Capítulo 9

Flotando. Se encontraba flotando, y lo único que le impedía seguir hiendo hacia arriba hasta desaparecer en el espacio, era algo que le sujetaba suavemente el brazo. Su cabeza estaba sobre una superficie firme y calentita que se movía lenta y constantemente. Sonrió. Se sentía en un lugar seguro, a pesar de que tenía miedo de que la soltaran en cualquier momento ¿Dónde estaba? Las nubes debían ser más suaves. Trató de disipar la niebla que envolvía sus sentidos. La mano que estaba en su rostro comenzó a trazar caminos sobre su cara. Eso hizo que su mente se sintiera más embotada. Un momento ¿Mano? Sí. Ambas cosas que la sujetaban eran manos. Manos muy grandes y ásperas, pero que la tocaban con delicadeza. Inhaló profundamente. El olor a madera dulce y lilas llegó a ella. Definitivamente era Roland quien estaba a su lado. Se sentía demasiado confundida, soñolienta y cómoda para que le molestara ese hecho.
También había otro olor, un olor que le era imposible no reconocer ¡Maní! Quiso estar más despierta solamente para saber de dónde venía. Se atrevió a abrir un solo ojo. La claridad la segó por un momento, pero enseguida vio la manaza de Roland sobre su brazo izquierdo. El tipo era en verdad peludo. Al menos tenía las uñas perfectamente limpias y arregladas ¿Se las limaría el mismo? Que las tuviera así le decía muchas cosas. Por ejemplo, el mayor-menor de sus hermanos tenía siempre las uñas irregulares de tanto mordérselas. Roland debía ser un hombre muy seguro de sí mismo. Pero ¿Qué le importaba eso a ella? Se fijó en el anillo que el mafioso tenía en el dedo anular. Era bastante grotesco, de un tamaño exagerado. Si su vista no le fallaba, tenía grabados una rosa encima de un corazón, y dos pistolas apuntándose, una a cada lado. Eso le recordó el dibujo que Roland le pidió que hiciera en el sobre de la carta. Debía ser su sello. Ese día había hecho el dibujo más horrible de su vida, solo para insultarlo de algún modo.
Pensar en el pasado la obligó a rememorar los últimos instantes antes de que todo se oscureciera. Vio los rasgos de Roland contraídos por el terror. El hombre había negado con la cabeza y luego gritado ¿Quería decir eso que no estaba de acuerdo con que la golpearan? La forma en que la abrazaba contra sí se manifestaba como un gesto protector. Parecía que no era tan malo después de todo, aunque ya lo había intuido. Pero no cedería, su suerte podía acabarse de un momento a otro y aquellos hombres podrían decidir que debían tratarla de otra forma.
Por más cómoda que estuviera, quedarse por más tiempo allí era una mala idea. Si se daban cuenta de que había despertado y aún así no se movía, pensarían mal de ella; y aunque conociera poco a Roland, sabía que el hombre no pararía de molestarla por haberse quedado junto a él.
Trato de mover el cuello y una punzada de dolor detrás de la cabeza la hizo parar. Gimió y se llevó la mano derecha a la fuente de dolor. Tenía el cabello húmedo.
-Non fai movimenti brusci* (No hagas movimientos bruscos). Te puse alquanto di gelo* (Te puse un poco de hielo), pero todavía debe dolerte un poco, y también vas a tener algo de mal di mare* . -Le quitó un mechón de pelo de la frente, ahora luchaba menos por hablar en español ¡Que aprendiera ella italiano! Aunque lo cierto era que sentía curiosidad por oírla hablar en ese idioma, que dijera unas palabras en concreto...
-Sí, así es. -Lo miró, y vio un círculo de cielo y nubes tras él-. Estamos volando -afirmó resignada. Ni siquiera se había dado cuenta de que la habían metido en un avión.
El mareo comenzó a acrecentarse ¡Estaba en un avión y no tenía sus pastillas!
-Baño -dijo mientras se tapaba la boca con una mano y se ponía de pie.
-Por allí. -Roland señaló a la parte trasera del jet-. Te has puesto bianca -dijo en tono preocupado.
Lidia no dijo nada. Corrió hacia donde le indicaban, esperando que no hubiese nadie más adentro. Casi se cae por el camino a causa del mareo, pero lo ignoró y pudo encontrar el baño -o los baños. No importaba en ese momento si entraba a uno que no le correspondía-, solo deseaba llegar al inodoro a tiempo. Lo logró. Pudo cerrar la puerta antes de arrodillarse en el suelo y votarlo todo. Maldijo no llevar el pelo recogido. Por suerte atinó a aguantárselo.
