué trabajas? —preguntó.

—Soy editora de libros infantiles —respondió Hope—. Mis padres son agentes editoriales. Manejan su propio negocio de consultoría, pero a mí me gustó más este campo y terminé en la editorial. Siempre me han gustado los niños, así que los libros infantiles son mi especialidad.

—Me alegro de que te guste —dijo Arden, y no supo qué agregar.

Era la peor para ese trabajo.

Quizás debía repensar el no querer ser emisario de Eros. Al menos, eso lo hacía bien. O lo había hecho bien.

Pero Hope mantenía una sonrisa serena en el rostro. No parecía incómoda en absoluto, y hasta tarareaba una canción.

Unos segundos después, Hope exigió un café al aire libre y se sentaron en una mesa.

—Esta es una de mis cafeterías favoritas aquí en Covert Garden —comentó Hope—. ¿Habías venido antes?

Arden negó con la cabeza.

—Veo que todo te resulta curioso, como si fuera la primera vez que lo ves —observó Hope—. ¿No eres de Londres?

Arden volvió a negar y se preguntó si debía mentir, porque sería muy complicado explicar que solo conocía Notting Hill. Antes de que pudiera decidir, Hope continuó:

—Yo tampoco. Nací en Inverness, luego me mudé a Salisbury y, al final, terminé aquí. Londres puede ser abrumador cuando lo visitas por primera vez.

Arden asintió, dándole la razón.

Un mesero se acercó y tomó su orden. Arden ordenó lo mismo que Hope, pues aún no se arriesgaba a probar toda la comida; ni siquiera los dulces, que había descubierto que le encantaban.

Cuando su orden llegó, Arden se atrevió a probar su chocolate caliente y decidió que estaba bueno, pero no le había quitado el aliento. El primer lugar seguía siendo para Biscuitters.

Una vez que estuvieron solas, Hope empezó a hablar sobre sus lugares turísticos favoritos en Londres y, aunque su conversación parecía interesante, Arden sabía que debía encaminar su plática hacia donde necesitaba: ella, Vance y su primer encuentro.

—¿Cómo conociste a Vance? —soltó de forma inesperada.

Hope se quedó en blanco. Sin embargo, unos segundos después, rio con suavidad.

—Lo siento. Es solo que... conozco a Vance de toda una vida, pero no suelo pensar en eso muy seguido.

—¿Aún lo recuerdas?

—¡Oh, sí! ¡No podría olvidarlo jamás! —Su sonrisa se ensanchó—. Nos conocimos en mi fiesta de cumpleaños, cuando tenía siete años. Él era mi vecino de dos casas hacia abajo. En ese momento, no éramos amigos. Vance era cuatro años mayor que yo y solo lo había visto por la calle, en su bicicleta, o de lejos, en la escuela.

Sus ojos parecían nublados con recuerdos mientras hablaba, así que Arden esperó en silencio para que Hope pudiera continuar con su historia.

—De último momento, mi madre decidió invitarlo. Así, nos conocimos y nos dimos cuenta de que teníamos más cosas en común de las que creíamos. Recuerdo que no me llevó un regalo, pero sí tocó una pieza musical para mí con su violín. Su padre era músico y le había enseñado a tocarlo.

—¿Qué interpretó?

Stand by me —contestó Hope—. Y creo que ese fue el momento en que me enamoré de él.

Hizo una breve pausa y luego sonrió con nostalgia.

—¿Amas a Vance?

Sus ojos castaños se abrieron con sorpresa. Arden sabía que era una pregunta muy directa y que tal vez no tenía derecho a hacerla, pero había seguido una corazonada.

—Sí, amo a Vance —afirmó Hope. No hubo rastro de engaño en su rostro o en su voz.

Arden se relajó. De alguna forma, el corte inesperado de su hilo no había alterado sus sentimientos. Eso la aliviaba, aunque la culpa aún no se desvanecía. Quizás nunca lo haría. Siempre sería un recordatorio de su error, aunque ella y Rhys encontraran una solución a ese amor.

—Entonces serán muy felices.

Esta vez, fue el turno de Hope de quedarse sin palabras. Esbozó una sonrisa ligera y cambió de tema.

—En unos días será mi cumpleaños, ¿vendrán? —preguntó—. Me refiero a Rhys y a ti.

Arden ya sabía de su cumpleaños, Madame Taylor lo había mencionado. La noche anterior había discutido con Rhys que no les quedaba mucho tiempo antes de la boda, así que lo mejor sería programar cada momento especial lo más rápido posible. Entonces se había dado cuenta de que el cumpleaños de Hope coincidía con uno de los momentos especiales; como había descubierto, el primer encuentro de ellos había sido en el séptimo cumpleaños de Hope.

Ahí había iniciado todo. Y en dos días, Arden y Rhys podrían reconstruir ese momento.

Era perfecto. Rhys ya sabía lo que tenía que hacer.

—Por supuesto —dijo Arden—. Gracias por la invitación. Estaremos allí.

Sus ojos se iluminaron y sonrió. Su sonrisa le recordaba a Rhys, porque era sincera y cálida, sin pretensiones o mentiras. Era el tipo de sonrisa que te hace sentir bien, que te hace querer sonreír porque eres feliz.

—¿Qué hay sobre ti? —indagó Hope.

Arden volvió al aquí y al ahora, de inmediato.

—¿Sobre mí? —repitió, perpleja.

—Sí, ya hemos hablado mucho de mí —dijo Hope—. Ya sé que todos creen que soy el centro de atención porque soy la novia, pero quiero saber sobre ti.

