Capítulo 2


Sarah se removió incómoda mientras unas imágenes empezaban a llegar a su mente.

Se encontraba en un claro desierto en medio de un bosque. Estaba tumbada en el medio de él, y observaba a su alrededor confusa.

Parecía un bosque extenso, de esos que nunca pensarías que tiene un claro totalmente liso y verde a la vez.

La confusión golpeó su mente al darse cuenta de un pequeño detalle... podía ver.

Ese detalle la abrumó y se levantó de forma brusca del suelo. Estaba confundida, asustada, no entendía nada de lo que pasaba, todo era irreal, pero... parecía tan real a la vez. La luz del sol que se reflejaba en las verdes hojas de los árboles, el azul claro del cielo despejado, y la suave brisa que la acariciaba, prometiendo que eso era real.

El grito desgarrador de una mujer la trajo de vuelta a la realidad. Empezó a dar vueltas sobre sí misma, asustada, buscando el lugar de donde había venido el grito.

Un nuevo grito se oyó, peor que el anterior, pero esta vez se oía más grave, había reconocido que era el grito de un hombre.

Tras ese grito, muchos aullidos de dolor empezaron a oírse por todos lados. Sarah empezó a entrar en pánico ante la idea de ser devorada por un lobo, y trató de seguir lo más alerta que pudiera.

Al volver a girarse vio una escena desgarradora. En un lateral del claro se encontraba el cuerpo inerte de un majestuoso lobo blanco, y a su lado, un lobo negro caminaba alrededor de él buscando alguna reacción por parte del blanco. No parecía reparar en ella, estaba concentrado en el lobo blanco, el cual ya no se movía. El lobo negro empezó a a lamentarse y a producir sonidos agonizantes por la perdida del otro lobo, para después soltar un fuerte aullido de dolor, seguramente, hacia su manada.

Por alguna razón, ese aullido había calado en ella de forma horrible, podía sentir el dolor del lobo negro, el cual era insoportable.

Su vista se nubló por un momento, y le impidió reconocer lo que había a su alrededor. Cuando pudo enfocar de nuevo ya no se encontraba en el claro, estaba cerca del borde de un profundo barranco, ahora era de noche, un imponente eclipse se cernía sobre su cabeza. No entendía como había llegado ahí, pero la figura de un lobo negro le llamó la atención.

Era el mismo que había aullado, el mismo que lloraba por la muerte del lobo blanco. Ahora parecía abatido, había perdido parte de la grandeza que se reflejaba en los lobos, ahora solo parecía un animal frágil y débil.

Al ver el paso decidido al que se acercaba al barranco supo cuáles eran sus intenciones, iba a tirarse.

Paralizada, solo pudo ver como el lobo más increíble que había visto en su vida se lanzaba hacia el vacío, y dejaba que la oscuridad lo consumiese.

Sarah se despertó sobresaltada mientras buscaba oxígeno.

—Eh, eh, eh, tranquila —Einar se acercó a ella y se sorprendió al ver el estado de la chica.

La morena no sabía en qué momento habían empezado a caer lágrimas de sus ojos, pero ahora las notaba a la perfección. Estaba completamente sudada, su pelo estaba tan mojado que se había pegado a su cara. Aún respiraba con dificultad mientras ignoraba las preguntas de Einar y se hacía la misma pregunta

¿Por qué no trató de impedir la muerte del lobo negro?

Podría haber gritado, o haber tratado de impedirlo, pero se había paralizado, como si una parte de ella supiera que no hubiera sido capaz de impedir el destino del lobo. Aunque a la vez algo le decía que debía haber hecho algo, podría haberlo intentado.

Pero al final, los sueños son solo sueños.

La realidad la había golpeado de nuevo, ya no podía ver, otra vez su visión solo era negra. Sarah sintió como su animo había decaido casi al máximo, se sentía triste, por alguna razón, por la muerte del lobo negro, y a la vez el volver a su triste realidad había hecho que todo hubiera perdido algo de importancia.

