Capítulo 10
Trece días para la boda
Para Arden, ser una persona mundana era algo reciente y no siempre muy intuitivo. Sin embargo, si le preguntaran en ese momento cómo describiría sus dos días de humanidad, diría que era agotador. La mitad del tiempo tenía sueño y la otra mitad tenía hambre. Su nueva existencia se resumía en comer, dormir y su nueva habilidad desarrollada: caminar con sueño y hambre.
Además, todavía estaba acostumbrándose a las nuevas funciones de su cuerpo. Algunas sensaciones inesperadas también eran un inconveniente, como el escalofrío que sentía cuando sus pies descalzos tocaban el piso, en las mañanas; la sensibilidad en sus dientes cuando los alimentos estaban muy fríos o calientes; el sobresalto que le causaba el ladrido del Sr. Darcy cuando peleaba con el perro del vecino; o el estremecimiento que le provocaban los roces distraídos de Rhys en su brazo, en su espalda, en su cabello.
Arden asociaba sus reacciones tan sensibles al hecho de que no estaba acostumbrada a que otras personas la tocaran. Si bien el contacto con Rhys no era nuevo, ya que siempre había sido su compañero, la sensación de calidez sí lo era. Antes su roce era glacial, pero ahora Rhys era cálido, muy cálido, y todavía Arden no decidía si eso era bueno o malo.
—¿Por qué frunces el ceño? —preguntó Rhys—. ¿No te gusta tu ropa?
Su voz disolvió su neblina de pensamientos. Arden se detuvo en la calle y lo miró unos segundos, antes de estudiar sus nuevas prendas. Su atuendo era bastante común, pero cómodo: unos jeans oscuros, un suéter bordado con flores y botines altos. Era muy diferente al traje negro que solían utilizar como uniforme, pero le gustaba.
—No —respondió, enrollando un largo mechón de su cabello suelto entre sus dedos—. Solo pensaba.
—¿En que?
«En tu calidez».
Arden negó con la cabeza. No iba a decir eso en voz alta, sonaba muy raro.
—Estoy... pensando en todo lo que ha sucedido —respondió ella—. Quiero que la reunión con la organizadora salga bien porque, sino, no tendremos ningún plan.
Rhys esbozó su sonrisa clásica, la que suavizaba sus facciones y encendía un brillo gentil en sus ojos.
—Saldrá bien —aseguró—. Ten un poco de fe. Me encargaré de llevar la conversación, solo trata de sonreír.
Él le guiñó un ojo y siguieron caminando. Encontraron el local de Madame Taylor sin problemas; ambos habían recorrido tantas veces las calles de Notting Hill que tenían grabado el mapa de las calles casi de memoria. En la recepción, detrás de un escritorio, hallaron a una mujer joven y bonita.
—Buenos días. Estamos buscando a Madame Taylor —dijo Rhys—. Ella nos está esperando.
Él ofreció otra sonrisa de su repertorio, y la mujer se la devolvió; por supuesto, Rhys le resultó encantador, como a todos los emisarios.
—Por supuesto. Anunciaré su llegada.
La asistente se marchó y regresó después de unos minutos. Ella los condujo a través del edificio y Arden inspeccionó todo con curiosidad; era la primera vez que visitaba el negocio de una organizadora de bodas. Sophie les había explicado qué servicios ofrecía Madame Taylor y por qué eran necesarios para que una boda no terminara siendo un caos y la pareja quisiera asesinarse.
Madame Taylor los esperaba en una pequeña terraza interior, llena de macetas con flores de colores; los rayos del sol se filtraban por doquier. A Arden le pareció un lugar casi mágico.
—Deben ser el señor y la señora Lockwood. —Madame Taylor se levantó para estrechar sus manos—. Sophie me habló de ustedes. Mucho gusto.
«Señor y señora Lockwood». Arden se estremeció, aunque intentó ocultar su reacción.
Era extraño, muy extraño. Aún no se acostumbraba al hecho de poseer un apellido y, mucho menos, a tener un «esposo», aunque fuera falso.
