Capítulo 22: Toronto Godmothers

Rachel se encontraba frente a frente a su hermano perdido. A Jeremy le hubiera gustado quizá guardar sus palabras, dejar que el silencio gobernara el espacio entre los dos, pero en tal día, y con los minutos contados en su descanso, tal deseo era imposible.

—¿Qué estás haciendo aquí? —el joven preguntó, de manos y alma temblorosa ante aquel vistazo de su vida anterior en forma de treceañera que se había posado ante él.

—Una no puede venir a esta tienda por algunas compras de Hannukah.

—No estoy de humor para chistes o sarcasmos Rachel —Jeremy dejó en claro con su tono—. ¿Qué haces aquí? O más importante, ¿cómo me encontraste?

—Una se entera de estas cosas, si haces la investigación correct...

—¡No me mientas! ¿¡Quién te dijo dónde encontrarme!?

—¡Fue una coincidencia! —Rachel respondió, replicando en su voz la desesperación de su hermano mayor.

—¡No puedo creerte! —Jeremy indicó—. ¡Me parece imposible! ¡Es...! ¡E-es...!

Jeremy perdió a media oración el gas y el sentido hacía dónde deseaba llevar sus palabras; pero ganó uno hacía dónde quería llevar su corazón: se levantó de la mesa, y caminó al encuentro con Rachel, y la abrazó.

Y ella lo dejó hacerlo.

—No me vuelvas a gritar, idiota —Rachel pronunció en voz baja, mezclando sollozo con risa.

—Ni tú... y... s-sí; te extrañé.

—Te extrañamos en casa.

—Oh, sé que tú sí —Jeremy contestó conforme soltaba a su hermana—. ¿Los otros? No me consta, por decir lo menos.

—A mí sí me consta —una varonil voz señaló.

Caminando a paso tan firme como calmo, los dos muchachos Liebmann vieron al patriarca de la familia acercarse a la mesa dónde dicha improvisada reunión familiar se estaba llevando a cabo.

—¿Papá?

—Hola Jeremy —el señor Liebmann contestó—. Y... ¿cómo te encuentras?

—Si no les molesta —Rachel se alejó unos pasos de aquellos dos—, pienso que lo mejor es que se pongan al día sobre algunas cosas...

Tardó en arreglarse, y sólo en el camino al hogar de los Hoult, Harry se preguntó si en realidad valía la pena; reservaba el cuidar de su apariencia a tal grado de atención al vestido, zapatos, maquillaje y peinado a ocasiones especiales como acudir a una audiencia en un juzgado con oficiales a los que se les vayan los ojos de manera inapropiada hacía el cuerpo de una menor de edad.

Y en teoría, una fiesta de Navidad calificaba como una; era mejor, incluso, porque a menos que se robara los regalos bajo el pino, no había posibilidad de terminar privada de la libertad.

Mas esa noche de paz, noche de amor, se sentía como justo lo opuesto; en su vientre, una guerra al verse limitada de la atención de su mejor amiga: desde su regreso a la ciudad, ni el viento invernal se sentía tan frío como el trato que ella le proporcionaba, con Abigail ejerciendo un monopolio funcional sobre el tiempo de la rubia.

Tampoco ayudaba la idea de tener que tratar con la madre de Jo. Oh, ¡vaya que eso le prometía una buena velada! ¡Disfrutar del acoso y la agresión pasiva de ellos que de seguro, no deseaban que su preciosa hija siguiera sus malos pasos o ejemplos!

—¿Señora Hoult? —Harry comentó, tragando el fuego en su garganta, al ver a la madre de Jo abrirle la puerta.

—¡Harriet! ¡Un gusto tenerte!

—Gracias señora Hoult, ¿puedo pasar?

—¡Por supuesto! ¡Me encanta tu chaqueta! ¡Y lo que hiciste con tu cabello!

—D-de nuevo, m-muchas g-gracias señora...

—¡Oh, puedes llamarme Liz! ¡Vamos, cuido tu chaqueta!

