Caídas y revelaciones

Tengo miedo de verte, necesidad de verte,

esperanza de verte, desazones de verte.

Tengo ganas de hallarte, preocupación de hallarte,

certidumbre de hallarte, pobres dudas de hallarte.

Tengo urgencia de oírte, alegría de oírte,

buena suerte de oírte y temores de oírte.

O sea, resumiendo,

estoy jodido y radiante,

quizá más lo primero que lo segundo

y también viceversa.

Viceversa, Mario Benedetti.



Tony no solo le había prestado dinero, había puesto un jet de Industrias Stark a su servicio con todo y empleados para atenderle en el viaje a Inglaterra. Steve se sintió intimidado en buena parte porque jamás había estado tan cómodo ni tampoco tan consentido sin gastar un solo centavo. Aquello debía costar varios miles de dólares, pero el castaño ya le había aclarado que no necesitaba que le devolviera el dinero porque era una urgencia familiar lo que lo empujaba a salir de Nueva York a toda prisa. El pretexto de la pelea con Peter era perfecto para ir, aunque pareciera que no fuera tan importante como para sacar a un maestro solitario y de bajo perfil como Steve de su mundo. Peggy le esperaba ya en el aeropuerto, sorprendiéndose de que saliera por otra puerta que no era la usual de turistas, más no le hizo pregunta alguna por ello, claramente más preocupada por Peter.

—Gracias por venir, Steve —sonrió con un fuerte abrazo y un beso en su mejilla— Vaya, los años te han sentado bien.

—¿Tú crees?

—Ven, iremos en mi auto.

—¿Cómo está Peter? —inquirió el rubio mientras subía sus maletas a la cajuela con Peggy subiendo al volante.

—Pasó toda la noche encerrado escuchando música a todo volumen. Daniel pudo haber con él por la mañana, en el desayuno. Hablar es un decir, consiguió que comiera algo. Steve, ¿qué es lo que exactamente sucede?

No le pudo mentir, nunca podría porque Margaret era un auténtico radar de mentiras. Le contó de la manera más diplomática posible todo lo que sabía de Quentin Beck y su relación con Peter, sin entrar en muchos detalles para no alterarla tanto. Peggy le escuchó con el ceño fruncido mirando siempre al frente. Steve conocía esa expresión, de frustración silenciosa que estaba al tanto de su imposibilidad para hacer movimiento alguno so pena de herir de forma permanente a su hijo. Tenían que esperar a que todo se aclarara mejor, el rubio confiaba en que estando ahí, Peter tuviera más calma y confianza para decirles lo que estaba pasando con ese muchacho abusivo.

—¿Tú cómo estás? —la voz de Peggy era temblorosa al hacerle esa pregunta, apretando el volante.

—Quiero matarlo, si soy sincero.

—No —ella le sonrió, en un alto del semáforo— ¿Cómo estás tú?

Steve se encogió de hombros. —Bien, en realidad.

—Algo sucede.

—¿Por qué lo dices?

—Cuando dices que todo está bien es que todo está de cabeza.

Los dos rieron, esos viejos amigos que se conocen tan bien para adivinar lo que esconden sus palabras cordiales.

—Estoy... saliendo con alguien.

—¡Steve! —Peggy sonrió como si le hubieran dicho que había ganado la lotería— Estoy tan orgullosa de ti, ¿quién es mi rival?

—Peggy, no...

—¿Es esa profesora de Historia?

—¿Qué...? —fue el turno de Steve para quedarse estupefacto— ¿Cómo sabes...? Sarah.

—Tú sabes que ella siempre ha sido muy cercana y celosa de ti.

—Estuvo revisando mi perfil de Facebook.

—Además.

El rubio negó, tallando sus manos sobre sus piernas, algo nervioso. No era que fuese mentira, pero no era la persona que ocupaba sus pensamientos en esos momentos. Sharon no le había puesto un jet y prestado dinero para un viaje sin preguntar nada. Revelar que su actual interés amoroso era un hombre costaba más de lo que hubiera imaginado, sobre todo porque estaba consciente que era romper una imagen que tenían sobre él. Ya era el siglo XXI, decía su pequeña Sarah. Steve se sentía de la Edad Media. Una mano de Peggy lo hizo respingar al palmear una de sus rodillas, calmándole como una madre que ha sorprendido a su hijo en una travesura.

—Cuando digo que me da gusto, estoy siendo sincera, Steve —aclaró ella— Me parece sentir algo parecido a los celos, porque todos estos años te he sentido solamente mío. Pero que eso no te detenga ni mucho menos te haga sentir mal. Ya era tiempo de verte sonrojarte por alguien, mi alma descansa.

