XIII

No quería hacer absolutamente nada.

Desde hace tiempo mi estómago rugía, pero a causa por el obvio hecho que vivo sola, la única que podía alimentarme era yo, pero tenía la suficiente flojera como para pensar dos veces en la tentadora posibilidad de morirme de hambre.

¿Morir de inanición y quedarme agusto en mi cama, o despegarme de mis cómodas sábanas para evitarlo?

Obvio la primera.

Por otro lado, tampoco tenía ganas de ir a un restaurante. Hace poco había recuperado mis cosas y desde hace una eternidad estaba con un dedo pegado a la entrada del celular, esperando que se cargue lentamente, muy, pero muy lentamente, para evitar que ocurra una sobrecarga eléctrica y explote, o algo así. No tenía celulares de repuesto en este lugar.

Dejando eso de lado, algo que alimentaba mi eterna flojera era el hecho de que por ahora no tendría trabajo. No era tan sencillo como que Tsunade dijera "Sí, sí, sí, ya, a la chingada" e ingresará nuevamente a la aldea como si nada hubiese ocurrido. Había todo un largo proceso por detrás, proceso el cual me valía tres pepinos si me daba la posibilidad de seguir perdiendo el tiempo.

Mi estómago rugió cuál monstruo me devoraba desde dentro.

Uh.

Me dí la vuelta en mi cama, e intenté ignorarlo abriendo un libro del Icha Icha que iba a empezar a releer, para mantener mi mente ocupada mientras mi celular terminaba de cargar.

De repente, alguien tocó la ventana. Esperé un momento a que Kakashi se rindiera y terminara entrando por su cuenta, pues me daba flojera tener que ir a recibirlo.

La seguridad en este lugar es una mierda, aclaro.

—Hola —entró con una sonrisa bajo la máscara, sereno como siempre.

No sabía si era coincidencia que hubiese aparecido justo cuando abrí un libro Icha Icha, o realmente es la forma definitiva para invocarlo. Tendría que experimentar más con ello en el futuro.

—Ya que llegaste, por allá está la cocina y debe de haber cosas en el refrigerador. Hazme algo —hablé con toda confianza, a lo que él me miró extrañado sin entender del todo.

—¿Ya has ido con Jiraiya? —preguntó, ignorandome y quitándome se las manos el librito con naturalidad.

—No, tengo mucha flojera —me eché para atrás, acostándome a la vez que bostezaba.

—Tenemos que ir al hospital de nuevo, Tsunade quiere revisarte.

—Uh... ¿Ahora?

—No, ayer —contestó con evidente ironía. A ese hombre le estaba afectando convivir conmigo (de lo cual estaba orgullosa), y me parecía gracioso que descubriera una forma más creativa de contestar. Pero usarlo contra mí era traición.

—Hazme comida, y voy sin causar problemas.

Él me miró por sobre el hombro, como diciendo "no voy a hacer lo que tú quieras" y, seguido, intentó tomarme de una pierna para levantarme a la fuerza de mi cama. Pero al fin de cuentas, no pudo separarme sin levantar todo el mueble de madera junto a mí, y él sabía que no podría arrastrarme por toda la aldea conmigo pegada como garrapata en mi cómodo colchón.

—Nadie me separará de ti, mi amor —le hablé a mi cama una vez que Kakashi se rindió.

—No soy tu mamá, no puedo obligarte todo el tiempo a hacer tus deberes —me riñó.

—Anda, ma', ve a hacerme unos sándwiches.

No le quedó de otra.

(...)

—Parece que te estás divirtiendo, Kakashi —le saludó Tsunade.

No supe identificar si se trataba de una burla, pues el equipo siete estaba fuera de la aldea en misión sin él porque, básicamente, ahora era una especie de niñero para mí en lo que me reintegraba a la aldea y mi rehabilitaba por completo. O si lo decía con palabras sinceras, dado que ambos llegamos felizmente frente a ella, yo con el estómago lleno y él leyendo un nuevo libro del Icha Icha que tomó de mi estante.

Dejando los saludos atrás, la rubia me indicó que me sentara en una camilla para poder revisar la herida de mi brazo.

—Quitate la capa —me indicó, mientras revisaba distraídamente las instrumentos médicos. Estos sí pude reconocerlos con mayor facilidad, a diferencia de los que manejaba la abuela Chiyo.

Me quité la capa sin dar mucho problema. Cuando Tsunade se volteó de regreso para proceder, la cara se le puso repentinamente pálida y su mandíbula se abrió mostrando su impresión.

