Capítulo 02: Peli(g)rosa
Las voces de Meghan me despertaron de una larga y confortable siesta en el sofá de casa. Miré hacia los lados buscando mi móvil para ver la hora, realmente no tenía ni la menor idea de la hora que podía ser, entre la despedida de los abuelos y mi desvelo acabándome uno de los últimos capítulos de libro que me quedaba por leer estas vacaciones, esa noche había dormido pocas horas. Quedaba una semana para que empezaran las clases y efectivamente no me sentía preparada para ello. Finalmente encontré mi móvil escondido bajo los cojines. Sin batería.
—¡Son las siete y cuarto de la tarde! ¿Se puede saber qué haces aún en el sofá? —preguntó exhausta Meghan.
—Tienes algún plan mejor... ¿para mí?
—Kate, sabes que te quiero mucho, y no es por ofender, pero... Creo que quedarte aquí todo el día no va a ayudarte a adaptarte a Palm Beach de nuevo —ignoré sus palabras mientras encendía la televisión buscando algún programa para pasar el resto de la tarde, como lo había hecho las anteriores—. ¿Me vas a escuchar? En media hora viene Kara a casa.
Meghan parecía impaciente porque le prestara atención, cosa que más cómica aún, y al borde de apagarme la televisión para conseguirlo, por lo tanto, giré la vista indicándole que me parecía bien. Sé que quería que me cambiara de ropa, o me mostrara un poco más arreglada por la llegada de Kara, pero para estar por mi propia casa, no la de Kara, no encuentro motivo de más por el que tener que hacerlo.
—Si quieres, puedes... venirte con, esto... con nosotras —Me propuso incomoda. Estalle a reír tras escuchar su forzada propuesta, acompañada de un pequeño resoplo. Meghan se toca la frente, resopla tratando de mostrar paciencia y da un paso hacia atrás—. Está bien, me doy por vencida. ¿Cuándo verás a Chloe? —pregunta sentándose a mi costado.
—Pues la verdad es que no lo sé, mamá no me dijo si finalmente llamo a su madre. ¿Lo hizo? —asiente con la cabeza—. Supongo que en la cena me lo dirá, y habrá apuntado el número de Chloe y todo para un "magnífico reencuentro" —añadí mientras compartíamos unas risas y Meghan lo reafirmaba poniendo los ojos en blanco.
—Pero... prométeme que irás. No te digo, que tengas una colla de gente popular y que te desmelenes. Eso no va para nada con Kate Campbell. Solo sal para despejarte un poco, te irá bien —añade acariciándome las manos y dándome un pequeño beso en la frente, con unas palabras tan delicadas como solo ella saber decirlas.
Al llegar Kara bajé a saludarla, como no me dio tiempo de arreglarme el pelo me hice una coleta mientras bajaba las escaleras, donde pude encontrarme a mamá recibiéndola con una gran sonrisa.
Kara estaba totalmente cambiada, pero a su misma vez no había cambiado apenas. Llevaba una larga melena negra sujeta por una coleta alta con dos mechones al frente, parecida a la mía, pero la llevaba de forma estilosa, posiblemente no se la había hecho en diez segundos antes de salir de casa. Para mi sorpresa llevaba un piercing en el labio, pero no le daba un toque callejero como mucha gente imagina, ni mucho menos, mientras que en la oreja tenía tres agujeros cubiertos por perlas y un aro en el cartílago. Para ser sincera, nunca había visto a nadie que llevará tantos piercings de una forma tan femenina. Vestía un mono tejano con un lazo en el pecho, donde era evidente que ya se había desarrollado hacía mucho tiempo, a pesar de no tener la figura que tenía Meghan, se la veía muy bien junto a ella.
—¡¿Kate?! —preguntó fascinada, a lo que asiento bajando el último escalón—. Estás guapísima, ¡increíble cambio! La última vez que te vi eras una pequeñaja, y mírate como has crecido... —añadió sin dejar de sorprenderse, dándome una vuelta sobre mí misma—. ¿Dónde te has dejado los aparatos? ¡Ojalá tuviera tus dientes, sonrisa de película!
