Capítulo 1
ACLARACIÓN: Las comillas ("") en los dialogos hacen referencia a que el personaje está hablando por gestos (para el tema de los sordo mudos)
La suave brisa del viento acariciaba su rostro con suavidad y parecía como si acariciara sus ojos en forma de consuelo, esos ojos que habían perdido su brillo hacía ya mucho tiempo. La gente solía decir que lo que hacía destacar a un ciego eran sus ojos, y que al final, al ser ciegos, podían expresar un millón de sentimientos a través de estos, muchos más que una persona que ve. Su padre también solía decirle eso, cuando era pequeña le cantaba canciones que hablaban de la belleza que se escondía en los ojos de una persona, que incluso con solo una mirada, ya podías ver a través de esa persona.
Cuando era pequeña, Sarah solía creer en esas canciones, pensaba que quizás el mundo la vería como alguien especial, o quizás como una persona exótica. Estuvo durante varios años creyendo sin dudar ni un momento, incluso a pesar de las risas o insultos de sus compañeros, no dejó de creer.
Poco después de cumplir los 5 años, alguien entró en la casa y destruyó todo por lo que tanto habían luchado, para dejarles sin nada. Ese día, la persona que entró se llevó lo más preciado para Sarah, su padre. No pudo verle muerto como seguramente su madre si pudo, pues su llanto era de un dolor que te desgarraba el alma.
A pesar de que su madre pensó que Sarah lo habría pasado un poco mejor al no tener que ver eso, se equivocaba. Con tan solo 5 años pudo sentirlo, logró sentir como algo mataba a su propio padre, pudo sentir como lo hacían pedazos mientras su padre aguantaba los gritos de dolor pensando que así le ahorraría un trauma a su adorada hija.
Cuando la policía y la ambulancia entraron en la casa se encontraron con la madre llorando y gritando desconsoladamente junto al cuerpo de su marido y a la hija de esta, Sarah, quien estaba convulsionando.
Nadie entendió nunca qué le pudo ocurrir a Sarah para acabar así. Buscaron y buscaron respuestas que explicaran la razón por la que acabó convulsionando, pero nadie la encontró, ni una herida, ni una hemorragia, ni un golpe...
Si en ese entonces hubieran sabido la razón probablemente la habrían matado o se habrían desecho de ella, pues vivía en un pueblo donde ellos creían en lo sobrenatural, pero les aterraba al mismo tiempo, y cualquier cosa que se saliera de la normalidad provocaba un escándalo.
Los médicos la habían empezado a mirar con desconfianza al ver que había sido algo demasiado extraño. Sin embargo, uno de los médicos decidió ayudarla y consiguió la excusa perfecta del porqué del reciente accidente. Los médicos vieron lógica su respuesta y descartaron sus sospechas.
El médico le advirtió sobre el pueblo y sobre el estado de su madre, la cual había tenido estrés post traumático y sus sentidos estaban fallando, y a pesar de haberla ayudado, al médico le extrañaba el como una simple niña de 5 años podía ser tan consciente y recordar ese momento a la perfección, ya que lo normal en un niño de esa edad era que sus recuerdos fueran borrosos y no fueran muy conscientes de nada, al contrario de ella, quien estaba muy consciente y al ser ciega podía sentir y oír con mucha más claridad que cualquiera.
Un año después, ambas, madre e hija, abandonaron el hospital por fin y volvieron a su hogar. A pesar de que era lo que Sarah más necesitaba, su madre dejó de hablarla durante meses, la ignoraba o hacía que no existía, ella misma aisló a su propia hija, haciendo que las canciones y palabras del padre de esta se empezaran a difuminar con el tiempo, y esa visión que una vez tuvo sobre ella misma y sobre los ciegos desapareció, hasta convertirse en un recuerdo oscuro, que que dejó de tener valor.
Dos años después su madre tuvo que regresar al hospital ya que empezó a ser incapaz de hablar o oir bien. Intentaron operarla de los oídos y ayudarla a volver a hablar, pero nada funcionó, y al final en el momento en el que salió del hospital ya era una persona completamente distinta.
