Final. Como una flor.

–¿Qué demonios pasó?– pregunta Edgar bastante histérico.

–La chica se puso demasiado delicada... Sus signos vitales son bastante bajos...

–¡Hagan algo! No pueden dejar que muera.

–Haremos todo lo posible... Pero la situación se nos está yendo de las manos...

–¡Maldita sea!– Edgar se desesperaría bastante.

–Por favor, vaya a la sala de espera. Intentaremos salvarla, le daremos información en cuanto podamos– dice Pam entrando a la habitación de la peliblanca.

Edgar haría caso a las instrucciones de la doctora. Mientras esperaba, sus pensamientos no se detenían. Temblaba ansiosamente, rogando para que todo saliera bien.

Llevaba días sin poder dormir debido a toda la situación. El sueño le estaba ganando, y por más que luchó por mantenerse consciente, no pudo.

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.

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Estaba lloviendo. Colette se encontraba en la habitación de cuando era niña. Tantos recuerdos, pero ninguno era de alegría.

Bajó las escaleras que llevaban a la sala de su casa, dónde observó una escena bastante familiar. Observaba a sus padres y a ella cuando tenía menos de 10 años.

–¡Maldita sea, Colette!– gritaba el padre mientras una niña recogía unos pedazos de vidrio del suelo–. ¿No puedes dejar de ser tan estúpida tan solo un segundo?

–¡Vete a tu maldito cuarto!– agregó la madre.

La pequeña Colette obedeció sin objeción. Corrió y subió las escaleras pasando al lado de la chica.

–¡Sería mejor si te murieras!– gritó el padre a la niña.

Colette observaba esa escena ¿Acaso era un sueño? Nadie la podía ver, pero ella veía a todos. Recordaba perfectamente ese momento, incluso sentía lo que sentió aquella vez.

Por un momento cerró los ojos, cuando los abrió, se encontraba en un lugar distinto. Niños jugando, abrazando a sus madres, lo recordaba perfectamente.

10 de mayo, todos los niños acudieron con sus madres. Todos menos la pequeña Colette, pues su madre nunca se dignó a aparecer.

Evitaba ignorar lo que sucedía, pero era imposible. Notaba como la gente la señalaba, entre murmullos se escuchaban distintas cosas.

–¿No vino su mamá?

–Apuesto a que ni siquiera tiene, probablemente la abandonó, ¡Imagínate tener una hija así!

Al llegar a su casa, la pequeña niña de pelo blanco se acercó a su madre.

–¿Por qué no viniste al convivio?... Me sentí muy sola...

–¿Por qué iba a ir? Ni que fuera tu madre porque quisiera.

Las palabras provocaron el llanto de la pequeña, la simplemente se fue de la cocina. Colette como antes, estaba viendo todo.

–¿Por qué no fue a mi convivio?... Por lo menos para aparentar que si me quería.

Varios momentos de la vida de Colette empezaron a aparecer, hasta que llegaría al más doloroso, el fallecimiento de su abuela.

Todos estaban vestidos de negro, velando a la señora.

–Hola...– diría en voz baja la peliblanca dirigiéndose con sus progenitores.

–Hola...– respondería la madre.

–Ella no hubiera querido que siguieramos peleados... ¿Qué tal si después nos reunimos a platicar?

–No– respondería de forma cortante el padre antes de alejarse de ella.

La chica se quedó viendo al suelo. Con la poca dignidad que le quedaba, volvió a acercarse al ataúd, despidiendo a su abuela.

Colette observaba toda la escena, recordando lo que sintió en ese momentos. En ese instante solo tenía un pensamiento.

–Quizá debería morir...– pensó la peliblanca.

–Si...– le dijo una voz detrás de ella.

Al voltear, se vería a sí misma de niña, otra vez.

–Si eso pasara... ¡Dejarías de sufrir, por fin!– le diría la niña.

–Pero...

–Hemos sufrido mucho... Merecemos descansar ¿No?– le preguntaría la niña.