Abracé a Kara recordando todos los momentos que pasé con ella cuando era pequeña. Pasaba las tardes en casa con Meghan, y a pesar de que no todas las amistades de mi hermana duraran, esta era especialmente fuerte. Por un momento pensé que iban a quedarse en casa, pero rápidamente anunciaron que iban a cenar fuera con unos amigos de Kara para que fuera para Meghan más fácil adaptarse. Me despedí de ellas, y a pesar de que me preguntaron de nuevo si me gustaría ir, era su cena y prefería quedarme en casa viendo alguna película con mamá, a pesar de que la cena que podía ver ya en la mesa desde la entrada era mucho menos apetecible que una gran pizza.
—Ayer llamé a la madre de Chloe —objetó mi madre sin mostrar mucho entusiasmo, pero aun así lo fingía bien.
—¿Y qué te dijo? —pregunté llevándome la última porción de verduras. Por lo general la mayoría de los niños la odiaban, pero yo siempre había sido la excepción. Traté de tardar en comérmela solo por el hecho de que mamá había preparado salmón y no lo soporto. Para ella siempre seré como una niña pequeña: "hasta que no te acabes el plato no te levantas, y yo tampoco".
—Me dijo que... ¡Me dijo que Chloe tenía muchas ganas de verte! —exclamó con especial énfasis—. También hablé con Chloe y me dio su número de teléfono para que te lo diera. Ahora está trabajando por las mañanas, pero me dijo que cualquier día por la tarde podríais veros.
—Eso es genial —dije ofreciendo una amplia sonrisa—. Mm... ¿has dicho que Chloe trabaja?
—Sí, pero solo a media jornada. Se ve que estuvo en un restaurante de comida rápida, pero tuvo ciertos... problemas. Ahora está en una tienda de ropa de West Palm Beach, dice su madre que le va muy bien. Ya sabes, a Chloe siempre le ha ido mucho eso de vestir bien, las nuevas tendencias...
—Sí, ya... —asiento desviando mi vista hacia el segundo plato, y frunciendo el ceño, a pesar de estar dedicándole una media sonrisa. Y no por el salmón, si no por el comentario sobre Chloe.
—Ahora te envió su número y luego le envías un mensaje, seguro que le hace mucha ilusión —agrega finalmente mi madre. No sé si a Chloe le haría ilusión, pero a mi madre le entusiasmaba la idea. Para mí, la idea de hablar de nuevo con Chloe se me hacía muy extraña, pero a la vez tenía ganas de saber de ella, quién sabe, quizás nos volvíamos a unir como les ha pasado a Meghan y Kara.
Después de ver soltera codiciada con mi madre para recordar nuestro estatus sentimental, acabarme por tercera vez la saga de los Juegos del hambre y pasar un rato rumiando en si debería abrir a Chloe o no, finalmente llegue a la conclusión de que debía hacerlo, a pesar de que fueran casi las dos de la madrugada. No podía ver la foto de perfil en su chat ya que no me tenía agregada por el momento, pero no llego a imaginar cómo será ahora. Cuando éramos pequeñas siempre decíamos que éramos gemelas, a pesar de no parecernos en nada. Chloe era rubia de ojos marrones y yo todo lo contrario, pero nosotros nos sentíamos iguales. En personalidad tampoco éramos muy parecidas, agradecía que en esa amistad nadie mandará, ninguna obligaba a la otra a hacer nada y siempre lo hacíamos todo juntas. A decir verdad, pasé la mitad de la escuela primaria durmiendo en su casa. Es increíble la capacidad de creatividad e imaginación que podían tener dos niñas a esa edad, y lo poco que nos cansábamos de todo lo que hacíamos.
A pesar de haberle mandado el mensaje a Chloe, tenía decidido irme a dormir al segundo, el sueño me vencía y a la hora que era no esperaba respuesta. Con mi pijama de Betty Boop, y quitándome las zapatillas de panda me acosté en la cama. Aún que fuera aún verano, no había estación en la que no durmiera tapada hasta la nariz.
Quince minutos más tarde cuando a penas vencía el sueño, y ya estaba entrando en la primera fase del sueño, mi móvil suena con su típico piulido de pájaro, haciendo referencia a los mensajes de WhatsApp:
CHLOE_ 02:16am.
Dios Kate, ¡Cuánto tiempo! Me pillas en mal momento para hablar, pero... ¿Por qué no me paso por tu casa mañana y nos ponemos al día? Me dijo tu madre que vivís en vuestra antigua casa.
KATE_ 2:18am
Sí, claro. Ya sabes dónde está, ¡avísame antes de llegar!
—Toc, toc. ¿Buenas? Sabemos que estáis en casa Elisabeth, no seas antipática.
