Paso 61º.
"Paso 61º: Etiqueta a las personas, y juega con esa etiqueta hasta poder arrancarla".
~H.
Aley.
¿Qué está bien y que está mal en este mundo? Siempre he querido saber que clase de persona soy, que notas transmito al hablar y actuar. ¿Soy lo amado malo, o soy lo odiado bueno? Eso lo deciden los demás, no yo.
Había llegado una semana antes al campus de la universidad SS, respirando nuevos aires para mi nuevo comienzo. Quería reiniciar todo de nuevo, cambiando la canción que sonaba en mis audífonos y seguirla con mi ritmo al andar. Mastiqué el chicle con más fuerza, metiendo las manos en mi sudadera.
"Estoy aquí".
Sí los demás me preguntaran que clase de forma tengo, no podría responder. ¿Le tienes miedo a lo eterno? Nunca le he temido a lo inmarcesible, pero sí tengo un terror irracional a la muerte, y tengo mis razones. ¿Entonces que clase de persona soy? A simple vista, es fácil, soy "el raro que habla pavadas y nadie toma en cuenta". Pero ahora quiero hacer presencia y ser un centro, y eso no está mal... porque no hay nadie que diga verdaderamente lo que está mal o lo que está bien. Solo somos opiniones andantes, y todos tenemos derecho a decirlas.
—Bueno, Sr. Aley, yo soy el superior Dean, segundo año. El comienzo de este trimestre ha estado un poco loco, ¿no te parece? Espero puedas acoplarte de inmediato y formar buenas amistades. Estoy disponible para lo que necesites, no se te olvide que debes escribirme para cualquier emergencia —sonrió, señalando su gafete y destacando sus ropas color pardo—. ¿Ya te has registrado como nuevo estudiante?
Por ejemplo, a quien tenemos de frente... es un fotógrafo que no posee confianza en sí mismo. Y es fácil notarlo, su forma de hablar agobiante, el espacio en su mochila que forma un lente, y el esfuerzo que pone en un trabajo que le asignaron recientemente. Era cobarde. Pero es solo mi opinión.
—Sí, lo he hecho. —Respondí
—Vale, déjame ver tu información.
Estiré la mano y tomé los papeles en mi pantalón. Él los recibió nervioso y comenzó a leer, pero no escuché parte de lo que decía. Mis ojos ardían por la luz del sol, siempre fui un poco enfermizo a ella y lo odiaba. Detestaba muchas cosas que eran parte de mí, incluyendo mis desiciones, no puedo engañarme.
—Oh, eres un estudiante de psicología —destacó—. Esperaba que estuvieras en la facultad de arte o comunicación por tu apariencia. Bueno, aquí veo que te encuentras en el campus, en el alojamiento de Walt Hall. ¿Sabes como llegar?
Negué con la cabeza, moviéndome hacia la carpa junto a los registros. El sol iba a matarme antes que las personas que me odiaban.
—¿Te dieron las llaves?
—No, me dijeron que tú las tenías.
—Cierto —toqueteó rápidamente su pantalón—. Vamos, te mostraré como llegar.
Giré para tomar mis maletas, fijándome en sus zapatos desgastados. Cuando se percató de que los veía los ocultó riendo. Sí, era alguien de baja autoestima. Etiquetar a alguien era un acto muy sencillo que transformaba los movimientos de los demás en algo complejo. Era como pensar en "el malo", todos sus actos lucían terribles porque venían de él. Todo es duda en boca de mentiroso, dicen.
No quería admitirlo, pero tenía un problema. Veía a través de los demás desde aquel incidente hace 5 años, pero no me veía a mí.
—¡Dean, cuando termines con esas cosas ven a ayudar aquí! Esto pesa de la mierda. Voy a tener una hernia sí sigo así y mis nalgas se caerán más. —Rechistó una chica de ojos verdes, llevando mochilas en su espalda.
