Capítulo 10: Sí, hermanitos de pega...
Salir a correr la mañana de un sábado no era algo que estuviera en mi lista de cosas que hacer en el 2018, pero esta vez era por una buena causa. Me vestí con unos leggins cortos y una chaqueta de deporte negra, a las diez de la mañana aún refrescaba un poco y quedaba bien con el conjunto de deportista. Para parecer un poco fatigada y dar la impresión de que verdaderamente había salido a correr fui hasta el extremo derecho de la calle para dar media vuelta y volver hacia el otro extremo, exactamente hasta la última casa de la calle. Aunque parezca mentira, haciendo ese mínimo esfuerzo ya se me notaba agotada. Si fuera una persona deportista sin duda alguna elegiría este barrio para salir a correr: pastos verdes, plantas de boj de hoja perenne de distintas formas y muy buen ambiente.
Salvo por el perro de la Sra. Sellers, el cual nunca nos dejaba dormir, y a la que tuve que saludar cordialmente antes de salir. Por su expresión en el rostro incluso ella se sorprendió al verme a salir a hacer ejercicio, yo me limite a decir «nunca viene mal para el cuerpo un poco de movimiento». Muy ingeniosa, ¿verdad?
Antes de que llegue el otoño, a finales de septiembre, y cuando llega la primavera, se hacen varios concursos de escultura con las respectivas plantas boj. Mi familia ha participado alguna vez, pero lo máximo que conseguimos hacer fue un corazón, con la excusa de que simbolizaba el amor de la familia y al menos quedamos de los diez primeros, solo por el discurso. Muchas familias de Palm Beach están todo el año preparando distintas esculturas, el padre de Dan era un genio en ello. Cuando éramos pequeños recuerdo que siempre asistíamos al concurso, pese a que solo fuera para mirar, y él siempre nos sorprendía con alguna extraña, pero fantástica escultura: una vez creó un bebé elefante en tamaño real.
Al llegar al final de la calle me quedé mirando fijamente su casa. Todo estaba igual, era muy sencilla y representaba muy bien a su familia. La entrada no era muy grande, la puerta era de madera y había un trozo de techo que sobresalía creando el porche de la entrada principal, sostenido por dos columnas. A su lado estaba el garaje, también con la puerta de madera. Varias habitaciones de arriba contaban con un balcón, una de ellas tenía uno con una baranda de metal muy sofisticada, igual que de otra de las habitaciones, la cual si no recuerdo mal es la de Dan, pero era mucho más pequeño.
Al ser de día no podía ver si estaban en casa, ya que de noche hubiese sido más fácil simplemente viendo si las luces estaban encendidas; aun así, la mayoría de las ventanas estaban abiertas y eso me ayudaba a deducir que estaban en casa o que al menos estaban despiertos. Pasó el rato y me di cuenta de que mi idea era inútil, ¿Cómo iba a ver a Dan si no hacía que saliese? Años atrás siempre salía a tirar la basura por las mañanas, en la esquina de nuestra calle estaban los contenedores y estaba tan solo a menos de un minuto de su casa, era cruzar la acera. ¿Pero que me hacía pensar que aún lo seguiría haciendo?
A punto de rendirme ante mi propio plan, un coche atravesó la calle y tuve que retroceder un par de pasos un tanto rápidos para evitar un atropello. No era nadie conocido, pero un olor a basura se asomaba detrás de mí: una bolsa de basura acababa de golpear mi pierna, o más bien yo acababa de pisarla tratando de caminar de espaldas. Me di la vuelta recobrando la compostura antes de volver a tropezar y allí, delante de mí, vi a Daniel Reynolds, sacando la basura igual que hacía cuatro años atrás.
—Dios, lo siento mucho. ¿No se ha roto verdad? —Me disculpo desviando mi mirada hacia la bolsa de basura, con el fin de cogerla a pesar de ese terrible olor y asegurarme de que no se hubiese rajado, pero fue en vano, la bolsa ya estaba rota y había caído algo que me había hecho resbalar.
