Epílogo.

    –Entonces, ¿Cómo lo elegimos?
    –Tú ezcribe los tuyoz en una hoja y yo pongo loz míoz en otra. Dezpuéz cambiamoz loz papelez y marcamoz el nombre que máz nos guzte de la otra perzona. Ezo me lo enzeñó mamá. –Al chico se le escapaba el aire a través de los dos dientes que le faltaban.
    –Andrea, le vamos a poner nombre a un perro, no a un hijo.
    – ¿Y qué? Funziona ¿No? Azí noz puzieron loz nombrez nueztros padrez.
    – ¿Por qué no lo dejamos a la suerte? Sería más divertido. Los colocamos todos dentro del sombrero de papá, en papelitos recortados, y sacamos uno.
     –Vaaaale, pero ¿Te imaginaz lo que hubiera pazado zi nueztroz padrez hubiezen hecho ezo?
     –Probablemente hubieras acabado con un nombre más guay.
    El niño frunció el seño–. Erez mi hermana mayor, ze zupone que debez zubirme la autotima, no bajármela; y me guzta mi nombre.
     –Como hermana mayor no tengo que tratarte bien, tengo que protegerte. Y no he dicho que tu nombre sea feo, dije que no es guay como los que tenía mamá reservados.
     –Mamá ez rara.
     –Ella no es rara, es “especial”. –Lo miró como si estuviera haciendo el enorme esfuerzo de enseñarle a bailar a una cucaracha.
    – ¿No ez rara? –intervino Carlos entrando al comedor. –Le iba a poner a tu hermano “Epaminondas”
    –Eso no es cierto, abuelito Carlos. No digas mentiras –dijo la niña que se llamaba Andrómeda.
    Carlos rio y le besó la frente a cada uno–. Está bien, no es cierto, pero tendrías que pedirle a Lidia las listas, debe tenerlas todavía…
     Diez años antes.
     –Entonces ¿Cómo lo elegimos? –preguntó el hombre.
     –Tú escribe los tuyos en una hoja, y yo pongo los míos en otra. Después cambiamos los papeles, y marcamos el nombre que más nos guste de la otra persona.
    Roland fue a buscar papel y lapiceros para los dos y se los llevó a su mujer–. Aquí están. –Aprovechó el momento para rodearla por detrás –colocando la cabeza en el hueco de su cuello–, y le tocó la inflada barriga. Siempre le hacía gracia sentir a la criatura allí dentro. Lidia puso una mano encima de la de él y restregó el rostro contra el suyo como una gata.
    Tardaron diez minutos en escribir los nombres. Luego cambiaron las hojas. Ambos habían estado de acuerdo en que ninguno sería el de nombre algún pariente cercano. “Nombres nuevos para vidas nuevas”. No sabían si “la criatura” iba a ser niño o niña, por lo que hicieron dos columnas.
     Roland alzó una ceja mientras leía la lista que estaba sosteniendo–…. Sirius, Leonard, Silas. –Sonrió–. ¿Por qué tengo il presentimento de che todos estos son de vampi, maghi, y extraterrestri? –Miró la columna de nombres femeninos y se rascó la barbilla–. Hum, me gusta Andrómeda.
    – ¿Te gusta, o solo es lo mejor de lo peor?
    –No, es bonito en verdad.
    –Bueno, a mi me gusta Andrea. “Andrea y Andrómeda”, perfectos para dos hermanos.
    –Debemos ver primero que sale esta vez.
    –Yo estoy segura de que esta es hembra ¿No es así mi Andromita? –Le habló al bebé dentro de ella–. ¡Ay!
    El hombre se rió. –Te dio una patada forte ¿Eh? Penso que no le gusta.
    –Yo creo que lo eligió como suyo, porque decidió que iba a salir cuando lo escuchó. –Lidia se estaba poniendo colorada y respiraba rápido.
    – ¿Qué quieres decir?
    – ¡Ya viene!
    La silla del hombre se cayó a causa de la brusquedad con la que salió del asiento. – ¡¿Ahora?! ¡Pero si todavía falta un mese!
    Lidia fue llevada rápidamente al hospital, y como ella había dicho, nació una niña –la pareja siempre bromeaba con que había confirmado querer su nombre y por eso había salido antes de tiempo–. Aunque era frágil y pequeña, se aferraba a la vida con fuerza. Luego, dos años después llegó su hermano. Andrea Chavelier.
     Sí, se habían cambiado el apellido al que tenía Carlos antes de llegar a Italia y ahora vivían en Francia. Después de un altercado con un vengativo Farton Wolf –que terminó con el fallecimiento de este, y unos cuantos traumas más en la mente de la antes pareja Rossi–, decidieron que ese apellido era demasiado problemático. Roland dejó el negocio de los sicarios y montó unas cuantas empresas con las que vivirían con soltura el resto de sus vidas. Habían perdido parte de sus identidades, pero todavía tenían a su familia y podían comenzar de nuevo.  
   
    
   
   
   
    
    
    

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