Estaba irritada por el sol. Ella lucía como una estudiante de la carrera de lingüística, pero era más como "la persona misteriosa e importante" en una historia. Una pieza clave que aún no había sido revelada. No, no lo decía por decir. Su acento peculiar que parecía juntar diferentes idiomas y su forma de vestir esbelta lo transmitía. La forma de ofenderse a sí misma y el cómo lo hacía. Lujuriosa.
—Claro, Miyu. Voy y vengo.
—¡Más te vale que así sea!
Recorrimos el campus en medio del ruido, andando con prisa entre las personas que corrían para inscribirse. En el camino pasaron cosas extrañas, muy extrañas que me hicieron sentir bien. No era el único considerado raro.
Primero fue el chillón con huevos de gallina en la cabeza. O más bien, patético.
—No, e-espere. S-Superior, déjeme... ¡Conservar mi gallina! —Chillaba el enano de cabello verde. Un par de chicos lo llevaban por el brazo a rastras, directo a la salida.
Ese fue el primer evento que me causó dolor de cabeza. Entonces pasó lo que llamo, "personas mala suerte".
—¡Estoy diciendo que quiero volver a hacer el examen de admisión, putos idiotas! —exclamó una chica con la mitad de la cabeza rapada y cabello oscuro golpeando a una superior.
Pero eso no era todo. Cuando llegué a los dormitorios imponentes que me agotaron mentalmente al ver las escaleras mis ganas disminuyeron. No era atlético, aunque había pasado parte de mi vida corriendo para vivir, las escaleras no eran lo mío. Cuando era pequeño no era del tipo que jugaba deportes, más bien el niño débil que apenas dormía por estar con los adultos.
Era una molestia. Una puta molestia tantas escaleras. ¿Quién las había inventado?
—Subamos por el elevador. —Habló Dean.
Ah, hay eso...
Llevé las manos a mi cabeza por haber precipitado mis suposiciones. Caminé tambaleando con el calor del sol en mis mejillas hasta llegar al elevador, donde el superior me entregó una llave con el número 345 y fui directo al piso que marcó. Sí, el siguiente dolor de cabeza fue ahí.
—¡Hermano, salúdame a mi abuelita! —Un rubio gritaba en el pasillo con emoción.
Me oculté dentro del elevador, mirando su fachada de reojo. Daba miedo. Era, a simple vista, un maleante con un corte de cabello rebelde, ropas desaliñadas, y dientes filosos. Tomé aire repetidamente, pensando en cómo cruzar sin salir con un problema. No odiaba las peleas, pero era mi primer día y debía soportarlo desde un inicio.
Al no ver como llegar a mi dormitorio sin pasar por ese pasillo, decidí remangar mis mangas y bajar mis maletas metros antes por sí tenía que golpearlo. Seguí deteniendo el elevador, buscando en mi celular la canción perfecta para pelear.
—Oye, hermanito... —habló con violencia—. ¿Es cierto que mis mejores días están por empezar?
No, estás en la pesadilla universitaria, idiota.
—¿Y cuando la termine me podré casar con ella?
Quizás te deje antes, no te hagas ilusiones. Es sorpréndete que tengas a una chica, pero tal vez la obligaste.
—Espero y sean amables conmigo em abogacía.
Sueñas. Menudo idiota, estás soñando.
—¡Ah, te amo abuelitaaaaa! Despídeme de Smuff, mi cosita bella que del cielo me cuida.
¿Un perro?
El dolor de cabeza incrementó por haberme confundido nuevamente. No estaba pensando como siempre, mi forma de leer a los demás estaba fallando como ningún otro día. Mierda, debía concentrarme para poder subir al centro. Debía concentrarme para ser el primero en medio de la jungla de estudiantes, y sí no podía etiquetar a todos iba a irse de mis manos.
¿Alguna vez te has sentido abrumado por ser igual al resto? Pues eso me llevó a darle un giro a las cosas, pero hoy todo cambiaba, igual que hace años. Me sentía igual cuando vi a esa persona de ojos vacíos, aquel otro que sonreía viendo a los demás morderse, y a mí mismo ladrando con violencia.
