Capítulo 12: A milímetros de... galletas de chocolate.
—No vuelvo a montarme en tu bicicleta nunca más. Jamás de los jamases. Acabaré teniendo mareos, ¡mareos muy fuertes por los giros que das! Y dolor de espalda en este asiento diminuto, no sé cómo no decidiste cambiártelo, había otros mucho mejores —exclama Meghan indignada. Se baja de la bicicleta, rechistando y quejándose sobre el trayecto, y en el intento por poco cae tratando de quitarse el casco a la misma vez. Giro la cabeza disimuladamente y desvío la mirada hacia ella, la situación no puede ser más cómica.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto entre risas, mirándola desafiante sin hacer siquiera el intento de aguantar la risa.
—Mira Kate te juro que... —La miro perpleja, abriendo los ojos de par en par y señalando mi oreja, soltando un "Di, di, venga. Te escucho", a lo que ella prosigue—: Ayúdame. Juro que no volveré a subirme en tu bici, y menos con este absurdo casco.
—La seguridad ante todo.
Ir a las cuatro de la tarde al instituto no era el plan favorito de muchos adolescentes, y el mío tampoco si no fuera porque la enorme ilusión que me daba asistir a los clubes a los que me había inscrito. Hoy sería mi primer día en cocina. Tras varios días rumiando donde apuntarme, y esas últimas horas del viernes bajo presión, finalmente decidí que las elegidas fueran cocina y ajedrez. Sé que podía parecer un poco raro quizás que me apuntara a ajedrez, pero todos los alumnos tenían que apuntarse a un deporte competitivo y este sin duda era uno, y lo último que quería era apuntarme a un deporte que requiriera un sobreesfuerzo físico, lo que para mí son muchos de ellos.
Meghan se había apuntado para las pruebas de voleibol, aunque el equipo de animadoras le había insistido mucho para que se uniera. En este instituto al voleibol se le da mucha importancia como deporte femenino, aunque también hay un equipo más pequeño de chicos para una liga menor. Obviamente, ninguno superaba al fútbol, el cual al parecer es el alma del instituto: pase por donde pase hay algo que te recuerda que los Linces siempre ganan, trofeos en vitrinas, fotografías, pancartas... Nunca pasaba desapercibido. Incluso yendo hacia la clase de cocina, en ese mismo pasillo, me encontraba con varias pancartas: una de ellas parecía escrita por un fan, tenía grandes letras amarillas, azules y negras que decían "I love Lynxes"; otra de ellas era una bufanda de tamaños tridimensionales con los colores del instituto y el nombre en grande, algo que nunca había visto, pero no dudaba en que a partir de ahora vería a muchos estudiantes con ella puesta en los partidos, a los que Chad ya me había hecho prometer que iría.
A estas horas solo empiezan algunos de los clubes como atletismo, teatro o cálculo avanzado, la mayoría suelen ser a partir de las cinco de la tarde. Una de las razones por las que escogí estos clubes, y que dio la casualidad, no fue apropósito, era que a esta hora estaba menos lleno el instituto y podía andar con total tranquilidad y confianza por los pasillos. Hasta donde yo sabía, y por lo que hacían en mi antiguo instituto, las cafeterías cerraban a las tres del mediodía, y a pesar de que allí no había bar se suponía que era el mismo horario, por lo tanto, tampoco tenía que preocuparme por Jake, y eso era el doble de gratificación. Y gratuita.
El aula en la que se hacía cocina estaba un poco más alejada de las demás, al final del primer piso, donde se ubicaban la mayoría de los clubes. La puerta estaba cerrada y arriba había un pequeño letrero que en letras plateadas ponía "COCINA". Miré rápidamente el móvil para mirar la hora, por si había llegado tarde. Me acerco a la puerta y poso mi oreja en ella para escuchar con detención. No se escuchaba ningún ruido, ni tampoco ningún sonido, la puerta tampoco estaba abierta y lo último que quería era montar un pequeño espectáculo el primer día. Abrí la galería donde tenía una foto de los horarios de cada club, no me había equivocado, ni de hora ni de lugar. Aula 131, cocina, cuatro de la tarde. Actualmente 03:57pm.