—¿Mamá? —insistió Meghan con ímpetu, tratando de contener la risa.
—¿Kate? —desvío la mirada y el cuerpo hacia mí, pasándome la palabra. Levanté la vista del libro y la miré, estaba disimulando jugando al Candy Crush en el IPad. Miré por detrás de mamá a Meghan. Ambas asentimos.
—Quizás es Chloe, deberías ir a abrir tú, Kate —propone alargando sus palabras, poniéndose un mechón detrás de la oreja.
—Mamá, cualquiera de nosotras reconocería la voz de la señora Sellers, y no nos engañemos, es ella —añado con desparpajo. Mamá junta las manos en forma de suplicación y pone uno de sus pucheros. Podríamos decir que cuando hace eso es la más adorable de las tres—. Está bien, pero si me pregunta si estás, no mentiré.
Me dirigí al recibidor a abrir la puerta principal. Por primera vez en semanas estaba en condiciones de atender a invitados. Chloe iba a venir en poco, así que me arregle para no ir con prisas, a diferencia de los otros días. Giré el pomo de la puerta con suavidad, preparando una de mis mejores sonrisas para que se viera real. Contuve aire, lo solté y abrí la puerta. Ante mi había dos individuos, y ninguno era bienvenido: Sellers y su nieto, Tom. ¿Sabéis como son esas señoras que acostumbran a salir en programas de risa como locas desquiciadas? Sellers es la definición exacta, en rubia canosa y cejas perfectamente pintadas. Siempre dice que la forma en la que se conserva es esplendida y que cuando lleguemos a su edad no llegaremos a estar como ella, y alabado sea el señor, menos mal. Cada mes va al menos una vez a teñirse de rubia por las canas que le salen y que a duras penas puede disimular. Viste de forma extravagante y vive con complejo de actriz, según ella estaba destinada al mundo de la fama, pero el nacimiento de su hija a sus veinte años le arruino la carrera. Triste tener que vivir con la señora Sellers como madre, ¿verdad?
Y Tom... Tom no se libra. Bueno, mejor dicho Tommy, así es como le llama su abuela y como nos acostumbramos todos a llamarle. Tiene un año más que yo, pero por su apariencia parece menor, salvo por su altura. Su madre cometió el mismo error que su abuela, tener un hijo demasiado pronto. Sellers también maldice el ser madre joven porque a causa del trabajo de su hija a tenido que ocuparse de Tommy desde que era un renacuajo. Eso explica lo extraño que ha salido. Es muy alto, lleva el pelo pelirrojo y corto, con el flequillo de lado, pecas y unas gafas redondas, en honor a Harry Potter. Y lo más raro, suele llevar un atuendo, cómo decirlo... diferente. Combina una camisa de manga corta blanca, dejando a notar sus minúsculos músculos y unos pantalones de vestir verdes unidos con la camisa por dos tirantes blancos con una raya roja en medio.
—Señora Sellers, ¡qué alegría verla por aquí! Y Tommy, ya eres... ¡más alto que yo! —exclamé mostrando una sonrisa fingida. Sellers ni se molestó en mostrar amabilidad, en vez de mirarme a mí, miraba hacia el interior de la casa con repugnancia, sin intención alguna de disimularlo. Tommy, mostraba una sonrisa de oreja a oreja. Los ojos le parpadeaban rápidamente y las mejillas le comenzaban a coger un color rosado—. ¿Qué os trae por aquí?
—No mucho, Tom ha llegado ahora de Orlando y quería daros la bienvenida. ¿Está tu madre en casa?
—¿Y Meghan? —pregunta con cierta excitación Tom, los ojos le brillaban con ilusión. Y pobre iluso.
—Sí, un momento... —hice una seña hacia las chicas para que se acercaran a la puerta tratando de contener una carcajada, ver sus suspiros no ayudaban a contenerla, y menos la fingida cara de alegría que pusieron al llegar.
—Tommy quería traeros unos bombones y unas flores de bienvenida —informa Sellers en tono antipático. Tommy miraba con esperanza a Meghan, sosteniendo las flores sobre su propio pecho y con una sonrisa que no dejaba ni un solo diente con ortodoncia sin ver—. Estaba muy... como decirlo, emocionado de veros de nuevo. Y no entiendo como pue...
