02| Y al final viajamos al fin del mundo
Hay una señora roncando sobre mi hombro.
«Repito»
HAY UNA SEÑORA RONCANDO SOBRE MI HOMBRO.
Intento apartarla pero es en vano, ya que debe pesar unos cinco kilos más que yo. Lo dejo estar, no puedo comportarme como una malcriada frente a un montón de personas. Respiro profundo un par de veces, al fin de cuentas soy una mujer hermosa, empoderada y con un futuro prometedor. Sin embargo, en el momento en que mis ojos notan la baba que cae de la boca de la señora, y que, para mí desgracia, termina sobre mi hombro, me olvido de las palabras de superación que Raquel me obliga a pronunciar cada mañana.
Decido intentar apartarla otra vez. Gruñe pero se acomoda nuevamente como si estuviese en la mejor almohada del mundo. La pobre, si yo fuera la mejor almohada del mundo dudo que Jefferson me hubiese dejado.
— Podrías dejar de moverte — masculla la señora en un inglés que deja bastante que desear.
— ¿Perdona? — bien, se nota que ha comenzado a irritarme — Quítese de encima de mí.
Llamo la atención de unos cuantos pasajeros, sin embargo no me importa, ya que he conseguido que la señora se despierte sobresaltada.
— ¿Por qué me grita?
— No le he gritado, solamente intentaba despertarla — me excuso, un poco avergonzada.
— No estaba dormida.
— Qué descarada es usted.
— Definitivamente ya la juventud no tiene modales — gruñe mientras se levanta de nuestro asiento.
— ¿A dónde va? — pregunto levantándome yo también.
— Obviamente voy a sentarme a otra parte.
— De eso nada, yo soy la que me voy.
De un momento a otro hemos atraído la atención de todas las personas que viajan junto a nosotras. Una de las chicas encargadas de darle atención a los pasajeros se acerca con cautela. Trae una sonrisa forzada, y cuando llega a mi altura nos manda a callar en un inglés con acento griego bastante rarito. Termino riéndome en su cara, y al final lo único que consigo es que me saque el dedo corazón.
— Chusma — farfullo cuando ella se da la vuelta — Y usted quédese con el asiento, ya me iré yo para otro sitio — le digo a la señora de antes.
El viaje a las islas Skíathos es más agotador de lo que esperaba. Primero tuve que tomar un vuelo que iba desde Chicago hasta Washington. Luego tuve que tomar otro de casi ocho horas que me llevaba directo a Grecia, al llegar allí ni siquiera tuve tiempo de hacer turismo en esta impresionante ciudad, ya que, en cuanto bajé, había una especie de tren esperándonos para trasladarnos hacia la capital de la isla. Así que aquí me encuentro ahora, cansada de trasladarme de un transporte a otro y con ganas de llegar a cualquier lugar. Sinceramente en estos momentos no me importa si me dejan tirada en medio del océano, con lo mal que va mi vida últimamente hasta un favor me harían.
Termino sentándome junto a unos chicos al final del vagón. Me aprietan tanto que prácticamente puedo sentir el olor del último bocadillo que se comieron ayer.
Lo sé, un completo asco.
— ¿Quieres un pitillo? — me pregunta uno de ellos, el más alto del grupo.
— ¿Cuántos años tienes? — frunzo el ceño — ¿Dieciséis?
— Pero, qué dices, pendeja — gruñe con acento español — .Que soy mayor de edad, tengo diecisiete añazos.
— ¿Diecisiete? — chillo — ¿Dónde está el adulto que los supervisa?
— En esta, no te jode — se toca la entrepierna con gesto grosero, a lo que yo respondo abriendo la boca en forma de «O»
— No le hagas caso — interviene un pelirrojo con muchas pecas en el rostro, su acento me recuerda a la alta aristocracia londinense — .Todos son unos pandilleros baratos.
— Habló el nerd del grupo — contraataca el alto desgarbado del grupo.
— Eso de nerds y bad boys dejó de ser importante después de la presidencia de Barack Obama — respondo.
— Concuerdo con la madurita buenorra.
— ¿Madurita buenorra?
— Bueno, según tus características físicas y la tensión de tus hombros deduzco que pasas de los treinta años, sin embargo, tus... ¿genes españoles? — se toca la barbilla como si estuviese cerciorándose de mi acento — Sí, españoles, hacen que te conserves muy bien.