Cuando a Sarah quien ya tenía 7 años le dieron la noticia de que su madre se había quedado sordo-muda se mantuvo lo más inexpresiva que pudo hasta que los médicos se fueron. La tristeza la destruyó por completo al saber que ya nunca podría volver a escuchar las voces de ninguno de sus padres, y su madre, quien ahora tenía que estar aprendiendo el idioma de gestos, no sabía como iba a poder hablar con su hija y decirle cuánto lo sentía.
La había abandonado durante dos años y ahora pareciera que nunca podrían volver a comunicarse entre ellas. Solo en ese momento, cuando salió del hospital con las noticias, fue consciente del daño que le había hecho a su hija al ignorarla y no hablarle durante dos años, y era consciente de que su hija ya no era la misma niña esperanzada y alegre, y todo por su culpa, y el brillo en sus ojos que tanto tiempo había durado gracias a su marido, se había ido para siempre.
Sin embargo, ambas decidieron afrontar el problema de la mejor forma y con la ayuda de un intermediario le enseñaron a Sarah a usar y entender el idioma de los sordos, y encontraron la solución para que ella entendiese a su madre, mediante el tacto ella podía notar las palabras que iba formando su madre. Fue un trabajo muy duro ya que no era fácil para ella averiguar que decía solo tocando sus manos, pero al final, acabó por acostumbrarse y ya no tuvo dificultades.
Ahora, sentada en la azotea de un edificio, recordaba todos y cada unos de esos momentos con una especie de anhelo. Su madre y ella al final consiguieron comunicarse de forma bastante fluida y hablaban de vez en cuando al volver ella del instituto o su madre del trabajo.
Sarah había tenido muchos problemas en el instituto. No quería ir a un instituto "especial", como le decía su madre, pues ella a pesar de no poder ver, sacaba las mejores notas de la clase, eso sí, con muchísimo más esfuerzo que los demás. Era muy complicado, pero ese no era el problema, lo eran sus compañeros de clase, quienes a veces solían tratarla mal o le hacían bromas como intentar ponerle la zancadilla y luego decir que había sido porque ella era ciega y torpe, cosa que la cabreaba bastante.
Su madre estaba enterada de esos problemas, pero su hija no la dejaba ni acercarse al instituto ya que sabía que su madre armaría un escándalo y se pondría a hablar por el método de los sordo-mudos, por gestos, el cual nadie de allí entendía, y se armaría un gran escándalo por su culpa.
Aveces no tenía filtros, era algo que Sarah podía admirar de ella algunas veces, ver como una sordo-muda tenía las narices de enfrentarse a cualquiera y en ningún momento llegar a sentirse acomplejada o incómoda por no poder oír ni hablar, era algo bastante admirable, es más, a veces incluso parecía que ella se sentía orgullosa de sus diferencias, quizás porque al final ella podía aprovechar para no asustarse si la gritaban, ya que no podía oirlo, y frustrar a los demás al no entender sus gestos.
Seguramente debió de pensar que la mejor manera de compensarle a su hija esos años en los que la ignoró, era tratar de protegerla de cualquier cosa y demostrarle que estaba con ella. Sin embargo, la soledad era algo que Sarah había acabado por adorar, y para ella un buen rato de silencio escuchando música, esas tardes en las que su madre no estaba, eran una maravilla para ella.
Ahora, con 16 años de edad, su voluntad se iba haciendo cada vez más fuerte, a medida que la de su madre se iba agotando con el paso del tiempo. Había aprendido muchas cosas de la vida, y su madre sabía que cuando ella ya no estuviera con ella, Sarah saldría adelante con más fuerza que la que ella había creído tener. Pues al final, el mundo te prepara sorpresas y baches, pero superar esos baches siempre tiene una recompensa al final.
La Sarah de ahora no tenía nada que ver con la de hacía años, y una parte de ella solo deseaba que su vida diera un vuelco, y que saliera de esa rutina aburrida que había llevado siempre.