No era que Arden apoyara ese engaño, pero la noche anterior, durante la cena, Sophie les había hecho darse cuenta de que ambos llevaban alianzas en el dedo anular de la mano izquierda; detalle que, ambos habían olvidado por todas las demás cosas de las que debían preocuparse. También les había dicho que, aunque pudieran ignorar los comentarios de Madame Taylor al respecto de su relación, estaba el otro hecho de que necesitaban identidades creíbles que no levantaran sospechas.
—¿Qué puede ser más indefenso que una pareja de jóvenes enamorados que defienden el amor? —había dicho la señora Calloway con una sonrisa complacida—. Es simple, pero creíble. Y estoy segura de que no provocaría celos o cautela por parte de la pareja a la que deben acercarse, ¿no creen?
En medio de una encrucijada, les gustara o no, habían tenido que acceder. De cualquier forma, utilizar un apellido falso y pretender ser esposos era el menor de sus males.
Y eso los llevaba a ese momento, a la inocente pareja de esposos Lockwood, quienes solo querían que el amor triunfara.
Arden se concentró en el presente y recordó sonreír, mientras inspeccionaba con disimulo a la mujer: debía rondar los setenta años; era alta y robusta, con el cabello rizado y la piel del color del chocolate. De cierta forma, le recordaba a Sophie; aunque su apariencia era diferente, su estilo era muy similar: refinado y clásico, pero sin ser ostentoso.
—Mi nombre es Rhys y ella es Arden. El placer es nuestro —respondió él—. Muchas gracias por recibirnos con tan poca antelación. Sabemos que es una mujer ocupada y queremos incomodar lo menos posible.
—¡Oh, pero qué modales tan exquisitos!
Arden no se sorprendió. Como siempre, Rhys hacía justicia a su imagen de perfecto caballero inglés: atractivo, encantador, con buenos modales.
—Por favor, siéntense —dijo Madame Taylor—. ¿Puedo ofrecerles té?
Rhys accedió y Arden intentó mantener una sonrisa relajada. No estaba acostumbrada a la charla causal; siempre le inquietaba decir las peores cosas, por eso habían decidido que Rhys se encargaría de todo.
Arden se esforzó en sonreír, aunque el té le quemó la lengua y le dejó un sabor muy dulzón en la boca que le desagradó.
—Con las presentaciones hechas, creo que podríamos hablar de negocios —empezó Madame Taylor—. Sophie dijo que ustedes eran expertos en el amor y que ofrecían un tipo de iniciativa para bodas; ella no entró en detalles. Lo mío son las bodas, y cualquier innovación en el ámbito será bien recibida; siempre trato de ofrecerles la mejor experiencia a mis clientes.
—Es justo lo que más nos interesa, la experiencia de las personas —coincidió Rhys—. El servicio que nosotros ofrecemos es muy exclusivo y no solemos compartir muchos detalles con otros negocios. Sin embargo, la señora Calloway nos dio muy buenas referencias sobre usted. Por ello, consideramos que su negocio es el lugar adecuado para seguir aportando nuestra iniciativa.
La expresión en el rostro de la mujer era neutral, pero en sus ojos apareció un brillo de interés. Justo lo que habían esperado. La noche anterior, habían discutido el discurso para que nada saliera mal.
—Estoy muy intrigada. ¿De qué se trata?
—Nosotros recreamos los momentos más especiales de una pareja antes de dar el gran paso hacia el matrimonio —explicó Rhys—. De esta forma les recordamos cómo se conocieron, cómo se enamoraron, cómo fue su primer beso, la primera vez que dijeron te amo. Creemos que cada uno de estos episodios marcan el destino de una pareja y que conforman una estela de historias de amor que no deben ser olvidadas.
Arden lo miró de soslayo e intentó no sonreír. Estaba orgullosa y asombrada; Rhys no solo era encantador, sino que tenía la habilidad innata de convencer a las personas.
—Creemos que esas historias de amor deben ser recordadas antes de la boda para hacer la experiencia aún más intensa, especial y completa —prosiguió—; como dos piezas que finalmente encajan. Entonces, cuando llegue el gran momento, no habrá dudas, solo amor. ¿No le parece hermoso?
Madame Taylor apenas atinó a suspirar. Su expresión ya no era neutral; se notaba que era una romántica empedernida y que Rhys había usado las palabras correctas.