— Tío, ¿y todo eso lo has deducido con sólo echarle dos ojeadas?
— Mientras tú le mirabas las tetas yo le analizaba las facciones — responde el pelirrojo con aires de monarca.
Por instinto termino mirándome las tetas. Realmente no se ven tan mal a pesar de los años que llevo encima de mis hombros. Hasta diría que Jefferson se perdió de algo realmente bueno cuando me dejó por su primo.
— ¿Quién es Jefferson? — pregunta uno de los chicos.
— ¿Eso lo dije en voz alta?
— Pues si, pero tranquila, que a todos nos gusta el chisme.
— Respétame que podría ser tu madre.
— Pero no lo eres.
Ruedo los ojos con hastío.
— Jefferson es mi ex prometido.
— Qué tonto es por dejarte — masculla el pelirrojo con lentes.
— Eso mismo digo yo — chillo, ganándome la atención de una anciana que viaja delante de nosotros.
Le cuento a los chicos mi patética experiencia ante el altar. Después de muchos días consigo reírme con el grupo de adolescentes calientes. La situación es del todo surrealista, no obstante logra distraerme por unos minutos.
— ¿Por qué dices que lo eslabones sociales del instituto se disolvieron con la presidencia de Obama?
— Porque él fue el primer presidente negro de Estados Unidos, y duró muchos años en el gobierno, lo que demuestra que los estatus sociales están sobrevalorados.
— Nosotros andamos con una supervisora, ella también es negra — dice finalmente el alto desgarbado.
— Más bien andábamos — aclara uno de ellos — .La dejamos tirada en la parada anterior, debe venir por ahí, maldiciéndonos.
— Estáis todos locos — musito.
— Nah, sólo queríamos estar un rato a solas en Grecia, nos lo merecemos.
Horas después estacionamos en un ferrocarril bastante elegante, y a mí parecer, bastante costoso. Nos bajamos todos juntos cuando nos avisan. Muchos se quedan en esta parte de la ciudad, y luego estamos los desdichados como yo, que aún tenemos tramo que recorrer. Me despido de los chicos deseándoles un feliz viaje. Ellos hacen lo mismo, no sin antes mirarme las tetas con descaro.
Con pereza agarro mi equipaje y tomo un taxi hacia el puerto más cercano. Según las indicaciones allí habrá un barco esperando para trasladarme a mí y al resto de los pasajeros que vienen desde otros puntos cardinales hacia las islas Skíathos.
El puerto queda relativamente cerca, así que en unos minutos me encuentro bajando del taxi mientras recorro con mi mirada cada uno de los barcos. El sitio posee unos árboles bastante frondosos que le brindan sombra a los navegantes. Hay un muelle y junto a él muchísimos yates blancos que poseen el nombre de la ciudad a la que se dirigen en la parte lateral izquierda. Vislumbro el que se dirige a mi próximo destino. Se encuentra ubicado bastante lejos de mi posición. Corro un poco para poder alcanzarlo antes de que prenda rumbo.
— ¿Este es el barco que va a las islas Skíathos? — pregunto para cerciorarme, ya que, dónde debe estar el nombre hay unas cuantas letras borrosas.
— Técnicamente estamos en las Islas Skíathos — responde una voz ronca a mis espaldas.
Me giro buscando el rostro de la persona que posee esa voz empapa bragas. No la encuentro. Detrás de mí sólo hay botes de basura en perfecto estado. ¿Habrá sido una alucinación de mi parte?
— No, no lo fue — se escucha otra vez.
— Debería dejar de pensar en voz alta.
— Opino lo mismo — carraspea — Tú seguro te diriges al lugar donde se hospedan los turistas.
— Mm, sí, supongo — esto de hablar con una voz invisible no me gusta.
— Pues estás en el sitio correcto.
Esta vez mis ojos viajan hasta el muelle. Y ahí está. El espécimen perfecto creado por Dios. El pecado andante que te enseñan en la escuela católica que debes de ignorar. La tentación de cada persona de este planeta, porque sí, estoy segura de que, si Jefferson viera lo que mis ojos están viendo se estaría babeando sobre el suelo, ya que, no es solamente lo alto que es ni lo bien que le asientan esos pantalones caídos en la cadera; pantalones que permiten presenciar una zona con escasos pelitos masculinos que me encantaría besar una y otra vez. Su piel blanquecina, y a la vez bronceada junto al cabello castaño revuelto como si no le importara nada. Unos músculos muy bien definidos, parecen pequeñas tabletas que mi lengua desea lamer sin detenerse.