—Tampoco era tan huraño —murmuró Steve.

—Oh, cariño.

Sarah gritó a todo pulmón cuando la camioneta giró para entrar en la cochera de los Sousa, abriendo la portezuela del lado de su padre a quien le brincó para abrazarle y llenar su rostro con besitos emocionados que casi tiraron a Steve por lo efusivos, cargando entre sus brazos a la inquieta adolescente hasta las escaleras donde la dejó para ser tirado por una mano hacia el interior. Daniel Sousa le recibió con un fuerte abrazo, palmeando su espalda y tomando sus maletas para llevarlas a su habitación que estaba más que lista para él. El rubio echó un vistazo rápido alrededor. La casa de los Sousa era hermosa, con un ambiente familiar y ese estilo colonial inglés elegante sin ser tan opulento. Trofeos y medallas de Peter y Sarah decoraban una pared, igual que sus retratos de graduaciones.

—¿Y bien? —Daniel se talló sus manos al notar su inspección— ¿Qué te parece la casa?

—Impresionante. Creo que mi departamento cabe en tu recibidor.

Daniel se carcajeó, abrazando por su cintura a Peggy quien entraba, besando su mejilla. Steve les sonrió, eran una pareja de esas que solamente se veía en las películas, lejos de estar celoso, agradecía que fuese así porque Margaret se merecía lo mejor.

—Debes estar cansado, Steve —ella miró a las escaleras— Será mejor si recobras fuerzas.

—¿Qué deseas para cenar? Pídelo, eres nuestro invitado de honor.

—Gracias, Daniel, pero prefiero probar lo que Inglaterra tiene para ofrecer. Iré a cambiarme, gracias por recibirme con tanta premura.

—Steve, esta también es tu casa. Adelante.

Guiado por Sarah, Steve pasó por la puerta cerrada de Peter con un gesto de su hija que le dijo que en esos momentos era mejor no molestar. La recámara que le habían dejado era espaciosa, cómoda y con una vista hacia el parque no lejos de aquella zona residencial. El rubio decidió tomar un baño para relajarse, pensando en lo que diría cuando su primogénito le viera en la mesa familiar. Como el cuento del tigre herido dentro de la cueva, tendría que ganarse su confianza antes de que pudieran hablar con él. Un aroma a pan recién horneado llegó hasta su nariz, igual que el de una carne asándose. Daniel era un maestro de la cocina, superior a él. Steve se miró en el largo espejo de su recámara pegado en una esquina por un largo rato. Lo primero era Peter, ya encontraría manera de hacerles saber de su situación con Tony.

—¿P-Pops? —la tímida voz de su hijo lo sacó de sus pensamientos, girándose para verle en la puerta observándole como si fuera un fantasma chocarrero.

—Peter.

—¿Qué... qué haces aquí?

Round uno.

—Hijo, ven aquí —le llamó, sentándose en la orilla de la cama y palmeando a un lado suyo— Cierra la puerta, por favor.

Eso puso en alerta a Peter, le vio dudar por unos segundos con ese ceño fruncido y ojos hinchados de llanto que brillaron en ofensa al darse una idea del por qué estaba en Inglaterra de manera tan sorpresiva. Al final, ganó la curiosidad o la necesidad de un refugio, Steve no lo supo. Le sonrió cuando le vio entrar, en pijama con cabellos descompuestos, cerrando discretamente la puerta antes de ir a sentarse a su lado con sus manos entre sus nerviosas piernas sin verle a los ojos. El rubio pasó una mano por esos cabellos, acomodándolos con cariño antes de besarlos.

—Le has gritado a tu madre, a Daniel.

—Ellos no entienden.

—¿Tampoco lo hago yo?

Peter le miró de reojo, mordiéndose un labio. —Quentin quiere casarse conmigo.

Steve tuvo un viaje imaginario, donde llegaba a donde quiera que viviera ese tal Beck, a destrozarle la cara a puñetazos antes de lanzarlo a un contenedor de basura que enviaba al agujero negro más cercano en el universo. Ofreció una sonrisa comprensiva, quieta en lugar de la furia que le consumió por dentro. No solo estaba burlándose de su pequeño ese bastardo aprovechado, quería atarlo para siempre a su vida seguramente notando que Peter era alguien de familia acomodada. Con lo que le había dicho Tony, le quedaba claro que era un oportunista al que debían frenar ya.

—¿Y por eso peleaste con Peggy y Daniel?

—Es que... —la voz de Peter bajó en decibeles a un susurro temeroso— Pronto se graduará y le ofrecieron un trabajo en Singapur.

