Capítulo 14

     Ya llevaba más de media hora sin moverse de su asiento en el avión. Desde la perspectiva de los otros pasajeros parecía una estatua viviente, petrificada con la cabeza mirando abajo, hacia el teléfono que tenía entre las manos ¿Qué iba a decirles? Recordó la vez que llegó a su casa, luego de pasar por todo lo de su rapto. Se había encontrado en el mismo dilema de hallar una escusa para sus padres. Por un momento pensó en decirles que ya era mayor de edad, que no tenía que andar siempre informándole de los lugares a donde iba; pero sabía que eso les dolería demasiado, y hasta podrían sospechar que algo raro le pasaba. Llevaba toda la vida viviendo con ellos, y no podía hacer alarde de su libertad e independencia así de repente. Entonces ¿Qué les diría?
    Roland la miraba fijamente con un asiento de por medio. Tenía ganas de quitarle el teléfono para que le prestara algo de atención. Ya llevaba mucho tiempo allí sentada, sosteniendo el aparato. Se reprendió enseguida por pensar eso. Ella estaba sufriendo, y lo menos que podía hacer era dejarla tranquila. Si pudiera ayudar a Lidia… Con dos zancadas llegó hasta ella y le quitó el trasto de las manos. No le costó hacerlo, puesto que el estado de ensimismamiento que tenía la muchacha le había aflojado los dedos y apenas su agarre servía para que el celular no se callera.
    – ¡¿Qué haces?! –gritó ella.
    Trababa de recuperar el objeto, pero Roland era más alto que ella. Con el brazo alzado el hombre buscó al padre de Lidia entre los contactos, y presionó el ícono de video llamada.
    Un hombre de semblante serio apareció del otro lado de la pantalla.
     – ¿Quién eres tú? –preguntó Sergio Sierra.
    –Señor Sierra, soy Roland Rossi, quien se llevó a su figlia –dijo Rossi con una sonrisa.
    – ¡Tú, maldito bastardo! ¡¿Qué le has hecho?!... ¿Lidia?
    Roland había girado la cámara hacia la mujer.
    –Hola papá –dijo con voz temblorosa.
    – ¿Qué te hicieron? ¿Te raptaron? Buscaremos el dinero que se necesite, no te preocupes mi niña.
    –Papá estoy bien, no me han raptado. Este es un…amigo, Roland.
    – ¿Dónde estás, Lidia? ¿Por qué te fuiste?
    –Se me presentó una oportunidad de trabajo inesperada papá, tuve que marcharme sin avisar.
    –Sin llevarte tus cosas, sin llamar o dejar algún mensaje, eso es muy raro por tu parte, Lidia ¿Te sucedió algo? Dime la verdad ¿Y quién es ese hombre realmente? No se parece a las personas con las que sueles andar.
    Lidia cogió el teléfono de vuelta–. Lo conocí en los Estados Unidos, él me invitó a su país, vamos a tomar juntos algunos cursos de… Literatura e idiomas extranjeros. Voy a pasarme un tiempo en Italia.
    – ¿Literatura? ¡Tú no necesitas ningún curso de literatura, y pudiste aprender el inglés a la perfección tú sola!
    –Siempre es bueno superarse bajo la tutela de profesionales, papá; y sobre mi ropa y pertenencias, alguien irá a recoger algunas cosas que necesitaré. –Su mano estaba comenzando a temblar. Aunque hacía poco había descubierto que tenía cierta habilidad para mentir, no le gustaba ocultarle la verdad a su padre, y tampoco era tan buena haciéndolo, no era lo mismo que hablar con un desconocido–. Todo fue muy rápido, obtuve la beca en un concurso literario.
    –Te conozco, hija, sé que me estas mintiendo.
    Lidia suspiró–. Te enviaré un mensaje con la verdad. No te preocupes, estoy bien, estoy a salvo, pasaré unas vacaciones en Italia, siempre quise ir a Italia. –Sonrió–. Cuando hayas tenido tiempo de leer el mensaje y calmarte, volveré a llamar. Yo siempre he sido una persona sensata, por favor, confía en mi ¿Confías en mí?
    –Confío en ti, hija, pero…
    –Tienes que prometerme que vas a calmarte y a confiar en mí. Si algo en verdad me pasara no me podría comunicar contigo tan fácilmente ¿Verdad? Prométemelo por favor.
    –Te prometo que confiaré en ti, pero no me pidas que me calme.
    –Bien ¿Dónde está mamá?
    –En la comisaría. No hemos dejado de buscarte.
    Lidia sintió una punzada de remordimiento–. Lo siento papá, por preocuparlos tanto. Ya pueden detener la búsqueda. Para que estén más tranquilos mantendré el teléfono encendido. Puedes ver mi ubicación en el GPS, y llamarme cuando quieras luego de que leas el mensaje. Ahora tengo que colgar.
    –Te quiero mi niña.
    –Yo también te quiero, papá, dile a mamá y a mis hermanos que los quiero.
    Colgó la llamada y no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas ¿De dónde salía eso? Ella siempre había tenido el control de sus lágrimas. No le gustaba para nada que la vieran llorar. Roland la estrechó contra él y comenzó a acariciarle el cabello, mientras la mecía suavemente de un lado a otro ¡Mierda! Eso hacía que se acrecentara su llanto ¡No quería llorar! «Genial, ahora voy a convertirme en un despojo humano delante de él» Se enterró en su pecho.
    –Suéltalo, sé que lo estás aguantando,  llora todo lo que quieras; la situazione lo merita, y no te preocupes por mi camisa, se va a secar de todos modos.
    –Lo… Lo sien…to, yo no acostumbro a ser una… llorona –dijo hipando.
    –Shhhh Lo sé, no eres una llorona, eres forte, mi leonesa. No vas a ser meno forte por llorar. La tua vita está a punto de dar un giro de ciento ochenta gradi, e normale que te sientas  abrumada, además de la preoccupazione por tus padres. Si quieres que de la vuelta…
    –No. Les dije hace tiempo, cuando me fui a los Estados Unido, que tenía que dejar el nido.
    Roland le depositó un beso en la cabeza, y la apretó más fuerte–. Sé que no debería dire questo, considerando lo que pudo haberte pasado allí si no hubieras scappato, pero me alegra que hayas tomado esa decisione, sino, no te hubiera inncontrato.
    –Yo también me alegro.