—Sarah, ¿estás bien? —el tono de Einar era serio, lo que significaba que llevaba ya un rato preguntándoselo.

Sarah no se sentía con fuerzas de responder por lo que solo asintió. No estaba de humor para hablar con Einar, sabía lo complicada que se iba a volver su relación a partir de ahora, sin embargo ella deseaba y esperaba que cuando fueran al internado Einar volviera a ser el chico desinteresado para así poder separarse totalmente de él.

—Creo... —su voz salió ronca y desgastada, por lo que tuvo que carraspear con fuerza—. Creo que debería irte.

—Tienes que estar de broma —espetó molesto—. Me he quedado contigo, te he ayudado y me he preocupado por tu bienestar, ¿crees que merezco que me traten así?

—¿Sinceramente? Sí —soltó de forma burlesca y se cruzó de brazos—. No puedes venir con ese rollo a estas alturas, no te mereces ni siquiera que te dirija la palabra así que ahora por favor te agradecería que te fueras.

Sarah podía notar la ira que estaba sintiendo Einar, sin embargo no cambió su cara de suficiencia en ningún momento. Si ese chico creía que se lo pondría fácil y que le dejaría acercarse a ella después de todo lo que había hecho, es que estaba muy equivocado.

Una de las cualidades de Sarah es que de inocente no tenía nada, y no pensaba dejar que un idiota sin cerebro tratara de manipularla a su antojo. Sabía que las intenciones que tenía Einar no eran del todo buenas, pues le conocía lo suficiente como para saber que si estaba mostrando un lado sensible, era porque esperaba conseguir algo que le beneficiara, a cambio.

Einar decidió salir por la puerta bastante irritado, y abandonó la casa para dirigirse a la suya y tratar de relajarse.

Al oir que se marchaba, Sarah cerró su puerta con cerrojo para evitar que su madre o cualquier otra persona entrara a su habitación. Aún no podía creerse que su madre estuviera la estuviera haciendo eso, pues ella sabía cuánto la necesitaba Sarah, al igual que sabía del odio profundo que tenía Sarah hacia su molesto vecino.

Cuanto más pensaba en que tendría que convivir en el mismo conplejo que ese idiota más se frustraba y se cabreaba con su madre, la cual, había decidido enviar a Sarah con alguien para que estuviera más segura, aún sabiendo de cuanto la odiaría esta cuando se enterase.

Ya eran las ocho de la tarde, lo que significaba que faltaban pocas horas para que Sarah tuviera que abandonar el que siempre había considerado su hogar, y a la única familia que le quedaba. Si ella dijera que estaba tranquila, estaría mintiendo, para ella esta mudanza solo iba a suponer un destrozo más para su vida, pero uno que ya no tendría arreglo.

El sonido de alguien llamando a la puerta la sobresaltó. No habían sido golpes fuertes o apresurados, eran más bien lentos y cuidadosos, estaba segura de que era su madre.

Abrió la puerta y se la encontró ahí parada. Una mujer que nunca destacó por ser muy recta o formal, que mantenía ese estilo alocado que la caracterizaba tanto, pero conservando un punto de elegancia y clase.

Sarah no sabía en qué momento su madre había cogido sus manos y las había apoyado sobre las de ella para poder comunicarse.

—"Tenemos que hablar" —formuló, mirando a una de las personas a las que más había querido en toda su vida, Sarah.

La morena le abrió la puerta permitiéndole pasar y ambas se sentaron en la cama. Sarah esperaba a que su madre hablara, la cual parecía más nerviosa de lo normal y parecía más mayor que nunca. Su madre solía hablar de forma impulsiva, sin pensar mucho las cosas, por eso esta nueva faceta no la caracterizaba.

Repentinamente, su madre cogió sus dos manos y las apretó mientras se acercaba más a ella, como si temiera que la escucharan o que Sarah se alejara de ella. Ese comportamiento le resultaba cada vez más extraño a la joven, quien empezaba a asustarse por la razón del nerviosismo de su madre.

La madre volvió a posar las manos de Sarah sobre las suyas y empezó a explicarse.