Di un pequeño salto atemorizada al notar que alguien tocaba mi hombro, me giré bruscamente apartando su mano de encima de mí, sin mirar quien había sido el desafortunado.
—Lo siento, no pretendía asustarte, pero... ¿piensas entrar? Quiero decir, llevas un rato aquí parada, y la clase de cocina está a punto de comenzar.
Un chico de aproximadamente un metro sesenta y cinco, bastante bajito y vestido de negro esperaba detrás de mí. Noté como mi expresión asustada no se había ido de mi rostro aún haberle visto, y no me extrañaba, no transmitía tranquilidad. Llevaba una barba de una semana y me miraba incrédulo, esperaba una respuesta mientras yo lo único que hacía era mirarle atentamente y analizar cada movimiento que hacía: cosa que me había enseñado mamá cuando era pequeña, para no acercarme a alguien cuando viera a un desconocido y no me transmitiera buenas vibraciones.
—Sí, tranquilito. Ya iba. —El chico de negro suspira impaciente y pone los ojos en blanco, podía notar su mirada con rabia detrás de mí. Le miro incrédula por su comportamiento y abro la puerta, más confiada que nunca.
Al entrar a la clase entiendo porque no se oía nada: había solo seis alumnos y no había llegado ningún profesor. La clase era bastante grande para tan pocas personas, cada una en una esquina de la clase. Dos chicas seguramente de último año estaban al fondo de la clase, ¿sabéis ese tipo de chicas criticonas, amargadas y descaradas? Pues sí, podríamos decir que eran ellas. El resto de la clase se formaba por tres chicos, cada uno de ellos en un lugar de la clase y una chica menor que yo.
Me senté en segunda fila en el lado de la ventana, principalmente por la calor que hacía. Nadie tenía nada sobre la mesa y me sentí un poco estúpida al ver que era la única que había sacado la libreta, incluso noté como una chica que se sentaba en última fila soltaba una disimulada risita. Gracias a algún golpe de suerte momentáneo una mujer que rodearía los cincuenta años entró a la clase, y segundos más tarde un chico alto aparece tras ella.
—O'Connor, llega tarde. Como siempre... —musita bajando la mirada hacía su liberta.
—Lo sé, lo siento. Y llámeme Simon, señora Perkins —guiña un ojo a la profesora, señora Perkins ahora que ya sé su nombre, la cual parece ofendida y salta rápidamente al ver como el chico se dirigía al fondo de la clase.
—No, no, no. Con Owen usted no se sienta. Allí, al lado de... ¿Cómo te llamas corazón?
Abro los ojos de par en par y pestañeo rápido. Por alguna razón las palabras no me salían, y aun así notaba como todo el mundo me miraba, pendiente a que dijera mi nombre, y quizás era esa la razón por la que no me salían las palabras. Asentí. Al cabo de unos segundos, al ver la reacción de la señora Perkins me di cuenta de que tan solo había asentido, no había dicho mi nombre. Me di un pequeño golpe en la frente con la mano, un tanto disimulado antes de contestar.
—Kate. Kate Campbell.
—Encantada Kate. Ahí. Ya —dice con una gran ola de desprecio hacía Simon, mientras a los demás nos dirige una dulce sonrisa.
Me dejo caer sobre mi mano suspirando, ¿alguien sabía hacer mejor el ridículo que yo? Y si era así, por favor, que me lo presentarán, podríamos intercambiar anécdotas demasiado vergonzosas como para contárselas a los demás. Me coloqué bien cuando me di cuenta de que Simon estaba sentándose en el pupitre de al lado. Saludó con un corto y no muy sonoro "Hey", al cual yo respondí levantando cabeza en gesto de salutación. No llevaba mochila, ni bolsa, tampoco libreta ni bolígrafos. Era consciente de que disimular no era mi punto fuerte, y mi expresión confusa no iba a ser menos, pero estaba atento mirando a la señora Perkins, cosa que me sorprendió, y por lo tanto no me preocupaba que se diera cuenta de que estaba mirándole con especial atención.