    Les envió el mensaje a sus padres. Lidia estaba segura, cuando se comunicó con ellos unas horas después, que Lucía y Sergio Sierra querían tener el poder de atravesar la pantalla para cogerla por una oreja y llevarla de vuelta a casa. Una reacción que no hubiese estado muy fuera de lugar, después de todo, su hija casi se convierte en una esclava sexual. Obvió la parte en la que Roland quería yacer con ella, y lo puso como un príncipe de cuento de hadas que vino a rescatar a su princesa. También les explicó lo del interrogatorio, y les dijo que esa era la razón de que se marchara tan pronto: Roland necesitaba un testigo para demostrar su inocencia.
    Al final había dicho la verdad, o al menos casi toda la verdad. Tenía que reservarse algunos detalles a favor del bienestar psicológico y cardiaco de su familia; además de que no podía arriesgarse por si al detective Charles se le ocurría meter las narices en Cabula.
    Después de muchos regaños de parte de todos a causa de se negaba a regresar, y la inesperada noticia de que la mujer de su hermano sí estaba embarazada –Lidia no podía creer que una broma le hubiese salido tan mal–, le desearon suerte, y la dejaron conversar a solas con su madre.
    –Te gusta ¿Verdad? –le preguntó Lucía.
    – ¿Qué? –Lidia sabía lo que quería decir su madre, pero igual se hizo la desentendida.
    –“Qué” no, “quién”, y estoy hablando de “el Roland”
    Lidia inflo las mejillas, como hacía cuando era niña, cada vez que no quería confesar algo. Lucía rio del otro lado de la pantalla.
    –No sé de qué me estás hablando ¿Y por qué le dices “el Roland”?
    –Ese hombre tiene porte de dios Griego ¿Es que no lo ves? No se merece que lo traten como uno del montón.
    – ¡Mamá!
    –No te preocupes cariño, es solo tuyo. No puedo creerme que mi niña haya crecido tanto. Recuerda usar condón y…
    – ¡Mamá! ¡Ya basta! –se quejó Lidia bastante sonrojada.
    –No tengas vergüenza, hija, es normal enamorarse, y no me interrumpas. Te dije que te acuerdes del condón, no hagas nada sin protección, aunque la tenga de oro; podrías salir embarazada, o coger una enfermedad, y no creo que lo conozcas lo suficiente todavía.
    –Está bien mamá, pero nosotros no…
    –Lo harán ¡Por dios! Desde aquí he visto como te mira ¡No! No te gires. Tienes que ser más discreta, niña. Es mejor no decirle a tu padre, será nuestro secreto.
    –Gracias…
    –Prométeme que te cuidarás, no solo lo que te dije, sino también tu corazón, no tienes experiencia con las cuestiones del amor.
    –Te lo prometo.
    –Diviértete, cariño, y no olvides llamar todos los días.
    –No lo olvidaré, te quiero.
    –Yo también te quiero.
                                                            
                                                    …..   
    Aterrizaron en un aeropuerto que, Lidia suponía, no podía ser el de Florencia. De hecho, era solo una pequeña pista de aterrizaje con luces a cada lado, y una torre de control. Ya se había dado cuenta de que a Roland no le gustaban los aeropuertos nacionales. Debían ser las cuatro de la mañana aproximadamente. Bajó la escalerilla del avión, y miró el cielo estrellado. Aspiró el aire frío y húmedo, y se sintió más libre que nunca. Estaba muy lejos de todo lo que conocía y tendría la oportunidad de crecer como persona. Había sentido lo mismo cuando llegó a los Estados Unidos por primera vez, pero ahora había algo diferente, ahora tenía a Roland.
    –Esta vez no te mareaste –le dijo el destinatario de sus pensamientos al oído.
    ¡Era verdad! No le habían hecho falta sus pastillas. Estaba confirmado, su problema con el transporte era estrictamente nervioso, y había tenido muchas distracciones que le habían hecho olvidar por completo que se encontraba en un avión.
    Aparecieron dos coches exactamente iguales a los que habían dejado en América. Lidia, Roland y Carlos se sentaron en la parte de atrás de uno de ellos. Los asientos delanteros los cogieron dos de los guardias. El resto de los hombres se fue en el otro vehículo, que no tomó la misma dirección que ellos como Lidia había pensado que haría.
    La mujer no pudo ver la hermosa ciudad abrirse frente a ella porque se había quedado dormida solo unos minutos después de que comenzara el viaje. Tampoco vio la casa de Roland, y no se dio cuenta cuando él la sacó del auto, cargándola en brazos hasta la habitación que había ordenado preparar para ella.
   
   

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