—"Escúchame bien, Sarah. Pase lo que pase, oigas lo que oigas, o te digan lo que te digan, recuerda que todo lo que he hecho lo he hecho para protegerte y porque te quiero muchísimo. No dejes que nadie te haga creer lo contrario, no tuve elección" —gesticuló de forma apresurada.

Las emociones procedentes de su progenitora empezaban a abrumar a Sarah. Su madre desprendía preocupación y nerviosismo, pero lo que más confundía a Sarah era lo segura que se sentía a la vez, como si no se arrepintiera de nada de lo que había hecho.

—"¿De qué estás hablando?" —Sarah no sabía por qué pregunta empezar ya que tenía demasiadas para su madre.

—"Eso no importa ahora, Sarah. Muy pronto lo descubrirás, por eso necesito que me prometas que cuando lo hagas no te olvides de quien eres, no te olvides de la persona que has sido siempre, la que has sido conmigo. La gente te quiere y te querrá, no lo olvides" —las lágrimas habían empezado a resbalar de los ojos de la mujer, quien no soportaba mirar a su hija sin sentirse culpable por su sufrimiento.

Sarah, quien no sabía qué hacer ante las explicaciones de su madre, optó por abrazarla y consolarla, lo cual era más un consuelo para ella misma que para su madre.

Cuando se separaron, Giny observó a Sarah con admiración y orgullo.

—"La felicidad puede encontrarse hasta en los lugares más remotos, si eres lo suficientemente valiente para buscarla"

Giny besó la frente de la morena de ojos blancos grisáceos para después levantarse de la cama y salir de la habitación dejando atrás a una muy confundida adolescente.

Sin saber que pensar sobre lo sucedido, Sarah decidió acostarse para tratar de dormir, y quizás, con algo de suerte... olvidar.

Su alarma empezó a sonar como todas las mañanas solo que esta vez era más pronto. Eran las siete de la mañana y ya se podía oír movimiento en el piso de abajo.

Su madre, quien no era muy madrugadora, había sido bastante puntual a la hora de levantarse desde que empezaron con los preparativos de la mudanza. Sarah no necesitaba poder ver para saber que su habitación se encontraba completamente vacía, literalmente. Suponía que su armario y cajones ya estarían completamente vacíos y que su madre habría bajado sus cosas junto con la maleta de la chica.

Se levantó con tranquilidad y palpó por la cama hasta encontrar la ropa que, como ya se esperaba, se encontraba perfectamente colocada y puesta para que Sarah se cambiara rápidamente.

Una vez lista, bajó con cuidado de no tropezar con sus cosas y se sentó para desayunar.

Ambas comían en silencio, sumergidas en sus pensamientos, y a la vez contaban los minutos que quedaban para que un chofer viniera a por Sarah y sus cosas.

Así es, un chofer, ni más ni menos. La escuela era conocida por mantener muchos títulos prestigiosos, pero Sarah pensaba que lo de ser recogida en un coche de lujo era ya pasarse bastante.

Sabía que con semejante coche en un pueblo como en el que vivían todos se la quedarían mirando, y eso era precisamente lo que Sarah trataba de evitar, llamar la atención. Cosa que desde que la apuntaron a ese internado parecía algo imposible de conseguir, y la mayor parte de eso se debía a su madre, la cual sí que adoraba llamar la atención.

El claxon de un coche fuera alarmó a Sarah, quien estaba segura de que sería el coche que la llevaría a su nueva vida, y no estaba preparada para eso, ni mucho menos para alejarse de su madre.

Giny Henderson ya se había levantado, seguramente al sentir las vibraciones que provocó el claxon, y caminaba a paso seguro hacía la puerta.

Sarah se mantenía inmovil y callada. No quería irse, no quería dejar a su madre sola. Ya no tenía claro si su madre la necesitaba más a ella o Sarah a su madre. Ambas se habían tenido solo la una a la otra durante muchos años, y un futuro separadas parecía algo demasiado difícil de creer para ambas.