Para mi grata sorpresa, tras haber pasado fluidamente la mayoría de la hora, Perkins nos había estado explicando varios tipos de comida y diferentes platos que prepararíamos durante el curso. Comenzaríamos por el tejado de la casa y lo que mejor se me daba: postres. No podía estar más contenta. Cuando Perkins lo anunció solté un pequeño grito de alegría, tratando de que no se oyera mucho, pero al ser tan pocos en clase y haber tanto silencio fue algo inútil. El chico del encontronazo antes de entrar, del cual ya se su nombre, Owen, estoy al noventa y nueve por ciento segura de que fue el emisor de ese sonoro resoplo que escuché proveniente del fondo de la clase, en cambio la risita era de Simon. Cada dos meses cambiaríamos el tema principal, el siguiente serían entrantes, y los demás ya los iríamos viendo.
Yo me inscribí en cocina porque me encanta, cocinar es un desahogo, un momento en el cual no tienes mayor preocupación que asegurarte de poner la cantidad exacta de cada ingrediente. No hay nada mejor que poder tener un momento para ti; quizás eso lo había aprendido de mamá.
Para que engañarnos, a mamá no le pasa eso. Ni un poquito.
Sin ninguna duda lo he heredado de la abuela, ella es la absoluta culpable, de pequeña me hacía acompañarla en cada comida, y desde que era una pequeña minoide estaba acostumbrada a ello. En cambio, en esta clase parece lo contrario. Hay gente que asegura que no sabe tostar una rebanada de pan sin que se les queme, o que hacer un huevo frito es un gran conflicto entre la persona y el huevo. La risa se me escapaba a cada momento y no parecían acompañarme mucho en ello, la gente estaba bastante arrogante y hablaban poco. Yo, en cambio, a pesar de muchas veces ser algo tímida, la señora Perkins me transmitía tanta confianza que actuar con naturalidad se me hacía algo relativamente fácil. Normalmente teníamos cinco clases de cocina al mes, cada semana una clase y una semana teníamos una extra.
—Y para finalizar apunten lo siguiente para el próximo día: traigan una libreta en blanco, allí apuntaremos todas las recetas, por ahora el material de cocina lo traeré yo —concluye Perkins, dedicándonos una sonrisa mientras algunos, como yo, apuntaban el horario y el material necesario junto a alguna información extra que nos había dado. Otros, como Simon, que no había traído material, miraban hacia los costados de la clase tratando de evitar la mirada de la profesora—. ¿Simon...?
—¿Dígame...? —responde sarcástico rascándose la nuca, girándose hacía mí—. Me dejas una... —susurra antes de que Perkins le coja la barbilla y le giré el rostro hacia ella.
—No, no, no. De ninguna manera. Quien no trae material tiene que pagar las consecuencias. Kate, ¿Verdad? —asiento—. Tienes un bolígrafo... ¿rosa? Si es permanente mucho mejor. Bien, escriba en la frente de Simon "Libreta cocina", para que se acuerde el próximo día, apuesto que no se volverá a dejar el material...
Les ofrezco una pequeña risita mientras sacaba el bolígrafo rosa de mi estuche. Simon se gira resoplando, cosa que parece que viene de amigos, y pone los ojos en blanco, refunfuñando y haciéndole burla a la señora Perkins. Trato de contener la risa para que la profesora no piense que me río de ella, ésta se gira y me guiña el ojo con una gran sonrisa, le devuelvo el gesto. Me doy media vuelta para mirar a Simon, el cual ya estaba mirándome atentamente.
—Venga, ¿a qué esperas para pintarme? Ríete como la señora Perkins, ya es costumbre —dice algo resignado Simon, a pesar de que a la vez parece que verdaderamente está acostumbrado a ello y ya le es indiferente. Me pica la curiosidad, y ante esta situación encuentro que es un buen punto de indagar ya que él comenzó la conversación.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? O en la clase de cocina. Parece que tú y Perkins os conocéis de hace mucho... —pregunto mostrándome desinteresada, para no parecer muy cotilla. Le aparto los mechones que le caían sobre la frente para poder escribir bien. Mientras lo hago no puedo evitar reír de nuevo.
