00| Todo comenzó con un.... ¡No!

El auto recorre las extensas calles de Chicago. Rezo para mis adentros para no encontrarnos con ninguno de los atascos tan usuales que sueles encontrar cuando vives en una gran ciudad. Hoy es el gran día, finalmente, después de cinco años, seis meses, doce horas y quince minutos podré contraer matrimonio con el hombre de mi vida. Mi tía, Paquita, estaría orgullosa de mí, lástima que le dio un ictus mientras veía perder al Atlántico de Madrid, y ahora la pobre no sabe ni dónde se encuentra parada.

— Te ves muy guapa — comenta el taxista mirándome a través del espejo retrovisor.

Emm, ¿gracias?

No sé qué es más triste, el hecho de que toda mi familia se encuentre en el otro extremo del mundo y por lo tanto no estarán presentes en mi boda, o el hecho de saber que mi vestido de novia lo escogió mi suegra.

«Qué arpía»

— ¿Quién te llevará al altar? — parece que este chico intenta sacar conversación.

— Le he pagado al chico de los correos.

Un sollozo se me escapa e intento retenerlo, de todas formas uno no puede estar triste durante el día más feliz de su vida.

— Eso es triste.

— Al menos yo no llevo un pullover que dice: "Ámame, me gustan los animales" — contraataco mirando el vestuario que lleva puesto.

— Touché.

Una corneta comienza a sonar justo detrás de nosotros. Mi taxista le saca el dedo del medio al chófer de atrás, y este, en respuesta, nos golpea con fuerza, provocando que un chillido escape de mi boca.

— ¿Qué te pasa, imbécil? — grita mi taxista bajando del auto.

— Pero no haga eso, que me caso en veinte minutos.

Claro, eso sin contar que falta una hora para llegar a la iglesia. Y que, si mi situación no mejora terminaré llegando en un taxi destartalado.

Menuda mierda.

— ¿Acaso quieres pelea, amigo?

Vale, esto se está poniendo feo.

Me bajo del auto en un vano intento de controlar la situación. Los dos taxistas discuten como si no hubiera un mañana. Me estresan, y yo cuando me estreso me pongo verde como shrek, y no puedo parecerme a un ogro minutos antes de mi boda.

— ¿Podemos regresar al auto? — interfiero.

— ¿A dónde vas tan guapa? — me pregunta el taxista conflictivo.

— Al psiquiátrico no te jode — bueno, que ya me ha buscado las cosquillas.

— Pero qué modales.

Las cosas no salen como había planeado, y en menos de un minuto tengo a mi chófer encima del taxista enemigo.

Adiós a los buenos tratos y a la paz.

Últimamente lo único que hago es tomar malas decisiones, así que termino en medio de los dos cuerpos robustos que se empujan de un lado a otro, y al final, la que termina en el suelo soy yo, con un dolor horrible en el trasero.

Aaaah — grito furiosa, me levanto roja de la ira, y enfrento al que solía ser mi chófer — ,pésimo servicio — lo empujo, mi fuerza es tanta que ni se tambalea, sólo se me queda mirando con cara de tonto — .Y no pienso pagarte.

Corro alrededor de los autos estacionados. Falta poco para la ceremonia y lo que menos deseo es llegar tarde a mi propio casamiento, ya tengo bastante con llegar cansada y sudorosa. Mi móvil comienza a sonar, lo ignoro al saber que son llamadas de mi amiga Raquel, mi única compañía en estos momentos de felicidad.

Qué patético todo.

Decido contestar cuando su insistencia me desespera. Amo a mi mejor amiga pero a veces me saca de quicio. Bueno, últimamente todo me saca de quicio.

— ¿Dónde estás, Ximena? — es lo primero que pregunta cuando contesto.

— Voy en camino.

— Dijiste lo mismo hace una hora.

— Pues ahora te lo vuelvo a decir.

— Mueve ese trasero, guapa — ordena.

— Ando en ello.

Cuelgo al llegar a uno de los semáforos. Remango la falda de mi vestido para evitar que arrastre al suelo, más de lo que se ha estado arrastrando desde que salí esta mañana de mi pequeño apartamento.

— Bien, aquí vamos — susurro para mí misma.

Atravieso con premura las calles de Chicago. El sudor corre por mi frente. Lo ignoro y sigo mi camino, no me detengo hasta que tengo frente a mí la catedral de San Basilio. Jadeo por culpa del trayecto. Afuera vislumbro a una agitada Raquel que mira con impaciencia de un lado a otro, hasta que sus ojos conectan con los míos.

— Pero, ¿qué te ha pasado?

— Es una larga historia — resoplo — ¿Ya todo el mundo llegó?

— Falta el chico de los correos.

— Mierda.