—Así que te irías con él, dejando la universidad.

—Papá...

—¿Tú qué harías en Singapur, Peter?

—Quentin...

—No, Peter, ¿qué harás tú?

—Hay muchos trabajos.

—Empleos que están lejos de lo que son tus sueños.

—Solo hasta que estemos bien, cuando ya tengamos el suficiente dinero...

—No.

—Papá, por favor...

—Peter escúchame —Steve se giró, quedándose en cuclillas frente a su hijo cuyas manos tomó, apretándolas entre las suyas— Es el peor plan, vas a abandonar lo que amas hacer por irte a un país que no conoces con alguien cuyo cariño te ha demostrado que no es del todo sincero.

—Él ya cambió, incluso me lo ha jurado de rodillas. De verdad, papá, tienes que creerme.

—¿Hasta cuándo, Peter? ¿Hasta que vuelvas a disgustarlo con la menor cosa? ¿Siempre viviendo de lo que él quiere y no de lo que tú eres?

—¡Quentin me ama!

Steve jaló aire, bajando su cabeza entre sus brazos. Apretó otro poco las manos de su hijo antes de levantar su rostro y sonreírle.

—De acuerdo. Tengo hambre, ¿no quieres acompañarme a cenar?

—Ellos...

—Nadie hablará nada. Es una promesa, pero quiero que estés con nosotros —alzó una mano para acariciar la mejilla de su hijo— ¿Puedes hacerlo por mí, cariño?

—Okay.

—Te amo, hijo.

Con un beso en su frente, el rubio consiguió que bajara cuando Daniel le llamó a cenar. Tan solo bastó un gesto de Steve a Peggy para que entendiera su intención. Era como estar sincronizados telepáticamente. Nadie comentó nada del estado de Peter, de la pelea feroz que se hizo en la sala o de las charolas de comida anteriormente abandonadas frente a la puerta del muchacho. La cena en realidad fue tranquila, entre algunas bromas, comentando lo que veían en el televisor que Sarah encendió porque deseaba ver otras competencias en donde estaba participando el objeto de su atención. Mientras todos estaban distraídos viendo al famoso Príncipe Zuko dar de patadas a su oponente, Steve tomó su celular para enviar un mensaje a Tony. Necesitaba las pruebas que desenmascaran a Quentin Beck y le abriera los ojos a Peter si acaso no lo quería ver escapando a Singapur al negarse a esa boda.

Te enviaré todo a tu correo.

La frase le trajo una sonrisa de satisfacción, guardando su celular con un guiño a Peggy quien había notado lo que estaba haciendo. Cuando estuvieran lavando los trastes pese a las protestas de Daniel, les pidió que no intervinieran hasta que él no se los pidiera. De momento, estaría de parte de Peter, pidiéndole a su hijo que le presentara a Quentin Beck para hablar sobre el matrimonio. Aunque fuese mayor de edad, todavía era su padre y todavía tenía derecho a saber cuáles eran sus planes como pareja. La cita sería al día siguiente, que irían a la universidad para conocerlo. Peter estuvo emocionado, en su mente no había nada de malo con la propuesta de Beck, demostrando lo muy embelesado que lo tenía. Quitarle la venda de los ojos iba a ser doloroso.

Un fresco, arreglado y tranquilo Peter le esperó en la mañana en el recibidor. Tanto le gustaba el hecho de mostrarle su universidad, como el de presentarle al amor de su vida. Steve contó los minutos que les tomó el llegar, apenas si disfrutando de la arquitectura gótica de la universidad, ese ambiente que ya conocía, aunque era diferente entre los alumnos o de los amigos de su hijo que se toparon con ellos. No le fue indiferente tampoco las miradas que varias chicas -y algunos jóvenes- le dieron, creyéndole un nuevo alumno del campus. Peter se separó unos momentos de él, para ir a buscar a Beck, oportunidad que tomó Steve para revisar su correo en su celular, viendo esos videos y evidencias que Tony le mostrara sobre ese idiota, con la novedad que seguía haciendo lo mismo, por eso iba a Singapur, en realidad estaba huyendo de la ley.

—Maldito...

—¡Papá! —Peter exclamó con una gran sonrisa— Te presento a Quentin Beck, Quentin, mi padre, Steven Grant Rogers de Nueva York.

—Un gusto conocerlo, Profesor Rogers. Peter lo tiene en muy alta estima.

—Gracias, Señor Beck —respondió Steve estrechando con fuerza la mano ofrecida.