—Si tú supieras... Larga historia, ya si eso algún día te la contaré —añade relajado, dedicándome una media sonrisa. Se levanta para ponerse la chaqueta al ver que he acabado, mientras yo comienzo a recoger mis cosas. Desvío la mirada hacia la clase: muchos han salido a toda prisa. Owen está esperando a Simon en la puerta, y parece estar metiéndole prisa—. Te llamabas Kate Campbell, ¿verdad?
—Mmm... esto... Sí, ¿Por qué? —pregunto extrañada, frunciendo el ceño con desconfianza, tirando mi cuerpo hacia atrás mientras acabo de recoger mis últimas cosas.
—No, nada, nada... —concluye poco convincente, dándose media vuelta camino a la salida—. Ah, y gracias por... por este garabato de aquí —ríe señalando su frente dándose media vuelta de nuevo hacia mí. Le dedico una media sonrisa y recojo mi bolso con la iniciativa de salir de clase.
Me despido de la señora Perkins y espero unos segundos a que la gente desaparezca al final del pasillo para avanzar. Una de las cosas que más odio es cuando te despides de alguien y vais por el mismo camino, ¿situación más incómoda posible? No existe.
Meghan salía de entreno más tarde y me había dicho que la venían a buscar, sospechaba que podría ser Mike, pero la idea me repugna y prefiero no pensar en ello. Desato la bicicleta con el afán de llegar a casa y poder dormir una buena siesta, despertarse a las siete de la mañana no es nada bueno. Cojo la mi querido medio de transporte, pero veo que algo no va bien, me agacho para asegurarme de que no haya ningún problema, pero ya era demasiado tarde: la rueda estaba deshinchada. Posiblemente se me había pinchado al venir, cuando pasé sobre unas piedras que había en un parque cercano. Doy un golpe sobre el sillín con frustración, la rabia me consume y baja de nuevo hasta llegar a mis manos, convertidas en puños. Estaba jodida. ¿Cómo volvía a casa? No iba a arrastrar la bicicleta durante casi media hora hasta llegar a mi calle. Respiro hondo y llamó a mamá, la que accede a venir a buscarme. Suelto un suspiro liberador al oír eso.
Quedarme fuera durante un mínimo de veinte minutos hasta que llegará mamá no era una opción, la gente viene a esta hora para comenzar los entrenos y no quería hacer el ridículo, otra vez, parada al lado de mi bicicleta con una rueda pinchada. Dar una vuelta por el patio y las afueras del instituto sin embargo me parecía una idea mejor. Me puse mis auriculares, dejé el móvil con las llamadas en vibración y caminé por el extremo derecho del instituto, las mesas del bar no podían moverse de allí así que decidí ir para pasar los próximos veinte minutos en plena y absoluta calma. Subí el volumen al máximo y dejé que "Mine" me moviera al ritmo de su música. A parte de cocinar, la música era otro método para desconectar de la realidad por unos minutos.
Nada más comenzar la canción se me pusieron los pelos de punta, sin motivo alguno ahora todas las canciones me parecían definir a Jake, y por mucho que lo evitase me pasaba de nuevo, pero no dejaría de escucharlas. Trataba de no bailar o tatarear la canción de forma muy notable para que la gente que entraba no se fijase en mí, pero era algo un tanto complicado.
—Eh, ¡Kate! —gritó Tyler corriendo hacía mi dirección haciéndome señas con las manos, colocándose en frente de mí.
—Te veo, te veo. ¿Cómo estás? —pregunté con entusiasmo abriéndome de brazos, quitándome un auricular. Que me rompiera mi momento de conexión no era algo que me hubiera gustado, pero enfadarse con este chico era difícil. Llevaba el chándal del instituto y la melena despeinada, cosa que le favorecía, era innegable.