Unos ruidos bastante fuertes se empezaron a oír en el piso de abajo, donde seguramente la madre de Sarah estaría de nuevo peleando con el equipaje. Iban a mudarse al condado de Louisiana. Era el que tenía uno de los internados más prestigiosos a los que se podía ir, pero por alguna razón, las familias evitaban ese internado a toda costa. Eso era algo que confundía a Sarah, porque incluso a pesar de que los vecinos trataron de decirles que no fueran a ese lugar, su madre parecía más que convencida de ir, y por lo que le habían dicho a Sarah, a donde ellas iban solo había un internado rodeado de un frondoso bosque, que incluso estaba prohibido.
Su madre nunca le explicó del todo que era un internado, supuso que era igual que un instituto, pero si la gente decía que a donde iban no había ningún pueblo, entonces ¿dónde iban a vivir ellas?
Al final acabó por ignorar ese pequeño detalle, y confiar en que su madre supiera lo que estaba haciendo. Nunca fue muy buena adaptándose a nuevos entornos, sin embargo, en estos momentos prefería cualquier cosa a seguir soportando el vivir allí.
Nunca vió el pueblo como su hogar, pues tampoco le transmitió comodidad en ningún momento. Se sentía siempre alerta cuando paseaba por las calles, como si cualquier mal movimiento fuera a hacer que sospecharan de ella y el pueblo se volviera aún más en su contra.
Su familia siempre fue algo extraña, no solían hacer las cosas como los demás y eso provocaba el enfado y el rechazo por parte de sus vecinos. Muchas veces había oído como su propia vecina hablaba con su madre diciéndo que Sarah era una chica muy extraña y que debía tratar de alejarse de ella para evitar problemas. Por suerte, la madre de Sarah siempre odió a esa señora, además de odiar que dijeran esa clase de cosas sobre su hija, así que siempre acababa por echarla de su casa con una mueca de asco, nada disimulada.
El sonido de una campanilla la sacó de sus pensamientos. Era la campanilla que usaba su madre para llamar a Sarah. Hacía años que habían decidido que para llamarse, la madre de Sarah tocaba una campanilla, la cual se oía desde cualquier lugar de la casa, incluso en la azotea, y Sarah para llamarla tenía dos botones rojos, uno en su habitación y otro en la azotea. Al pulsarlo, se iluminaban algunas bombillas de color rojo, que su madre veía, y así podía saber si su hija la estaba llamando.
A pesar de que Sarah estaba muy cómoda y no le apetecía bajar a colocar las cajas de la mudanza, sabía que su madre debía de estar saturada por el trabajo así que no le quedó más remedio que bajar a ayudarla.
Al llegar abajo, a pesar de no poder verla, podía oír como caminaba de un lado a otro, posiblemente con cajas en la mano. Por el ritmo de sus pasos parecía bastante estresada, y eso significaba que Sarah acabaría igual en breves instantes.
Sarah hizo algo de ruido para llamar la atención de su madre, la cual se dió cuenta al instante.
—"¿Qué pasa?" —la voz de Sarah no se había oído, lo había gesticulado para que su madre pudiese entenderlo.
Llevaba bastante tiempo sin hablar con alguien mediante voz y no por gestos, incluso empezaba a dudar de que ella misma pudiera recordar cómo hacerlo. Estaba segura de que si hablaba su voz se escucharía chirriante o bastante fea. No recordaba su voz, si era grave o aguda, suave o fuerte, bonita o fea, no tenía ni idea, y se acababa de dar cuenta de lo frustrante que era eso. Ahora que se iba a mudar de pueblo, e iba a ir a un "internado", el cual aún no sabía en qué consistía exactamente, seguramente la obligarían a hablar, y obviamente no por gestos. Al pensar en ese detalle tragó con nerviosismo, siendo consciente de que mudarse iba a resultar más desagradable de lo que ella imaginaba.
Apartó esos pensamientos y se acercó hasta su madre para apoyar sus manos sobre las de ella, y así entender lo que decía. Era un método algo incómodo para Sarah, pero no había otra forma de comunicarse que no fuera mediante el tacto.
—"La señora Barckley va a venir a cenar con nosotras hoy, traerá a su hijo también y nos ayudarán con la mudanza" —gesticuló su madre.
Sarah puso una mueca de desagrado al entender la frase.
