Capítulo 4
Esta vez Elizabeth no avisó a su habitual cochero Tom para que juntos lleguen a la mansión de su querida amiga Anne. Esta vez sacó de su interior el inigualable espíritu aventurero que no cualquier duquesa lo tiene, o si se oculta en su interior, está atrapado en cuatro paredes o perdido por los enormes pasillos de la mansión o simplemente... Obligados a quedarse dentro de este pequeño título, de duquesa, por las injustas normas o lo que se llama hoy en día educación. Pero esta vez a Elizabeth no le importaban, esta vez decidió por si misma, esta vez siguió su corazón.
Se puso su capa azul celeste y decidió afrontar una vez más el destino. Fue al establo y buscó a su caballo, su bello y enorme caballo Máximus. Al llegar a él, lo primero que hizo fue acariciar la mancha que tenía entre sus dos ojos y deslizar su mano por la larga melena blanca, como hacía en los viejos tiempos. Al reconocer a su dueña se acercó más a ella logrando así, que Elizabeth apoye su frente en la del caballo.
Buscó en el armario que había en el establo las riendas, la silla, las correas y todo lo que le hacía falta para poder prepararlo para una nueva aventura y poder apuntarla en la libreta de terciopelo regalada por su Peter.
Una vez todo listo, se subió a los lomos del enorme caballo blanco y con un solo movimiento el caballo empezó a correr. Faltaban pocos metros para llegar a la salida de la mansión, pocos metros para sentir una nueva experiencia. El caballo tomó más velocidad, logrando que Elizabeth sintiera el aire golpear su rostro, sentir como el viento se colaba por los largos mechones de su cabello. Nada se comparaba a eso, por fin se sentía... Libre y nadie podrá describir esta linda sensación.
Anne no vivía muy lejos de la mansión de Elizabeth y las ganas de verla aumentaban cada vez más, hacía tanto que no se veían... y solo saber que pronto podría abrazarla de nuevo lograba distraerla del camino. Porque como hay tantas sensaciones bonitas, también hay algunas menos bonitas. Era esa sensación que invadía su cuerpo sin ni siquiera preguntar, ese sentimiento llamado, miedo. Así es, nuestra aventurera Elizabeth también tenía miedo, porque iba a adentrarse en el bosque color esmeralda... Aquel famoso bosque de las historias contadas por su padre antes de dormir, donde hay hadas y seres misteriosos que esperaba algún día ver si realmente existían... Pero algo que tenía la certeza que existía de verdad... Eran los guardianes de ese inigualable bosque. Los enormes osos pardos y los dueños de esos agudos aullidos que se escuchan a media noche y nos hace estremecer. Solo esperaba no encontrarse con ninguno de ellos, porque sabía que estaba invadiendo su territorio sin ni siquiera pedir permiso.
Ya al atardecer se veía no muy lejos los anhelados campos color lila, el olor a lavandas invadió y llenó plenamente a la joven Elizabeth, tantos recuerdos llegaron a su mente... Dos niñas corriendo por esos enormes campos, risas, abrazos y como no promesas.
Aceleró el paso de su caballo Máx para llegar más rápidamente a su destino.
- Ya estoy aquí Anne... Ya estoy aquí... - Susurraba la joven.
Como si la hubiera escuchado Anne, salió corriendo de la mansión para poder abrazar a su querida amiga. Elizabeth bajó de su veloz caballo y empezó también a correr para poder completar ese abrazo lleno de inocente amor de unas amigas separadas.
- ¡Elizabeth! ¡Querida! - Decía Anne con lágrimas en sus ojos al poder por fin estrechar a la joven.
-Oh Anne... Cuánto tiempo amiga mía... - Se separaron y se miraron orgullosas aún sujetándose de las manos.
Dieron medía vuelta y fueron dirección a la mansión, atravesando los campos llenos de lavanda con un montón de cosas que contarse, con muchos recuerdos para poder al fin juntas recordar.
Al entrar en la mansión , Elizabeth tuvo la sensación de volver en el tiempo, de volver a ser aquellas niñas inseparables que jugaban a princesas y caballeros, a tomar el té o hacer alguna que otra travesura sin que nadie se enterase. Nada había cambiado después de tanto tiempo, todo seguía igual. Cada rincón, cada lugar sobre el cual posaba su mirada, se escondía un bonito recuerdo y no pudo contener una sonrisa.
- No sabe cuánto me alegra que vuelva a estar en casa de nuevo señorita Elizabeth - Aquella voz... La conocía muy bien, se giró bruscamente y no podía creer lo que sus ojos veían, él... Había cambiado tanto... El amigo de la infancia que se dedicaba a hacerles la vida imposible, a ella y a su amiga.