— Tú tranquila que lo tengo todo controlado — sonríe, intentando calmarme, la conozco lo suficiente para saber que no tiene todo controlado, pero lo que menos quiero es preocuparme por eso ahora mismo — .Cariño, no puedes llegar al altar con esas pintas.

— ¿Me veo muy mal?

— Estás despeinada, sudorosa y el vestido tiene manchas negras por toda la falda.

— Creo que voy a llorar.

— Eso nunca, no te puedes dejar caer, destruida pero diva — me agarra de la mandíbula mientras me mira con cara de malota — Ven, deja ayudarte.

Me gira con agilidad, siento como arregla mi vestido lo más decente posible. De algún lugar saca un neceser y mejora mi maquillaje mientras yo misma arreglo el desastre que se ha vuelto mi cabello. No soy la novia perfecta, pero al menos soy una novia, y eso es lo que cuenta.

— ¿Piensas tenernos todos el día esperando por ti? — grita mi suegra desde la puerta de la iglesia — Qué no eres la reina Isabella, bonita.

— Qué pesada es — mascullo para que sólo Raquel pueda escucharme.

— ¿Qué dijiste? — la chillona voz de mi suegra se vuelve a escuchar.

— Que ya voy, suegris — veo como me ignora entrando nuevamente a la iglesia — .Dios, qué manía le tengo, de verdad.

— Ignórala, que no te arruine tu día perfecto.

Raquel me acompaña hasta la puerta de la iglesia. Me entrega el ramo de flores antes de caminar hacia el altar, lugar donde me entregará el anillo de compromiso.

— Te has dejado el teléfono — digo, deteniéndola en el lugar.

— Ya lo sé, relájate que lo tengo todo controlado.

No me permita hablar. Me deja sola mientras ella se incorpora a su lugar. La música de entrada comienza a sonar al mismo tiempo que mi teléfono móvil. Intento apagarlo, pero al ver que es una llamada de mi padre la preocupación hace mella en mi interior.

— ¿Papá? ¿Qué pasa? — insisto cuando la pantalla se bloquea — .Estoy a punto de casarme.

— Lo sé, cariño, te acompañaré al altar.

— ¿Qué?

— Tú camina y sonríe, y pon el teléfono a la vista de todos.

— Voy a matar a Raquel — siseo siguiendo sus indicaciones — .Pero antes tengo que casarme.

Las miradas de todos se posan en mí cuando comienzo a caminar por el extenso pasillo de mármol. Sonrío, pero nadie me presta atención debido a que todos están demasiado concentrados en el teléfono que tengo junto a mí, apuesto lo que sea a que mi padre se encuentra saludando a través de las cámaras. Indignada busco la mirada de mi futuro esposo. Se encuentra nervioso, y mira hacia el suelo mientras me acerco cada vez más a él.

— Te dije que lo tenía todo controlado — susurra Raquel, quitándome el teléfono de las manos en cuanto pongo un pie en el altar.

El padre carraspea llamando mi atención. Me acerco a ellos y le sonrío a Jefferson, mi prometido. Suda y mueve un pie con insistencia, cuando intento preguntarle qué le pasa gira la cabeza, hablando con el padrino de la boda, que no es nada más que su primo Philippe de Londres, el cual vino desde hace dos meses para ayudarnos con los preparativos de la boda.

— ¿Estás bien, amor? — inquiero.

No responde, y el padre comienza a hablar para nosotros y para el resto de los invitados.

— Queridos hermanos, nos hemos reunido hoy aquí para celebrar el amor, el amor que se profieren Ximena y Jefferson, un amor que los ha traído al altar — la emoción se instala en mi pecho con cada palabra que sale de la boca del cura — .Dicho amor será el camino que los guiará en el futuro, en cada bache que se encuentren en el camino, debido a que el matrimonio...

— ¿Podría apurarse? — interrumpe mi suegra, provocando que mis ganas de lanzarle el ramo de flores se intensifiquen — Nos están esperando los chicos del catering.

El cura se remueve incómodo antes de continuar, — Bien, pasemos a los votos — me mira — .Tienes la palabra, Ximena.

— Jeff, cuando te conocí en aquella fiesta universitaria no creí que nuestra relación llegara hasta aquí, sobretodo porqué te encontré drogado y vomitando en un bote de basura — los murmullos y las risas se escuchan por el lugar — .Recuerdo que cuando me preguntaste: «Hey, guapa, ¿quieres un pitillo?» pensé que eras el tipo más horrible que había conocido en mi vida, sin embargo aquí estamos, cinco años, seis meses, doce horas y... — miro el reloj que cuelga en la pared — , y cuarenta minutos después, celebrando nuestro amor. Te amo demasiado, y anhelo el día en que nuestros hijos entren a la universidad, para darle clases de sexo, drogas y alcohol. Definitivamente no me imagino una vida sin ti, y sin tu usual aliento mañanero.

