La vida sigue. Para todos, sin excepción.

Como una flor
Más de una rosa.

El día comenzaba. Esta vez no era en los ya familiares hogares, algo era distinto.
Las paredes, las habitaciones... Todo era diferente a la última vez.

Lo único igual era la pareja, que se seguía amando igual e incluso más.
El primero en despertarse sería como siempre el pelinegro, que al lado ya no vería a su novia, sino a su esposa.

–Buenos días, cariño– diría Edgar despertando delicadamente a la peliblanca.

–Buenos días...– diría Colette con bastante sueño–. ¿Qué horas son?

–Es bastante temprano, además es sábado. No te preocupes.

–Cierto...– responde la peliblanca volviendo a cerrar los ojos.

–¿No sabes qué día es?– preguntaba Edgar con emoción.

–Hoy... ¡27 de febrero! Nuestro aniversario– respondería con una sonrisa.

–¡Si! Hay que festejar– diría levantándose de la cama–. Cámbiate, ya hice el desayuno. Te esperamos abajo.

Colette hizo caso y se alistó. Al terminar salió disparada a la sala, dónde vería a las personas más importantes para ella.

–Buenos días mamá– decía un pequeño niño de pelo negro.

–¡Hola mami!– añadiría otra niña peliblanca–. ¿Cómo amaneciste?

–Buenos días– diría saludando alegremente a sus hijos.

Lily y Gus son los nombres de los pequeños, de 5 y 7 años respectivamente.
Ambos abrazaron a su madre y la felicitaron por el día tan especial.

–Su mamá y yo saldremos en la noche, pero los dejaremos a cargo de Fang ¿Si?

–¡Si, el tío Fang!– dijeron ambos niños emocionados.

La cercanía que tenía Fang con la pequeña familia era tanta que incluso los niños lo consideraban como un tío. Eso a Edgar no le molestaba, pues para él, Fang era como un hermano.

La familia desayunó y pasó el rato jugando y platicando entre ellos.
Al pasar las horas, los padres se prepararon para salir y fueron a dejar a los pequeños.

–Muchas gracias, Fang– decía Edgar con bastante gratitud mientras los niños entraban a la casa de su amigo.

–No agradezcas, hasta a mí me alegra tenerlos aquí– dice con una sonrisa– mi hijo se la pasa increíble con ellos.

–Jaja, me alegro. Nos tenemos que ir, más tarde venimos por ellos.

–Claro, nos vemos. Suerte y felicidades.

–¡Gracias!– diría Colette mientras ella y su pareja se subían al auto.

En el camino, ambos no dejan de platicar, hasta que pasan al lado de un lugar bastante familiar.

–Mira, la tienda de regalos ¿Recuerdas?

–Trabajar ahí era un infierno... Nos hacía trabajar turnos extras a cada rato.

–¡Si! Pero... Lo bueno es que ahí conocí al amor de mi vida– diría Edgar con una sonrisa.

–Y yo conocí al mío... Al padre de mis hijos.

Ambos sonrieron y continuaron manejando, hasta que llegarían al restaurante donde celebrarían.

Pasaría una hora aproximadamente de comer y platicar, hasta que finalmente debían regresar. Sin embargo, en una fecha tan especial no se les podía olvidar visitar un lugar en concreto.

–¿A donde vamos?– preguntaría Colette al notar que Edgar no conducía a la casa de Fang.

–A un lugar bastante especial.

Tras cinco minutos de conducir, por fin llegarían. Se salieron del auto y empezaron a caminar por aquel parque al que solían ir en su juventud. Edgar tenía en sus manos una pequeña bolsa.

–Este lugar me trae tantos recuerdos...

–A mi también... Aquí vinimos las primeras veces que salimos– responde el pelinegro.

–¡Si!... Recuerdo que me emocioné porque la primera vez que vinimos dijiste que mi cabello parecía una flor, jaja.

–Y todavía parece– le diría con una sonrisa– De hecho... Justamente por eso, traje esto.

Edgar sacaría de la bolsa una flor, un lirio para ser exactos. Se lo entregaría a Colette, la cual se alegraría bastante.

–Ay Edgar, tú siempre tan romantico

–Claro que si, esas costumbres no hay que perderlas.

–¡Por supuesto que no! En serio me encanta que seas así– dice la peliblanca abrazándolo.

–Edgar...

–Colette...

Ambos pronunciaron aquella frase, "te amo". Quizá una frase que usamos con mucha frecuencia y ni siquiera nos damos cuenta del valor que tiene.

Tal vez ellos están demasiado ocupados, tienen dos hijos, ambos con trabajos bastante pesados. Quizá todo eso no les da el tiempo para recordarselo con esas palabras, pero no lo necesitan, ambos saben que se aman más que a nada.

Ambos se darían un beso volverían nuevamente por sus hijos a la casa de Fang.

Al llegar a su casa, mandarían a dormir a sus hijos. Más tarde, ellos se irían a acostar nuevamente.
Mientras se abrazaban, también miraban a las estrellas.

–Gracias, de verdad.

–¿Gracias por qué?– preguntaría Edgar.

–Por hacer algo tan grande, por enseñarme a creer. Por venir a darme vida nuevamente.

–Ay Colette... Gracias a ti, por haber vivido dando todo el amor que solo tú sabes dar.

–No sé si es un sueño aún, pero cuando estoy contigo siento que todo valió la pena.

–Quiero vivir toda mi vida correspondiendote.

–Yo... Quiero vivir toda mi vida contigo, de cualquier forma.

¿Sabes qué es lo más hermoso?
Que todo aquello que se prometieron, todo aquello que ambos querian se cumplió.
Cómo a cualquier persona o a cualquier flor, le llegó su momento de irse, pero lo hicieron amándose, lo hicieron después de haber vivido una vida hermosa juntos.

Pasaron muchas cosas, pero jamás se arrepintieron de nada.

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Gracias por leer.

Con mucho cariño: Tan-ka.

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