Capítulo 29: La Rebelión de los Relojes Rotos
Harriet no era extraña ni ajena a las oficinas de figuras de autoridad, sea policía, servicios sociales, o en ese caso, en aquella tarde, la de la directora, pero había una perversa y enfermiza ironía en que nunca fuera atrapada por algo que hiciera, pero sí por una acción que insistía no fue su culpa o responsable.
Y tenía que remar contra una corriente muy dura de prejuicios.
—Sabemos cómo se nos ve en el distrito, señorita Milovic —la directora Jefferson meditó en su escritorio, con una alumna aterrada por primera vez de afrontar consecuencias—. Muchos dan a esta escuela como un caso perdido. Yo misma lo he llegado a pensar. Pero a pesar de todo, tenemos estándares en esta escuela...
—Pero directora, yo...
—¿Me permite un momento? —la académica pidió unos segundos para responder a su teléfono—. ¿Hola? ¿Son los de control de animales? Sí, yo los llamé... sí, es la escuela del oso... mire... yo sé que tiene una agenda muy apretada pero... eh, escuche, ¿no puede hacer algo para movernos a un espacio más adelante? ¡Creo que ya tiene crías! ¡Bueno, ya! ¡Pero más vale que cuando finalmente venga, atrape a esos animales! ¡No podemos perder más alumnos! ¡Gracias, buen día señor!
La directora cortó su llamada.
—¿Perder más alumnos? —Harriet inquirió.
—¡Oh, no es lo que piensa! Muchos padres sacan a sus hijos de esta escuela para inscribirse en otra; ya sabe, alguna otra sin problemas de... ajem... ursus arctos horribilis... ¿Dónde estaba?
—En lo de mi caso.
—Claro, claro... señorita Milovic, la violencia no puede ser tolerada dentro de la escuela.
—¿Es porque está reservada afuera de ella, no?
—¿Es una broma para usted, no señorita Milovic? —le cuestionó con un tono de autoridad —. Espero que le cause gracia, a mí no me causa gracia alguna: soy responsable de lo que ocurre en los terrenos de Hopewell High, lo bueno y lo malo. Y está lejos de ser perfecto, mucho. El director anterior prácticamente enloqueció por esta labor monumental digna de los doce trabajos de Hércules. Pero yo deseo mejorar este lugar, o al menos que esté bajo control, y no puedo permitir que por unas manzanas podridas se me arruine el barril entero.
—Me han llamado "manzana podrida" antes directora; y si lo pienso bien... no culpo a nadie por hacerlo... pero siempre esperé que al menos lo hicieran por lo que hacía, no por lo que me endilgaban.
—Oh, ¿entonces, no fue de su acción el agredir a una estudiante?
—¡No fui yo! —Harriet se exaltó al punto de alzarse—. ¡Se lo juro! ¡Y además una de las ñoñas le rompí un teléfono en la cabeza a su ex! ¿Por qué yo estoy en problemas y ella no?
—Por favor, tome asiento señorita Milovic —con autoritaria calma la directora ordenó—. Que aquí nadie la desea prejuzgar... a pesar que...
—¿A pesar que qué?
—Su expediente no le es el más favorable; entre tanto, al ver los antecedentes de la señorita Oakley —la directora comentó con su mirada en la pantalla de su computadora, echando un vistazo a los archivos de sus dos estudiantes—. Ella parece ser una estudiante modelo.
—Usted no tiene idea de cómo puede llegar a ser; y sé cómo soy, y cómo me ven, también conozco esa experiencia, dire. Pero hasta un reloj rotó está en lo correcto una o dos veces al día... ya eso depende si es digital o de manecillas. Pero si desea expulsarme, ¡expulseme! ¡Qué carajos importa! Todos quieren que sea una puta perdedora, ¡bien, seré una puta perdedora! ¡Así que ya no me haga perder el tiempo en lo que espero mi destino y sólo deme las malas noticias, para que todos en Hopewell High continúen con sus vidas y yo continúe con la mía!
—Me temo que estas cosas no son tan simples, señorita Milovic... tendré que abrir un expediente respecto a este incidente de agresión. Se determinará ahí la verdadera culpabilidad. Hasta entonces, queda suspendida de la escuela.
