Capítulo 14: No hay mejor escape que tú


Número desconocido_ 00:43am

¿Qué haces a estas horas despierta?


Desvío la mirada de mis apuntes para ver la notificación que había llegado al teléfono, ¿Quién podía estar despierto a esas horas? Al verla una mezcla de sensaciones vienen a mi cuerpo, cubiertas todas por miedo y preocupación. Me froto los ojos, esperando que fuera fruto del cansancio, pero no funcionó: era realidad. ¿Qué persona a estas horas de la noche escribía a alguien con un mensaje aterrador como era ese?

Ignoré el teléfono y apagué la pantalla, tratando de concentrarme en mis apuntes; solucionar los problemas de matemáticas ya me estaban dando bastantes problemas como para lidiar con otro más.

Abrí el estuche y cogí un par de marcadores fluorescentes color pastel que compré antes de empezar el instituto para destacar lo que me podía ayudar a aprobar el examen. Las matemáticas nunca habían sido mi punto fuerte, y ahora lo eran menos que nunca. Estaba tocada y hundida. Subrayaba sin parar, había cientos de hojas y todas tenían importancia, aun así trataba de convencerme que en una noche podría conseguir comprender la álgebra. Ilusa.

Número desconocido_00:45

Deja las matemáticas de una vez, total, siempre consigues aprobar.


La ira y el temor a quien podía ser volvieron a recorrer mi cuerpo y sin pensar, llevada por mi ira, respondí sin pensar dos veces en las consecuencias que podía llevar eso. Desplace la silla hacia atrás alejándome de la ventana por si había alguien espiándome, opción que nada más imaginármela me puso la piel de gallina.


KATE_ 00:46am

¿Quién cojones eres? 

Deja de molestar.

Número desconocido_ 00:46am

Me parece muy feo eso de que no me reconozcas... ¿Alguien sabe mejor que tú como hablo?


Pienso unos segundos antes de contestar. Se supone que conozco a la persona, pero puede ser un simple truco para intimidarme. ¿Cuántas veces me han dicho que si me pasa esto ignore y bloquee? Podría ser cualquier graciosillo aburrido a media noche con ganas de reírse un rato. Levanto la vista del escritorio y me aseguro de que la ventana este cerrada antes de echar un vistazo para asegurarme de que no había ningún estúpido gastándome alguna broma, pero antes de hacerlo el número me vuelve a escribir un mensaje.


Número desconocido_00:47am

Minoide.


Me asomo a la ventana conteniendo la rabia, a pesar de que sin querer una estúpida sonrisa ilumina mi rostro y un resoplo liberador tranquiliza mi cuerpo. Hago a un lado la cortina y allí estaba, Jake Evans en el patio de mi casa. Mira hacia mi ventana y sonríe, agitando el teléfono móvil con una coqueta sonrisa. Quiero ignorarle, y a ser posible hacerle algún maleficio para que me deje en paz, pero sin saber porqué la sonrisa no puede desaparecer de mi rostro. No quería que me dejara en paz, rotundamente no. Desde esta perspectiva a Jake se le veía tremendamente guapo, iba vestido con una chupa de cuero y unos pantalones tejanos grises, combinados con unas airforces blancas. Incluso desde aquí se le veía el azul de sus ojos de una forma intensa. Cerré la cortina con rapidez y cogí el móvil para escribirle un mensaje, dando media vuelta, dándole la espalda a él y a mi ventana.

Kate_00:49am

Estás loco.

Número desconocido_00:49am

¿Pero piensas bajar o tengo que insistirte más?