—¿Kate Campbell saliendo a correr? —insinúa, ofreciéndome su mano para levantarme con una honesta sonrisa en el rostro—. Tranquila, pero eso sí, ahora tendrás que ayudarme a llevar la basura. Tu cogerás el extremo de abajo. Va, entre los dos —Hago una mueca de asco en contra de ello, pero cedo. La culpa de que se hubiera roto la bolsa era solamente mía y tenía que atenerme a las consecuencias.
Hacía verdaderamente mucho tiempo que no sacaba la basura, en casa cada una tenía unas tareas y esa no era la mía. Olía a mofeta, y al llegar a los contenedores el olor fue a peor mientras que Dan solo reía y yo tenía que disimularlo.
—¿Y qué tal va todo? ¿La mudanza bien? —pregunta cerrando la tapa de la basura.
Dan tenía un encanto diferente, era un chico bueno. Un chico bueno atractivo. Tenía una melena rubia y revuelta, combinaba con su piel blanca y llevaba unas gafas muy modernas. Cuando era pequeño las gafas le quedaban genial, una vez me las probé y agradecí no tener que llevar, pues no me favorecían nada. La pequeña y respingona nariz que tenía siempre me había parecido muy graciosa, sobre todo cuando estaba enfadado y la fruncía. Vestía una camiseta blanca de manga corta y una camisa tejana desabrochada.
—¡Fue fenomenal! Ya sabes que a mí me encanta todo eso. Mamá accedió a poner en marcha mis ideas —dije con orgullo girándome hacia él, el que tenía las manos en los bolsillos y miraba hacia los lados—. Y bueno, en general todo muy bien, supongo...
—Entonces no tardaré en ir a hacerte una visita —añade guiñándome el ojo, haciendo que desapareciera la incomodad que sentía por su mirada perdida, pero se me hacía raro que hubiera dicho "hacerte" y no "haceros", si había alguien por quien vendría a casa, sería Meghan.
—A mi madre le encantaría, siempre se lo está diciendo a Meghan. De verdad, Dan, ella... —Antes de continuar hablando y decirle cuando le añoraba mi madre me di cuenta de que le había llamado Dan, no Daniel. No sabía si él seguía queriendo que yo le llamará así, hacía cuatro años que no nos veíamos y solo pocas personas, los más íntimos, nos acostumbramos a llamarle así.
—Dile a tu madre que no tardaré en ir —dice firmemente alzando su mano en gesto de promesa—. Tranquila, me alegra que te acuerdes y que me sigas llamando así, tu siempre podrás llamarme Dan. Cuando hablé con tu hermana me llamó Daniel —comenta con una gran nostalgia en su rostro.
—El día de la fiesta os vi juntos, en la sala aquella, donde la cachimba —repito al ver cierta confusión en su rostro —No te saludé porque me daba vergüenza, no sabía si me querrías saludar rodeado de tanta gente que le iban ese tipo de cosas que, a mí, en cambio, se me caracteriza más... por lo contrario.
—A mí tampoco me va, tranquila. Pero una vez al año a nadie le hace daño, ¿no? O eso dicen —señala tras haberse reído por mi comentario—. Tampoco conocía a muchos de los que había en aquella sala, solo quería pasar algo de tiempo con Meghan, ya sabes, hace cuatro años que no la veía, pero tampoco la vi muy entusiasmada así que no estuve mucho rato allí —confiesa encogiéndose de hombros.
—Últimamente está más persistente, por la vuelta y todo eso... —La excuso, a pesar de no saber la razón por el comportamiento de Meghan.
—Sí, será eso... —esboza una sonrisa y se gira hacia mí, apoyando su brazo en mi hombro. Es un gesto que bastantes personas hacen, sobre todo Dan, cuando éramos pequeños ya me sacaba una cabeza, así que ya podéis imaginar ahora—. Pero cuéntame más sobre esta nueva Kate Campbell, toda mi atención está aquí para escucharte —insiste haciéndome una reverencia.
Sin darme cuenta me había acompañado hasta casa, pasando por todas las que separaban las nuestras. Hablar con Dan se sentía como si realmente hubiera estado siempre ahí y no hubieran pasado los años. Me había puesto algo triste al verle tan nostálgico hablando de Meghan, de pequeña siempre sospeché que estaba enamorado de ella, y no creo que estuviera muy desencaminada.