Conocían a los Barckley desde antes de que Sarah naciera, eran los vecinos más soportables para su madre, sin embargo, Sarah no estaba de acuerdo en eso. Desde los cinco años había crecido junto al hijo único de los Barckley, Einar Barckley. A tan corta edad, Einar ya era un niño mimado bastante insoportable según Sarah, y a pesar de que sus madres querían que fueran amigos, eso jamás iba a suceder.
A Einar siempre le gustó el hobbie de meterse con Sarah. Podía llegar a ser muy cruel si se lo proponía. Él era igual que su madre, ambos estaban en contra de todo lo que se saliera del término "normal", y al parecer Sarah no entraba en esa descripción, lo cual en realidad nunca la molesto, ni mucho menos le importó.
—"No quiero que vengan, no les soporto" —gesticuló Sarah con enfado—. "Al menos tú no tienes que oír sus voces chillonas y agudas las cuales son insoportables"
A la increíble velocidad que Sarah movía las manos, cualquiera hubiera pensado que era imposible de entender lo que decía, sin embargo su madre era ya una experta, y estaba acostumbrada a que cuando su hija se enfadaba, movía las manos demasiado rápido.
Su madre la hizo volver a poner las manos sobre las suyas, para así responder.
—"Son nuestros vecinos, compórtate" —contestó su madre algo molesta—. "Tienes que empezar a comportarte de forma más agradable, cuando vayas al internado yo ya no podré ayudarte".
—"Espera, ¿qué?"
Antes de que su madre pudiera responder el timbre de la casa sonó y seguramente la bombilla de la puerta se iluminó, esto era para que su madre, quien no podía oír la puerta, supiera cuando llamaban a la puerta.
Sarah podía sentir el alivio de su madre por no tener que responder a su pregunta, lo cual la confundió y la cabreó bastante. No entendía lo que su madre había querido decir con que cuando ella empezara a ir al internado su madre no estaría con ella. Sarah había creído desde que su madre le comentó lo del internado, sería como siempre, vivirían en un pueblo y ella iría todas las mañanas a clases. Pero la pobre empezaba a pensar que quizás las cosas no iban a tomar ese rumbo.
Sarah escuchó como la puerta se abría y la voz chillona de la señora Barckley se hacía presente. Bufó al notar la falsedad en la voz de su vecina al entrar por la puerta, sin embargo su mueca se volvió más desagradable al notar la molesta presencia de Einar Barckley.
Aunque no pudiera verle, sabía que debía venir como siempre muy elegante y repeinado. A la señora Barckley le encantaba ver a las familias ricas con sus hijos educados y puestos, por lo que siempre trató de que su hijo fuera la envidia del pueblo. Lo consiguió, con la diferencia de que su hijo era todo menos caballeroso y elegante. Podía llevar como siempre una chaqueta de gala carísima, que ni vendiendo todos sus órganos, Sarah podría permitirse, o quizás actuar delante de su madre, pero Sarah conocía a la verdadera persona que había debajo de ese pelo castaño claro, Einar era una mala persona.
—¡Giny Henderson! Pero que guapa estás, querida —la voz chillona de su vecina volvió a sonar, dirigiéndose a su madre.
La madre de Sarah a veces no lograba entender todas las cosas que decía la señora Barckley, ya que la muy inepta nunca se dignó a tratar de dominar los gestos para poder comunicarse con su madre. Normalmente los intermediarios entre ambas eran los dos adolescentes allí presentes. La razón por la que ambas se llevaban tan bien era porque al traducirles, Sarah y Einar solían cambiar las palabras para hacer una conversación más agradable, a pesar de las groserías de la señora Barckley o de lo seca que podía llegar a ser la madre de Sarah, Giny Henderson.
Henderson, era el apellido del padre de Sarah, muy pocos aún conservaban las tradiciones antiguas de que la madre adoptara el apellido de su marido, sin embargo la madre de Sarah siempre estuvo orgullosa de llevar el de su esposo. Sarah nunca supo cuál era el apellido de su madre, y las veces que le había preguntado ella solo respondía que su apellido era Henderson. Sarah había empezado a sospechar de que su madre no estaba orgullosa de su apellido, y que había tratado de ocultarlo por todos los medios. Nadie conocía su verdadero apellido, incluso con los esfuerzos de la señora Barckley tratando de saber cual era, nadie lo había sabido nunca. Y la madre de Sarah se volvía bastante seria y seca si le preguntabas sobre el tema, por lo que Sarah aprendió a no sacar el tema.