- ¡No puede ser! ¡Arthur!- Sin pensar se lanzó a sus brazos. Aquel lazo que siempre hubo entre ellos no se rompió a pesar del tiempo.
- Ha crecido- Dijo Arthur mientras se reía.
- Pues claro, ¿Qué se pensaba que me quedaría de la misma estatura siempre?
- Pero ¡Qué ven mis ojos, Elizabeth y Arthur juntos y la casa sigue en pie!
- Anne... - Dijo Elizabeth consiguiendo que el Gran Salón se llenase de melodiosas risas.
- Querido, ¿Puedes encender el fuego?
- ¿Querido? ¿Cómo? Ustedes están...- Dijo Elizabeth sorprendida y confundida al mismo tiempo.
- Claro Elizabeth, hace unos meses nos casamos, y Arthur pudo conseguir aquel empleo que tanto deseaba.
- ¡Médico!
- Así es, soy médico ¿Qué le parece? - Elizabeth pensaba que no aguantaría toda aquella felicidad que sentía en ese momento.
- ¡Qué alegría! Felicidades, oh Anne... Tu sueño se hizo realidad, casada con un médico...- Dijo la joven abrazando a su amiga.
- ¿Verdad?-Dijo Anne sonriendo
- Bueno, y usted señorita Elizabeth, ¿Cómo está? Seguro que ha habido nuevos cambios en su vida ¿Cómo van las cosas por Bideford?
- Bueno...
- Ese bueno no me convence mucho- dijo Arthur ofreciendo a la joven una taza con té caliente.
- Cómo os podría engañar... Me conocen más que nadie. La realidad es que no muy bien... Me voy a casar Anne. Pero con alguien que no amo, que ni siquiera conozco... Madre planeó una ceremonia sin comunicarme nada, nos visitaron unos duques de Austria y mi prometido será su hijo, el futuro duque, Harry. - Elizabeth fijó su mirada en la taza de porcelana pintada con bonitos detalles de flores, para que no vean aquellas lágrimas asomarse. - Yo no sé qué haré Anne, no estoy preparada aún para todo esto- Elizabeth dejó la taza sobre la mesa y miró fijamente a su amiga, parecía sorprendida pues se tapaba la boca delicadamente con la mano -Yo... No lo estoy...- No pudo contener por más tiempo aquellas lágrimas, al instante hundió su rostro entre sus manos mientras lloraba desconsoladamente, dejando salir aquello que con dolor ocultaba.
-Elizabeth, no llores te lo ruego - Anne no sabía qué hacer,miraba a su esposo con preocupación, buscaba alguna respuesta, solución, algo que le ayudase en esta triste situación, pero no sabía que decir, abrazaba a Elizabeth con todas sus fuerzas, quería demostrarle que ella estaba para todo, que ella la quería y la apoyaba ,pero entonces pensó mejor, en dejar que su amiga se desahogara, pues realmente lo necesitaba.
Al anochecer, Elizabeth salió a dar un paseo acompañada de Anne para despejarse y poder escuchar el canto de los grillos.
La joven no decía nada y eso preocupaba enormemente a su amiga Anne que la miraba con compasión y tristeza a la vez. Sentía tanta lástima por ella...
-Elizabeth... No todas las cosas son perfectas, tienes que aprender que no siempre sucede lo que uno quiere, a veces cuando pensamos tener todas las respuestas, nos damos cuenta que las preguntas cambiaron, no te rindas tan fácil, quiero que seas fuerte y que saques tu valentía, tu coraje, y lo entiendo, quizá necesites respuestas a tus preguntas y sé que es difícil pero tienes que seguir luchando Elizabeth, y pueda... Pueda que esto no tenga la solución que queremos, pero navega hasta la otra orilla y mira desde allí con otra perspectiva. Nunca sabes lo que te depara el futuro.
-Yo... Gracias... - Logró decir Elizabeth porque las lágrimas ahogaban las palabras, aunque las dos sabían que en ese momento las palabras sobraban. Abrazó a su amiga tan feliz... Se alegraba tanto de que aún después de todo aquel tiempo, la esperara con los brazos abiertos, dispuesta para ayudarla, en cualquier momento.
Anne, su querida Anne.
Recordar... Nunca dejéis escapar a las personas que hacen bonito vuestro mundo, porque ellas son las que permanecen por siempre y esta simple lección aprendió nuestra Elizabeth hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top