Capítulo 5-Paso 2: Tírala en los arbustos de un parque.

Para ella la escritura lo era todo. Desde que tenía quince años había comenzado a realizar trabajos relacionados con su pasión: reportajes, anuncios, entrevistas, pequeñas columnas en periódicos sin importancia, y nunca gastó ni un solo centavo de todo lo que había ahorrado. En los días anteriores a su partida de Cabula, rompió su cochinillo de barro. No quería que sus padres la ayudaran de más. Empleó todo su dinero en el viaje. Ropa nueva, trámites, pasaporte, alquiler. Al menos sus captores se habían dignado a pagarle el pasaje de avión. Ahora solo le quedaba un conjunto de trajes muy bonitos -que seguro se quedarían cogiendo polvo en el escaparate porque no armonizaban para nada con lo que se usaba en la isla caribeña-, y unos recuerdos bastante traumatizantes.
Lidia se sentó en el borde de la cama. Tenía que pensar en su futuro. No podía depender de los demás toda la vida. Estaba considerando hacerles caso a sus familiares y dejar la escritura por algo más útil y beneficioso. Podría ir a la universidad y graduarse en derecho... o en medicina; aunque el ambiente de los hospitales la ponía muy nerviosa. No tenía que abandonar su sueño de ser escritora, podía tomarlo como un pasatiempo.
Después de su regreso nadie sospechó que algo malo le había pasado. Nunca lo sabrían. Lidia había decidido no contar su historia. Fingiría que "eso" no había sucedido. Su madre armaría un escándalo si se enteraba, y su padre, su padre la encerraría en una torre si tuviera una.
- ¡Hija! ¡Tienes correo! -Lucía, la madre de Lidia, la llamó desde la cocina.
La muchacha se puso de pie y se dirigió hacia allí, curiosa de ver qué había recibido. Al llegar, Lucía le extendió una carta ¿Quién escribía cartas en pleno siglo veintiuno? Se fijó en el sobre. Era de color azul claro y tenía una estampita de un valle lleno de flores. Solo decía "Para Lidia Sierra" en letras mecanografiadas. Rompió el sello. Su madre la miraba con una sonrisa confabuladora en el rostro.
- ¿Un admirador secreto? -le preguntó la mujer-. Yo tuve muchos en mi tiempo.
Lidia no respondió. Se dio la vuelta y caminó a paso lento hasta la seguridad de su cuarto, sin hacerle caso a Lucía que se quejaba por la falta de comunicación. Sacó la carta de dentro del sobre. Un perfume masculino inundó su olfato. Madera dulce y lilas ¿Dónde había olido ese aroma antes? El papel era suave como una servilleta y la caligrafía de quien hubiese escrito la carta era impresionante. Casi parecía de la época medieval. Leyó lo que decía:
Mi muy estimada señorita Sierra:
Estoy pasando por un resfriado gracias a que tuve que salir descalzo y desnudo en medio del invierno ¿No se le ocurrió una mejor manera de arruinar una obra de arte, que tirar mis botas ya desprovistas de cordones por la ventana? La mitad de la gente en la calle tuvo el honor de ver el diseño de mi ropa interior, y un poco más. Por ahora soporto las risitas silenciosas de mis hombres. La anécdota de que me vi embarcado en una aventura con una muchacha salvaje, que me amordazó -y no para una sesión de sadomasoquismo-, se esparció más rápido que los piojos en un aula de preescolar. Quiero que sepa que nunca fue mi intención yacer con una persona en contra de su voluntad. No sabía que había sido engañada, señorita Sierra, y luego puesta en oferta como carne de mercado. Las otras chicas estaban allí por decisión propia. Tengo un profundo respeto por las mujeres que lo merecen, y sería incapaz de cometer un acto tan atroz como la violación, aunque estoy seguro de que no me creerá.
Debo decirle que me llenó de asombro encontrarme en aquella situación. Sus técnicas de Kung-fu son sorprendentes -todavía me duele sentarme-, al igual que su conocimiento de la anatomía humana, y los nudos -mi ayudante demoró bastante en desatarme y casi nos atrapa el FBI-. Ata como una pirata, y como una pirata, se llevó algo que no le pertenece. La ColtM1911 es un objeto muy preciado para mí. No puedo echarle en cara lo que hizo, porque simplemente estaba defendiéndose cuando pensó que su vida corría peligro, pero necesito que me la devuelva. Escríbame una carta con su respuesta. No se preocupe por no tener un destinatario, conozco a su cartero, y puedo conocer a todos los carteros de la ciudad si ese es mi deseo. Simplemente tiene que dibujar un corazón y una rosa en el sobre, y meter la carta en el buzón. Esperando una respuesta:
El hombre de los calzones de Batman.
A Lidia le dieron ganas de reir y llorar al mismo tiempo. Las manos le temblaban. Él había regresado a su vida, trayendo un mal recuerdo cuando pensó que ya estaba totalmente a salvo. Se dejó caer contra la pared sosteniendo aún la carta. El corazón le retumbo en el pecho, de la misma forma que lo hizo aquella vez mientras luchaba por escapar ¿No podía quedarse el pasado en el pasado? El perfume del pergamino trajo a su mente unos ojos azules. Uno más pequeño que el otro por la cicatriz que le recorría el lado izquierdo del rostro y se desviaba hacia el párpado. Se preguntó cómo había obtenido la cicatriz. Tenía que ser un hombre muy peligroso.
Sintió que el estómago se le encogía al recordar la forma en que él la había mirado después de amarrarlo; había parecido un halcón estudiando a un conejo ¿Era miedo, o una emoción extraña lo que había sentido? Se pasó los dedos por el pelo. Indiscutiblemente en los pocos segundos que se permitió contemplarlo, encontró algo magnético en él, pero estaba segura de que se debía a que nunca había visto "en vivo" a un hombre desnudo tan... interesante. ¿Cómo reaccionaría cuando le dijera que había tirado su querida pistola en medio de los arbustos de un parque?

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