Arden pestañeó, un poco perdida. Rhys había mencionado algo sobre «definir sus identidades», por si alguien preguntaba, pero ella lo había ignorado mientras veía televisión.

Ahora comprendía por qué la televisión era mala para las personas.

—Pues... yo... —titubeó—. Yo... trabajo para el amor.

Hope inclinó la cabeza hacia un lado y esperó, como si necesitara más detalles. Arden también los necesitaba, porque no sabía de qué estaba hablando.

—Me refiero a que soy como consultora del amor —Arden utilizó la verdad, pero sin sonar como una lunática—. Cuando una pareja no está bien, los observo y les indico el momento que deben separarse, para que puedan ser felices sin seguir lastimándose.

La expresión de Hope reveló una combinación de admiración y asombro.

—¡Qué interesante! Nunca había escuchado algo como eso. ¿Eres una «psicóloga del amor»?

—Yo más bien diría del desamor.

Hope rio.

—¿Y Rhys? ¿También es psicólogo? —inquirió y le dio un sorbo a su chocolate.

—Algo así.

—¡No me digas! Pero él se encarga de unir parejas, ¿verdad?

Arden pestañeó despacio y sus labios se abrieron con asombro.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó con extrañeza.

Hope se encogió de hombros.

—Es fácil de intuir. Si son un equipo y tú representas al desamor, él debe representar al amor.

Arden no podía negar la verdad; por lo tanto, asintió.

—Es una deducción muy inteligente, ¿no? —bromeó Hope—. Puedo ser muy observadora cuando quiero. Y es obvio que tú eres más reservada y él, un romántico con un abanico de sonrisas. De hecho, creo que hacen una linda pareja. Es obvio por qué se casaron.

El recordatorio de su matrimonio falso la dejó muda. De repente, la imagen de Rhys apareció en su mente y Arden se quedó en blanco, pensando en su sonrisa y en el hecho de que hacían una «linda pareja». Sin previo aviso, sus mejillas se sintieron calientes.

—¡Te estás sonrojando!

Hope tenía la mirada fija en su rostro y el calor en su rostro aumentó. No entendía qué estaba sucediendo.

—¿Sonrojando? —repitió Arden con vacilación.

—Sí, es algo que haces cuando te avergüenzas, ya sea porque recibes un cumplido o cuando piensas en alguien que te gusta.

«Sonrojarse», pensó. «¡Los emisarios no se sonrojan!»

Y mucho menos cuando pensaban en sus compañeros. O peor aún: cuando pensaban en sus esposos falsos. ¡Era absurdo! ¡Los sentimientos entre emisarios eran glaciales! No podía sentirse de esa forma, porque no creaban vínculos entre ellos. Los sujetos de las misiones siempre estaban primero; lo más importante era velar por los corazones de otros.

Hope no insistió en el tema del sonrojo o acerca de su matrimonio con Rhys, y Arden estuvo agradecida. Siguió conversando, y hasta le compartió otros detalles personales de su vida y sobre la boda. Arden la escuchó con atención; esos detalles serían necesarios para su plan.

La tarde se fue poco a poco.

Luego de abandonar el café, Hope la llevó por un helado y Arden lo disfrutó más de lo que había esperado. Sus dientes eran sensibles por el frío, pero el sabor era delicioso. Chocolate y menta, definitivamente una combinación poderosa.

También visitaron unas boutiques y librerías. Hope le recomendó un par de novelas de romance y Arden decidió comprarlas. No cambiaría su gusto por leer guías turísticas por nada, pero también quería descubrir otros géneros, y Hope había sonado muy emocionada al hablar de sus libros favoritos.

Mientras paseaban por una avenida, bajo las luces del atardecer, Arden se dio cuenta de que estaba disfrutando esa salida más de lo que imaginaba. De hecho, todo estaba bien. No lo había arruinado, gracias a Hope.

La mujer no la hacía sentir incómoda, hablar con ella era sencillo. Su primera impresión había sido muy acertada: Hope estaba llena de energía. Vivía su vida con alegría y disfrutaba de los placeres pequeños, como buscar libros en una librería o comer su helado favorito.

Hope Harper era un libro abierto, no tenía miedo de que alguien leyera a través de ella.

Arden no había interactuado con muchas personas que fueran como ella. Por lo general, los sujetos en sus misiones estaban experimentando momentos tristes y negativos, que no les permitían ser felices, que no los dejaban sanar. Hope, en cambio, era un lado de la moneda que Arden nunca había imaginado descifrar y que estaba cambiando su percepción sobre los humanos y los lugares y momentos inesperados donde podrían encontrar la felicidad.

Al anochecer, se separaron en una estación de metro. Hope acompañó a Arden hasta Notting Hill, aunque ella le había asegurado que no era necesario. Hope se despidió y Arden caminó hacia Holland Park.

Por un segundo, se preguntó si Rhys ya estaría en casa luego de su encuentro con Vance. Seguro le había ido bien. A él siempre le iba bien porque...

Arden se había detenido en una esquina a esperar que el semáforo cambiara, pero cuando lo hizo, no pudo seguir andando. Las personas a su alrededor avanzaban, pero ella titubeó. De pronto, tuvo un extraño presentimiento, como si hubiera estado antes en esa esquina y algo malo hubiera ocurrido.

«Portobello Road», leyó en el letrero de la calle.

Cerró los ojos, pero la ansiedad no desapareció, y permaneció sola en esa esquina, sin saber qué sucedía.

Sin poder escapar ni salvarse.

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