Capitulo 9

El día comenzaba. Por primera vez en mucho tiempo no venía con emoción, sino con miedo. Edgar se despierta y rápidamente se alista para el trabajo.

Después de desayunar, se dirige rápidamente a la tienda de regalos. Como siempre llegó antes que la peliblanca, por lo cual se dispuso a esperarla sentado en el mostrador.

–Buenos días, Edgar– diría el señor Griff entrando a la tienda–. ¿Todavía no ha llegado Colette?

–No... ¿No sabrá por qué?– responde Edgar.

–La verdad no... Ay, esta jovencita...

Pasaron las horas y Colette no venía, lo cual preocupaba a Edgar. Aunque, realmente él sabía que no venía porque no quería verlo.

El día continuó, abrumando cada vez más al pelinegro. Edgar simplemente ansiaba poder ver otra vez a Colette, abrazarla y explicarle todo.

–Hora de cerrar, Edgar– diría Griff saliendo de la tienda.

–Ah, claro– diría Edgar empezando a empacar las cosas y cerrar la tienda.

–Dile a Colette que es importante que venga mañana, dos faltas consecutivas sin justicarse le bajarán demasiado el sueldo.

–De acuerdo... Lo intentaré.

Al cerrar, Edgar se fue en dirección a la casa de Colette, la cual se encontraba con las luces apagadas.

–Rayos... ¿Ya se habrá dormido?

Edgar decidió volver a casa. A pesar de intentarlo, no podía dormir. La preocupación de que algo le hubiera podido pasar a Colette desde aquella discusión lo carcomía.

Mientras trataba de consiliar el sueño, le llegó una llamada. Deseó con todo su corazón que fuese Colette, pero era su amigo.

–Hola– diría Fang por el otro lado.

–¿Qué pasó?– preguntaría Edgar.

–Estamos en la casa de Brock, por si gustas venir.

Edgar no podía evitar pensar en lo que provocaron esos dos a los que solía llamar "amigos".

–Enseguida voy...– diría Edgar.

Colgó la llamada y se dirigió con los muchachos. Llegó en diez minutos, en ese tiempo simplemente pensaba en lo tanto que les quería hacer.

–Hey, están tocando– diría Chester al oír ruidos en la puerta.

–Deja abro– diría Fang mientras abre la puerta–. Oh, hola Edgar.

Edgar no respondería, simplemente entraría a la casa en busca de los otros dos.

–¿Estás bien?– preguntaría Chester al verlo acercándose de forma un poco rara.

Al tenerlo de Frente, Edgar le conectaría un puñetazo al antes mencionado.

–¡Eres un imbécil!– gritaría Edgar, el cual tendría que ser contenido por Fang.

–¿Qué demonios te pasa?– preguntaría Brock.

–Ustedes dos... ¡Si no hubieran dicho esas estupideces en Retropolis todo estaría bien!

–¿Hablas de Colette? No me digas que se enojó por eso...

–Pues claro que sí, imbécil– diría Edgar soltándose del agarre de Fang–. La hicieron sentir insegura, y ahora ni siquiera quiere hablar conmigo.

–Pues mejor para ti ¿No?– preguntaría Brock, el cual recibiría un golpe por su comentario.

–Cálmate, Edgar– diría Fang.

–¡No! ¡Por primera vez encuentro a una chica con la que soy feliz!... Y estos estúpidos lo arruinan.

–¿En serio te gusta Colette? Pensábamos que era por la apuesta...

–¡Su estúpida apuesta no me interesa! Solo son unos imbéciles.

–Les dije que los dejarán en paz ¿No entendieron?– preguntaría Fang.

–Ay, solo nos encontramos con ellos y lo mencioné... No es para tanto– diría Brock.

Edgar le iba a dar otro puñetazo pero fue detenido por Fang. Rápidamente se llevaría al pelinegro afuera, dónde empezarían a hablar.

–Golpeándolos no arreglarás nada, mejor ve a hablar con Colette.

–Es que... No quiere hablar conmigo.

–Entiendo... Mira, no te ha terminado ni nada por el estilo... Yo creo que simplemente necesita asimilar todo, en algún momento te hablará...

–¿Cómo puedes estar seguro?– pregunta Edgar bastante desanimado.

–Si no te terminó es porque todavía quiere estar contigo, todavía te quiere...
Pero también entiéndela tú, ¿Cómo reaccionarias si escuchas esas cosas?

–Tienes razón...

–Mañana intenta hablar con ella, no lo forces, solamente acércate y sé comprensivo con ella, ya verás que todo saldrá bien.

–Eso espero... Muchas gracias, Fang.

–De nada, hermano. Para eso estamos ¿No?

–¿Te puedo pedir un favor?...

.

.

.

En la casa de la peliblanca se encontraba la chica, acostada en su cama, sollozando un poco como siempre. Recibiría una llamada de un número desconocido.

–¿Hola?...– diría por el teléfono Colette, ocultando el llanto–. ¿Quién es?

La llamada se cortaría, dejando a la peliblanca bastante confundida.