—Eso es sólo alargar lo que ustedes ya decidieron de todas formas.
—Señorita, por favor: le puedo asegurar que si existen detalles que surjan en la investigación, los tendremos en cuenta.
—Pero ustedes están a cargo de mi caso; ustedes saben cómo soy, ustedes desean en el fondo verme irme de aquí, ¿qué clase de justicia es esa?
—La escuela no es una democracia precisamente, señorita Milovic, pero los procedimientos tienen que seguir. Si tiene algo que decir en su defensa...
—Lo que tenía que decir ya lo dije.
La directora suspiró y cerró los ojos por una dilatada brevedad.
—Lo que me dijo es algo que tengo que considerar aunque fuera por simbolismo —la educadora replicó—, pero se me hace poco creíble.
—¡Bien! ¡No tengo forma de probarlo! —Harry se levantó de su asiento exclamando y llorosa —. ¡Monte su obra de teatro de justicia y sólo deme las malditas buenas noticias cuando estén! ¡Buenas tardes, profesora! ¡Fue un jodido placer conocerla, y que tenga una vida agradable o lo más cercano a ello en este maldito jugar!
—...he tratado de ser buena con ella —Abigail lloriqueó en la parte final del interrogatorio—. Sé que era muy buena amiga de Josephine.
—¿Y es con la familia de la señorita Hoult con quién está alojada en Hopewell, verdad? —la directora preguntó, subrayando esos detalles en un pequeño cuaderno de notas.
—Sí... sí en efecto... y, desde que llegué, esa chica, Harriet, siempre ha sido hostil conmigo.
—Mentiría si dijera que la señorita Milovic tiene su fama por estos lares.
—E-eso, eso mismo escuché —Abigail asintió—. Pero yo quería de verdad darle una oportunidad; de ser su amiga. Después de todo, si Jo la consideró una, es que algo debe de tener... pero todo lo que ha pasado entre nosotros ha sido...
La estudiante rompió en llanto.
—Ha sido algo muy intenso, señorita Oakley... pero... agradecemos su testimonio...
Harriet abrió su casillero, y se dio la labor de amontar sus libros y cuadernos en la mochila; sus movimientos eran violentos y abruptos, con una constante tentación en su mente de deshacer a golpes el delgado metal de la estructura, pero no lo valía; nada en esa escuela lo parecía valer en realidad, ni lo material, ni las personas.
Pero si eran sus últimos momentos en la escuela, al menos se iría hablando lo que de verdad sentía: lo bueno, lo malo, y lo combinado.
—¡Jo! —gritó al verla esperar a pocos metros de la puerta de la dirección.
La rubia le echó un vistazo, y por el fragmento del fragmento de un segundo, le sonrió; luego, su rostro no era más que dureza: ojos cerrados, ceño fruncido, y desdén hecho piel.
—Tengo que explicarte...
—¿Por qué casi le rompes la nariz a Gail? —Jo interrumpió—. Porque no veo el caso, aparte de una especie de diversión sádica.
—Todo lo que quiero es explicarme...
—Bien, adelante.
—¿En serio? ¿No ibas a decir "no necesito escuchar tus explicaciones"?
—No; vamos, eres libre, porque de verdad tengo que escuchar cuál es tu justificación para golpear a Gail.
—¡Ella lo buscó! ¡No es tan buena cómo creen! ¿¡Dios, por qué carajos todos son retrasados y no pueden verlo!?
—Vale, me empiezo a arrepentir porque lo único sádico ahora es tener que escucharte.
—¡Bien! ¡Va, la verdad es más simple! ¡Yo no la golpeé!
—¡Claro, es cierto! ¡Las narices y las encías comienzan a sangrar de manera espontanea todo el tiempo! ¿Jo, cómo pudiste olvidar eso?
—Jo, el verte tratando de imitar mi sarcasmo y desfachatez, vistiendo esa parodia de caricatura de mi persona... no mentiré, me pone un tanto caliente...
—¿D-de verdad? —la rubia se sonrojó ante tal bola curva.
—Señorita Milovic, por favor —dijo acercándose el profesor Kovacs —. Deje en paz a la señorita Hoult.
—¿No tengo derecha a unas últimas palabras?
—Bueno, todos lo tienen en un sistema de justicia justo... ¡así que no!