Una pequeña sonrisa se me insinúa en el rostro de nuevo, y de nuevo eso me da rabia y me enfado conmigo misma por tener esta debilidad por Jake, pero no superaba a mi ilusión. Inocente ilusión. Antes de bajar abrí el armario y cogí una sudadera, a estas horas refrescaba un poco y en manga corta cogería un resfriado; sumándole que mi pijama de Betty Boop era de todo menos sexy. Me puse mis pantuflas de panda y bajé rápidamente sin hacer ningún ruido, asomándome a la puerta de la habitación de Meghan y mamá para asegurarme de que estaban dormidas: acerté de pleno. Ya que estaba de paso me acerqué a la cocina y me preparé una taza de leche. Era rápido y totalmente necesario. En las noches de invierno, cuando me despertaba a media noche se había convertido en una tradición para mí. Me calenté el tazón de leche y esperé unos segundos a que estuviera listo. El móvil vibraba sin parar, era Jake con su poca paciencia. El microondas pitó, me guardé el móvil en el gran bolsillo de la sudadera, cogí la taza con cuidado a no quemarme y salí silenciosamente a la entrada de la casa.

El barrio estaba tranquilo, a estas horas no solía haber mucho jaleo, casi todas las casas del vecindario tenían las luces apagadas e incluso el perro de la señora Sellers dormía plácidamente. Tampoco solían pasar muchos coches por aquí, era uno de los barrios más tranquilos de Palm Beach. Jake estaba sentado en el balancín, justo al lado derecho de la puerta principal. No tenía el móvil entre manos, estaba estirado, apoyado en el respaldo de éste mirando hacia el cielo. En cuanto me ve una sonrisa se le insinúa en el rostro y eso me hace incontrolablemente feliz. Me hace un sitio y alisa el balancín, como si el hecho de que hubiera un par de arrugas fuera a molestarme y eso me hace soltar una disimulada carcajada.

—Que tierna eres enana, es para mí ¿verdad?

—Iluso... —reí, hice una mueca divertida y me acomodé a su lado, sentándome en el espacio del balancín que acababa de hacerme. 

Con cuidado de no derramar la leche sobre ninguno de nosotros apoyé mi espalda sobre el respaldo y suspiré. Era un suspiro liberador. Llevaba horas en mi escritorio, un momento de descanso era la único que necesitaba. No había mejor escape que este. Desvíe mi mirada hacia Jake, el cual me miraba con atención y esbozaba una pequeña sonrisa—. Vale, un sorbito solo. Seguro que te va bien, comienza a venir el frío.

—Sí, mamá —dijo poniendo voz de niño pequeño, cosa que me hizo reír y poner una breve mueca de molestia, que rápidamente se convirtió en una sonrisa. Me abrace a mi sudadera, el viento venía helado a medianoche, a pesar de aún estar a finales de setiembre. Jake me miró y río, en ese momento casi se atraganta con la leche y trató de sofocar mi risa para no despertar a los vecinos—. ¿Tienes frío?

—Tranquilo estoy bien.

—De todas formas no podría hacer mucho, tranquila. Tan solo llevo una camiseta de tirantes bajo la chaqueta, no esperes una escenita de esas de las películas... —bromeó, y levanté la comisura de mis labios con sarcasmo—. Te he visto con problemas, ¿Qué estás haciendo en matemáticas? —preguntó devolviéndome la taza.

—Álgebra... —digo con desesperación, rodando los ojos con cansancio y devolviéndolos a los suyos.

—Uf... eso duele —admite mordiendo el labio inferior, poniendo una mueca de terror—. Pero hoy estás de suerte; a partir de hoy ya tienes profesor particular de matemáticas.

Tras su comentario comencé a reír, pero su expresión se mantenía sincera y serena. Tragué la última gota de la taza de leche y sobre esta le miré incrédula, moviendo las cejas de forma sugestiva entrecerrando los ojos. Él se conformó con dedicarme una simple sonrisa, pero yo rápidamente fruncí el ceño y con ambas manos apoyé la taza sobre mis piernas.

—Estás de broma, ¿no?

—¿Crees que estoy de broma?

—Está bien, está bien, ya veremos... —añado dándome por vencida, agitando mis manos en gesto de perdición. Desvío mi mirada del suelo hacia él—. ¿Por qué lo haces?

—¿El qué?

—Esto. Estar aquí. Ayudarme.