—Creo que es fantástico. Maravilloso. Será una innovación perfecta para nuestras bodas —dijo ella—. Por supuesto, en el caso de que nos permitan utilizar la idea e incluirla como un servicio en todos nuestros paquetes. ¿Cuál sería el costo para compartir su idea?
—De hecho, Madame Taylor, podría considerar que somos igual de románticos como usted —respondió Rhys—. Por eso, no estamos buscando una ganancia monetaria. Al contrario, lo más importante para nosotros es el amor y las personas. Cederemos la idea sin dudarlo, pero tenemos una condición.
—¿Y esa sería? —inquirió Madame Taylor.
—Realizar el primer servicio piloto. Arden y yo estamos capacitados para establecer vínculos con la pareja y recrear sus momentos especiales. Solo por esta vez lo haremos nosotros. Queremos acceso completo a uno de sus clientes actuales para desarrollar el piloto y, a cambio, brindaremos informes de nuestros avances para que pueda capacitar a su equipo y continuar con el servicio. ¿Tiene alguna duda?
Hubo un breve silencio, lleno de expectación y tensión.
—¿Cuándo pueden empezar? —dijo la mujer—. Creo que tengo a la pareja perfecta.
La sonrisa de Rhys se alargó.
Madame Taylor cerró el trato con ellos sin chistar y les indicó que podrían conocer a la pareja para el piloto esa misma tarde, debido al escaso tiempo que había hasta la boda.
—Deberías ser vendedor en tu próxima vida —soltó Arden cuando salieron del negocio.
—¿Disculpa? —dijo él, entre confundido y divertido.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer que?
—¡Ella no solo quedó convencida, estaba fascinada contigo! —exclamó Arden—. Si le hubieras pedido que se parara de cabeza, lo habría hecho.
Rhys rio, pero no había rastro de vanidad en su voz, por eso no lo golpeó.
—Solo soy agradable. Y me gusta hacer sentir especial a las personas, lo merecen.
Arden resopló.
—¿Estás celosa?
—¿Se nota tanto? —espetó sarcástica.
—Si fruncieras menos el ceño, te darías cuenta de que he sido encantador contigo desde la primera vez que te vi.
Rhys le dio la espalda y empezó a caminar. Arden no dijo nada y observó cómo su figura se alejaba, mientras un fragmento de su primer encuentro aparecía en su mente: ambos recostados uno junto al otro, la sonrisa boba en su rostro, la calma en sus ojos que se llevaba el temor que había sentido...
«Creo que somos compañeros», había dicho. «Soy Rhys. Todo estará bien. No tengas miedo».
Arden agitó la cabeza y despejó sus pensamientos. Entonces, corrió detrás de él para colocarse a su lado.
—¿Tienes hambre? ¿Quieres almorzar mientras esperamos? —preguntó, y un segundo después se rio—. No sé por qué pregunto, si todo lo que has dicho en estos días es que tienes hambre y sueño.
Almorzaron en un restaurante familiar de comida italiana.
En su escasa nueva existencia, Arden había descubierto que los dulces y pasteles de Biscuiteers estaban primeros en su lista de alimentos preferidos. Iba cada tarde a la pastelería desde que Rhys la había llevado y siempre probaba algo nuevo. Y nunca se arrepentía; sentía que esos dulces podían cambiar la vida de alguien. Arden no podría explicar cuánto le gustaban y la satisfacción que sentía al comerlos. Pero la comida italiana no estaba mal; de hecho, podía quedarse con el segundo lugar de su lista. El pan de ajo —en especial— también podía cambiar vidas.
El almuerzo transcurrió en un ambiente ameno. Rhys tenía la necesidad de siempre mantener una conversación, pero como todo estaba saliendo bien, Arden decidió seguirle el juego y platicaron de cosas mundanas como el clima, la reina, las noticias de esa mañana en la televisión.
Cuando regresaron con Madame Taylor, Arden empezó a sentirse nerviosa. Sabía que encarar a la pareja que habían dañado por un error no sería fácil; mucho menos cuando no estaban seguros de las consecuencias y estaba en riesgo la felicidad de personas inocentes. No era fácil cuando el sentimiento de culpa que intentaban mantener a raya se empeñaba en atormentarlos.