Al llegar a mi portal, antes de despedirme de Dan me fijé en si mamá estaba en casa, sabía que le haría ilusión verle. El coche de Meghan no estaba, pero el de ella sí. Me pareció raro ya que Meghan no suele coger el coche y al instituto la viene a buscar Kara normalmente. Hago un gesto a Dan para que me espere y saco a mamá al porche, ésta me miraba confusa ya que no le había comentado mi reencuentro con Dan, no paraba de decir cosas como «¿Cómo quieres que salga así a la calle? ¿Por qué vamos fuera?». Al ver a Dan todas sus preguntas se esfumaron y pude ver una doble reacción en ambos rostros de felicidad. Mamá abrazó con todas sus fuerzas a Dan y este la correspondió.
—¡Estás enorme! —exclama mamá poniendo las manos sobre sus hombros. Ella era un poco más alta que yo, pero no mucho, las Campbell éramos de por sí muy bajitas, y los Reynolds, por el contrario, muy altos—. Es increíble que haga cuatro años que no te veo, me llegabas por el hombro y ahora me sacas una cabeza...
—Y aún no he terminado de crecer Eli, será de tantos petit-suisses que me dabas cuando era pequeño... —bromea él y desvía su mirada hacia mí, dedicándome un guiño.
—Pasa, pasa. Prepararé algo para almorzar.
Para mamá Dan siempre había sido como el hijo que nunca tuvo ¡a veces incluso le preparaba a él el almuerzo para el colegio! Diría que ella también creía en el enamoramiento de Dan con Meghan, pero de lo único que sí estoy segura es de que un reencuentro así es, sin ninguna duda, uno de los mejores momentos que he vivido desde mi llegada a Palm Beach.
Después de hacer la compra siempre me sentía llena de energía, a pesar de lo mucho que pesaran las bolsas. Siempre conseguía algún extra como capricho si era yo la que iba a comprar un par de cosas, y como la mayoría del tiempo no tenía mucho que hacer se había vuelto algo semanario. Sin embargo, la gran compra semanal sí que la hacía mamá, y ese día, normalmente esa mañana, Meghan y yo nos quedábamos en casa, matando el tiempo como podíamos.
Caminé hasta el porche con lentitud, sostenía dos bolsas, cada una en una mano y a la vez llevaba el bolso negro que me regaló Meghan al acabar las vacaciones. Según ella al verlo se enamoró de él y lo compró, pero cuando me lo dejó para probarlo era «totalmente para mí». Abrí el bolso con la mano con la que sujetaba una de las bolsas, donde había una docena de huevos, y lo hice con la máxima prudencia posible, mientras que apoyaba la otra bolsa en mi pierna izquierda. Si alguien me estaba viendo, sin ninguna duda, estaría grabándolo para reírse de ello cada vez que no estuviese de humor.
Tras el primer intento, mis gafas de sol, las cuales estaban apoyadas sobre mi cabeza, cayeron y se colocaron en el borde de mi nariz, y por primera vez sentí útil tener una nariz respingona. Conseguí obtener la llave y solo me faltaba cerrar el bolso, mantenía la pierna derecha apoyada en los escalones de la escalera principal que llevaba al porche, y con ambas manos evité que se rompiera nada; pero cuando pensé que lo había conseguido... todos mis intentos fueron inválidos: un eructo resonó a lo largo de la calle y la bolsa con huevos se cayó precipitadamente. Un despreciable y gran eructo.
—Vaya, lo siento. No recordaba lo mucho que odiabas los eructos. Ya lo sabes, son parte de mí. ¿Necesitas que te ayude? —se ofrece Jake con una sonrisa maliciosa, como si estuviese orgulloso de sí mismo. Desvío la mirada hacia él y le fulmino con ella. Estaba sentado en el balancín del porche, con los brazos abiertos balanceándose como si nada. Por alguna razón no le oí, quizás porque estaba demasiado ocupada tratando de no desperdiciar la comida que acababa de comprar.