La señora Hoult tomó la prenda de Harry y la colgó en una percha, y le indicó el camino hacía la sala con el resto de los invitados. La joven por un momento enfocó su vista en aquella mujer: en realidad, era la primera vez que la veía con tal detenimiento y atención. Jo había mencionado que su madre la tuvo cuando era joven, y no era difícil ver la evidencia. Aunque suene trillado, de verdad podía parecer una hermana mayor.

Y si su amiga se parecía realmente a su madre, iba a madurar con mucha dignidad.

—La perra tiene suerte —Harry pensó, sonrojada y caminando hacía la sala.

Y echando un vistazo a los presentes, los sentimientos de incomodidad empezaban a ahogarla; podías diferenciar a los Hoult de los ajenos a la familia a través de dos detalles:

1. Los Hoult eran todos rubios y de ojos azules, al punto que te hacen pensar si Joseph Mengele estuvo a cargo de su árbol genealógico.

2. Sonreían todo el tiempo. Y de hecho parecían querer hacerlo.

Eran perfectos: bien vestidos, bien parecidos, y felices. Todo lo que Harry no se sentía. Por unos segundos, se sintió tan mal en el estomago que deseaba vomitar.

Pero otros enfrentaban peores retos.

—Entonces, ¿es el momento, no? —Tyler, a lado de Dalia, esperó a que le abrieran la puerta al hogar de la familia Aquino.

Aunque para el chico, el sostener la mano de su novia era un gesto de amor y aprecio, por parte de ella, era más bien la necesidad de querer sostener algo caliente en un clima en que si estuviera medio grado más frío, se le podrían caer los dedos.

—Pase lo que pase —Dalia comentó—, quiero decir que... que... te aprecio.

—Oh... ¿me aprecias? Bien, eso... eso no es precisamente lo que esperaba —Tyler respondió, de pronto sintiendo más frialdad en el corazón que en el aire a su alrededor—, pero, ¡gracias!

—¡Ya voy hija! —la madre de Dalia exclamó—. ¡Ando algo ocupada! ¡Pero no tardan en abrirte!

Y en breve, justo alguien hizo eso.

¿Quién era? Eso era justo lo que deseaba saber.

—¡Mucho gusto! —indicó un joven quizá un par de años mayor que Dalia—. ¡Bienvenidos al hogar de la familia Aquino!

La chica no tenía la menor idea de quién se trataba; jamás lo había visto, y lo sabría porque se acordaría de él: era alto, delgado, de rasgos muy estéticos. Su voz era varonil, pero gentil; confiable, segura, pero nunca amenazante. Olía incluso bien: una fragancia que sentía que desvalorada con el sólo hecho de olfatearla.

—Oh... creo que sé quién eres —ese futuro modelo comentó, asintiendo y sonriente al ver a la pequeña morena de lentes frente a él —. ¿Dalia? ¿La señorita Dalia Aquino, verdad? ¡Un enorme gusto en conocerla!

—¡C-claro! ¡S-sí, un e-enorme gusto! —la chica tartamudeó—. ¿Y... t-tú serías?

—Sí, ¿quién serías? —Tyler se unió al cuestionamiento.

—¡Dalia, Taylor! —el señor Aquino, con una inusual sonrisa pronunció al ver a su hija y sus invitados en la puerta—. ¡Pasa por favor!

—Querrás decir, "pasen" —la hija corrigió.

—¡Eso quise decir! ¡Pasen! ¡Pasen los dos!

—Papá...

—No quise insultar a nadie, es sólo la fuerza de la costumbre, es difícil dejar los viejos hábitos morir, y como no estamos acostumbrados a que nos traigas invitados y...

—Papá...

—...¡y no lo digo de mala forma! Pero uno se acostumbra a ciertos asuntos y tampoco quiere decir que uno tenga mala fe en la habilidad de mi hija de atraer a un buen much...

—¡PAPÁ!

—¿Sí, mi niña?

—¿¡Quién es él!? —la hija señaló al misterioso chico echo a un costado de la puerta.

—¡Claro! ¡Las presentaciones! —el padre asintió contento—. Te presento a Marco Ballesteros, 17 años; se graduó un año antes de la preparatoria y está cursando la carrera de administración de empresas en la universidad: sus padres tienen un negocio de importaciones y...