—Perdón, ¿Qué has dicho? —insinúa mamá dando un paso en frente, adelantándose a que la vecina pudiera acabar la última palabra, "puede". Cruza sus brazos y frunce el ceño. Puedo ver como se está mordiendo el labio y apretando el puño derecho, algo que siempre hace cuando está comenzando a cabrearse, y nunca es buena señal.
—Nada... Aún no habéis contratado jardinero, ¿verdad? —objeta con arrogancia Sellers, mirando desagradablemente hacia nuestro jardín y los alrededores de la casa, mostrándose ofendida por la supuesta apariencia de la vivienda.
—Tú a la peluquería por ahora tampoco, ¿verdad? Creo que te vuelven a salir canas... Dios mío, ¡mirar ahí chicas...! —ofende sarcásticamente a Sellers mamá, señalando hacia las raíces de su cabello y ocultando la risa tapando su boca con la mano izquierda—. Ah, y gracias por los bombones —concluye con cierta rabia en su tono de voz, arrancándole la caja de bombones a la señora Sellers de las manos y cerrándoles la puerta en sus narices, dejando un ruido sonoro y a el pequeño Tommy con las flores en las manos. Era evidente que las flores eran para Meghan, comenzando porque eran rosas blancas, las favoritas de mi hermana por su delicadeza y elegancia, o eso dice ella, y porque en una carta que venía con ellas ponía en mayúsculas su nombre, mientras que Kate y Elisabeth estaba en minúsculas, en una letra mucho más pequeña.
Mamá suelta un bufido y trata de tirar la caja de bombones al suelo de un golpe, pero logro cogerlos antes de que caigan: nadie desperdicia comida estando yo presente. La rivalidad entre mamá y la vecina llegó hace muchos años, cuando vivíamos aquí con papá ya existía. A veces parece mentira que Tommy sea su nieto, a pesar de ella ser relativamente joven para ser abuela de un chico adolescente, ya que tiene cincuenta y ocho años tan solo, es una mujer con peor paciencia que mamá. Y eso es complicado.
—Menos mal que has cerrado la puerta, ese Tim, o Tom, o lo que sea me estaba comenzando a intimidar. ¿Os acordáis la que liaba cuando éramos pequeñas? Cortinas oscuras tuve que ponerme para que dejara de espiarme —recordaba Meghan con humor, acomodándonos en el sofá mientras mamá se cruzaba de brazos delante nuestro.
—Sellers está acabada. ¿Acaso me he metido yo con su casa? Por una sola vez en la vida desde que llegamos me he contenido y no la he ido a molestar, y tiene que venir la santa a criticar. La próxima vez no seré tan piadosa.
—Pero si la has dejado fatal diciendo...
—No seré tan piadosa —remarca fuertemente sus palabras con una mirada fría. Yo y Meghan compartimos miradas y tratamos de ocultar nuestra risa.
Mamá tiene un carácter fuerte, y paciencia solo cuando ejerce de profesora. Hay gente que nos dice que somos igual que ella, y otras como la abuela dicen que aún no nos ha salido el mal genio, por lo menos a mí al cien por cien, pero que tarde o temprano aparecerá, es cosa de genética, y no podré evitarlo. Suena el timbre de nuevo, nos miramos las tres y mamá corre hacia la puerta marcando sus pasos sonoros con fuerza.
—Mira Sellers, todos sabemos que eres una maldita cincuentona que... Ay, dios. Lo siento, pensaba que eras...
—¿La señora Sellers? Ya me he dado cuenta, veo que no han cambiado nada, por cierto, ¡los años no te suman! Estás igual que hace cuatro años.
Meghan y yo corremos hacia la puerta riendo por el pequeño follón que pensábamos que estaba montando mi madre y nos dirigimos al recibidor. La vemos hablando con una chica, pero cuesta saber quién es de perfil, ya que no me parece conocida, pero cuando se gira hacia mí y grita mi nombre es fácil de reconocerla. Es Chloe.
Chloe estaba totalmente diferente, parecía otra, y si no fuera por las facciones únicas de su rostro que a pesar de haber pasado los años aún conservaba, esas que la diferenciaban de otros rostros, no la hubiera reconocido. Es más, apuesto que si me la hubiera cruzado por la calle no hubiera sabido que era ella. Lo que más la distinguía de la antigua Chloe sin duda alguna era su cabello rosa. Aún mantenía esa inocencia, pero el tinte rosa sin duda le daba un toque muy diferente a todo lo demás. Vestía unos shorts negros altos y una camiseta corta amarilla. Era igual de bajita que yo, a pesar de que llevaba unas plataformas de cinco centímetros rosas que sin duda alguna le hacían parecer más alta. Sujetaba con su brazo una cazadora tejana, algo que me sorprendió, ya que hacia una calor rebosante como para llevar chaquetas con estas temperaturas.