—Joder Jake, te crees muy gracioso, ¿verdad? ¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunto agresivamente cogiendo la bolsa donde media docena de huevos han acabado rotos.
—Solo de vez en cuando. Quería verte, ¿acaso es un delito? —admite balanceándose de nuevo, pero rápidamente salta y se dirige hacia donde estoy yo—. Dame una bolsa. Yo te ayudo, tranquila, que te he visto con problemas.
—No necesito tu ayuda, se entrar las bolsas solita a casa, ¿entendido? —Jake agita las manos al son de sus palabras y en tono burlón dice «Vale, vale, chica madura»—. ¡Esa no! ¡Es la de los huevos! Además, por tu culpa ya estarán todos rotos —replico al ver que trataba de coger la segunda bolsa junto a un sonoro resoplo tratando de mantener la paciencia.
—Está bien, cojo la otra —Bufo ante su insistencia, pero al darme la vuelta para abrir la puerta una pequeña sonrisa de me insinúa instantáneamente en el rostro, trato de ocultarla cuando la puerta se abre y me giro hacia él.
—No entres, pueden estar Meghan o mamá, y no quiero que mamá me dé una charla si te encuentra aquí ni a Meghan comience con los pucheros y me haga magia vudú por el cabreo que pillaría —le pido, y ambos reímos por ello.
Me sonrojo por cómo me mira mientras reíamos, como si fuera el último copo de nieve antes de que llegue la primavera, suave y delicado, pero dura poco, pues me hace un lado y entra, mirándome firmemente y algo sarcástico.
—Tu hermana está en el gimnasio, cada sábado va de cinco y media a nueve ya que es su día de "sauna", según oí comentar a tu madre con mis padres, y Eli ha salido con la mía.
Me sorprendo tras ver que Jake sabe incluso más de mi familia de lo que sé yo, alucinada por su eficacia y a pesar de que ya no me acordaba de ello, era verdad, nadie iba a estar en casa esa tarde. Meghan va al gimnasio martes, jueves y sábado, aunque depende de sus planes para el fin de semana este último día puede variar. En cambio, mamá siempre sale con Melinda a tomar algo y cotillear, y esa es una de las razones por las que yo voy a hacer la compra. Ahora que vivimos solo con mamá pienso que hay que echarle una mano, sería injusto que ella solo se tuviera que ocupar de todo, ¿verdad?
Normalmente los días que me suelo quedar sola por las tardes desde que llegamos a Palm Beach me dedicaba a cocinar nuevas recetas, y cuando no me apetecía, que pasaba escasas veces, optaba por mi plan de noche: leer o series. Hoy, en cambio, sí estaba Jake aquí, dudo que pudiera llevar a cabo alguno de estos planes. Pero, solo porque no hubiese nadie, ¿Jake creía que podría pasar la tarde conmigo aquí? Cuando estaba con él, por alguna razón, nunca recordaba a Amber, y algo me decía que él tampoco. Sin embargo, mientras me ayudaba a colocar la compra en su lugar me vino a la mente, ¿Qué pensaría Amber si supiera que está aquí? Estoy segura de que me lanzaría algo más que una mirada asesina. Quizás una silla.
—¿Por qué me ayudas?
—Quiero pasar tiempo contigo, hace mucho que no lo hago, minoide —confiesa. Noto como me sube el calor a las mejillas y trato de ocultarlo sacando el pelo de detrás de las orejas, de forma que mi rostro se vería tapado por el pelo, mientras guardaba una caja de cereales en el mueble de arriba. Para mí está un poco alto, así que aprovecho que está él para que me ayude. Le miro de refilón. Está de pie con los brazos en alto para guardar un par de cosas en el mueble de arriba. Me quedo embobada mirándole el buen cuerpo que le hace esa camiseta gris, apretada a su cuerpo marcándose los abdominales de una forma irresistible. Puedo notar como se le marca la mandíbula y la nuez, dándose un toque atractivo. Desvío la mirada y trato de disimular cuando se gira hacia mí, arqueando las cejas.