—Te estaba llamando, pero me he dado cuenta de que no me oías, luego me he fijado en tus auriculares y he decidido venir a verte —añade poniendo una pícara sonrisa, apoyándose contra la pared evitando que continuase caminando—. Ayer no vinisteis al bar.
—Este viernes tenemos examen de matemáticas y teníamos que preguntar algunas cosas —miento. La parte de que teníamos examen era verdad, el resto no. No preguntamos nada, es más, lo llevamos bastante mal.
—Las matemáticas se me dan muy bien, es uno de mis múltiples dones... —dice tratando de poner un tono sensual, pero no le funciona. Soy inmune a esas cosas. Frunzo el ceño y le miro perspicaz, cojo el auricular y me lo pongo en la oreja, pero Tyler me lo quita con suavidad—. Siento lo de la otra noche. Ashton me pidió que le hiciera el favor, y ya sabes lo tozudo que se pone siempre... —insiste mirándome atentamente, esperando una respuesta—. El próximo día me comprometo a llevarte a casa diga lo que diga Ashton. Sé que no es excusa, ni solución, pero...
—Tyler, no pasa nada —respondo en tono tranquilizador, soltando una pequeña carcajada—. No estoy enfadada. Hay que reconocer que fue un gesto feo, un amigo no hace eso, Chad no lo haría. Incluso tuve que agradecer a Mark que me llevará a casa —añado con un desahogue. Era la verdad, pero parecía que alguna de esas palabras le habían dolido más de lo que tenía previsto—. Quiero decir... No me enfado, en el momento me pareció mal, pero ya se me ha pasado, no te preocupes, tenía otras cosas que me atormentaban algo más —concluí con una sonrisa y apoyé mi mano en su hombro. El contacto era cálido, y notar como eso de verdad le había tranquilizado era gratificante. Al pronunciar la palabra atormentaban solo una cosa me pudo venir a la cabeza: Jake. Por mucho que traté de evitarlo era lo único en lo que había estado pensando estos últimos días.
En mi intento de seguir mi camino Chad y Trevor aparecen por detrás corriendo hacia mí, y un poco más al fondo diviso a Mark mostrando una gran indignación, sujetando las bolsas de deporte de ellos y gritándoles que volvieran. Era una clara muestra de ser un burro de carga, y no había nada más cómico. Sofoque mi risa tras varios intentos con el abrazo de Chad y Trevor, los que sonreían sin parar. Todos iban con el chándal del instituto, y verlos entusiasmados por el comienzo de la temporada y tan guapos con los colores del instituto me hacía sentirme orgullosa de las personas que me estaba llevando conmigo este curso. Mark se acerca poco a poco cargando, aparte de todas las bolsas, con los comentarios de los chicos y sus risas, yo trato de contenerme para no parecer muy mala y que no parezca un gesto maleducado por mi parte.
—¿Has venido a vernos entrenar?
—Ojalá, pero no. —Pongo carita de pena sacándoles una sonrisa, cosa que hace que también aparezca una en mi rostro—. Acabo de salir de clase de cocina. —Los chicos comienzan a reírse a carcajadas y Tyler, tras su breve risa, les hace callar—. No os riais o no tendréis tarta nunca más.
—Callaros, no pienso correr ese riego —dice Trevor endureciendo su tono, tan frío que quemaba, pero dura poco puesto que empieza a reírse y todos nos miramos soltando un bufido reconfortante—. No, pero ahora en serio, por favor. Kate, amo tus tartas —admite poniendo un pequeño puchero
—Vamos a entreno o llegaremos tarde, y por favor, coger vuestras malditas bolsas, estoy harto de llevarlas.
—Si no aguantas esto no sé cómo piensas aguantar el entreno... —insinúa Tyler poniendo los ojos en blanco, dirigiéndose a Trevor y Chad los cuales le dan la razón con comentarios respectivos poniendo muecas divertidas. Mark desafía a los chicos a llegar antes que él y comienza a correr hacia los vestuarios—. Voy detrás de ellos, ¡no quiero ser el último en llegar! Nos vemos más tarde ¿vale?
