Capítulo 1
La campana avisando que ya comenzó la primera hora de clases hizo que Gina Jackson se sobresaltara un poco y se desconcentrara de su lectura.
Ella no se preocupó por ir a su salón porque ya estaba allí, en la última silla al lado de la ventana. Sus demás compañeros entraron al salón rompiendo el agradable silencio que allí había con sus diferentes voces, tal vez charlando de cómo les fue en las vacaciones y odiando que ya se hayan terminado.
Gina agradeció que su mesa estaba bien apartada de las demás y no tenía que soportar las conversaciones ajenas o ser obligada a entrar en una.
La maestra llegó al salón con un paso decidido. Sus pesadas pisadas acallaron las voces del salón y todos le prestaron atención, tal vez por miedo a un castigo o por respeto.
—Buen día, clase —Su voz fuerte resonó por el lugar. Los alumnos se levantaron, contando a Gina.
—Buenos días, maestra —dijo el salón al unísono.
—Pueden sentarse, gracias —Todos acataron lo dicho sin rechistar—. Hoy tenemos una alumna nueva —Aplausos y ánimos se escucharon desde un grupo del salón que también estaban en los últimos puestos, pero al lado contrario de Gina. La maestra los miró amenazadora y callaron sin pensarlo dos veces—. Pasa y presentate a la clase.
Una chica de cabello lacio y negro se levantó del grupo que estaba tan animado. Tenía una sonrisa tranquila en su rostro pálido de igual tono que su piel. Sus ojos negros estaban fijos en el lugar al lado de la maestra donde se tenía que posar para presentarse como le acataron.
Al llegar y voltearse para ver a todo el salón se hizo ver mejor su vestimenta; una camisa negra un poco ajustada que realzaba sus atrayentes curvas, unos pantalones de camuflaje pegados a sus delgadas y lindas piernas, un suéter azul marino atado a su cintura y un par de convers verdes profundo. La chica era linda en verdad.
—Bueno —empezó a hablar riendo un poco para luego relamerse los labios, rosados y finos—, me llamo Meredith Robinsón, tengo 17 años y espero llevarme bien con ustedes —Su voz daba la sensación de calidez, suavidad y dulzura. Era de un tono algo grave y elegante.
—¡Esa es mi chica! —gritó un chico del grupo donde ella había salido y el salón empezó a reír, contando a Meredith, aunque levemente.
Gina la inspeccionó de pies a cabeza, se interesó por primera vez en alguien. La chica es linda, no se le podía negar, pero su actitud era algo que no había visto antes.
Siendo hoy su primer día ya tenía amigos y Gina estaba allí hace nueve años escolares, ya estaban en ultimó año, y no tenía ningún amigo. Aunque sonaba mal, ella no quería estar mucho con las personas, le gustaba más leer, ahogarse en su música o simplemente estudiar. Poseía muy buenas notas por ello, pero ni siquiera los profesores notaban su presencia de vez en cuando.
Meredith volvió a su asiento con los demás y Gina la siguió con la mirada viendo como ellos la recibían tan alegres con varios choques de sus manos.
La clase empezó y prosiguió normalmente. Casi nadie prestaba atención a la maestra porque no se habían adaptado a volver a la misma rutina escolar ya sea porque pasaron tres meses sin seguirla o porque jamás se habían querido adaptar.
Pero Gina siempre prestaba atención a las clases, tomaba notas y escuchaba atentamente ya que no tenía nada más que hacer, aunque ese día no fue así del todo. Escuchaba la risa y el cuchicheo del grupo de Meredith, los miraba de reojo y cuando se daba cuenta de ello volvía a mirar a la profesora regañandose mentalmente por no prestar atención. Pero hiciera lo que hiciera no podía evitar verla a ella, específicamente.
Era una intriga en su cerebro, algo la obligaba inconscientemente a verla.
La clase terminó, Meredith agarró sus cosas rápidamente y se retiró del salón de igual manera con su grupo de amigos. Gina ni se inmutó y se quedó en su asiento mirando como ella salía riendo y hablando enérgicamente.
Al quedarse totalmente sola miró su cuaderno y se asombró al verlo casi vacío. No anotó casi nada de la clase, eso la hizo estresar un poco, pero se calmó pensando que lo poco que tenía anotado la podía ayudar a buscar la clase por internet.