—Ya que estás, échame una mano. No llego —digo encogiéndome de hombros, ofreciéndole la caja de cereales para que la alzara a su lugar, señalando el armario correspondiente.
Jake se acerca a mí despacio, y no desvía la mirada de la mía, por lo que mis ojos no ven otra cosa que el azul cielo, dejando poco espacio entre ambos. Tiene la mirada desafiante y coqueta. Aun así, estiro el brazo y agito la caja para que la coja, pero Jake me pilla totalmente por sorpresa. En un rápido movimiento, inesperado, se agacha y me coge de las piernas, alzándome hasta el mueble más alto, tanto que por pocos centímetros no me doy contra el techo. Tengo mi trasero a pocos centímetros bajo su hombro, noto como echa una rápida mirada y eso me hace reír, haciendo que perdamos el equilibrio. Antes de poder quedar en una pose romántica de película y evitar que pase nada incomodo, salto rápidamente deshaciéndome de sus brazos y resoplo entre risas, pasándome una mano por el frente, echándome a un lado y mirándole con disimulo, esperando no arrepentirme de haber evitado ese momento el cual apostaría que Jake sí deducía.
—Gracias —musito. Se gira hacia mí, sin decir una sola palabra, apoyando sus brazos sobre la encimera—. Por ayudarme con la compra —Salgo de la cocina con la intención de acompañar a Jake a la entrada, ya que al finalizar su ayuda creía que se iría; llego sola al recibidor y miro hacia el sofá, donde le veo tumbado ocupando tres cuartos de éste, haciéndome un gesto de salutación similar al de un militar, con una media sonrisa. Me quedo mirándolo unos segundos. La forma en la que se le achinan los ojos al sonreír me es tan familiar, tan cálida y acogedora... En cuestión de segundos vuelvo a mi compostura firme, despertando de ese pequeño trance—. ¿Qué haces? —pregunto pestañeando de forma insinuadora.
—Dije que había venido para pasar tiempo contigo. No creerías que te iba a ayudar a meter cuatro cosas en su sitio y me iba a ir ¿verdad? —añade incrédulo tras ver confusión en mi rostro—. Venga, no irás a pasar la tarde leyendo libros.
—No es mi problema que no hayas leído uno en tu vida, otras tenemos más cultura.
—Perdona chica culturista. Lo mío son más los números.
—Tranquilo, se te nota. Y se dice cultural, inculto... —recalco tratando de contener la risa.
Frunzo el ceño y despego mi mirada de él hacia el resto del salón. A penas son las seis y media de la tarde. Aún entra bastante luz natural. La casa está sola, salvo por mí y por Jake. Hasta que no abro la boca para hablar, el silencio que reina es casi creíble. Se me hace raro ver a Jake aquí, sin que estén Meghan o Charlotte con nosotros, o alguno de nuestros padres.
—Entonces, ¿Qué quieres hacer?
—Según me explicó Meghan tenéis Netflix, y según sé yo eres una viciada viendo series. Por lo tanto, podemos ver alguna juntos, ¿no? O pones una de las tuyas, no tienes un gusto exquisito, pero creo que podré soportarlo.
Al principio noto como los músculos de mi rostro se contraen y muestran una especie de cabreo al oír lo de Meghan, ¿acaso le había invitado a ver Netflix con ella? ¿En nuestra casa? Pero aún peor, ¿Por qué carajos me importaba? Si le decía algo, comenzaría con el tema de los absurdos celos y la conversación acabaría mal. Sin embargo, llego a la conclusión de que ver Netflix con Jake Evans en mi sofá, sin ningún interés amoroso por ambas partes, podía no resultar algo tan malo.
Que equivocada podía llegar a estar.
—Sí, claro, ¿por qué no? —acepto en voz alta, sin saber a quién estaba tratando de convencer con mis palabras, si a mí o a él—. Pero tendrás que aguantar sin rechistar lo que decida poner —digo con seguridad, plantándome entre él y la televisión y levantando mi mano como promesa para que él imite mi gesto.