Oyó que llamaban a la puerta del baño con toques insistentes.
- ¿Estás bien piccola? -Era Carlos.
Lidia no tenía ánimos de hablar en ese momento, ni siquiera para responder una pregunta tan fácil. Sentía que un torbellino de agua se había introducido en aquel baño. La corriente removiéndole el cerebro y aplastándoselo con la presión. No sabía si era por el golpe que le habían dado o a causa de los nervios por estar en un avión con gente desconocida, y además sin sus pastillas. Se obligó a mirar algunos detalles del lugar donde estaba. Además del inodoro plateado, había una ducha en una esquina, aislada por paredes de aspecto marmóreo y una puerta de acordeón a medio cerrar. El suelo imitaba un juego de ajedrez con cuadrados blancos y negros. Junto a ella una caja de madera pulida color café -que en realidad no debía ser de madera-, sostenía el lavamanos. Unos cuantos espejos dispersos por la pequeña habitación reflejaban la luz del exterior.
Luchó por ponerse de pie, las piernas le temblaban. Dividía toda su voluntad entre ponerse de pie y no mirar por la ventana. No le daban miedo las alturas, de hecho, le encantaban. Pero existía algo inquietante en ver las nubes pasar por aquellos ojos redondos de cristal. Lo mismo le pasaba a veces con los coches, aunque ahora que lo pensaba aquello debía de ser más psicológico: La sensación de molestia en el estómago se acrecentaba mientras más pensaba en ello. Después de todo, había llegado en coche hasta el aeropuerto, y sin sus pastillas. Quizá era porque estaba demasiado ocupada haciendo que Roland se sintiera incómodo.
Logró ponerse de aferrando el lavamanos. Se enjuagó la boca y humedeció el rostro. Uno de los espejos estaba frente a ella. Su imagen, más pálida que nunca, le devolvió la mirada. Oía una conversación en el estrecho pasillo que daba al baño. Convenía salir, o de seguro ellos entrarían a la fuerza. Sentía la garganta rasposa y el sabor ácido del vómito casi le quemaba la lengua. Además, parecía un espectro. No tenía muchas ganas de salir así, pero debía hacerlo. Suspiró. Al menos el mareo estaba remitiendo. Había varias gavetas a un lado de la taza. Las abrió una a una inspeccionando lo que había dentro, cepillos de dientes y de pelo, pasta dental, jabón... todo lo que tendría un baño normal. Cogió algo de pasta dental y volvió a enjuagarse la boca. Se secó con una toalla limpia que encontró en uno de los cajones, y luego presionó el botón de descarga del baño, que hizo que el contenido de la taza desapareciera con un "fush" bastante fuerte.
Si alguien más se hallara en esa situación, de seguro comenzaría a dar saltitos de alegría por estar en un lugar tan elitista con gente refinada. Ella, si diera saltitos en ese momento se caería, pero no podía negar que le emocionaba un poco la idea de estar allí ¡Un jet privado! Casi se deshizo de la preocupación por la parte negativa de todo el asunto. Aquel resquicio de su personalidad que guardaba las pocas gotas de espíritu aventurero estaban saliendo a la luz, después de todo ¿Qué tenía para perder? -Mi propia vida -se respondió. Aunque su vida estaba vacía, a excepción de las personas que le importaban. No tenía nada propio. Sus sueños y metas se estaban viendo tronchados por las aspiraciones que los demás tenían en ella ¿Publicarían sus libros algún día? Posiblemente; pero si era sincera consigo misma se daba cuenta de carecían de una chispa, un no sé qué. Si se dejaba llevar un poco más, seguro lo encontraría. Además, el hombre que estaba a punto de derribar la puerta para entrar al baño podría servirle de inspiración. Trataría de alejar los malos pensamientos y disfrutaría del viaje. Evitando que sus "compañeros" de aventuras lo supieran, por supuesto.