Solía actuar sin pensar, pero ahora trataba de controlar mis impulsos.
—Niño de mami... —Susurré pasando a lado del rubio con las maletas en mi espalda, chasqueando la lengua.
—¿Eh? —Su voz estaba por quebrarse—. ¡HERMANOOOO, ETHAN ME ESTÁ JODIENDO DE NUEVO!
Volteé al escuchar el nombre, apretando los dientes. Supuse que me había confundido con alguien. Calló de inmediato al ver la irritación en mi rostro.
—Digo, no sé... —tartamudeó—. ¡Hablamos luego, Curin!
El chico colgó y tomó su mochila en el suelo colgando en la mitad de su espalda. Rogué porque no caminara hacia mí, pero hizo exactamente eso, ambos nos detuvimos frente al dormitorio correspondiente.
Carajo, ¿por qué yo, satanás? ¿Por qué yo? ¿Quieres ver sí soy digno de causar problemas?
—¿Eh? —Me miró abriendo grandemente sus ojos azules—. ¿Estamos en el mismo dormitorio?
—¿Por qué me hablas? —vacilé, soltando un suspiro—. No me vuelvas a hablar.
Saqué de mi sudadera las llaves que me entregó el superior y me estiré para abrir el lugar. El tipo con aspecto temeroso esperó en silencio. Tenía la misma altura que yo, era sorpréndete que alguien estuviera de mi tamaño. Miré sus zapatos limpios y me arrepentí de no haberlos notado antes.
—¿Pero por qué no quieres que te hable? —preguntó sosamente.
Pateé la puerta molesto por cómo hablaba y moví mis maletas adentro. El dormitorio lucía oscuro, la luz que venía de esta entrada cubría Elena pequeña parte de la entrada sin llegar a la sala de estar con colores fríos y los muebles blancos. Él me siguió el paso con sus pies toscos. Entonces volvió con sus estupideces.
—Espera, no me digas... —cubrió su boca, apenado. Sabía que iba a venir una estupidez, pero no una tan grande—. ¡¿ERES SORDO?! ¿Puedes leer mis labios?
—Eres una mosca. —Rechisté encendiendo las luces. El lugar estaba limpio, pero habían rastros de que alguien más que estaba ahí por la caja de cereal con tigre. Quizás el otro superior.
—¡WHOA, Y HABLAS MUY BIEN! Mi nombre es Rind Vibes, bueno, así se escribe pero se pronuncia Reind. Es un placer. No, espera, soy un idiota no puedes escucharme. Ay, abuelita, dame valor. ¿Cómo te llamas?
Habló muy rápido. Lo vi con la expresión de: ¿Qué dices estúpido raro? No me hables. Él no dejó de sonreír como un tonto.
—¿Qué quieres? ¿Dinero? —interrogué acercándome más a él. Estábamos en la sala de estar que conectaba el pequeño comedor y el área para cocinar—. Pareces un vándalo.
Creo que toqué una bomba, pues sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡No soy esa cosa!
Los pasos de alguien se escuchaban por el otro pasillo frente a la entrada y el sonido del baño. Me había puesto al día con la arquitectura de los dormitorios para no parecer un tonto al llegar. Una vez renté casa y terminé orinando a las tres de la mañana en el closet por no saber ubicarme.
—Oh, son los de nuevo ingreso —salió un chico con peinado de presidente, lentes y sudor en la frente—. Soy Lin, del programa de deportes. Jugador de basketball.
No quise decir mucho sobre su altura y su aspecto. Todo parecía funcionar al revés en esta universidad. El superior no parecía confundido por el rubio, pero hizo un comentario sobre él y su fea cara.
—Caray, bebé, pareces un ladrón. —Rió, mirándolo de arriba abajo. De inmediato posó sus ojos sobre mí.