—Está bien. Pero no me pongas nada de adolescentes pijas o cosas por el estilo. Bueno, a no ser que estén... —Le tiro un cojín antes de que termine la frase, junto con un «eres imbécil» que salió solo.
Me acomodo en el sofá mientras él va a por un bol de palomitas, una Coca-Cola y una Fanta de limón, estaba claro ¿no? Subo y bajo, paso de izquierda a derecha cada fila de series de Netflix en busca de la perfecta. Iba a ver una serie con Jake Evans —como amigos—, tenía que encontrar lo ideal. Algunas me parecían demasiado románticas, otras demasiado sangrientas y otras... mejor ni miraba la sinopsis. Resoplé con desesperación, por el ruido proveniente de la cocina supuse que me estaba mirando desde la puerta, pero no escuchaba ninguna risa molesta de las suyas. Finalmente escogí una de acción, siempre tuve cierta preferencia entre otros géneros por este, también había atracos y deduje que le gustaría; hacía prácticamente un mes que la comencé con mamá y solo vi un par de episodios.
—No es por nada, pero ¿tu novia sabe que estás aquí? —le pregunto de la manera más indiferente posible, tratando de no mostrar mucho interés. Niega como si fuera algo normal y corriente y se sienta a mi costado, ofreciéndome palomitas—. ¿Y a ella le parece bien?
—¿Qué esté aquí contigo? —asiento, mirándolo con esmero—. ¿Por qué no le iba a parecer bien? Es como si estuviera con una Charlotte casi cuatro años más pequeña que yo. Nos hemos criado juntos, a eso ya se le podría llamar hermanos de pega, ¿no crees? —admite, mostrándose indiferente ante sus palabras, aun así, noto cierto tono sarcástico en el «hermanos de pega», y no me extraña. Trato de mostrarme igual asintiendo con la cabeza.
—Si, sí, claro. Tres años y un mes. —Rectifico, dedicándole una mueca divertida y él ríe.
No sé si disimular es uno de mis dones, pero apuesto lo que sea a que Jake no se daría cuenta a pesar de que gritara a los cuatro vientos mi agonía. Jake me ve como su hermana. De alguna forma, ya lo sabía, siempre lo he sabido. Sin embargo, que el amor de toda tu infancia te diga que te considera su hermana pequeña no es algo que a todas nos gustaría escuchar. Pongo los ojos en blanco y sacudo la cabeza rápidamente para sacar todos los malos pensamientos y disfrutar de esta calurosa tarde con mi hermano de pega. Me da igual lo que él piense al verme hacerlo, posiblemente estará pensando lo rara que soy, pero sigo con mi iniciativa de mostrarme indiferente y le doy al play.
"Si tienes un accidente o miedo en una situación de vida o muerte, estar al borde de ella hace que pienses en la persona que más quieres. ¿Piensas ahora mismo en tu mujer, Arturo?" fueron las palabras que le ofrecía el archienemigo de Arturo momentos antes de la operación que indicaría si seguiría vivo junto a su familia o moriría tras un disparo cerca del corazón.
Por un momento, me paro a pensar en ello. Si supiera que cabe la posibilidad de que no saldré viva y que un momento definirá mi vida, ¿en quién pensaría? ¿Mamá? ¿Meghan? ¿Papá? O... ¿otra persona fuera de mi familia? Desplazo la mirada de la televisión a Jake. Miraba fijamente la televisión, apenas pestañeaba, se sentía satisfactorio ver que le gustaba lo que estaba viendo, y por una milésima de segundo me pregunto si yo me veo igual mirándole, pero reacciono y devuelvo la mirada a la televisión. Noto como se percata de ello, y tras una discreta risa se acomoda de nuevo. Estamos a poca distancia, yo agarro el cojín rodeándolo con los brazos, mostrándome nerviosa por la escena que se está ejecutando.
—¿Tú qué opinas? —pregunto espontáneamente, mirándolo de reojo.
—Yo creo que muere —asiente con convención, río ante su respuesta y niego con la cabeza. Desvío el cuerpo hacia él, pero lo suficiente como para seguir viendo la pantalla de frente. Retiro el bol de palomitas y lo dejo sobre la mesa.