—¡Oh, aquí estás, Sarah! Pero qué mayor y que hermosa estás, eres la viva imagen de tu madre —la señora Barckley se había acercado a Sarah para agarrarle la cara y poder admirar sus ahora bien definidos rasgos—. Has crecido mucho, es increíble lo rápido que pasa el tiempo, ¿no creeis?
—Henderson —Einar se había estado acercando mientras oía lo que decía su madre. Sarah lo sabía pues había prestado atención a sus pasos y en el momento en el que la señora Barckley se había alejado, Sarah había notado la presencia del chico al instante.
Era una increíble cualidad que había adoptado Sarah, podía sentir la presencia de las personas al igual que identificar los pasos para saber de qué persona procedían, e incluso, detectar las emociones de los demás. Muchos ciegos desarrollaban esa cualidad, o al menos eso creía ella. Sarah notó que la presencia de Einar era algo más oscura, estaba segura de que la expresión de este era seria y su saludo había sido bastante seco, tenía que ser cuidadosa con sus palabras, no quería problemas.
—Barckley —Sarah agradecía ser ciega para no tener que soportar ver la horrible visión del castaño.
Para su suerte, su voz se oía suave, no era brusca o muy ronca, simplemente suave. Después de tanto tiempo sin hablar con nadie esparaba que su voz se oyera mal o cortada, pero ahora que la oía, en perfectas condiciones, se sentía mucho más segura.
—Te veo mejor que la última vez, Henderson —expresó él, aún seco.
Por un momento la expresión de Sarah cambió expresando cuánto la había descolocado ese comentario, pero tardó pocos segundos en recomponerse de nuevo con una expresión neutra.
—Yo te veo mejor también —dijo irónica.
—Oh cierto, lo había olvidado —sus palabras habían sonado más tristes que las anteriores.
Sarah estaba cada vez más descolocada.
¿Qué le pasaba? ¿Dónde estaba ese aura de niño chulo mimado que tanto le caracterizaba?
Cuando Einar la agarró de las manos Sarah reaccionó y retrocedió bruscamente.
—¿Qué crees que haces? —algo que impresionaba mucho a las personas que veían a Sarah era que a pesar de su ceguera, era cierto que sus ojos eran muy expresivos. Ahora, Sarah entrecerraba los ojos fulminando con la mirada el lugar donde estaba segura que estaba Einar.
—Vale, vale, relájate, no he venido a discutir, iba a enseñarte mis rasgos, mediante el tacto —dijo lo último como si fuera algo obvio.
—Gracias por tu consideración pero no necesito, ni quiero, saber como son tus rasgos, y por favor, ahórrate las actuaciones, ¿crees que me voy a tragar que ya no eres el niño chulo mimado? —su cara expresaba el odio y el asco que le producía ese chico, quien había hecho su vida mucho más insoportable.
—Venga ya, Sarah. Hablas como si no te hubiera tenido nunca cariño —dijo con incredulidad.
—Oh por favor, deja el teatro ya, ambos sabemos que tú solo te quieres a ti mismo —escupió asqueada por la actitud del castaño—. Tuviste la oportunidad de arreglarlo y solo te lo cargaste más, haznos un favor a los dos y aléjate de mí.
Bastante mosqueada, optó por alejarse hacia su habitación, con la excusa de que iba a cambiarse.
Cuando se sentó en la cama no pudo evitar sentirse algo triste, en realidad no siempre se habían odiado, hubo una época en la que se podía decir que solo tenían ojos para el otro, eran mejores amigos, y parecía que nunca podrían llegar a separarse, lo cual acabó pasando. La malas influencias hicieron mella en Einar, el cual acabó despreciando a su mejor amiga de todas las formas, pues como dicen a veces, la popularidad y las ganas de ser más sociable afectan de formas distintas y raras a cada persona.