—Tenía muchísimas ganas de verte. ¡Estás genial! Se lo decía a tu madre, las chicas Campbell arrasaréis por donde vayáis —Le dediqué una sonrisa y me miré en el espejo, apenas iba arreglada, solo llevaba unos tejanos cortos y una camiseta corta negra oversize con el nombre de un grupo de música bastante conocido de Portland.
—¡Tú también! —exclamó boquiabierta, abriendo mis brazos con un rápido agitación de manos tratando de mostrar emoción por nuestro reencuentro.
—Gracias Chloe. Y... ¿A dónde vais a ir? —pregunta con curiosidad Meghan, y puedo notar ese tono malévolo y desconfiado en sus palabras. La miro fijamente pero no me devuelve el vistazo, está mirando fijamente a Chloe.
—¿Qué te parece si te enseño como ha cambiado el barrio? Tiene bastante semejanza a hace cuatro años, pero el nuevo centro comercial es un imprescindible para ver. ¿Te parece bien? —propone un tanto insegura Chloe, rascándose la cabeza con los dedos con delicadeza—. Solo si te apetece, si no podemos...
—Sí, está bien —asiento rápidamente antes de que continuase hablando. Por la forma en la que hablaba me daba la impresión de que creía que un centro comercial no iba a gustarme y eso me ofendió, no me conocía, habían pasado cuatro años y sin embargo ya me había prejuzgado sin ninguna referencia.
Salimos de casa despidiéndonos de mi madre y de Meghan; sabía dónde estaba el centro comercial, Meghan me había dicho varias veces de ir, pero el calor era rebosante y si no era para ir a la playa o ir a comprar helado, pocas razones se me ocurrían para salir de casa. Estaba aproximadamente a quince minutos, nada muy lejos de aquí, pero el camino iba a ser abrasador. Caminar con estás temperaturas era agotador, y aunque estuvieran bajando poco a poco, aun no estaban lo suficiente en balance.
Pero nada de eso, en cuestión de segundos estaba subida en una Vespa rosa, sin casco y con Chloe como conductora. Nunca me había aliviado tanto la llegada a un lugar como este, no sabía si llegaría viva al centro comercial.
—Lo siento si el camino ha sido un poco movidito, me saque el carné hace dos semanas y aún tengo que controlar el tema de la velocidad —se excusa Chloe quitándose el casco rosa chillón. Sinceramente, no iba a decirle lo mal que conducía, así que solo me dediqué a sonreír y rezar porque la rueda se hubiera pinchado y pudiéramos bajar caminando.
Entramos dentro y el lugar era tal como Meghan me había explicado e idéntico a las fotografías: mil tiendas, la mayoría de grandes marcas, un veinticinco por ciento de viejos verdes y un gran número de adolescentes paseando, cosa que hizo que me atragantara con mi propia saliva y mirara hacia cada lado buscando salvación. Chloe parecía el tipo de persona popular que hablaba con todo el mundo, y a pesar de que era lo que más necesitaba, lo que menos me apetecía era verme las caras con todos esos chicos con pudor a hormonas y la resta de adolescentes que veía por aquí. A pesar de ello, de nuevo mis esfuerzos fueron inválidos, puesto que Chloe ya había saludado a varias personas y yo me conformaba con mirar tienda por tienda y escaparate por escaparate. Paramos en seco al ver una gran escalera que bajaba y subía hacia diferentes pisos, quede bocadeada con los bordes y los acabados que tenía, la persona que la hubiera diseñado era totalmente alguien con experiencia y mucho talento. Eso no se podía poner en duda.
—Mira, vamos allí. Estoy segura de que en Portland había algún Tommy Mel's, en Palm Beach solo hay este, pero en West hay un par más, sin duda es el lugar donde más gente de nuestra edad viene, te encantará —insiste Chloe cogiéndome de la muñeca y llevándome a paso rápido hasta el lugar, de donde estaba poco convencida de querer ir.