—Crees que es verdad... ¿Qué cuando estamos en el límite, pensamos en la persona que más queremos? —pregunto con inocencia. Veo de reojo como hace el mismo anterior gesto que yo anteriormente y me mira fijamente.
—Estoy seguro de que, si me pasara, pensaría en cualquier cosa, como en sobrevivir o en que me esperará después, antes que en eso. Solo es una serie, no creas todo lo que dicen —asiento desconcertada, algo decepcionada por su reacción, «no te creas todo lo que dicen», repito en mi mente de forma burlona, ni que tuviera diez años aún, ¿pero que esperaba de Evans? —Son unos cabrones, ahora hasta el próximo día no sabré que pasa —se queja al acabar el episodio.
—De verdad crees... ¿Qué tendrás el privilegio de un próximo día? —Pregunto con una mirada ingenua, disponiéndome a llevarlo, esta vez de verdad, hacia la puerta principal, cruzada de brazos delante suyo, tratando de contener carcajadas.
—Lo sabrás pronto, pequeña minoide. Ah, y otra cosa, el próximo día en las compras añade varios paquetes de palomitas a la lista de la compra, no han durado ni quince minutos.
Nuestras miradas se desafían entre ellas, ambas combinadas con unas pícaras sonrisas, nunca me antes me había visto en esa faceta. Cojo un cojín y, repetidamente, le doy golpes con él ahogándolo en broma, él trata de evitarlos a pesar de que sean leves, pero es imposible ganar a Kate Campbell. Contraataca y me agarra de la cintura de una forma tan agresiva que caigo sobre él. En ese momento no me doy cuenta, y doy por supuesto que él tampoco. Éramos dos viejos amigos y según Jake, considerados casi hermanos, jugando como críos. Nuestras risas se sofocaban por nuestros cuerpos uno sobre el otro. Las carcajadas eran sonoras y aprovechaba para hacerme cosquillas, creando el momento más cómico posible. No podía parar de reír, y el tampoco. El brillo de sus ojos llenaba el mío de ilusión. Sin percatarme de ello, acabé sentada de piernas abiertas sobre su regazo, tratando de fundirlo entre las suaves plumas del cojín y él haciéndome más y más cosquillas para vengarse por mi ataque, y la risa no acababa nunca. La televisión continuaba encendida y el siguiente episodio se había puesto por la reproducción automática. Paro de hacerlo en cuanto noto su mano en mi muslo desnudo, me quedo paralizada, mirándole fijamente. Parece que él también se da cuenta en ese momento de lo que estaba pasando entre ambos. Me quito repentinamente de él, trato de no parecer brusca y me pongo en pie.
¿Qué estaba haciendo?
Jake tenía novia.
Y yo le tenía olvidado.
Tenía...
—¿Qué pasa, hermanita de pega? —bromea dejándose caer sobre el sofá con una sonrisa satisfactoria en el rostro, esta vez marcando bruscamente el sarcasmo en las últimas palabras.
—Mi madre llegará en cualquier momento, deberías irte ya. A demás, tengo que arreglarme para salir.
—¿Vas a salir de noche? —Pregunta directo, dándole un vuelco total a su expresión, de un tono bromista pasa a un tono más serio, moviendo las cejas de forma sugestiva
—¿Algún problema, hermanito de pega? —Le devuelvo la pregunta, añadiéndole el mismo tono punzante que él anteriormente, dirigiéndonos hacia la puerta.
Ríe y niega con la cabeza esbozando una coqueta sonrisa en su rostro hasta que cierro la puerta tras él, dejando una igual en el mío. Deslizo mi cuerpo bajando por la puerta principal y quedo sentada en el suelo, pensando en la tarde que acababa de vivir. Las voces de mamá rompen mis esquemas y me levanto bruscamente sentándome con rapidez en el sofá al oír las llaves en la cerradura. Justo a tiempo para disimular y hacer como si nada hubiera pasado.