Para mala suerte de Sarah, el tiempo que ella pasó en el hospital fue demasiado para Einar, y acabó perdiéndose en su propia soledad. Por ello cuando ella salió del hospital y descubrió lo mucho que la despreciaba su supuesto amigo.
Apartó con fuerza una lágrima que se había resbalado por su rostro, y decidió cambiarse para tratar de apartar esos recuerdos. A pesar de lo mucho que le odiaba ahora, no podía llegar a tratarlo de la misma forma cruel que él lo había hecho, porque en el fondo sabía que esa cicatriz seguía ahí, esos recuerdos aún estaban en ella y parecía como si una parte de ella la impidiera rechazar del todo a Einar. Sarah tenía miedo de no ser lo suficientemente fuerte para apartarlo en el caso de que él le pidiera perdón.
Acabó de cambiarse y bajó de nuevo, ahora mucho más preparada mentalmente para enfrentarse a Einar si tenía que hacerlo. Sus sentidos estaban muy alerta a el más mínimo o extraño sonido. No se fiaba de los Barckley, y nunca lo haría.
—Sarah, al fin bajas, te estábamos esperando para empezar a comer —la señora Barckley estaba concentrada en captar cada una de las facciones de Sarah, al igual que sus movimientos.
Sarah se sentía como una presa a la que estaban a punto de cazar, la señora Barckley era la depredadora, y la conocía demasiado bien como para no saber que había algo malo que iba a contarles mientras comían.
Sarah se ubicó en la sala y siguiendo el sonido de la voz de la señora Barckley hasta la mesa del salón, donde debía de haber unos cuantos platos ya preparados.
Se sentó en la única silla libre, la cual "casualmente" estaba situada al lado del castaño claro de ojos del mismo color.
—Bien, ya podemos empezar a comer, genial.
La señora Barckley llevaba ya un rato esperando para hincarle el diente a la comida que había frente a ella.
La madre de Sarah no necesito los gestos que le hacía Sarah para explicarle lo que acababa de decir la señora Barckley, ya que por la forma por la que comía esta se notaba que era algo relacionado con la comida.
—¿Cómo te va en el instituto, Sarah? —cuestionó la señora Barckley—. He oído que irás a un prestigioso internado a partir de ahora.
El tono de voz de burla que tenía la mujer frente a Sarah le decía que la señora estaba esperando para soltar un bombazo, y Sarah sospechaba que no le iba a gustar. Dejó el tenedor de nuevo en el plato ya que presentía que en unos momentos desearía clavarselo.
—Así es —la respuesta de Sarah se oyó cautelosa pero sin perder nunca su toque arisco.
—Eso es fantástico, ¿no creeis?
La cara de Sarah empezaba a reflejar enfado, y había dejado de hacerle los gestos a su madre para que entendiera, por lo que Einar decidió hacerlo él.
Al terminar de decirlo, la madre de Sarah, la cual ya sabía a dónde quería llegar su vecina, la miró de forma apresurada para pedirle que parara.
—¿Por qué lo dice? —Sarah apretaba los dientes con fuerza mientras esperaba el bombazo.
—Oh, ¿de verdad no lo sabes? —la señora Barckley parpadeó de forma inocente mientras ignoraba la cara angustiada de Giny Henderson, a su lado.
—¿Qué es lo que no sé? —la furia de Sarah se había transportado rápidamente hacia su madre ya que podía sentir desde el otro lado de la mesa la angustia que irradiaba su madre.
—Einar... va a ese internado, nosotros le dimos la idea a tu madre, para que podáis ir juntos —la sonrisa final de la señora Barckley y el aura de suficiencia que sentía Sarah por su parte, fue la gota que colmó el vaso, y Einar lo sabía, pues ya había cerrado los ojos y se preparaba para la reacción de la morena.
Sarah se levantó de forma brusca, tirando la silla en el proceso, y dirigió sus ojos a su madre, furiosa.
—¿Es verdad? —espetó.
Einar, al ver que ella no gesticulaba para su madre, decidió hacerlo él de nuevo. La madre de Sarah agarró la mano del castaño y le miró con cariño, agradecida, para después levantarse y enfrentar a su hija.