Sarah buscó sus cosas y cuando las encontró comenzó a llevarlas hacia la puerta. Un hombre desconocido había entrado en la casa para ayudarla a llevar sus cosas también, sus pasos eran firmes y decididos. A Sarah le gustaba tratar de imaginar la personalidad de una persona por el sonido que hacía al andar, y deducía que ese hombre por el sonido de sus pasos era un hombre serio y seguro de sí mismo, debía ser una especie de agente o guardaespaldas.

Sabiendo del prestigio del internado, no le sorprendía que llevaran a una especie de agente o guardaespaldas, lo cual era algo raro desde su punto de vista.

—Ya estamos listos —el señor serio dijo esas palabras mientras volvía a salir por la puerta.

Sarah suspiró algo nostálgica al pensar en que esa podía ser la última vez que estuviera en esa casa y aunque esperaba que no, tenía una sensación extraña de que ese podría ser su último recuerdo en ese lugar.

En parte tenía sentido, siempre tuvo claro que al cumplir la mayoría de edad se iría de ese pueblo. No quería vivir allí, no con el pasado que tenía. Ella quería vivir, quizás viajar y vivir una vida algo solitaria, de momento, eso era lo que más deseaba.

Se acercó a su madre la cual, seguramente, ya la esperaba en la puerta. Podía sentir como estaba tratando de mantenerse fuerte, aunque la partida de Sarah la estaba destrozando.

—"Recuerda lo que hablamos, Sarah, sé fuerte" —a pesar de la tristeza y del cariño que sentía hacia la adolescente, incluso en ese momento era incapaz de mostrarse más cariñosa o dulce.

—"Te echaré de menos..." —sin importar lo distante que estaba siendo su madre en esos momentos, la abrazó.

Giny era fuerte, y una persona que había aprendido de muy malas formas a mantener la compostura, pero en ese momento no pudo mantenerse como siempre y se echó a llorar mientras abrazaba con fuerza a la morena.

Sarah cerró los ojos, tratando de capturar ese momento para nunca olvidarlo. Estaba segura de que iba a ser uno de sus recuerdos más bonitos y tristes a la vez que tendría. Ahora estaba más preocupada por su madre que por ella misma, pues temía que su madre se rompiera cuando se quedara sola.

Giny cogió la cara de Sarah para juntar sus frentes, y con mucha dificultad...habló.

—Sé... generosa, ten valor... —las palabras habían salido con mucho esfuerzo y de forma ronca.

Sarah abrió mucho los ojos y una imagen le vino a la cabeza.

Era la imagen de una mujer, su cara se veía borrosa pero sus palabras se oían con claridad.

—Sé generosa, Sarah... ten valor —la voz de la mujer había sonado suave y dulce, y en sus ojos se podía reflejar un cariño y amor increíbles—. No olvides cuál es tu verdadera familia... —susurró la mujer.

Luego la imagen se tornó borrosa hasta verse negra.

Sarah respiró con dificultad, bastante confundida. No era la primera vez que oía esa frase. Parecía como si su madre hubiese querido que recordara algo al decirle esas palabras.

—Nos vamos, ahora —el hombre serio se acercó a Sarah y la agarró del brazo de forma brusca para arrastrarla al coche.

—¿Qué...? ¡No! ¡suéltame! —Sarah se resistía y peleaba con fuerza por lo que el hombre tuvo que agarrarla de ambos brazos para tirar de ella—. ¡Madre! ¡No! ¡Por favor!

Sin embargo, Giny Henderson solo podía mirarla mientras lloraba. Sabía que si volvía a ver a Sarah algún día, las cosas ya no serían iguales, Sarah habría cambiado.

Metieron a Sarah en el coche a la fuerza y arrancaron de inmediato. Sarah tocaba la ventana mientras lloraba, esperando que su madre al menos la viera a ella. No había podido despedirse mejor de su madre, no había podido preguntarle por lo que le había dicho, para ella todo había salido mal.