—Todo saldrá bien —murmuró Rhys y su pulgar rozó la muñeca de Arden bajo la pulsera roja—. Vamos a reparar esto.
Cuando la asistente los condujo a la terraza interior, vieron que a Madame Taylor la acompañaba una pareja. Hope y Vance.
Arden intentó respirar profundo y plasmar una sonrisa en sus labios.
Madame Taylor hizo las presentaciones. Luego, los dejó solos.
De cierto forma, Arden sentía que ya los conocía debido al expediente, pero igual decidió inspeccionarlos. Hope podría considerarse una mujer hermosa: tenía el cabello corto y castaño, que resaltaba su piel del suave color de la canela; su rostro era delgado y sus facciones, armoniosas. Tenía una apariencia tierna, aunque había un brillo travieso en sus ojos castaños. Su expresión irradiaba alegría y entusiasmo. Brillaba como un sol, como si tuviera luz propia.
Vance también era atractivo. Era alto y tenía hombros anchos. Su cabello era lacio, rubio y caía alrededor de su rostro. Sus facciones eran muy masculinas. Pero al contrario de su novia, sus ojos azules no tenían un brillo travieso; más bien su expresión era serena y paciente, y el brillo en su mirada, perspicaz e inteligente.
A primera vista parecían diferentes, pero era innegable que existía una conexión poderosa entre ellos. Por un segundo, Arden dudó que esa fuera la pareja afectada. Sin embargo, entre un pestañeo y otro, Arden reconoció el hilo rojo de Eros: aunque Hope y Vance estaban cerca y tenían las manos entrelazadas, el hilo que salía de sus corazones seguía roto; se agitaba entre sus cuerpos, muy cerca, pero sin unirse.
Lo que más sorprendió a Arden fueron las emociones en sus rostros: no podía percibir los sentimientos del vínculo en esta nueva existencia, pero no parecía ser necesario con ellos. Sus semblantes no ocultaban nada: de verdad parecían felices, y se amaban. ¿Entonces porque tenía un mal presentimiento? ¿Por qué se sentía tan intranquila?
Sus pensamientos ofuscaron su mente y habló sin pensar, queriendo romper el silencio:
—¿Y... están emocionados por su boda?
Rhys la miró con disimulo y ella se pateó mentalmente.
«Arden, especialista en habilidades comunicativas y preguntas tontas».
Por suerte, Hope rompió el silencio con una risa suave.
—Sí, estamos muy emocionados —respondió con entusiasmo—. Madame Taylor nos comentó del piloto que quieren realizar y queremos que sepan que hemos accedido. Ella ha sido muy buena con nosotros todo este tiempo, se preocupa por cada detalle. Si podemos retribuir de alguna forma, queremos hacerlo. Cree que cayeron del cielo para ayudarla cuando más la necesitaban.
A su lado, Rhys rio y ella lo imitó, aunque no entendía la gracia. Quizás eso la haría lucir más amigable.
—Además, nos pareció una idea grandiosa —agregó Vance—. Con todo el estrés de la boda, creo que esta iniciativa será una buena forma de distraernos y tener un respiro. Si necesitan nuestra ayuda en lo que sea, solo deben decirlo.
—No queremos hacerles perder el tiempo, pero nos gustaría conocerlos un poco y que nos hablen de ciertos momentos especiales en su relación —explicó Rhys.
En realidad, no necesitaban información sobre ello, pues todo lo necesario estaba disponible en el expediente de pareja, pero sería muy sospechoso que ellos, dos desconocidos, supieran esos detalles privados sin haber hablado ni siquiera una vez antes.
—Si mañana nos regalaran unas cuantas horas de su día, podríamos acompañarlos en sus respectivas rutinas y conocernos más.
—¡Oh, es una idea genial! —coincidió Hope y miró a Arden—. Podríamos tener una tarde de chicas. ¿Les parece bien pasado mañana?
Ambos intercambiaron una rápida mirada. La de Rhys brillaba, la de Arden era de terror.
—Por supuesto —respondieron.
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