Einar supo que le tocaría hacer de intermediario entre ambas, lo cual no sería agradable.
—"Sí, lo es, y lo he hecho por tu bien, lo internados no son como los institutos, ya no me tendrás a mi para ayudarte, yo no soy la que se muda de esta casa, si no tú"
Después de que Einar le dijera con palabras lo que había dicho Giny Henderson, Sarah se descolocó del todo.
—¿Qué? ¿Tú no vienes? ¿Vas a dejarme sola? ¿Otra vez? —las lágrimas de Sarah empezaron a salir y su tono subió—. ¡¿Cómo puedes ser tan egoísta?! ¡No me queda nadie más que tú! ¡Se supone que eres mi madre!
Sarah empezó a avanzar, fuera de sí, dispuesta a lanzarse contra su madre pero Einar la paró, la agarró del torso impidiéndole avanzar.
—¡Me das asco! ¡Me das asco! ¡Papá jamás lo hubiera permitido! —gritó.
Giny Henderson parecía destrozada pues había logrado entender las últimas palabras de su hija y estas la habían destrozado. La señora Barckley la sacó de allí mientras Einar aún sujetaba a Sarah.
—¡Suéltame! ¡Me ha mentido, todo era mentira, no le importo, nunca le he importado! —Sarah seguía llorando y gritando mientras descargaba su furia con Einar.
—Sarah, para —Einar había tenido que agarrarla de los brazos pues ella había empezado a golpearle—. ¡Para!
Tras gritarle lo último la abrazó fuertemente mientras unas lagrimas se resbalaban también por sus ojos.
—Para por favor... —Einar susurró lo último con un cariño que Sarah jamás había oído de su parte.
Estaba demasiado devastada para pensar en lo que ocurría asi que le correspondió el abrazo mientras sollozaba.
—Nunca le he importado... le da igual cómo me sienta —susurró—. Me ha dejado sola... por su culpa estoy sola...
—No estás sola, ¿vale? —Einar agarró el rostro de la morena mientras la miraba con cariño y tristeza—. Sé que he sido un capullo, lo sé, y sé que no tengo derecho a pedirte que me perdones, pero... no estás sola, me tienes a mi, quieras o no, siempre estaré para ti, siempre.
Sarah apretó los ojos mientras más lágrimas caían y volvió a abrazarla.
—Gracias... —susurró ella.
Acabaron subiendo a la habitación de la morena y ella se quedó dormida apoyada en él. Era algo que necesitaba desde hacía mucho, necesitaba volver a sentir que tenía a alguien más en su vida aparte de si madre, que podía sentirse cómoda.
Pero Sarah no era tonta, y sabía que se sentía así con Einar ahora porque necesitaba un apoyo, pero sabía que él no era la persona correcta para estar en su vida, y sabía que en otra situación, en la que ella no estuviera rota por dentro, no se habría sentido así y tampoco le habría gustado.
Así que sí, tenía claro que no se volvería a apoyar en Einar, y que lo que estaba ocurriendo en ese momento, no se volvería a repetir jamás.
Al fin y al cabo, una persona nunca llega a cambiar del todo, y la verdad no se puede esconder por mucho tiempo.
A pesar de todo lo que les había pasado, Einar nunca dejó de apreciarla ni de preocuparse por ella, la quería mucho en realidad, siempre fue su mejor amiga, y aún la quería como cuando eran unos críos.
Sin embargo, el cariño que sentía por la morena no era suficiente para cambiarlo a él. Él quería poder, tenía ambición y orgullo, y estaba claro que haría lo que fuera por conseguir ese poder, aunque eso supusiera arrasar a la morena, la cual aún dormía, en su paso para conseguirlo.
Solo esperaba que ella no fuera tan estúpida como para interponerse en su camino, porque si así fuera, él no tendría piedad.
Y como dicen, todo pasa por algo, y si dos caminos se enlazan, no pueden separarse, la clave está en encontrar el camino seguro y lleno de luz, para poder alejarse de la oscuridad.
Y quién sabe, quizás Sarah algún día podría encontrar esa luz, la luz que por fin alumbraría su vida, y revelaría su verdadero ser.
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