Una niña pequeña que jugaba sola en el parque reparó en el coche y luego en Sarah. La morena conocía a la niña, solía recordarle a ella misma, tan solitaria, tan fuerte... y a la vez tan sonriente.

Sarah movió su mano lentamente en forma de despedida y la miró con cariño. La niña le sonrió y se despidió animadamente mientras veía como el coche se alejaba.

Estaba muy nerviosa en el momento en el que salieron del pueblo. Sarah nunca había salido de él, y eso la ponía algo nerviosa, no sabía si la gente era como en su pueblo, a parte de increíblemente desagradables, esperaba que fueran más amables fuera.

Sin darse cuenta, por el cansancio, se quedó dormida.

Las imágenes pasaban demasiado rápido para Sarah, quien no era capaz de ubicarse.

Todo empezó como la última vez, un grito, luego otro, aullidos, un lobo blanco muerto, todo pasaba más rápido esta vez hasta que se paró.

Se encontraba de nuevo cerca del borde de un barranco. Más cerca que la última vez, se encontraba el lobo negro, quien iba a coger carrerilla para, como Sarah recordaba, tirarse.

Su cuerpo se volvió a paralizar mientras su mente luchaba por abrir la boca e impedirlo. Cuando el lobo ya estaba saltando al vacío Sarah cerró los ojos con fuerza, para no verlo, y se despertó.

Se incorporó sobresaltada cuando una mano se apoyó en su hombro.

—Eh, eh, tranquila. Ya hemos llegado —la voz del chofer la tranquilizó un poco, y trató de calmarse.

—De acuerdo, gracias —las palabras se habían atascado en su boca, la cual estaba totalmente seca—. Perdona, ¿tienes agua?

—Claro, ahora vuelvo —dijo el chofer alejándose a grandes zancadas.

Sarah aprovechó que la había dejado sola para bajarse del coche. No era muy partidaria de las compañías, y aunque sí que se estuviera muriendo de sed, explorar el internado sola le apetecía mucho más.

Sin pensarlo muy bien empezó a correr. No sabía hacia dónde o hacia qué, estaba tratando de guiarse por su instinto. Al notar algo cerca, se detuvo, avanzó unos cuantos pasos lentamente hasta que tocó un árbol, y a su lado otro, muchos más.

¿Había un bosque en un internado? ¿De verdad?

Eran las preguntas que pasaban por la mente de Sarah, quien tocaba la corteza con delicadeza, como si ocultara muchos recuerdos que ella pudiera notar.

Las imágenes de un gran edificio, rodeado de un impotente bosque, de grandes y altos árboles se le vinieron a la mente. Adolescentes corriendo de un lado a otro, o jugando a un deporte que consistía en coger una pelota y arrasar todo a tu paso, lo cual sonaba muy divertido. Pero luego apareció la imagen del bosque de noche, y se podía observar como figuras corrían en sus interiores, lobos.

Curiosa por lo que acababa de ver, hizo el amago de adentrarse al bosque pero una voz la detuvo.

—Yo que tú no lo haría.

Sarah se sobresaltó y se giró asustada. No entendía como no había oído llegar a esa persona. Pero lo que más la asustó fue el hecho de que por primera vez, no sentía su presencia. No sentía que hubiera alguien cerca de ella, y el pensamiento de que eso pudiera ocurrir siempre a partir de ese momento la aterró.

—Obviamente si quieres una muerte lenta y dolorosa entonces te recomiendo que entres, si es así, ibas por el camino correcto, enhorabuena —la voz burlona de un chico se oía no tan cercana para suerte de Sarah, pero lo suficientemente cerca para que ella hubiera sentido su presencia.

—Yo no... —las palabras no salían de la boca de Sarah.

Eso empezó a ponerla nerviosa, ella nunca se cortaba con nadie, era muy directa y borde siempre, ¿que le pasaba?

Era como si sintiese una presencia oscura o superior que la hiciera respetarle.

Un crujido llamó su atención.

Ese chico estaba... ¿comiendo? ¿Ahora? ¿Enserio?