–Gracias...– diría Edgar a su amigo–. Solo quería saber si estaba bien, al parecer si.

–No te preocupes... ¿Ves? Está bien, solo necesitas hablar con ella de lo que pasó, seguro lo comprenderá.

Ambos se despidieron, Edgar se fue a su casa para dormir, preparándose para el próximo día.

.

.

.

Cuando el sol iluminaba la ciudad, Colette se estaba alistando para ir al trabajo.

–Necesito ir... No puedo perder ese trabajo– pensaría Colette mientras se bañaba.

Al salir, se prepararía un desayuno y se dispondría a ir al trabajo. Al llegar, lo primero que vería sería a su jefe.

–Buenos días, señor Griff– diría saludándolo.

–Buenos dias señorita ¿Por qué faltó ayer?

–Oh, discúlpeme, me enfermé.

–Está bien, pero a la próxima avíseme antes, para ver si la puedo cubrir.

–Entiendo, gracias.

Colette se sentó en el mostrador, en el cual también estaba el pelinegro.

–Buenos días...– diría Edgar a la chica, la cual simplemente ignoraria las palabras–. ¿Cómo amaneciste?

–Bien...– diría en voz baja Colette.

–Me alegro... ¿Desayunaste?

Colette no respondió, simplemente asintió con la cabeza mientras veía a la nada. A Edgar le dolía la situación, pero por lo menos ya le estaba dirigiendo un poco la palabra.

–¿Y esa bolsa?– preguntaría Colette señalando a un lado de Edgar.

–Oh, no es nada...

Los minutos pasaron y Edgar seguía intentando hablar con ella.

–Hoy te ves muy linda...

–¿Los halagos también son parte de la apuesta?– preguntaría Colette en voz baja.

–Colette...– Edgar iba a empezar a hablar, pero fue interrumpido.

–Ya... Solo déjalo así...

–Te quiero Colette...

Después de esas palabras, hubo un profundo silencio.

–No sé si creerlo– respondería Colette para después irse del mostrador–. Iré a acomodar unas cajas que me había pedido Griff...

–Está bién...

Pasaron las horas y el ambiente no mejoraba, ambos guardaban silencio por grandes periodos de tiempo. Sin poder hablar con ella en el trabajo, Edgar terminó decidiendo que le hablaría en la salida.

Así, esperó a que se llegara la hora de cerrar la tienda.

–¿Te acompaño?

–No es necesario– diría la chica en voz baja.

–Colette... Entiendo como te sientes, pero es muy noche, no puedo dejar que te vayas sola... Te puede pasar algo.

–¿Acompañarme también era parte de la apuesta?

–No, es parte de mi promesa... Dije que te protegería de todo...

El silencio inundó el ambiente. Colette terminó aceptando que el chico la acompañase. En el camino, Edgar intentó abrirse.

–Edgar...

–Dime, Colette.

–Realmente no me importa si es una apuesta... Pero tengo miedo...

–¿Miedo?... ¿De qué?

–De que cuando se acabe la apuesta... Te vayas.

Realmente Edgar no sabía qué decir, quería abrazarla, besarla, consolarla; pero no podía.

–Aunque sea una apuesta... No te vayas, no me importa lo que digan, no me importa si es una apuesta... Solo no te vayas, estoy dispuesta a aceptar lo que sea...

–Colette...

Ambos llegarían a la casa de la peliblanca. La chica estaba por entrar pero fue detenida por el pelinegro.

–¡Necesitamos hablar! Te lo pido...– dice el chico mientras la agarra del brazo.

–Edgar...

–Por favor... Creeme, no es una apuesta...
No me importa esa estúpida apuesta... Estoy tan desesperado...– diría Edgar mientras se le empieza a quebrar la voz.

–Yo... En serio quiero creerte... Pero tengo miedo.

–Colette, yo te necesito a mi lado... Sin ti no soy el mismo... Sin ti siento que todo el mundo se me viene encima... Me siento como un hombre acabado...

–Yo... También quiero que estés a mi lado...

–Te juro por mi madre, que no es una apuesta...

Colette sabía perfectamente lo que la madre de Edgar significaba para él. No podía estar mintiendo, no podía usar el nombre de su madre para una apuesta.

–Cree en mi amor, por favor.

–Te creo... Confío en ti, Edgar– diría Colette abrazándolo con todas sus fuerzas–. Discúlpame por dudar de ti... Estaba asustada...

–Yo también estaba asustado... Tenía miedo de perderte.

–Pero... Ya estamos juntos... Y no nos vamos a separar– diría la peliblanca dándole un beso al chico.

Pasaron las horas, ambos se encontraban acostados. La chica estaba acostada, acurrucada en el pecho de Edgar, el cual acariciaba su cabello.


–Te amo...– diría Edgar derrepente.

–Yo también te amo, Edgar– responde la peliblanca.

–Extrañaba tanto tenerte junto a mí, entre mis brazos...

–Yo extrañaba sentir tu calor– diría Colette dándole un apasionado beso al chico.

Sería una larga noche.
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Fin del capítulo.

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