Se hizo un breve silencio antes de que respondiera, yo lo miraba con atención mientras él miraba hacia las estrellas. En mis últimas clases de astrología había aprendido mucho, casi tres semanas de clase daban para más de lo que imaginaba —contando con que hago tres horas a la semana de clase—. Dejé la taza en el suelo haciendo un corto pero sonoro ruido que rompió el silencio y automáticamente Jake retornó a la conversación.

—Siempre lo he hecho. Cuidarte, quiero decir. Aún recuerdo cuando eras pequeña e insistías en montar en bicicleta, justo ahí delante, en esta calle.

—Para, no me hagas recordar eso... —reí suplicando, recogiéndome el pelo con un coletero de flores que guardaba en mi muñeca. El tono de voz de Jake era nostálgico y le hacía verse tierno. Eso me gustaba,

—Tenías seis años y eras pésima en el intento... Yo ya sabía desde hacía años y Elisabeth y mi madre insistían en que te enseñara. Pero joder, ¡era casi imposible! —Le di un pequeño codazo acompañado de un «¡no seas cruel!» que nos hizo reír a ambos—. Al final aprendiste —admite sonriendo de la manera más sincera que había visto nunca, vi un brillo en sus ojos que no había visto antes; este no me incomodaba, al contrario, era reconfortante—. Si no fuera por mí ahora mismo no tendrías con que ir al instituto y... ¡tendrías que coger el apestoso bus del instituto! —exclama haciendo una mueca de asco, dándome un pequeño empujoncito.

Qué momento más indicado para mencionar lo del autobús escolar, ahora que la bicicleta se me había roto y no me quedaba otra opción. Si lo mencionaba Jake sería capaz de venir a buscarme por las mañanas, ¿y sabes que me buscaría yo? Problemas, esa palabras va tras de mí cuando se trata de Jake. Ambos hicimos silencio de nuevo, pero no era un silencio cualquiera, era cómodo y sutil, nada forzado. Combinábamos miradas a las estrellas entrelazándolas con las del otro. Cuando estábamos juntos olvidaba a todo el mundo: olvidaba a Tyler, a Meghan o a Amber. No había nadie más. Era extraño, pero indescriptible.

—Esa es Orión —Jake me mira con interés y devuelve la mirada al cielo—. La constelación, digo, es preciosa, ¿no crees? Es difícil verla ahora, es mucho más fácil en verano, cuando el cielo está más despejado, aun así, es fantástica.

—Entonces ya tenemos plan para el próximo verano —dice firmemente. No quita la mirada del cielo, y se lo agradezco. Como de costumbre me había sonrojado, ¿Cómo no se daba cuenta del efecto que me hacían sus palabras? Sacudí la cabeza para concentrarme y asentí, en ese momento me devolvió la mirada—. Como hermanitos de pega, está claro...

Solté una carcajada sarcástica por su comentario y le hice burla. Ahora que estábamos los dos aquí, solos, sin interrupciones... Había tantas cosas que quería preguntarle. Nunca veía el momento de hacerlo, ahora podía, ¿Por qué no lo hacía? Le miraba y era precioso, no había otra palabra para describirle, tenía un atractivo innegable, como Nikki decía tenía ese sexapil que a toda chica llama la atención; pero yo era esa chica que se derretía por él mucho antes de que todas esas hormonas masculinas lo convirtieran en una obra de arte semejante a Brad Pitt hace veinte años. Abría la boca, pero las palabras no salían. Quería saber sobre la universidad, sobre su trabajo, sobre el baloncesto y su novia. Quería saber demasiadas cosas sobre el Jake de ahora y no encontraba el modo, pero no me iba a dar por vencida tan fácilmente. Una chica Campbell nunca lo hace.

—Aún sigo esperando una explicación... —digo alargando las palabras, poniendo una mueca divertida y estirándome en el balancín —. Sin presiones, tú tranquilo —bromeé, y eso le hizo soltar una carcajada que era gratificante para mí.

—Ya... pensé que ya no te acordabas.

—No me olvido tan fácilmente de las cosas, Evans —especifico dando media vuelta a mi cuerpo, girándome hacia su dirección. 