—¡Por favor!
Kovacs ladeó su rostro, y no pudo evitar albergar el pensamiento que no le pagaban ni de chiste lo suficiente, pero a pesar de todo, hasta una criminal condenada merece algo de trato digno.
—Sea breve por favor, una sola cosa, y después, su suspensión entra en vigor, ¿de acuerdo? —el maestro advirtió.
Una sola frase bastaba: y no podía perder el tiempo, menos aún con su caso pendiente, y su expulsión definitiva que no tomaría mucho tiempo en materializarse. Debía de hablar con honestidad de una vez por todas.
—Te amo, Jo.
Todo músculo tenso en Jo se liberó; adiós a lo tosco de sus gestos, y hola a una confusión matizada por un leve rojizo de piel.
—Ahora por favor salga, señorita Milovic —recordó el profesor.
Harriet tomó aliento, y sus hombros se estrecharon en y por un segundo. Talló un costado de su rostro, y lo último que tenía que decir lo dijo con lágrimas y una solitaria sonrisa. Y antes que el señor Kovacs le recalcara una vez más que tenía que irse, se marchó con pie propio y se alejó de Jo, y de Hopewell, incierta de saber si volvería a ver alguno de los dos.
El día siguiente fue complicado para la directora Jefferson: siempre es de rigor un reto hacerse cargo de una escuela como Hopewell, por supuesto, pero su tensión aumentó con un incidente de violencia entre manos. Y cuando los padres y tutores de la señorita Oakley empezaron a llamar, sabía que estaban orillandola a tomar una decisión tajante y ejemplar: deshacerse de una vez por todas de una estudiante problema que nadie extrañaría.
Pero las reglas son reglas, y no ocuparía su cargo si no fuera famosa e infame por apegarse a ellas.
—¿Me llamó, directora Jefferson? —el profesor Kovacs preguntó ingresando a la oficina de su superiora.
—Lamento mucho en tener que convocarlo en su hora libre, pero realmente necesito una visión extra para emitir juicio aquí.
—¿Se refiere a lo de la señorita Milovic y la señorita Oakley, verdad? —dijo el profesor tras tomar asiento.
—Quisiera ver si pudiera ayudarme a llegar a una conclusión.
—¿Ha llegado a alguna, directora?
—Sí: realmente no me simpatiza ninguna de esas dos.
Kovacs sonrió, porque aquel era un sentimiento muy conocido.
—A uno le puede caer mal personas completamente diferentes por razones completamente diferentes, pero no es ninguna novedad, y los alumnos que podemos tener y ver a lo largo de los años no tienen que ser excepciones.
—¿Recuerdas a esa loca? ¿Sarahi, Sarah, algo así? ¿La que pintó al director anterior besándose con un tritón o ni recuerdo qué criatura de la mitología? ¿En el techo del auditorio? ¿El maldito techo del auditorio? ¿Cómo haces eso? ¿Quién hace eso?
—Leí que vendió una pintura por un cuarto de millón de dólares hace como dos semanas —Kovacs respondió—, así que, ¿qué sabemos realmente nosotros?
—Y nunca faltan los que venden hierba fuera de las escuelas...
—No me molesta, sólo cuando no me dan los gramos completos.
—Bueno... todos necesitamos vencer el estrés de una forma u otra...
—¿Que hace usted, directora? ¿Yoga, pilates?
—Tiro con rifle.
—Recuérdeme nunca hacerla enojar... pero, vamos: ¿me llamó aquí para un motivo en particular o sólo necesita la voz de otra consciencia aparte de la suya?
—Usted trata con los alumnos a un nivel más cercano; el ser directora es un poco como vivir en una torre de cristal lejos de la acción día a día.
—No se pierde nada, aparte de insultos, alumnos impertinentes y que le desinflen los neumáticos cada viernes... ahora viajo en Uber... y conduzco uno, pero eso es aparte.
—En papel, Harriet Jagoda Milovic es otra alumna problema de las que hay docenas en este distrito —la directora comentó con el expediente de la estudiante en manos—. Sería lo más fácil y práctico hacer lo que parece, y expulsarla por fin.
—Oh, no lo dudo, yo mismo pensaría eso el 99% del tiempo.