Guardó su cuaderno y sacó su celular con sus audífonos para escuchar un poco de música e irse del mundo un rato. Apoyó su mejilla en su mano y sacó otro cuaderno donde ella escribía varias historias o poemas en las ultimas hojas. Una canción, dos canciones, tres canciones y ella no volvía de su mundo de música, solí escribía y escuchaba.
Se sobresaltó al sentir que alguien tocaba su hombro un par de veces suavemente. Se quitó los audífonos rápidamente y volteó hacia la persona que llamaba su atención. Kleiton, uno de los amigos de Meredith. Vestía una chaqueta negra con una camisa roja carmín, un pantalón de mezclilla y unos zapatos deportivos rojos como su camisa, usaba una gorra negra que tapaba gran parte de su cabello castaño y sus ojos verdes la veían con intriga. Se preguntó por qué la llamaba si solo le había dirigido la palabra escasas veces.
Dudaba un poco en hablar, tal vez porque no sabía ni su nombre.
—Tú —fue lo único que le dijo—, ¿no viste por aquí un suéter azul marino? —le preguntó pasando su mano por su nuca recorriendo el salón con la mirada.
—No, no lo he visto, Kleiton —le respondió recalcando su nombre haciéndole ver que ella lo sabía perfectamente lo cual hizo que se sintiera avergonzado por no saber el nombre de ella.
—Bueno, si lo ves, avisa alguno de los chicos, Meredith lo está buscando como loca —Se notaba que dudaba de nuevo en qué hacer, tal vez para despedirse, por lo que optó por palmearle la espalda suavemente y luego retirarse.
Lo siguió con la mirada hasta que salió del salón y volvió a su libro sin volver a ponerse sus audífonos, solo apagó la música de su teléfono. Un suéter azul marino, lo iba a tener en mente solo porque se trataba del suéter de Meredith, quería creer que lo hacía por cortesía ya que era la nueva.
Las clases pasaron y Gina hizo lo posible por no perder la atención en ninguna, mientras que Meredith seguía preguntando por su suéter. Los profesores le pedían a la clase que, si alguno lo había agarrado, por favor lo devolviera, pero al parecer nadie lo tenía.
La última campana, avisando que acabaron las clase por hoy, sonó haciendo que todos agarraran sus cosas para marcharse de la institución más animados que como entraron.
Gina agarró todas sus cosas con calma y se puso su bolso. Al levantarse, no se había dado cuenta que ella no estaba sola, allí estaba Meredith buscando entre los asientos su suéter.
—Hey, hola —la saludó con una sonrisa dulce al ver que se había percatado de su presencia—, ¿de casualidad no has visto un suéter azul marino por aquí?
—No, lo siento —Casi tartamudea al hablar, no sabía por qué estaba tan nerviosa—, pero si lo veo te aviso.
—Gracias, es muy importante para mí —Meredith jugó con sus dedos sin saber qué hacer para luego abrazarla sorprendiéndola bastante—. Por cierto, mucho gusto, soy Meredith —le dijo terminando el abrazo y ofreciéndole su mano extendida.
—Soy Gina —Estrecharon sus manos. Justo en ese momento Gina se dio cuenta de que su tacto era suave y con el abrazo notó su perfume, simplemente delicioso.
—Muy bien —dijo soltando la mano de ella para luego hacer una palmada con las suyas—. Ya sabes, Gina, un suéter azul marino —La señalaba mientras se iba tomando su bolso con una sonrisa— ¡Nos vemos!
No sabía cuantas veces escuchó su nombre hoy o pensó en ella sin saber.
Tomó sus cosas y salió del salón a paso lento un poco cabizbaja haciendo que su flequillo cubriera sus ojos. En vez de ir a la salida se dirigió a la dirección del liceo. Su madre estaba allí, era la directora.
—Gina, cariño, que sorpresa que estés aquí —la saludó su madre levantándose de su escritorio para ir a abrazarla con cariño y una gran sonrisa—, ¿vas a casa?
—Sí, pero quiero hacer algo primero —Su madre la vio de pies a cabeza sobando con delicadeza la parte superior de su brazos.
—¿Qué sera? —le preguntó sonriendole nuevamente, levantando la mirada a sus ojos, Gina era un poco más alta que ella.