A primera vista, Quentin Beck lucía como el típico estudiante universitario que está listo para conquistar al mundo, con esos ojos brillantes y una sonrisa segura que decoraba una barba similar a la suya, se entendía el por qué rompía corazones. Peter respiró aliviado al ver que su padre estaba muy tranquilo, aparentemente aceptando al nuevo integrante de la familia. Steve pellizcó su mejilla, señalando los pasillos de la universidad a sus espaldas.

—Creo que tienes clase, ve, el Señor Beck y yo tenemos que hablar. Ya sabes, como dicta la tradición.

—Dígame Quentin, estamos en confianza.

—Okay, papá, no tardaré mucho. Los alcanzo en el intermedio.

Steve imaginó que un mamut entraba a la universidad y ensartaba a Quentin Beck con sus colmillos para llevárselo de vuelta a su época cuando lo vio besar los labios de su hijo. Iba a tener urticaria de solo verlo, más estuvo quieto y amigable hasta que Peter desapareció por fin.

—Bueno, ¿de qué...? ¡Oiga!

Una mano fuerte e implacable sujetó por el cuello a Beck, llevándoselo detrás de aquel edificio, quedándose entre ese pasillo estrecho entre facultades, estampándolo contra la pared de ladrillo rojizo. La expresión de Steve cambió por completo, mostrando al fin la furia que le consumía. Y la mirada de aquel imbécil le confirmó que también estaba fingiendo.

—Escúchame bien, idiota. Vas a desaparecer de la vida de mi hijo, de esta universidad y de este país. Lárgate a Singapur, pero no vuelvas a molestar a mi Peter si no quieres terminar en la cárcel.

—¿Qué...? —Quentin bufó— Peter me ama.

—Tú no. No vas a usarlo como juguete.

—Creo que Peter tiene la edad para decidirlo.

—Entonces iré a la dirección de la universidad a mostrarles esto —Steve sacó su celular, mostrando uno de los videos donde Beck entregaba planos a Hammer durante una fiesta de este— Seguro que tomarán cartas en el asunto con semejante alumno.

—¿Quién le dio eso? —Beck enrojeció hasta las orejas— ¡Es un fraude!

—Tengo todas las evidencias. Decida, Señor Beck. Se esconde en Singapur o pasará unos buenos años por robo industrial en la cárcel. Pero de que va a dejar en paz a mi hijo lo hará, de una u otra manera.

Beck le empujó, acomodándose su camisa y mirándole de arriba abajo. Steve endureció su mirada, listo para un intercambio de puñetazos de ser necesario. Al final, ese cobarde aceptó su suerte.

—Bien, pero le aseguro que Peter lo odiará.

—Ya lidiaré con eso, lárgate de mi vista.

Cuando Peter volviera, su padre le diría que su mentiroso novio había tenido una emergencia. Parecía que esa dinámica no era ajena a su hijo, porque no replicó nada como si estuviera acostumbrado a ello. Steve regresó a casa, dejándole terminar sus clases. Ayudó a Peggy con la cena y algo de la limpieza de la casa pese a sus reclamos de no hacerlo por ser un invitado. Sarah llegó muy cantarina, contándole santo y seña de su día a sus padres. Luego lo hizo Daniel. Todos estaban en la cocina haciendo su parte al momento de que la puerta se abrió por tercera vez, azotándose con fuerza. Un colérico Peter entró a la cocina, buscando a Steve a quien señaló con lágrimas en los ojos.

—¡¿CÓMO PUDISTE HACERLO?! ¡TÚ!

—Peter...

—¡¿CÓN QUÉ DERECHO TE METES ASÍ EN MI VIDA?! ¡HIPÓCRITA!

—¡Peter! —Peggy le enfrentó— ¡No le hablas así a tu padre!

—¡ES LA VERDAD! ¡ES UN MALDITO MENTIROSO HIPÓCRITA QUE JUEGA A SER EL SANTO CUANDO ES TAN ASQUEROSO COMO LOS DEMÁS! ¡FINGES SER ALGO QUE NO ERES!

—¡Peter! —Daniel frunció su ceño— ¡Retráctate ahora mismo!

—¡Eres un grosero! —recriminó Sarah con lágrimas— ¡Papá vino por ti y así le pagas!

—¿POR QUÉ NO LE PREGUNTAN A ÉL? —Peter jadeó, mirando con rencor a Steve— ¿POR QUÉ NO LE PREGUNTAN CÓMO INVENTÓ ESAS COSAS CONTRA QUENTIN? ¡DINOS, PADRE! ¡DILES A TODOS QUE TE ANDAS REVOLCANDO CON TONY STARK!

—¿Qué...? —Peggy parpadeó confundida.

Steve tragó saliva, abriendo de par en par sus ojos. —Peter, no...