—Perdona, ¿eres nueva o nos conocemos? La verdad es que ayer estuve en una fiesta y ya sabes —el chico empezó a silbar como si Sarah entendiese eso, lo cual la descolocó bastante—. ¿Captas?

—Eh, no, definitivamente no nos conocemos, soy nueva, acabo de llegar —Sarah trató de mantener el tono firme y desinteresado de siempre, aunque le estaba costando. Además había tratado de evitar responder a su última pregunta ya que no sabía de qué le estaba hablando ese chico.

—Oh, eso es genial, bienvenida entonces.

Sarah puso una mueca al notar que el chico estaba hablando con la boca llena. ¿Es que ese chico no sabía lo que era la seriedad?

—Gracias... —murmuró con desagrado.

—Oye, ¿crees que llevo mal el pelo? —preguntó aún masticando—. La verdad es que he salido demasiado rápido de la habitación, y aquí no es que adoren los espejos —soltó lo último con gracia en su voz mientras esperaba la respuesta de la morena.

¿Se suponía que lo que había dicho tenía gracia?

Definitivamente ese chico era absolutamente raro. Sin embargo, su pregunta hizo que por primera vez en mucho tiempo, a Sarah se le formara un nudo en la garganta al mencionar su ceguera. Ese chico ni se había dado cuenta de que ella no le veía, y eso en parte la abrumó.

—Yo... soy ciega, no puedo... no puedo ver —aclaró con la voz algo temblorosa.

—Mierda, lo siento mucho, ni me había dado cuenta —el chico empezó a hablar de forma rápida y apresurada para intentar corregirse—. La verdad es que se te da increíblemente bien confundir a la gente, digo no, me refería a que no pareces ciega, no digo que eso sea algo malo solo...

—Tranquilo, he entendido el concepto —dijo Sarah.

Le había resultado gracioso y tierno oír como el chico trataba de decirle cosas buenas pero luego se arrepentía. Parecía una buena persona.

—Lo siento de verdad, soy un torpe para estas cosas —se disculpó.

—No te preocupes, no has dicho nada malo —comentó, de forma suave.

El timbre que debía tener el internado para cuando empezaba una clase ya estaba sonando, y el ruido de los alumnos a lo lejos significaba que debían irse.

—Tengo que irme, pero supongo que nos veremos por el internado, bueno te veré, ya me entiendes.

—Claro —le respondió, con una sonrisa agradecida.

Cuando el chico ya se estaba alejando corriendo se giró para gritarle una última cosa.

—¡Por cierto, soy Runar! —gritó, para luego alejarse sin esperar respuesta.

Sarah se encontraba en una especie de shock mientras procesaba todo lo que acababa de pasar.

Sin embargo no tuvo mucho tiempo para pensar en lo que acababa de ocurrir ya que recordó que acababa de llegar y que seguramente la estarían buscando.

Llegó corriendo de nuevo al taxi a pesar de haber tenido algunos problemas para orientarse y sintió la presencia de dos personas. Uno de ellos era el chofer, pero la otra persona era un hombre que desprendía grandeza y a la vez amabilidad.

Era genial, se sentía eufórica, ¡podía seguir sintiendo las presencias! No había perdido esa cualidad. Quizás se encontraba despistada cuando llegó ese chico, Runar, y por eso no le había detectado.

—Tú debes de ser Sarah, ¿me equivoco? —la voz profunda del hombre desconocido le sacó de sus pensamientos y se concentró en sus palabras.

—Así es, y usted debe de ser el director del internado —dedujo la morena.

—Exactamente. Vaya, es increíble las capacidades que son capaces de desarrollar las personas con discapacidades, pareciera como si fueran incluso más listos que nosotros, asombroso —dijo, y se dedicó a observar a Sarah, la cual, se sentía cada vez más incómoda.

—Una discapacidad no nos hace débiles, ni tampoco menos listos, solo hace que otras capacidades se desarrollen con más fuerza de lo normal —se defendió la morena, quien había interpretado las palabras del director como un ataque hacía ella y las personas que poseían sus misma discapacidades.