Mientras escuchaba esas palabras, pensaba en los tantos momentos de dolor que tuvo que sufrir desde que nació, lo cual la terminó convenciendo de lo que la niña decía.

–Tienes razón– diría la peliblanca con la cabeza baja.

–Toma mi mano y vamonos...– diría la niña extendiendo el brazo.

La chica estaba apunto de agarrarle la mano, hasta que escuchó una voz bastante familiar detrás de ella.

–¡Colette!– gritaba el pelinegro detrás de ella.

–Edgar...– piensa la peliblanca mirándolo a los ojos.

–Necesito que despiertes... Te necesito a mi lado...

–Yo...– la chica sería interrumpida por la niña.

–Si vienes conmigo... El sufrimiento se acabará... Descansaremos para siempre ¿No quieres eso?– le diría la pequeña todavía con la mano extendida.

–No hagas ninguna estupidez Colette... Por favor...

–Edgar... Creeme que pasé los momentos más increíbles contigo... Pero estoy cansada, cansada de vivir– diría Colette acercando su mano a la de la niña.

–¡Espera! Por todo lo que hemos pasado... Te pido que no lo hagas.

Colette se volvería a voltear, observando nuevamente esos ojos cafés, ojos que expresaban tanta desesperación.

–Aún me quedan alegrías para darte... Te daré todo lo que necesites... Te doy mi vida a cambio de quedarte...

–Edgar...

–No sé que sería de mí sin ti...– el chico extendería su brazo también–. Te juro que te haré la chica más feliz... ¡Pero no te vayas!

La chica dudaba. Era su oportunidad para descansar, aquello que había anhelado tanto. Pero no quería dejar solo a Edgar, de hecho, quería estar con él.

–Te amo, Colette... Eres lo único que me queda.

La peliblanca rompió en llanto. Ella quería estar a su lado, no le importaba nada más que estar con aquel chico.

Dejaría totalmente atrás a la niña, a su pasado, a su rencor. Dejaría todo atrás para poder avanzar, y mientras lo hacia se sentía mucho más aliviada, mucho más tranquila.

Se lanzaría sobre Edgar y lo abrazaría.

–Quiero estar contigo... Toda mi vida.

–Te prometo que así será...

Ambos se abrazarían mientras empezaban a ver cada vez más borroso.

.

.

.

–¡Despertó! ¡Doctora Pam, despertó!

Colette abriría lentamente los ojos. La luz blanca que estaba arriba de ella le lastimaba un poco la vista, por lo cual se tapó los ojos con sus brazos.

Volteó a su lado y miró a varias personas que parecían ser doctores y enfermeras.
Tras algunos minutos llegó una persona bastante conocida.

–Despertaste...– decía el chico con una sonrisa.

La peliblanca, todavía palida, sentía bastante dolor en el cuerpo. Aun así, tuvo la fuerza suficiente para responder.

–Gracias...

Ambos habían tenido el mismo sueño, pero ninguno de los dos lo sabía.
En este punto a ninguno de los dos le importaba, simplemente les importaba el hecho de que estaban juntos.

Al lado de la peliblanca se encontraba aquella flor. Estaba en terrible estado, pero en ningún momento se había marchitado completamente.

Quizá Colette no era la única que parecía una flor.

La vida tiene momentos tristes, que duelen tanto como las espinas de una rosa. Sin embargo, con el tiempo te das cuenta de la belleza que tiene, la vida es tan hermosa como los pétalos de una flor. Quizá el pasado te afecte tanto como el tiempo daña el cáliz de una rosa.
Pero al igual que ellas, la vida es temporal, e igual que disfrutas el aroma que produce esta planta, disfruta la vida.

Porque la vida es...

Como una flor

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Fin


Él la despertó de una pesadilla, ella lo hizo soñar. Ambos se salvaron a su manera.

Y al parecer, a ese ser de tristeza y soledad, con un solo "te amo" se le devolvió una vida entera.

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