Sus ojos brillan y me prestan especial atención tras mis palabras. Respiro hondo y trato de no ponerme roja de nuevo, mis palabras podían malinterpretarse y él lo había hecho, ¿pero era una interpretación tan mala o una realidad? Por suerte, se limita a sonreír y no hacer ningún comentario sobre el tema.

—Está bien, estoy contra la espada y la pared... —ambos reímos, solo que a él se le notaba un poco tenso por el tema, a pesar de estar tratando de disimularlo—. No sé cómo empezar. Y no, no me digas por el principio.

—Como me conoces... —confieso mordiéndome el labio y esbozando una media sonrisa—. Tú tranquilo, tenemos tooooda la noche...

—Bueno, en realidad toda la noche no...

Miré el reloj con preocupación cuando movió la cabeza hacia éste: 01:15 AM. ¿Cómo había podido pasar? Mañana había clase y ni él ni yo estábamos en posición de quedarnos despiertos hasta que saliera el sol, sobre todo yo, quien tenía un examen a tercera hora e ir con sueño no me facilitaría el aprobado. Le pedí que se diera prisa. 

En realidad, tenía él razón. No teníamos toda la noche, pero teníamos toda una vida, y esa pequeña esperanza me mantenía aquí, vivaz.

—Bien, pues... Como ya sabes, comencé la carrera de ingeniería. Los últimos años de instituto, cuando tenía tu edad, tome malas decisiones que luego me repercutieron más de lo que creía... —El ritmo de sus palabras bajaba y era débil, eso me comenzaba a poner nerviosa, pero sabía que no más de lo que él estaba: daba golpecitos con su pie a paso rápido y se entrelazaba las manos jugando con sus pulgares. Cogí confianza y mis ojos se llenaron de... No sabría cómo explicarlo. Sentía amor. Le cogí la mano con suavidad y él no la apartó—. Y créeme, sé que tienes muchas preguntas, y lo siento, pero no puedo responderlas —Hizo una breve pausa y me miró, asentí y le dediqué una sonrisa tranquilizadora—. Luego me puse las pilas y mejoré, así conseguí entrar en la universidad. A pesar de que lo intenté, había cosas y situaciones que eran complicadas de sobrellevar y la universidad no me ayudaba, sabes que soy un caso perdido y era mucho con lo que lidiar. No sabía lo que quería, en casi ningún aspecto... —Hace una pausa y levanta la vista para observarme. Me mira profunda e intensamente. En ese momento siento como se me acelera el corazón y trago saliva—. Así que decidí darme un año sabático, era la mejor opción. Tengo un año enterito para decidir que quiero hacer y que rumbo tomar —concluye devolviendo la sonrisa a su rostro.

—Sé que lo conseguirás —dije, apretando con más fuerza pero con delicadeza mi mano con la suya.

Él se había vuelto rígido, asintió y devolvió el espacio que había hacía unos minutos entre nuestras manos de nuevo, se puso en pie y imité su gesto. Se había hecho tarde y agradecí que fuera el primero en levantarse, pues yo no sé si hubiera podido. A su lado estaba demasiado bien, no había mejor lugar, no había mejor vía de escape que estar con él, por esto nunca encontraba una vía para escapar de lo que sentía por él; él era la solución.

Me acompaña hacia la puerta y sacó las llaves con el indició de abrirla y entrar a casa a hacer lo que debería haber estado haciendo, por mi bien cara mañana: dormir. Antes de entrar doy media vuelta y le miro una última vez. Ahí estaba, en las escaleras de mi portal esperando a que entrara a mi casa a la una y media de la noche de un jueves. La comisuras de sus labios formularon en silencio «que duermas bien», asentí con una sonrisa e imitando su acto finalicé la conversación con un cálido «buenas noches». Cerré la puerta y me apoyé en ella, esbozando una amplia sonrisa que iba a mantener toda la noche, y ni el examen de matemáticas podría quitármela, de eso podía estar segura.

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