—Por supuesto, espero que no haya interpretado mis palabras como un... ¿cómo lo diría usted?

—Como un ataque, creo que esa es la palabra correcta sí.

—Entonces debo disculparme, en ningún momento he querido que se... cambiaran mis palabras —el tono del hombre era serio y hablaba de una forma excesivamente lenta, lo que provocaba los nervios y el desconcierto de las personas que hablaban con él.

—Por supuesto, Señor —expresó la morena con burla—. Estoy segura de que su intención no era decir eso, no se lo hubiera... recomendado.

El hombre estaba bastante sorprendido e interesado con el carácter de la chica, quien le había plantado cara sin ningún miedo y parecía estar demasiado a la defensiva.

—Bien, necesito que me acompañe, le explicaré y le enseñaré el instituto para... —el hombre se vió interrumpido por la morena, quien se estaba riendo.

—Por supuesto, me lo enseñará, seguro que serán unas vistas preciosas —Sarah comenzó a andar y al señor no le quedó más remedio que acompañarla.

—Las clases serán todos lo días, cada alumno tiene un horario diferente dependiendo de las asignaturas y actividades a las que se apunte, es por eso que solo hay un descanso grupal que se hace a las dos y media para comer, a partir de ahí unos alumnos acaban antes al tener menos asignaturas y otros acaban más tarde —empezó a explicar—. Las actividades extracurriculares son a partir de las cinco de la tarde, desde ahí para abajo hay distintos deportes a distintas horas, así que si te interesa luego puedes pasarte por recepción y preguntar por ellas.

A Sarah le resultaba curioso la cantidad de cosas que se podían hacer en el internado. En su otro instituto solo estaban las asignaturas principales y nada más, era algo cutre por decirlo así ya que no había dinero con el que pudieran reformar el edificio, mejorar al profesorado o ampliar las actividades y asignaturas.

—También hay más cosas que te explicaremos y averiguarás más adelante, así que no te preocupes —el señor le dedicó una sonrisa amable a pesar de que sabía que ella no podría verla, aunque lo que él no sabía era que ella sí podía sentirla—. Las clases empiezan en dos días, el lunes, para entonces estoy seguro de que estarás más amoldada a este estilo de vida.

—Perdone si no viene a cuento pero ¿usted es el director verdad? —cuestionó la morena.

—Oh, cierto, se me había olvidado presentarme. Así es, soy el director de este internado, en el que espero que te sientas cómoda, me llamo Gael —Sarah sintió como le extendía la mano, y respetuosa la aceptó.

—Es un placer, señor Gael —bromeó la chica.

—Igualmente, señorita Sarah.

Para suerte de Sarah, el director parecía ser más bien una persona amistosa y amable, lo cual la alegró, pues saber que en caso de tener algún problema el director no sería tan duro, la tranquilizaba.

—Bien, y por último, este es el edificio donde se alojan las chicas. El de los chicos está más allá, si sigues todo recto y atraviesas el campo de juegos lo encuentras, aunque en verdad desearía que no lo buscaras, sin embargo todas pareceis formular esa pregunta nada más llegar, al igual de ser el edificio al que mejor recordáis cómo llegar —el director había empezado a sobarse la sien con frustración, y Sarah podía notar lo que le molestaba este aspecto, lo cual le hizo bastante gracia.

—De acuerdo, trataré de evitarlo.

El tono gracioso de Sarah pareció tranquilizar un poco al hombre quien suspiró.

—De acuerdo, pues Sarah esta es tu habitación, es compartida, ahora mismo no recuerdo con quien la compartes pero es esta —puntualizó—. Debo irme, cualquier cosa puedes ir a buscarme a mi despacho, es el último piso del edificio de clases.

Sin esperar respuesta, el hombre salió a paso rápido para alejarse del edificio.

Sarah se quedó parada sin saber si entrar o no, le daba miedo lo que pudiera haber dentro, pero más miedo le daba el pensar que al abrir esa puerta, su vida entera cambiaría para siempre.

Con un último suspiro, abrió la puerta de la habitación.

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