Era obvio que ya había ido a un Tommy Mel's antes, es más, cuando vivía aquí había ido al de West Palm Beach un par de veces; aun así asentí y me mostré emocionada, y por una parte era cierto, hacía mucho que no iba a uno y recordarlo me hacía ilusión. A mis padres les encantaba ese ambiente de los noventa, y a mí y a Meghan también, sobre todo por la gama de colores rosa y azules que llenaban el local. En Portland no había, pero cuando habíamos ido a ciudades cercanas habíamos ido a alguno, todos eran iguales. Algo destacable eran los altos precios, pero la gente por posturear se llegaba a dejar más de quince euros, yo en cambio siempre me pedía lo mismo: Freakshake.
—¿Te gusta? Sin duda alguna es mi restaurante favorito, siempre vengo aquí con Rachel —confiesa sentándose en una de las mesas de dentro, yo imito el gesto. Los asientos son semejantes a sofás y son realmente cómodos, apenas oigo su comentario, recorriendo el local de un vistazo. Con la carta en las manos se asoma por encima y me mira confundida—. Recuerdas quien es Rachel, ¿no?
—Sí, claro. Como olvidarla, con lo jodidas que estábamos por ella durante quinto curso —objeté agitando las manos simulando alegría de forma sarcástica. No me sorprendió nada que Chloe se llevara con Rachel, es más, nada me sorprende. Chloe ha cambiado mucho y cuaja totalmente con el estilo de Rachel. Rachel solo era una de las muchas que creían que podían reírse se nosotras por no ser iguales que ellas, y eso si que daba risa.
—Sí, sobre eso... En verdad me confesó que no tenía ninguna razón para actuar como actuó con... Quiero decir, con nosotras —corrige rápidamente al darse cuenta de su error y vuelve a esconder su rostro tras la carta. No puedo evitar poner los ojos en blanco y soltar un bufido. Sé que se ha dado cuenta, pero no hace ningún comentario, creo que el encuentro está siendo incómodo para ambas, y lo que tengo por seguro es que no es intención de ninguna.
—Eso es... genial, sí. Por cierto, me encanta tu cambio de estilo, nunca te imaginé con el pelo rosa —halago tratando de que resulte menos incomoda la situación y cambiando el tema por uno menos tenso: mi intención no es llevarme mal con Chloe, todo lo contrario.
—¿Te gusta? El rosa está muy de moda.
—Sí, es bonito. Ahora eres... ¿pelirroja? Mola mu...
—Pelirosa —me interrumpe cortante, dejando caer la carta sobre la mesa con un sonoro golpe—. No soporto que me llamen pelirroja, igual que las peli naranjas, sé que no están muy reconocidos estos términos, pero es todo un halago para nosotras.
—Sí, claro... Pelirosa —asentí como si fuera algo obvio, pero por su reacción por dentro solo podía pensar en lo loca que parecía estar Chloe.
La conversación se ve interrumpida por un chico rubio de ojos azules. Apoya sus codos en la mesa y comienza a hablar con Chloe como si yo no hiciera acto de presencia. La forma en la que habla ya me repugna, algo me da malas vibraciones y prefiero no saber ni su nombre. No presto atención a su conversación pues poco interés me causa, y prefiero no saber el tema del que hablan, ya que no sabes en que problema te puede meter. Se ve de lejos el tipo de chico que es él, que es ella, y que soy yo. Y aquí yo no cuadro mucho.
—El sábado nos vemos en la fiesta, no me falles, preciosa —concluye el chico rubio, guiñándole el ojo caminando hacia la salida del centro comercial.
—No lo dudes —responde Chloe en un tono tan coqueto que hace que me den pequeñas arcadas, pero se disimularlas bien.
—¿Qué fiesta?
—Una a la que tú vas a venir conmigo —dice resaltando el tú, mostrándose segura y confiada. La miro con desconfianza y sujeta mi mano—. Ya verás, te lo pasarás genial. Seguro que te reencuentras con un montón de gente, y de chicos guapos... —añade jugueteando con su mechón de pelo, agitando las cejas con ese tono insinuante de nuevo.
—¿Chicos? ¿Alcohol? ¿Fiesta? —Chloe asiente entusiasmada y le suelto la mano tratando de no parecer brusca—. No, gracias, no es lo mío. La verdad es que no me apetece mucho.
—No era una pregunta. Es más, necesitas salir y conocer gente, lo pasarás genial —insiste, repitiendo por favor unas cien veces antes de que me dispusiera a aceptar, haciendo que sea una decisión de la que era consciente que me iba arrepentir durante mucho tiempo.
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