—¡QUENTIN ME LO DIJO TODO! ¡LO AMENAZASTE PORQUE QUERÍA IR A LA POLICÍA A DECLARAR CONTRA TU NOVIO QUE TRATÓ DE ABUSAR DE QUENTIN! ¡¿POR QUÉ NO LES DICES LA CLASE DE HOMBRE QUE ES IGUAL QUE TÚ?!

—Steve, Peter...

—¡PREGÚNTALE, MAMÁ! ¡PREGÚNTALE CON QUIEN ANDUVO EN LA UNIVERSIDAD! ¡FUE TONY STARK! ¡TODO ESTE TIEMPO FINGIENDO LO QUE NO ERES! ¡MENTIROSO! ¡HIPÓCRITA! ¡TÚ PUEDES ENGAÑAR A TODOS, PERO NO A MÍ! ¡TE ODIO!

Fue Sarah quien le dio la bofetada que Steve hubiera deseado más no se atrevió por amor a su pequeño. El silencio crudo se hizo en la cocina, con Peter sollozando con una mejilla roja porque su hermana tenía mano pesada. Se dio media vuelta antes de salir de nuevo de la casa, dejándolos a todos con más preguntas que respuestas. Daniel no atinó a moverse, solo jalando a una llorosa Sarah contra su pecho mientras que Peggy se volvió a Steve, más que confundida.

—¿Quién es... quién es Tony Stark?

—Peggy, no es así.

—¿Entonces no lo conoces ni tienes una relación con él?

—Yo... —Steve apretó sus puños, sintiendo que el color abandonaba su rostro— Peter dijo la verdad, en esa parte.

—¿Qué? Entonces, ¿tú...?

—Creo que no es el momento, cariño —le cortó Daniel— Tenemos que encontrar a Peter.

Al rubio le bastaron las miradas de los tres para saber que estaban decepcionados, consternados y algo burlados por él. Peggy y Sarah tomaron la camioneta, mientras que Daniel y Steve usaron el auto. Peter no se veía por ningún lado. Un mal presentimiento punzó en el pecho de Steve, no pudo haberse ido tan lejos en tan poco tiempo. Alguien lo había llevado y se marchó con él.

—Daniel, al aeropuerto.

Este asintió, acelerando para tomar un retorno y la avenida que llevaba al aeropuerto más cercano.

—Steve, sé que no es mi asunto, pero...

—No es como lo dijo, Peter —Steve tragó saliva, pasando una mano por sus cabellos— Estamos... fue algo doloroso y... ya no sé ni lo que digo.

—¿Realmente amenazaste a ese Quentin Beck?

—Tony lo conoció porque trabajó para él y lo despidió por robo industrial. Beck es sumamente peligroso, Daniel. Mira como puso a Peter en nuestra contra... sé que debí ser más sincero y...

—Hey —Daniel le sonrió— Digo, realmente me sorprende porque ni en un millón de años te hubiera imaginado con otro hombre, pero es tu vida, Steve. Creo que tus preferencias no tienen relación con el gran hombre, padre y amigo que eres.

—Gracias.

La intuición de padre no le falló, Peter había comprado un par de boletos con anterioridad. De su dinero para rabia de Steve. Ya habían pasado la aduana. El hecho de que su hijo siempre trajera consigo el pasaporte le dijo que Beck ya lo había adiestrado para un escape sorpresa haciendo parecer que era la única manera. De ahí las mentiras serían peores. Mientras Daniel estaba tratando de dialogar con el gerente de la aerolínea, Steve notó que se hacía un barullo en la sala de espera. Al asomarse, vio que elementos de la policía llevaban esposados tanto a Quentin Beck como a Peter. Steve sintió que el suelo se abría a sus pies, importándole poco la valla de seguridad, corriendo hacia su pequeño.

—¡Peter!

—Señor, aléjese —un policía lo detuvo.

—¡Peter! ¡No te preocupes! ¡Peter!

Apenas si pudo rozar su mochila, queriendo llorar al ver como se lo llevaban cual criminal solo por estar al lado del infame Beck. Peggy apareció, alcanzándoles al fin. Ella lloró, reclamando explicaciones. Un detective se les acercó al escuchar que eran sus padres.

—El Señor Beck tiene cargos graves.

—Pero, mi hijo... —suplicó Peggy.

—Creo que deben hablar con el demandante para ello.

—¿Eh?

El detective señaló detrás de todo el grupo. Steve estuvo a nada de desmayarse. En un elegante carísimo traje sastre de diseñador, con lentes oscuros y las manos metidas en los pantalones, estaba Tony Stark.

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