Asiento y camino hacia la dirección que quería desde un principio, despidiéndome de los chicos a lo lejos, los cuales entraban al gimnasio rápidamente, uno detrás del otro, riendo y gritando como si fueran niños pequeños en busca de su balón favorito. Camino dejándome llevar de nuevo por la música con mis auriculares, poniéndola al máximo a pesar de que siempre me hayan dicho que es pésimo para la salud, desconectando de nuevo, como si fuera por arte de magia. Sin prestar atención a mi alrededor, sin oír nada ni interesarme por lo que estaba pasando a mi alrededor me pongo en el mismo lugar que en el descanso del instituto.
Me agacho para dejar el bolso en uno de los costados del banco y coger algo de comer, siempre cojo un poquito de comida extra por si las moscas, en especial bollería y esta vez no podía ser menos. Canturreo cada una de las canciones que sonaban automáticamente desde mi teléfono sacando un paquete de galletas de chocolate, cerrando el bolso de nuevo. Abro el paquete sobre la mesa y cojo una, saboreándola como si hiciera años que no como una, y fíjate que esta mañana también había desayunado galletas. Abro los ojos tras disfrutar de mi sabrosa y magnífica galleta de chocolate y levantó la mirada... De repente mi grito suena tan fuerte que se podía oír a cuadras de distancia. Llevo mi mano al pecho por el susto y miró con frustración al sujeto que tenía enfrente de mí.
—Joder Kate, ¿tan feo soy? —insinúa Jake esbozando una pícara sonrisa.
—Pues sí —miento.
Mentir siempre se me ha dado mal y él lo notaba de lejos, sin darme cuenta una gran sonrisa se me insinúa en el rostro y le saco la lengua haciendo una mueca divertida.
—Las películas de terror deben ser una pesadilla para ti, ¿verdad? Porque vaya susto que te has dado...
—Ja-ja. Me parto contigo, Evans —digo sarcásticamente, tratando de mostrar una forzada sonrisa.
—Ya lo sé, enana. —Me guiña un ojo y me dedica una sonrisa que, aunque me cueste admitirlo, dejaría tonta a cualquiera, y por mucho que una tras otra vez trate de disimularlo ya se está haciendo cansino tener que fingir que no me pone la piel de gallina cada vez que lo hace—. ¿Me das una?
—Venga, va —cedo tras haber estado varios segundos rumiando, consiguiendo que me pusiera un puchero, muy adorable, y haciéndome un poco la difícil saboreando mi galleta en frente de él.
—Has sido muy mala chica...
Mueve la cabeza en negación y los colores me suben sin parar hacia las mejillas, poniéndome roja. Desvío la mirada rápidamente hacia la caja de galletas para comer otra, aún sin haber acabado esta, y en el acto levanto un poco la vista para ver que hacía Jake. Éste reía disimuladamente con la mirada fija en la mesa.
—No sabía que abríais a esta hora —Me encojo de hombros ofreciéndole otra galleta más.
—Así que no querías verme eh... —insinúa mostrando resignación, haciéndose el ofendido y seguidamente metiendo las manos en sus bolsillos—. Sí, abrimos cada día hasta que la gente acaba sus entrenos, por las tardes nos turnamos entre Ben y yo, el otro encargado de la cafetería. Justo da la casualidad de que los martes me encargo yo, mira qué bien.
Le dedico una sonrisa fingida, una de las que se notan, y cojo la última galleta de la caja. Subo la mirada y le echo una ojeada. Él mira hacia las pistas, donde ve a varios niños jugando a baloncesto. En este momento me moriría por hablar sobre el tema del baloncesto, ¿Por qué nunca me mencionó nada?