—Soy Rind, así se escribe, pero se pronuncia Reind —el vándalo lo saludó. Dirigió su dedo índice hacia mí y susurró cubriendo su boca para que no lo viera—. Él... es... sordo...
—Oh, santa madre de vírgenes, ¿eres sordo? —me preguntó. Lo miré con desagrado y por eso señaló sus oídos—. Perdón, ¿sabes leer los labios? ¿Y por qué estás escuchando música? Ah, perdón, ignora lo que digo. Pueden pasar a sus habitaciones, están al fondo. La mía es la solitaria por ser mayor. Uy, lo siento, olvido que no me escuchas.
—Por cierto, ¿cuándo es el recreo? —El rubio tomó asiento.
—No lo ha sido desde hace años para mí, querido.
Tomé mis maletas y entré a la habitación señalada. Tendría que compartir mi zona con un inútil rubio, y ahora tenía que buscar una forma de deshacerme de él.
~•~•~•~•~
El proclamado como peor segundo dolor de cabeza en toda la universidad, quitándole ese puesto al rubio, apareció cuando después de una larga caminata viendo los ajustes de mi horario tuve necesidad de hacer del baño. Me encontré con lo que creía "ingeniería y tecnología" y resultó ser lo opuesto.
Choqué con alguien solo centímetros más bajo, que vestía formalmente, usaba un peinado de flequillo, y tenía unas orejas de conejo.
Gruñí por su golpe, y él después de verme también gruñó, imitándome.
¿Es un salvaje? O sea, yo también gruño, pero nadie me imitaba.
—¿Por qué gruñes?
—¿Gruñe? ¿Del verbo gruñir? Puedo usarlo —repitió como robot. Eso me dejó claro. Era un estudiante de letras pero era pésimo para recordarlas—. Hambre. Hambre. Carne.
—¿Qué? —Expresé agotado, recargándome en la barda frente a los baños.
—Carne. Carne. Carne. —No levantó mis papeles y eso me irritó. Decidí hacerle señas para que los recogiera, pero me ignoró como una molesta mosca.
—¿Qué te pasa conejo? ¡Levántalos!
—¿Conejo? —giró la cabeza de forma espantosa, como el exorcista y gente oscura.
Señalé sus ojeras pero ni si quiera parpadeó, ni respiró. Volví a señalarlas e incluso señalé mi cabeza para que entendiera, pero no se movió. Creí que el sordo era él.
—¡Hablo de tus orejas!
—Son de gato.
—No, son de conejo. ¿Eres idiota?
—Son de gato. —Repitió.
—¡¿Y por qué carajos tienes orejas de gato, eh?!
Creí que era inteligente, pero solo me estaba cansando a mí y a mi vejiga. Todo estaba mal en el campus.
—¡Enano, ven rápido! —oí una voz lejana, pero no supe de quién venía solo que era para el de las orejas.
¿Enano? No era nada enano.
—Yo no tengo orejas de gato. —Tomó su mochila y siguió de largo—, que raro.
No puedo etiquetarlo.
Pero la cosa se puso peor cuando entré al baño. Todo parecía ir mal, TODO. ¿Cómo habría de destacarme con gente a la que no podía juzgar? Los nervios volvieron a mí, y sacudí la cabeza para no recordar mis días de mierda. Mientras orinaba, hizo presencia mi primer dolor de cabeza, y estoy seguro de que él está orgulloso de serlo.
—And I'll fall down. And I'll break down. And I'll fake you out. All I wanna. —Reconocí con emoción la canción que cantaba el tipo que recién había entrado y orinaba a mi lado, sacudiendo su cabello negro con emoción de un lado a otro—. I'm so afraid of what you have to say, 'cause I'm quiet now and silence gives you space.
Traté de no mirarlo mucho y no sentirme incómodo, pero el reverendo idiota se asomó de mi lado y comentó lo que me dió ganas de golpearlo.
—¡Ah, amigo, lo tienes grande!