Roland discutía acerca de entrar o no en el baño para ver cómo se encontraba Lidia. La chica podría estar en el suelo, inconsciente, o ahogándose con su propio vómito. El viejo loco decía que debía dársele un poco más de tiempo a la mujer, brindarle algo de privacidad. Roland bufó. La privacidad no le valdría de nada si se moría allí, sola. Carlos pensaba que exageraba, al punto de que se interpuso entre la puerta y él alegando que la muchacha podía estar desnuda, y que si entraban se asustaría aún más. Rossi tuvo que llamar a uno de sus guardaespaldas, Sergio, para que quitara a Carlos del medio. Aunque Cardini le llevaba casi dos cabezas al guardia, no pudo hacer nada contra la fuerza del hombre. Casi lo cargaron fuera del camino mientras pataleaba por liberarse. Roland aprovechó el momento y comenzó a darle golpes a la puerta para derribarla. Era más difícil porque no tenía mucho espacio para tomar impulso, y temía que la puerta pudiera herir a Lidia de alguna forma. Al cuarto golpe, se zafó. La muchacha estaba muy tranquila en el baño, sosteniendo una toalla como si fuera un oso de peluche. A pesar del aspecto desaliñado y enfermo que tenía la mujer, un brillo de curiosidad bañaba los ojos de Lidia.
- ¿Estás bien? -le preguntó.
Ella no respondió, en cambio movió la cabeza en gesto de "más o menos"
-Ven, estarás más cómoda en el camarote.
Lidia alzó una ceja.
- ¿Qué? -preguntó Roland.
-Si eres taaan caballeroso ¿Por qué no me pusiste en el camarote desde el principio?
Él la miró apretando los labios-. Yo no he dicho que sea caballeroso en ningún momento, además, tenía algunos documentos que revisar y nunca lo hago en el camarote, el ambiente de ahí da sueño.
- ¿Y eso que tiene que ver conmigo?
-Quería que estuvieras a mi lado.
- ¿Por qué?
-Para tenerte vigilada.
- ¿Por qué?
-Para que no hicieras más locuras.
-Podrías haberle pedido a uno de tus matones que me vigilara.
-No.
- ¿Por qué?
- ¡Ya para de preguntar! -dijo Roland exasperado pero sin alzar la voz.
Como si el avión respondiera estado de ánimo de su dueño, comenzó a vibrar de la manera que lo haría la tierra durante un terremoto. Ambos perdieron el equilibrio, pero antes Roland la atrajo hacia él tratando de que no se callera. Cuando las turbulencias pasaron, el hombre observó el rostro de la muchacha. Estaba sonrojada y lo miraba con los ojos bien abiertos. Sin que nadie pudiera avisarle recibió un tortazo en la cara que lo dejó desconcertado.
- ¡Viejo verde!
Roland se dio cuenta de por donde la estaba sosteniendo precisamente, y retiró las manos de las nalgas de la chica como si fueran patatas calientes. Lidia se puso de pie y continuó caminando -pasó por una cocina y otro baño-, y se encontró al final con la entrada de lo que debía ser el camarote, o "la habitación VIP" como había oído que también se llamaba. Simplemente entró y cerró de un portazo, dejando a Roland fuera con los puños apretados.
- ¡Chiquilla mal agradecida! -gritó-. A la próxima dejaré que te caigas y te rompas el cuello.
-Tengo muchas partes de las cuales podrías haberme agarrado sin insultar a mi persona -se oyó la voz amortiguada de Lidia del otro lado de la puerta. Lo que Roland no veía era que su chiquilla malagradecida se estaba riendo.
Por alguna razón a Lidia le daba gracia ver al italiano molesto, quizá le recordaba a cuando lo había atado. Roland se fue hecho una furia hacia la cabina de pilotaje. Descargó toda su molestia con el piloto por no haber avisado que tendrían turbulencia. Casi dio un brinco al salir de la cabina, cuando vio a Carlos a unos metros tras él. No se había dado cuenta de la presencia del hombre. Cardini tenía una sonrisilla en los labios.
- ¡¿De qué te estás riendo?! -preguntó aún con molestia.
-Nada, es que creo que tenemos roedores en el avión. Escuché un sonido muy particular que venía del camarote. Pobre de ti, esos animales acabarán con tu colección particular de bombones de chocolate y almendras. Esos que tan bien guardas en el compartimiento secreto del cajón secreto, que yo no sé que existe ni dónde está, y de cuya existencia nunca le hablaría a Lidia, por supuesto -dijo sarcástico.
-No. -Puso verdadera cara de pena-. No puedo creer que lo hicieras -Corrió hacia el camarote-. ¡Me las pagarás Cardini!
-Ya me lo agradecerás -murmuró Carlos.

Nota:
Non fai movimenti brusci: No hagas movimientos bruscos.
Te puse alquanto di gelo: Te puse un poco de hielo.







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