—Y en parte por eso mandé a llamarte, Patrick; quiero saber cuál es el argumento de ese 1% restante.
—La señorita Milovic es fruto de algo que hemos visto mucho aquí; un hogar roto, falta de figuras de autoridad, el sólo hecho de vivir en este vecindario lo endurece a uno. ¿En qué barrio vive usted, directora?
—Vaughan.
—Ah, le va un poco mejor que a mí, según puedo ver.
—¿Está usted diciendo que la señorita Milovic no es responsable de sus actos? ¿Que debemos hacernos de la vista gorda sólo porque le tocó una infancia dura? Si fuera así, no sólo los salones de castigados, sino todas las cárceles tendrían que ser vaciadas.
—Claro que no, directora; con el tiempo, sin importar lo que te haya pasado, uno debe de hacerse responsable de sus actos... pero estos siguen siendo chicos. Harriet tiene quince años, ¿qué sabía usted, qué sabía yo de la vida a los quince? ¿Qué se diría a usted a esas edad, con todo lo que sabe ahora?
—¿La verdad?
—La verdad.
—"No estudies pedagogía". ¿Y tú, Patrick?
—"Ser pescador en Alaska no es tan malo".
La directora sonrió; no lo había hecho en días.
—No me gusta rendirme con alumnos —comentó—. Expulsarlos es lo fácil, pero tampoco es tolerable ese tipo de conductas, y si hay que dar un ejemplo, con alguien se tiene que empezar.
—Entonces, ¿ya se decidió?
—Me temo que sí Pat —la directora asintió—. Me temo que sí...
—No quiero interrumpirla pero creo que alguien toca a la puerta, ¿le digo que está ocupada o...?
—No, por favor, hágalo pasar, necesito distraer mi mente con algo aparte de este maldito pleito de chicas.
—Espero que no sea permanente lo que esa bruta me hizo —Abigail comentó echando un vistazo a un pequeño espejo de maquillaje en lo que se encaminaba por los pasillos del colegio a su siguiente clase.
—Lamento de verdad mucho lo que pasó, Gail —Jo notificó.
—Oh, ¿pero qué dices? Tú no me golpeaste.
—Lo sé pero si no hubiera dejado a Harry meterse en mi cabeza, no la hubiera provocado a hacer lo que hizo.
—No tienes que flagelarte por esto querida, que nadie conoce realmente al cien a una persona; no sabes cuándo alguien que no está de todo bien de la cabeza puede reaccionar así.
—Incluso si Harr... si Harriet tuviera problemas, eso no es excusa para andar ahí infligiendo violencia a personas inocentes.
—Lo entiendo reina, eso que ni qué, pero en lo personal, y por más coraje que me produzca, es una de esas cosas en los que siento más lastima por una completa desequilibrada que obviamente tiene problemas emocionales muy, muy serios. Y espero que dónde sea que vaya, por fin reciba la ayuda que necesita tan desesperadamente.
—No quería pensar que ella estuviera tan mal... pero no se me ocurre otra razón por la cual pudo reaccionar así... a menos que...
—¿Pasa algo, querida? —Abigail inquirió justo a la entrada de su próxima clase.
—Gail... tú no me mentirías, ¿verdad?
—Somos amigas desde hace mucho, ¿cómo podría hacerlo?
—Es solo que...
—¿Sí?
—Harriet... Harriet me dijo algo... y sé que es imposible, pero... es tan ridículo que me hace pensar, "sólo podría decir eso si es que no hubiera algo importante ahí".
—¡Por favor Jose! ¡No permitas que una chica con serios problemas te haga dudar! ¡Te está manipulando! ¡Eso es lo que hace ese tipo de personas!
—Sí... es... es verdad. Supongo.
—Vamos —Gail le tomó de la mano—, que ya no tarda en sonar la campana.
Y ambas, con diferentes niveles de certidumbre, ingresaron a su siguiente clase.
N/A: So, otro episodio más en medio de este caos de cuarentena... al menos sirvió para ponerme al día con el libro.
Gracias, como siempre lo he expresado, a todos ustedes que votan, comentan, o aunque sea me regalan una lectura.
Pregunta de la semana, algo completamente random: ¿cuál es la canción que traen en la cabeza últimamente?
Shalom coronados.
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