—¿Puedo revisar las cámaras de vigilancia? —le preguntó finalmente pasando sus manos por los tirantes de su morral.
El semblante alegre de su madre cambió drásticamente tornándose seria.
—¿Te robaron algo? —preguntó con voz severa tomando con firmeza los brazos de su hija.
—No es eso —Justo al decir aquello su madre suspiró aliviada y aflojó su agarre en sus brazos— Se le perdió algo a una compañera —le dijo un tanto apenada mirando al suelo.
La Sra. Jackson miró a su hija con cariño. Era la primera vez que ayudaba a alguien, quería pensar que era su amiga. Le alegraría el alma que estuviera con alguien, no le gustaba que siempre estuviera tan sola metida en el salón, aunque si le gustaban sus notas.
—Tan linda mi niña ayudando a sus compañeras —Pasó sus manos a las mejillas de ella y las estrujó delicadamente hasta que ella las apartó—. Claro, mi amor, ve —le dijo dándole paso al cuarto de vigilancia.
—Gracias, mamá.
Gina entró al cuarto oscuro de vigilancia y pasó la vista por todos los monitores que grababan cada lugar de la institución, sin ningún punto ciego, a su madre no le gustaba desconfiar sin causa, era mejor estar enterada de todo. Muy pocos sabían de las cámaras.
Se sentó frente al monitor que tenía grabado su salón de clases, pausó la grabación y empezó a revisar todo lo filmado en el transcurso del día.
Vio como al salir al primer recreo Meredith tenía su suéter atado a su cintura. En el salón no estaba. Ahora revisaba la cámara del pasillo fuera de su salón. Meredith pasaba repetidas veces por allí con el suéter en su cintura o en mano.
Seguía en el mismo lugar tratando de ver algo, pero nada, y justo cuando iba a rendirse vio a unos chicos, conocidos por vándalos, pasar por el pasillo con el suéter de Meredith en mano entre notables risas, era lamentable que las cámaras no tuvieran micrófono instalado, todavía.
Gina veía la grabación fijamente cruzando los dedos y pidiendo que no se lo hubieran llevado. Los vio abrir la puerta de los utensilios de limpieza del conserje y entrar en ella para luego salir sin el suéter. Ahora tenía la esperanza de que el suéter estaba allí.
»Gracias, mamá, ya encontré la cosa —le dijo a su madre saliendo del cuarto de vigilancia, aunque dudaba un poco de sus palabras.
—Que bueno, amor. Vuelve a casa con cuidado —le dijo su madre levantándose de su escritorio para ir al cuarto de vigilancia. Claro que iba a ver qué había pasado y justamente Gina había dejado la grabacion pausada cuando aquellos dos salían entre risas de la habitación.
Salió de la oficina principal corriendo en dirección a donde habían ocultado el suéter. Entró en la pequeña habitación y lo buscó con la mirada, pero no lo encontró por lo que empezó a buscarlo entre los estantes y por los utensilios de limpieza. Lo terminó encontrando en una esquina en el suelo detrás de un estante tapado con utensilios de limpieza.
Se sintió bien al encontrarlo y tenerlo en sus manos, le alegraba haber hecho algo bien por Meredith.
Salió de allí y se fue a su casa con el suéter en mano. Mañana se lo devolvería. Llegó a su casa y saludó a su padre, que limpiaba la cocina, mientras acariciaba a su adorado perro, Stan.
Llegó la noche y ya era la hora en la que Gina normalmente dormía. Había hecho su tarea y buscó la clase que se perdió, por estar desconcentrada, por internet, entonces ya no tenía nada que hacer.
Cuando se fue a acostar vio en su cama el suéter de Meredith, lo había dejado allí al igual que su mochila para bajar a la sala de estar sin esas cosas. Lo miró un rato y lo tomó en sus manos para acostarse y arroparse con él. Lo miró completamente, es un suéter común y corriente de color azul marino.
Tuvo la necesidad de olerlo y no se contuvo de hacerlo. El perfume de Meredith estaba impregnado en todo el suéter y ella estaba disfrutando el olerlo.
Lleno su nariz de su aroma hasta que se durmió abrazada al suéter, no le parecía para nada malo lo que acababa de hacer ni lo que sintió al hacerlo.
Mañana se lo devolvería sin demora.
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