Capítulo 6
Nunca pensé que regresar a la casa de mis padres después de tanto iba a ser algo tan difícil. Pero ahí estaba, había dado el primer paso, ahora solo esperaba que las cosas no se pusieran peor de lo que ya estaban.
Mi padre fue quien abrió la puerta. Sin decir absolutamente una palabra, me indicó que podía pasar. Mi madre le preguntó desde la cocina quién era, y sin esperar respuesta, se asomó con un repasador entre las manos.
En ese momento me di cuenta de lo mucho que había echado de menos a mis padres. Me moría por abrazarlos, pero no tenía idea de cómo iban a reaccionar. Estaba tan asustado que ni siquiera me salían las palabras. La psicóloga me dijo que el reencuentro sería así.
—Hola, mamá —dije con la voz temblorosa—. Hace tiempo que quería venir… Necesito hablar con ustedes sobre algo.
Ella desvió la mirada. Quizás porque sabía que sus reproches silenciosos me dolían, o quizás porque no era capaz de mirarme a los ojos, porque sabía exactamente lo que yo iba a decirles.
Tomamos asiento en la sala de estar, y después de un prolongado silencio, me atreví a hablar otra vez:
—Hace unos cuantos meses estoy yendo a terapia para aprender a lidiar con lo que me está pasando, y también para venir a contárselo a ustedes. —Ellos se mantenían en silencio, apenas me sostenían la mirada. Mi padre tenía el entrecejo fruncido, mamá solo le tomaba la mano con fuerza. Estaba seguro de que ella se estaba esforzando por no llorar—. Pasaron demasiadas cosas, pero yo no quiero seguir ocultándoles lo que siento, porque ustedes son mis padres y los amo con todo mi corazón, pero la vida que llevaba no era para mí, yo no soy esa persona que ustedes intentaron crear, yo soy… —Tragué saliva cuando sentí que se me había secado la garganta. Mis padres no me habían interrumpido en absoluto—. Soy transexual.
Honestamente no sabía qué debía esperar que pasara. Habían muchas opciones: podrían echarme a patadas, podríamos discutir, podría salir incluso peor de al principio. Pero el alivio tan inmenso que sentí cuando les dije aquello, fue algo que había estado esperando durante mucho tiempo.
—¿Y eso qué significa?
La voz de mi madre me resultó un tanto agresiva.
—Significa que aunque nací siendo una mujer, me siento un chico.
—Eso es ridículo, Alexandra —dijo mi padre de inmediato.
—No, papá. No es ridículo. Entiendo que para ustedes sea algo difícil de digerir, pero las cosas son así.
—No sé por qué nos haces esto después de todo lo que hicimos por ti.
Mi madre finalmente se había puesto a llorar.
—No les estoy haciendo nada, mamá. No soy un ladrón o un asesino. Solo... no estoy a gusto con mi género. Es algo que le sucede a muchas personas y es normal.
Normal. Esa palabra volvía a aparecer en mi vida, pero ahora me sonaba un tanto extraña.
—No me parece normal que quieras ser un hombre.
—Y a mí no me parece normal que mis propios padres deseen que me muera antes de aceptarme como soy.
En ese momento entendí que, aunque yo pensé que estaba comenzando a superarlo, el rencor seguía allí, latente, a punto de explotar. Supongo que era parte de ser humano y emocional. Creo que también necesitaba echarles en cara lo que me habían dicho, porque me había hecho daño, y seguía haciéndolo cada vez que lo recordaba.
—¡Es que tú no lo entiendes! —saltó mi padre, elevando su tono de voz—. ¡Eres nuestra hija! nuestra única hija…
—Si ese día hubiese muerto ya no tendrían una hija.
Yo sabía que la cosa seguiría escalando si no tratábamos de calmarnos un poco. ASí que respiré profundo, recordé todo lo que me había dicho la psicóloga y continué:
—Si yo vine hasta aquí no fue para volver a pelearme con ustedes. Vine a sincerarme y a contarles cómo me siento. Tampoco quiero que ustedes me odien por esto, porque es algo que yo no puedo controlar ni cambiar. No quiero vivir forzándome a ser Alexandra, porque no me siento cómodo de esa manera. Me gustaría que ustedes me aceptaran porque pase lo que pase, ustedes van a seguir siendo mis padres siempre. Eso es lo único que nunca va a cambiar.
En ese momento, el silencio volvió a reinar en la sala. Lo único que se escuchaba era el llanto ahogado de mamá, y los suspiros pesados de papá. No había nada más que decir.
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