Y esos ojos...
Madre mía, nunca había visto unos ojos tan penetrantes ni intrigantes como esos. Son de un color grisáceo muy poco común.
Veo como se acerca a mí con una sonrisa traviesa en sus labios. Sabe lo que provoca, y lo más sexy de todo es que lo disfruta. Me hace reprocharme mis cuatro kilos de más y odiar las estrías que abundan en mi cuerpo.
— Si te dejo cinco minutos más me comes con la mirada — dice llegando hasta a mí, ahora que lo tengo más cerca puedo notar que su ojo derecho tiene una tonalidad más clara que el izquierdo. Algo bastante impresionante de ver.
— Oh, cariño, yo a ti te comería de muchas formas pero con la mirada no es una de ellas.
— ¿Qué?
Veo como se queda pasmado, obviamente no esperaba esa respuesta, y sinceramente yo tampoco, debido a que he vuelto a hablar sin pensar.
— Sin embargo, no lo haría, ya que para tu desgracia no eres mi tipo — intento remediar la situación.
— ¿Para mi desgracia? — se burla — ¿Quién es la que babeaba hace tan sólo unos minutos?
— Es normal, estás de muy buen ver, pero se nota que por aquí — hago un gesto señalando mi cabeza — ,no tienes nada.
— Vaya — silba e irónicamente el sonido me parece demasiado tentador — .Así que me estás tachando de ignorante sin siquiera conocerme.
— Si eso es una invitación para conocerte, entonces déjame decirte que paso de ella.
Camina hacia a mí, quedando a unos ocho centímetro de mi cuerpo; y entonces susurra, — Déjate de cuentos, dulzura.
— Oye, Charles, deja de molestar a los clientes y acaba de subir, que ya nos vamos — grita una voz al hombre que se encuentra invadiendo mi espacio personal en estos momentos.
— Ya voy — responde este alejándose de mí.
Con dificultad levanto las maletas hasta llegar al barco. Subo a él, haciendo uso de mi nula capacidad deportiva. Respiro hondo cuando llego a la parte superior. No tengo idea de barcos, así que no entiendo nada de lo que hablan algunos de los pasajeros y los mismos trabajadores. Arrastro nuevamente la maleta para no quedarme tan cerca de la orilla, sin embargo mis pies se enredan con una cuerda que no sé de dónde salió, y termino haciendo el ridículo frente a todos. No obstante, nunca llego al suelo.
— Parece que te gusta estar encima de mí — susurra esa maldita voz.
Me aparto de sus brazos, avergonzada por sentir tantas miradas sobre mí.
— Quítate del medio, gilipollas troglodita — lo empujo, ni siquiera se mueve, pero al menos su gesto de sorpresa provoca que una satisfacción recorra mis venas.
El barco zarpa finalmente, sí, tuve que buscar la palabras en google cuando la mencionaron. Me entretengo mirando el azul del océano que nos rodea. Es infinito y cautivador. Quiero tocar el agua con mis dedos; sin embargo prefiero quedarme tranquilita para no caer de esta cosa enorme y monstruosa.
De vez en cuando mis ojos viajan hacía el sitio donde se encuentra el chico al que ahora reconozco como Charles. Es guapo definitivamente, no obstante hay muchas personas guapas en el mundo, a pesar de eso Charles emana un aura demasiado atrayente para mí. Un aura que me recuerda a lo que se siente cuando despiertas en la mañana y notas que puedes dormir unas horas más. Es una muy rara comparación, pero esa es la impresión que me da.
Minutos después comienzo a ver a los lejos una especie de isla diminuta perdida en sí misma. Es como una extensión de Skíathos pero más alejada del centro de la ciudad. El agua cristalina comienza a llegar a su fin. Y a lo lejos, distingo un hotel que se diferencia considerablemente del resto y que desde lo alto se puede leer:
Hotel Paradise, un lugar de cinco estrellas.
Y... mi hogar durante las próximas dos semanas.
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