—¡Hola cariño! —chilla mamá desde el recibidor. Tumbada en el sofá vuelco la cabeza hacia atrás para saludarla cordialmente, con un rápido gesto y una simple sonrisa y escondo el bol de palomitas bajo un cojín—. ¿Qué hacía Jake aquí? —pregunta dejando su bolso en la entrada. Se restriega la mano por la frente, simbolizando la calor y añade un bufido.
Puedo notar como se tensa mi cuerpo y la respiración se me agita. Sin que me vea, para evitar, como según dicen, mi nariz arrugada al mentir, me dispongo a decir mirando hacia la televisión: «Tan solo se dejó unas cosas en el instituto y se las cogí. Ya sabes lo despistado que es Jake». No me giro porque tan solo al oír los ruiditos que hace me puedo imaginar la cara de "a mí no me engañas". Sin embargo, ante mi grata sorpresa tiene una reacción totalmente distinta.
—Es verdad, Melinda me explicó que se ha tomado un año sabático y como era tan querido en el instituto le han dado la opción de trabajar allí hasta que aclare sus ideas.
—¿Qué ideas tiene que aclarar? —pregunto, sin la necesidad de disimular mi falta de interés.
—Se ve que el primer año ha sido algo duro. Ya sabes cómo le costaba estudiar y centrarse, sobre todo antes de repetir penúltimo grado, él... —Paro de escucharla al oír aquello, ¿Jake había repetido curso? Mamá se notaba que lo sabía desde el primer momento, pero no recuerdo que me lo dijera, ahora entiendo porque empezó la universidad el año pasado. A pesar de que me muera de ganas de saber que pasó aquel año, asiento convencida, si se supone que mamá me lo contó y no me di cuenta empezaría con su discurso de lo poco que la escuchamos—. ...y ha decidido tomarse una pausa para pensar que es lo que realmente quiere hacer, ahora estaba a tiempo. Bajo mi punto de vista, creo que lo que necesita es centrarse, ya sabes cuánto le gustaba a Jake todo lo que tenía que ver con la ingeniería industrial y lo seguro que estaba de ello desde que era pequeño.
—Sí, lo sé, siempre estaba liado con cosas de ese estilo, incluso hizo un trabajo sobre eso antes de irnos a Portland, ¿verdad? Por eso me sorprende —añado acercándome a la mesa, donde estaba sentada mamá.
—Nunca pensé que vería salir de casa a Jake estando mi hija sola aquí... —insinúa, llevándose una mano al mechón de pelo, enrollándolo simulando una adolescente enamorada con una expresión babeante.
—¡Elisabeth Kent! —exclamo con la boca abierta, señalando mi cabeza con mi dedo índice dando vueltas, llamándola loca—. Jake es solo un amigo de la infancia, lo superé. ¡Hace cuatro años, mamá! A demás, tiene novia —recalco moviendo la cabeza hacia un lado, con un gesto que Nikki dominaría "un zasca", pero es básicamente para mostrar seguridad.
—Vale, vale, está bien, si tu lo dices... —Se encoge de hombros y pone los ojos en blanco, pero e cuestión de segundos se restablece en su posición principal—. ¿Amber? Su novia, digo —asiento. Se crea un silencio incomodo, pero para evitar preguntas se limita a contestar desganada—. Bueno, mejor no comentaré al respecto —añade abriendo los ojos de par en par y dedicándome una media sonrisa, y antes de que pueda preguntarle porque no quiere hablar sobre Amber, Meghan entra por la puerta de casa. Parece cansada pero aun así levanta los brazos victoriosos, gritando hasta llegar a nosotras explicándonos la variedad de ejercicios que ha hecho hoy y lo satisfecha que está.
—Entonces habrá que hacer una buena cena para llenar esos estómagos —dice ilusionada mamá. Entre las tres intercambiamos miradas cómplices y corremos hacía la cocina, riendo, haciéndome olvidar lo que había pasado hacía probablemente tan solo unos minutos.
Creo que es uno de los mejores capítulos que he escrito del libro y sin duda alguna larguísimo.
Espero que estéis disfrutando de las fiestas con vuestra familia, amigos o pareja y que sean inolvidables, con muchos libros de por medio...
Espero que os guste y feliz 2019
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