—¿Qué sucede? ¿Hay algo mal? —me asusté un poco, pues no sabía a qué se debía su reacción.

—¡¿Cómo te has provocado esto, mocosa?! —me regañó—. ¡Te fuiste solo unos días y regresas sin un brazo!

—Los caminos de la vida...

—No estoy bromeando —me reprendió nuevamente, con ambas manos en la cintura—. Con razón la doctora no sabía cómo tratar el brazo, ¡si no hay uno para tratar!

—¿No le han avisado de la situación? —preguntó Kakashi antes de que yo saliera con otra tontería.

—Me han dicho que tenía una herida grave en el brazo; pero no hay brazo, solo herida —se talló la sien, algo estresada, y me mandó una mirada pidiéndome alguna excusa.

Me alcé de hombros.

—Solo sucedió.

(...)

El viejo hombre se coló a su oficina como las ratas que mordisqueaban la madera, o la misma oscuridad que residía en las pequeñas grietas del lugar.

Ella no estaba de humor para tratar nuevamente con él.

Antes de que el anciano abriese su boca para demandar nuevamente lo que deseaba, ella ya sabía con exactitud exactamente para qué venía.

—No la transferiré a Raíz —contestó firme la mujer—. Es muy joven e inexperta, no pertenece a un lugar así.

No a un lugar tan podrido como lo era aquel, bajo el mando de ese hombre tan vil y embustero.

—He tenido miembros más jóvenes y menos capaces —sentenció, sin la voluntad de dejar ir lo que tanto deseaba—. Ella le pertenece a Konoha, en carne y conciencia. Lo mejor que puede hacer es servir a la aldea.

—No podemos obligarla, ¡la voluntad de fuego no corre por sus venas! No va a cumplir caprichos a costa de su vida. Ella no le debe nada a la aldea.

—¿Su existencia no es suficiente deber?

—¡Sal de aquí en este momento! —ya hastiada de aquel hombre, golpeó su escritorio con su demencial fuerza, sentenciando que, a la próxima, no iba a ser el escritorio lo que golpearía.

Ella no le debía respeto a nadie y tampoco tenía razones para soportarlo más tiempo.

(...)

Había estado buscando al viejo pervertido por media hora, ¡media maldita hora!, para al final encontrarlo acosando al encargado de unas aguas termales a las que le tenían prohibido entrar.

Claro, ¿cómo no lo había pensado antes?

Debía aclarar que buscar a cualquier persona en este lugar era jodidamente difícil. Deberían apresurarse a crear los celulares y dejar de vivir en la prehistoria, para que no me obliguen a dar vueltas por toda la aldea cada que necesito hablar con alguien.

Como envidio a los ninjas sensores en ese aspecto.

Yo también podía sentir el chakra, era lo lógico si a fin de cuentas "robo" el chakra de los demás. Pero no era un ninja sensor, se sentía diferente. Como cuando hueles algo, tiene corto alcance y solo siento lo que hay a mi alrededor.

No podía oler al viejo pervertido desde el otro lado de la aldea, en pocas palabras. Aunque con Naruto era algo diferente. Es como si él oliera a tu comida favorita, aunque estuviera a diez kilómetros podría seguirlo.

—¿Ahora qué quieres, mocosa? —el viejo pervertido me regresó a la realidad, algo molesto porque no le dejaron entrar a las aguas termales para continuar con su "investigación".

—Necesito su ayuda, Jiraiya.

—¿Oh? ¿Mi ayuda? —alzó una ceja.

—Por supuesto, no podría confiar nada más que en el gran sabio de los sapos para pedir este favor. Es porque es usted tan genial.

Traducción: No quiero que me cobre porque soy pobre.

Desventajas de no tener trabajo temporalmente. Pero gracias al cielo, el anciano con unos cuantos cumplidos, las mejillas rojas y el ego inflado, accedió de inmediato.

—No se puede hacer nada. ¡Cuéntame qué necesitas, mocosa!

—Es sobre esto —mencioné, levantando levemente la capa para mostrarle mi brazo, o en su defecto, la ausencia de este.

Él se sorprendió por un momento, pero no dijo nada. De inmediato se puso serio.

—Quiero que me ayudes a encontrar la manera de regresar mi mano a su lugar.

—Suena difícil... —él frunció el entrecejo, observando mi condición—. Pero nada es imposible para mí.

(...)

Les juro que amo a Ero-Sennin.

Y creo que todos concordamos en algo: Que chingue su madre Danzo.

¡Hasta la procsimaa!

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