Llegó un punto en que Dalia ya no prestaba atención; bien pudieron ser bramidos y graznidos, daba lo mismo. Ella unió los puntos tan pronto como notó cómo hablaba de ese joven, colocando incluso una palma sobre los hombros del jovencito.

Y sonriendo.

El doctor Aquino estaba sonriendo. 

Ese tal Marco estaba ahí por una razón, y Dalia no estaba dispuesta a caer en su juego.. .sin importar sus pómulos perfectos, ojos ámbar y sonrisa de portada de revista de Hollywood.


Nada como evitar las conversaciones no deseadas como merodear en la mesa de bocadillos; quedándose ahí, Harry podría evitar tener que lidiar con personas no deseadas más allá de lo absolutamente necesario, como sonreír a quién te sonríe o comentar sobre lo frío que está en la noche.

Esa era la tesis normal.

Pero en el hogar de los Hoult, nadie se iba a quedar sin conversar.

—¡Veo que disfruta los canapés! —Harry oyó a la madre de Jo comentarle, desde el otro lado de la mesa, en lo que surtía de nuevo los platos que se sentían vacíos.

—S-sí, tiene muy b-buena mano, s-seño... Liz.

—¡Así me gusta! ¡Entremos en confianza!

No era mentira: de verdad, Harry al menos se iría de esa noche reconociendo la generosidad en ese hogar: la bebida, la comida, todo rebosaba en abundancia y el aroma era excelente; el olor de esos alimentos casi acariciaban su sentido del olfato, y se veían tan bien que pronto le hicieron creer que ese viejo dicho "de la vista nace el amor" fue creado pensando en el dominio gastronómico de aquella señora.

Pero seguía sintiéndose fuera de lugar, y quizá el mejor microcosmos para explicar tal parecer se encontraba en la señora Hoult en sí misma: su rostro no parecía tener arrugas o líneas expresiones en el espectro visible. Su cabello no lucía un sólo pelo fuera de lugar. Inclusive su ropa le contrariaba: un vestido con la falda hasta los tobillos en tonos pastel. ¿Estaban acaso filmando una nueva versión de Las Esposas de Stepford en la ciudad?

No obstante, no había de qué alarmarse; pronto Harry dejaría de estar incómoda por la madre de Josephine, y sería incomodada por Josephine misma.

—¡Perdón la tardanza! —la rubia quinceañera declaró con una voz carcajeante, abriendo la puerta de entrada—. ¡Nos demoramos un poco más de lo que esperaba en el centro!

Ahí estaba: Josephine, finalmente llegando a su propia fiesta. Detrás de ella, Abigail, casi tan risueña como la chica de cabellera dorada.

Ambas usando suéteres feos. Lo cual no es de extrañarse; suéteres así son comunes en estas fiestas.

¿Pero que se coordinen? ¿Una con un mensaje de "en caso de extraviarse, regresar a Gail" y la otra con el mismo mensaje pero con el nombre "Jo"?

—Dame fuerzas Dios, Buda, Alá, ese al que le reza la iglesia loca de Tom Cruise —Harry se dijo al ver a esas dos adentrarse en la sala.

En ese momento, si algo deseaba, era no ser vista.

Por supuesto: eso no pudo ser.

—¡Harry! —Jo exclamó al verla.

—¡Oh, Jo! ¡Jose! ¡Joey! ¡Josefina! —Harry replicó emulando con sarcasmo el edulcorado tono de la rubia en lo que se alejaba de la mesa de bocadillos para ir a su encuentro.

Y cada variación del nombre se sentía como mil alfileres en la garganta, y un abrazo no lo solucionaría.

—¡Qué bueno que viniste! —Jo le susurró.

Uno de los ojos de Harry estaba concentrado en su amiga; ella era tan dichosa, jubilosa y cursi como siempre.

El otro se centraba en disimuladamente observar las reacciones de Abigail; nada sospechoso de momento: manos juntas, sonriente, mirada un poco entre-cerrada. Una mueca neutra, ideal para leer lo que uno deseaba ver en ella.