— Eso fue... — murmura el padre, intentando buscar las palabras correctas — .Completamente fuera de lugar — carraspea otra vez — .Como sea, terminemos con esto de una vez, es tu turno, Jefferson.

Miro a mi casi esposo esperanzada, deseando escuchar las palabras que salgan de su boca. No obstante eso no ocurre, ya que se queda callado, como si no supiera qué decir.

— Es tu turno, Jefferson — repite el cura.

— Ximena, yo..

— ¿No preparaste nada? — lo interrumpo.

— No es eso, es que yo... — balbucea otra vez, provocando que mi tensión comience a dispararse a niveles desorbitantes — Es que yo soy gay.

— ¿Qué? — es lo único que sale por mi boca antes de echarme a reír — Venga, Jeff, no te pongas a hacer bromas en medio de nuestra boda.

Las personas comentan a mi alrededor, Raquel intenta acercarse a mí mientras mi padre me llama a través de la videollamada. Me callo al notar que Jefferson no dice más nada, ahí es cuando la realidad cae sobre mí como un balde de agua fría.

Dios Mío.

Cada mirada. Cada sonrisa. Cada caricia. Y cada detalle; dejan de tener sentido para mí. Es como si estos cinco años hubiesen sido una mentira. ¿Acaso algo de lo que vivimos fue verdad? Parece que yo fui la única ilusa que de verdad se enamoró.

— ¿Cómo... cómo has podido hacerme algo así?

— Ximena, te juro que nunca ha sido mi intención lastimarte.

— ¿Y qué fue lo que hiciste entonces?

— La situación se me salió de control, Philippe y yo...

— Espera, ¿qué? — la furia comienza a recorrer mis venas — ¿Qué quieres decir con Philippe y tú?

— Jefferson y yo nos amamos, Ximena — responde el primo londinense.

— Claro que os queréis, sois primos — los señalo a los dos.

— No es ese tipo de amor, Ximena.

— Ustedes... — mis ojos se llenan de lágrimas — Tú viniste para nuestra boda, maldito.

Me lanzo sobre Philippe. Mis puños impactan contra su pecho. Raquel intenta separarme pero es en vano, estoy cegada; cegada de odio, dolida por culpa de la traición. Siento voces, gritos, sobretodo provenientes de la que solía ser mi suegra. Me da igual, lo único que quiero es desaparecer.

— ¿Acaso no te excitabas cuando teníamos sexo?

— Señorita, por favor, este sitio no es para esto — el padre me calla, lo veo de reojo, se encuentra completamente rojo.

— Responde, cobarde — le grito a mi ex prometido.

— Siempre me ha gustado tu forma de vestir.

— ¿Mi forma de vestir? — frunzo el ceño — ¿Me estás tomando el pelo?

— Yo te quiero, Ximena, pero no de la forma en la que tú deseas que yo te quiera.

— Si me quisieras aunque sea un poco no me hubieses hecho pasar por semejante vergüenza, ninguno de los dos — seco las lágrimas que caen por mis mejillas — ¿Hace cuánto está pasando esto?

— Desde siempre — responde Philippe — .Pero las cosas se salieron de control cuando regresé a Chicago.

— Joder, he sido una cuernuda toda mi vida.

— Venga, cariño, déjalo estar — pide Raquel hablándome al oído.

Me zafo de su agarre nuevamente. Camino hacia donde se encuentra Philippe y lo empujo, de tal modo que termina cayendo sobre el arreglo florar que con tanto esmero diseñé para la ocasión, dejando en este boda toda mi pasión por las flores.

— Imbécil — mascullo antes de abofetear a Jefferson, sin darle tiempo de llegar hasta el sitio donde se ubica su amado en el suelo.

Raquel me saca arrastras del lugar. En la iglesia todo se ha vuelto un caos en pocos minutos. Llegamos a la entrada de la iglesia y mi ex suegra me detiene antes de que pueda salir.

— Siempre me caíste mal — sisea mirándome de arriba a abajo.

— Su gisado sabe horrible — le lanzo el ramo de flores a la cara — .Ridícula.

Corro hacia la salida sintiéndome impotente y vacía. Raquel me llama, sin embargo decido ignorarla mientras me escabullo entre el tránsito de Chicago. Algo dentro de mí, duele, es asfixiante y poco a poco me va consumiendo. Las lágrimas no salen, y de repente me siento perdida y completamente sola en una inmensa ciudad.





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Nota de la autora:

Hola! Bienvenidos todos a esta nueva aventura, espero que podamos disfrutarla juntos ❤️ Nos leemos en los comentarios, y nuevamente, gracias por la oportunidad ❤️

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