Seguramente alguien de la carrera de comunicación. Un... pendejo.
Lo sacudí un poco y lo limpié con una miseria de papel para no verme tan asqueroso. Cerré mi cremallera de inmediato y fui a los lavabos fingiendo no haberlo escuchado. No debía involucrarme con alguien así.
Entonces me percaté de su tono de voz claro y agudo. Lo miré de reojo una vez más, viendo su espalda curva y delgada. Era alguien delicado de su cuerpo pero su rostro estaba cansado y su cabello le cubría los ojos. Miraba perdido la pared. Había cambiado su aura, y me hizo dudar de su carrera.
Tropezamos en miradas. Él se percató de mí observación y curveó los labios.
—¿Qué? ¿Te gusta lo que ves? —Rió abrochando sus pantalones y se dirigió a lavarse las manos junto a mí—. ¿Me estás ignorando?
Permanecí quieto, viéndole confundido. Era muy diferente, tan diferente que me aterraba. No era solo una persona, era muchas y sabía como manejarse.
—¿Estás ignorando a la cosa más hermosa que verás hoy? —Interrogó, posando frente a mí.
Mi ojo comenzó a temblar por la irritación. Se inclinó más, sin apartar sus ojos oscuros de los míos. Estaba muy cerca, pero habría de medir alrededor de 1.70
—¿Quién eres? —Su expresión cambió al verme mejor.
Las palabras no me salían. Tuve que morder mi labio para aguantar las ganas de golpearlo.
—Ya, ya veo. Estás ciego, es eso —habló como toda una diva sacudiendo su cabello y dejó el lugar.
Un mentiroso.
~•~•~•~
Pero la cosa no terminó ahí. Cuando el primer día de clases llegó todo me daba vueltas cuando vi sentado a ese tipo en el lugar que yo quería tres filas atrás frente al profesor. Tomé una fila adelante, ignorando su saludo con los dedos muy de "mírame, soy la gran perra".
Quería vomitar, nunca creí que fuera del departamento de psicología y compartiríamos asignaturas por cuatro años. Justo cuando quería una vida normal.
Detesto esto.
—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó astutamente el profesor minutos después de que todos parecían haber encontrado un lugar.
Una chica al fondo levantó la mano con una sonrisa y el hombre le dió la palabra.
—Ayudar a las personas a entenderse. —Explicó ella.
El profesor rió, girando los ojos en el lugar. Era un tipo extraño con la espalda curva y barba, pero debería estar por sus 30. Su voz roñosa y su risilla extrañamente no me molestaban. Su comportamiento era parecido al de un zorro buscando a su presa.
—Creo que te equivocaste de clase, solecito. ¿Quieres salirte ahora? —Rió más fuerte, abriendo su computadora.
Levanté la mano, dispuesto a llamar la atención. Sentí la mirada del dormilón detrás de mí, abriendo sus ojos en sorpresa por mi acción. Era un dolor de cabeza, pero me di cuenta de que ni él tenía ganas de estudiar. Quizás él también había escogido la carrera equivocada.
—La identificación de procesos, emocionales, humanos, cognitivos; para incorporar cambios que puedan generar transformación. No nos limitamos a dónde el paciente pueda llegar con sus problemas. Las áreas son extensas y nuestro trabajo es emplear métodos empíricos cuantitativos de investigación para analizar el comportamiento de los pacientes.
—¿Cuál es tu nombre, estudiante que NO se ha equivocado de elección?
Sonreí, mirando de reojo al pelinegro detrás de mí. Me miró con la boca abierta, reconociendo bien mi rostro y yo sabiendo bien de quien se trataba.
—Me apellido Aley.
—¿Joven Aley....?
—Hisao. Hisao Aley, profesor.
El chico dejó caer su libreta al frente.
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Quien diría qué pasó tan poco y ya estoy aquí con esta continuación. Los amo muchooooooo. <3
Cualquier pregunta, ¡pueden hacérmela aquí!
~MMIvens.
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