—¿Y... un atuendo coordinado? —Harry señaló tras separarse del agarre de Jo—. Muy... tuyo.

—Fue idea de Gail —la rubia contestó.

—Por supuesto que lo fue.

—La verdad es que no es algo que me pondría en el día a día.

—Lo sé, te mataría antes de permitirlo.

—¡Ja! ¡Harry! ¡No bromees! —Jo exclamó golpeando con ligereza el hombre de su amiga.

—Sí... "broma". Es una broma.

—Pero bueno: es Navidad, y si hay una temporada en que se nos permite ser ñoñas, es esta, ¿verdad?

—Ñoña es... una palabra para describirlo.

—¡Vamos Gail, ven a saludar! —Jo le insistió a su otra amiga.

—¿Eres Henry, no es así?

—Harry. Bueno, Harriet en realidad —la aludida aclaró—. Pero mis amigas me llaman Harry... así que si me llamas Harriet, creo que será lo mejor para las dos.

—¡Jajaja! ¡Harry! ¡Qué buena broma! —Jo repitió su pequeño golpe, con una respuesta envuelta en una sonrisa mucho más sonora pero mucho menos autentica, seguido de las manos de la rubia sosteniendo el brazo de la invitada—. ¿Harry, qué estás haciendo? —le preguntó al oído, tras jalarle la cabeza hacía la suya.

—¡Era un chiste! —murmuró.

No era un chiste.

—Más vale que sea importante —la madre de Dalia preguntó tras verse encerrada en la cocina junto con precisamente su hija—, que el lechón necesita mi atención; si te distraes por un momento, los pedazos de carne no salen.

—¡Empecemos por explicarme qué hace ese "pedazo de carne" ahí en la sala! —la morena jovencita reclamó.

—Sé que la prima Imelda tiene algo de sobrepeso pero tampoco es razón para ser tan dura con ella.

—¡No mamá! ¡M-me refiero a ese tal "Marco"!

—Oh... Marco, ¿el muchacho?

—¡Sí! ¡Ese Dios isleño!

—Es el hijo de un conocido de tu padre; parece que atiende a él a uno de los empresarios más importantes de la comunidad filipina de la ciudad, y ya que le pareció que quizá podría disfrutar de una buena cena...

—¡No me vengas con eso! ¡Papá tiene otras intenciones con ese muchacho!

—Hija... tu padre quizá experimentó en la escuela de medicina, pero te aseguro que no haría un mal movimiento con un jovencito.

—¡No, no, no! Q-quiero decir, ¿creen que estoy ciega? ¡Es una trampa! ¡Lo trae justo cuando vengo a presentarles mi novio formal!

—¿Tyler?

—¡Se llama Taylor! —Dalia gritó—. E-es decir... ¡sí, es Tyler!

—Estás siendo un poco paranoica, ¿no lo crees amor?

—¿Lo soy? —la hija se cruzó de brazos—. ¿Crees que lo soy? ¡No descansaré hasta descubrir la verdad! ¡Sé lo que tienen entre manos! ¡Y lo descubriré o mi nombre no es Dalia Ballesteros!

—Aquino.

—¡E-eso dije! —Dalia aseveró con el rostro colorado y casi perdiendo paso.

La hija salió de la cocina, con una nueva misión en mente: no permitir que su padre se saliera con la suya, y si para ello tenía que fingir amar al pendejo que tenía de enamorado, al menos por esa noche, valía la pena el sacrificio.

N/A: Como es usual, y antes de empezar a hablar de asuntos de mayor importancia, agradezco todos sus lecturas, votos, visitas y comentarios. Han hecho crecer de a poco este libro, y espero que lo podamos hacer crecer más.

Ahora, las noticias que son un tanto complicadas...

...verán, me ocuparé durante los siguientes dos meses en un asunto del cual no puedo hablar mucho al respecto todavía. El caso es que el calendario de actualización se volverá un tanto irregular a raíz de ello. Lo lamento mucho.

Por lo pronto, la pregunta de la semana... y será una más o menos importante dado que ya llevamos algunos episodios, y no falta tanto para el fin como parece.

¿Personaje favorito hasta ahora?

Shalom camaradas.

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