Tenía la mirada fija en las jugadas, con su iris seguía el recorrido de la pelota por la pista. La melena se le había despeinado a causa del viento y eso le favorecía indescriptiblemente, siempre lo había pensado. La forma en la que nuez se le marcaba le ponía la piel de gallina a cualquiera, sobre todo a mí. Iba muy guapo, incluso llevando ese delantal seguía pareciendo sexy, sobre todo por la camiseta de tirantes que llevaba que marcaba sus músculos, ¿desde cuándo Jake se había puesto taan bueno? Quiero decir, ya lo estaba, pero...
Desvió la mirada hacia mí, me quede unos segundos sin decir nada, solo mirando el intenso azul de sus ojos igual que él hacía con los míos, era una situación extraña, pero me gustaba. Moví la cabeza en un rápido gesto y recompuse la compostura.
—¿Quieres? —le propuse, ofreciéndole la mitad de la última galleta. Tardó unos segundos en responder, y una sonrisa divertida se le insinúo en el rostro. Se acercó a mí poco a poco y me miró coquetamente.
Como siguiera así mi corazón iba a salir disparado en un momento u otro, y eso no beneficiaría a nadie.
—Claro, qué romántica Campbell, gracias por darme tu media galleta... —bromea suspirando, cogiendo la mitad con la intención de llevársela a la boca, pero antes de ello tenía que juguetear un poco yo también...
—¿A que no te lo doy?
—Ya lo tengo.
—Te crees muy listo...
—Lo soy, y como tengo la media galleta el poder lo tengo yo.
—Ahora ya no.
—¿Te crees muy lista eh?
Después de su última frase se acercó cada vez más y más a mí, trataba de coger con su mano derecha la galleta, la cual yo tenía sujeta detrás de mí. Cada vez se acercaba más y yo no le ponía límites, tanto que podía notar su respiración centímetros de la mía. Tragué saliva y le miré a los ojos, pero era la peor decisión que podría haber tomado. Mi cuerpo comenzó a temblar por el simple hecho de tener a Jake tan cerca, quería evitarlo, pero no podía; Jake podría haber cogido esa galleta hacía rato sin ningún esfuerzo, era mucho más grande que yo y su brazo mucho más largo, puesto eso, no tenía por qué tardar tanto. Pero lo estaba haciendo. Se acerco más y cuando nuestros pechos ya estaban pegados el uno al otro y nuestras bocas se separaban por milímetros, sonrió maliciosamente y se llevó la galleta a la boca.
Solté una risa liberadora, no sé qué hubiera pasado si hubiésemos estado más tiempo así, y no debía averiguarlo.
Sonó un claxon y ambos miramos hacia el aparcamiento, al ver que era mamá giré rápidamente a Jake hacia mí, si le veía conmigo me llenarían a preguntitas indeseadas, y no había nada que responder. Me despedí de Jake rápidamente, dándole una palmadita en la espalda y esbozando una sonrisa. Mientras no se levantará de allí y no nos mirara hasta que yo me fuera todo iría perfecto, el siguiente paso era que siguiera las instrucciones. Yo dudaba de ello.
Subí en el asiento copiloto del Mercedes de mamá y me abroché el cinturón. La bici la pusimos en el maletero, en este coche cabía a la perfección, era un modelo familiar; el problema ahora era, ¿qué haría sin bicicleta por las mañanas?
—Hola cariño —saluda en cuanto entro al coche aflojando el volumen de la radio.
—Hola mamá —respondo tiernamente y le doy un beso en la mejilla—. ¿Vamos? —digo tratando de disimular mi insistencia.
—¿Quién era? —pregunta asomándose hacia la ventana, entrecerrando los ojos para divisar mejor. Imito su gesto asustada, pero Jake seguía de espaldas a nosotras y el delantal no se le veía a penas desde el coche.
—Nadie, un amigo del...
—¿Era Jake?
—¿Por qué lo dices?
Mamá me señala la ventana y mi mirada se cruza con la de Jake, el que nos estaba saludando cordialmente desde el bar. Mamá le devuelve el saludo con una amplia sonrisa. Yo, por el contrario, le saco la lengua y le dedico un, según mamá, maleducado gesto sacándole el dedo corazón.
Jake Evans me iba a volver loca en toda regla.
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